A Bemol Pispante le encantaba la música. Por eso el ratón Bemol vivía dentro de un piano. Era un lugar muy amplio, elegante y calentito, pero a Bemol lo que más le gustaba de si hogar era que cada día podía escuchar música durante horas.
El dueño del piano era un pianista que amaba su profesión, asi que se pasaba días enteros tocando y tocando. sonatas, rapsodias, partituras y demás piezas musicales sonaban dentro de la enorme sala y se escapaban por la ventana.
A Bemol le gustaba sentarse en un rincón tranquilo al final de la caja de resonancia y disfrutar las baladas de amor, y le gustaba también bailar entre los apagadores cuando el pianista tocaba una marcha.
El pianista estaba contento con su piano. Tenía un sonido espléndido y , sorprendentemente, hacía años que no tenía que afinarlo. Lo que el pianista no sabía era que, durante las noches, el pequeño Bemol se encargaba de tensar y afinar las cuerdas y de quitar el polvo que se acumulaba entre las teclas. A Bemol le gustaba tener su casa en buenas condiciones.
Algunas noches el ratoncillo se divertía patinando sobre la tapa del piano, y otras se las pasaba leyendo y memorizando las partituras que el pianista dejaba sobre el atril.
Para el resto de los ratones que vivían en la casa, Bemol era un loco. En lugar de los pequeños agujeros de la pared, prefería vivir en un piano. Eso era de locos. Además, el riesgo de ser descubierto por el pianista era enorme y, si al final esto ocurría, el hombre sabría que en su casa había ratones, y eso sería una desgracia para todos.
El Consejo de Ratón se reunió para tratar el asunto y llamar al orden al rebelde ratón.
-Bemol Pispante- dijo el ratón mas anciano de la casa-. Es nuestra decisión que a partir de esta misma noche abandones el piano como lugar de residencia. Pones en peligro al resto de la comunidad y eso no podemos permitirlo. de modo que tendrás que vivir aquí de todos modos.
Bemol intentó replicar, pero el anciano le cortó de inmediato:
-Bemol, no se hable mas, así debe hacerse. Sin embargo, te hemos te hemos preparado una de las cajas más cómodas del sótano; es de madera y está llena de ovillos de lana. Además, se encuentra en lo mas alto de la estantería, un lugar estupendo. Si quieres ser miembro de esta comunidad tendrás que aceptar nuestras decisiones.
Bemol podía estar loco, pero era un ratón bueno, de manera que aceptó pensando en el bien de todos.
La caja era una maravilla, cómoda y bien situada. Para darle la bienvenida, el resto de los ratones había dejado tres pedacitos de queso. Pero Bemol estaba triste, ¡cómo echaba de menos su piano! La primera noche se comió un cachito de queso y con los otros dos que sobraban se hizo unos tapones para las orejas. Y funcionó, no escuchó nada en toda la noche y pronto se quedó dormido.
Al día siguiente, cuando le entró el hambre, se comió otro de los tapones de queso.
Al poco rato, las notas de una preciosa melodía que llegaba desde la sala de música de solaron por su oído derecho. Bemol sintió unas ganas horribles de correr en dirección al sonido, pero apretó los dientes y se tapó la oreja con la mano. Así se pasó el día entero, con una mano y un trozo de queso tapándole las orejas.
El tercer día el pequeño Bemol se comió el último pedazo de queso y de esta forma se quedó sin tapones. Entonces, y desde la lejanía de la sala de música, llegaron hasta sus oídos las primeras notas de la Fantasía de Kortakowosky, sin duda la pieza más hermosa y compleja de toda la música escrita para piano.
Su primera reacción fue taparse de nuevo las orejotas, pero sin darse cuenta comenzó a tararearla. Entonces retiró una mano, luego la otra y sin poder evitarlo salió corriendo escaleras arriba en dirección a la sala de música.
Atravesó varios tabiques, ascendió por una tubería y llegó hasta un pequeño agujero en la pared de la sala de música. Y allí estaba el pianista interpretando aquella maravillosa pieza.
-Tengo que llegar hasta allí- Pensó bemol.
Y sin dudar un segundo se puso a correr en dirección al piano exponiéndose a ser descubierto.
Pero Bemol tuvo suerte y llegó hasta las enormes patas del piano sin ser visto. El pianista estaba ensimismado moviendo vertiginosamente las manos sobre las teclas. El ratoncillo trepó por el piano y se escondió justo detrás del atril. Ese sería el lugar perfecto para disfrutar del concierto. ¡Qué magnifica vuelta a casa, en primera fila escuchando la Fantasía Kortakowsky!
La música era cada vez mas compleja; el pianista estaba sudando de lo lindo para llegar a todas las notas. El pequeño Bemol seguía detrás del atril moviendo sus deditos sobre el teclado imaginario. Y llegó el último movimiento, el más complicado. Ningún pianista había sido capaz de interpretarlo correctamente después del propio Kortakowsky. Bemol tomó aire y se dispuso a escuchar la parte final. Las notas se multiplicaron por diez, cada vez mas deprisa, cada vez mas hermosas.
Y entonces, al final de la escala más difícil, ocurrió: una nota fuera de lugar sonó como el chirrido de una puerta en mitad de la melodía.
-¡Maldición, no es así!- gritó el pianista dando un puñetazo sobre el teclado.
-Jamás podré alcanzar estas notas.
Bemol se quedó inmóvil cruzando los dedos mientras repetía la escala en su pequeña cabeza. Entonces el pianista respiró hondo y dijo:
-Está bien, lo intentaré de nuevo.
Y comenzó otra vez el último movimiento.
Sus manos fueron acariciando las teclas cada vez mas deprisa, en verdad permanecían montones de mariposas volando enloquecidas. Bemol seguía con los dedos cruzados pensando en cada nota, en casa tecla justo antes de que el pianista las tocara. Y entonces volvió a ocurrir: dos notas se cambiaron de sitio y el resultado fue un sonido tan desagradable como un pellizco en el moflete. Esta vez fue Bemol el que gritó:
-¡Maldición!- y de inmediato se tapó la boca asustado. Pero el pianista no le oyó, se había puesto a caminar por la sala murmurando enfadado.
Además, la voz de los ratones no es gran cosa.
El hombre volvió a sentarse mientras murmuraba:
-Muy bien, último intento.
Bemol seguía escondido pero cuando empezaron a sonar las notas supo que no podría concentrarse. El pianista estaba apunto de llegar al mismo compás que antes hiciera fallar cuando el ratoncito salió de detrás del atril y, con un certero salto, fue a caer exactamente sobre la nota que se le resistía al pianista.
Entonces el músico dejó de tocar y el pequeño ratón pensó que sería su fin.
Bemol no podía creer lo que acaba de hacer. Estaba encima de una tecla tapándose los ojos esperando que un puño le convirtiera en una tortilla y, lo que era peor, acababa de poner en serio peligro al resto de los ratones. Entonces, ante su sorpresa, el hombre habló:
-Muy bien ratón, te importaría repetirlo?
Bemol asisntió rápidamente con la cabeza. El pianista comenzó de nuevo a tocar y el pequeño roedor saltó y saltó sobre las teclas exactamente en el momento justo.
Así estuvieron toda la tarde, tocando entre los dos la pieza para piano mas complicada y hermosa que jamás se haya escrito. Entonces el hombre comprendió el secreto de la Fantasía Kortakowsky: había sido escrita para ser tocada por un pianista y un ratón. Y así lo hicieron a partir de entonces.
De modo que, si alguna vez tenéis la suerte de asistir a un recital de piano, fijaos en si un pequeño ratón salta de tecla en tecla entre las manos del pianista. Así sabréis que están tocando la Fantasía Kortakowsky para pianista y ratón Kortakowsky.