Canga estaba muy orgullosa de su bufanda de punto rayada.
La había tejido ella misma, y había hecho otra igual un poco màs pequeña para su hijo, Marsu. Canga solìa ir saltando por el monte con la bufanda ondeando al viento, mientras que Marsu se lo podía ver asomàndose por la bolsa que su mamà tenia en la barriga para transportarlo. Marsu creció y se hizo demasiado grande para que Canga lo llevara a cuestas, pero seguía luciendo al cuello la bufanda de rayas mientras brincaba junto a su madre.
Un dìa, al despertarse, Canga se dio cuenta de que habìa perdido su bufanda. La buscó por todas partes, pero no la encontró. al final decidió ir a buscarla al monte.
Quédate aquí le dijo a Marsu. No tardarè. Seguro que encontrarè la bufanda enseguida.
Canga se adentrò en el monte y empezó a buscar entre los arbustos. Habìa caminado bastante cuando, al mirar hacia las ramas de un eucalipto, vio a la osa Koala. Normalmente, Koala estaba dormida, pero en aquel momento estaba preparando la comida a base de hojas de eucalipto para sus hijitos. Canga mirò a Koala y se quedò boquiabierta... porque la osa Koala llevaba su bufanda alrededor de la barriga. Luego, para horror de Canga, ¡viò a Koala usar el extremo de la bufanda para secar las tazas de tè!
-Koala-le dijo Canga-. ¿Què crees que estás haciendo?
Koala parò de limpiar las tazas, mirò hacia abajo a través de las ramas del eucaliptus y vio a Canga.
-Estoy secando las tazas de tè con mi delantal- contestò con voz somnolienta-, ¡y te agradecería que no me molestaras!
Y tras pronunciar aquellas palabras, bostezó y trepò un poco mas arriba del árbol.
La pobre Canga sintió una enrome vergüenza. ¿cómo podía haber confundido el delantal a rayas de Koala con su bufanda?
Se alejò de allì brincando y se adentrò aùn mas al monte.
Transcurrido un rato oyó la risa familiar de Cucaburra cerca.
-Ya sè lo que harè- pensò Canga-, le preguntarè si ha visto mi bufanda. Podrá verla fácilmente desde el cielo.- Siguiò el sonido del canto de Cucaburra hasta llegar bajo el árbol donde vivía.
Canga estaba a punto de llamarla cuando volviò a quedarse boquiabierta. y es que Cucaburra llevaba su bufanda en el pico.
-Cucaburra- la llamò-, ¿què crees que estás haciendo?
-Estoy forrando mi nido- mascullò Cucaburra, porque tenìa un montón de plumas rayadas en el pico-. Y te agradecería que me dejaràs hacerlo tranquila- añadiò con voz ahora mas clara, puesto que habìa llegado al nido y estaba disponiendo ya las plumas cuidadosamente en su interior.
La pobre Canga se sintió aùn màs abochornada. ¿ Còmo podìa haber confundido su bufanda con aquellas plumas? Se fue de allì brincando y se adentrò aùn màs en el monte. Al cabo de un rato llegò a una llanura y vio a Emù corriendo con sus polluelos a cuestas. Al pasar ante ella, Canga volvìo a quedarse boquiabierta... porque Emù habìa utilizado su bufanda para arropar a sus polluelos.
Emù- le dijo Canga-, què crees que estàs haciendo?
-Pongo mis polluelos a salvo le contestò Emù, alzando la vista hacia el cielo y dandose prisa-. Y tu deberìas hacer lo mismo- añadiò.
Entonces Canga se diò cuenta de que lo que había pensado que era su bufanda no eran màs que los polluelos rayados de Emù.
La pobre Canga sintió un ataque de vergüenza. ¿Còmo podìa haber cometido aquel error? Entonces notò unas gotas de lluvia en la nariz y, al mirar hacia el cielo, vio un enorme nubarròn negro sobre ella. No habìa tiempo que perder: tenìa que buscar cobijo.
Corrió a refugiarse bajo los àrboles que bordeaban la llanura y pronto llegò junto a un arroyo. Caminò por la orilla, con frìo, empapada, cansada y triste. Al cabo de un rato se tumbò en la hierba mojada junto al riachuelo e intentò dormirse. Estaba tiritando de frìo y se preguntaba como estarìa Marsu y si se estarìa portando bien. Esperaba que no hubiera hecho ninguna diablura.
Entonces alguien le dio una palmadita en el hombro. Al volver la vista vio a Ornitorrinca.
-Te he oìdo desde mi madriguera, que està allì- le dijo, señalando hacia un agujero que habìa junto al arroyo-. He pensado que esto podrìa irte bien para calentarte- añadiò
-¡Mi bufanda!- exclamò Canga.
-¡Vaya! No sabìa que era tuya-le dijo la Ornitorrinca-. La he utilizado como manta para mis pequeños- Hace mucho frìo y mucha humedad en mi madriguera, ¿sabes?- añadiò con tristeza.
-¿Dònde la encontraste?-le pregunto Canga.
-Se habìa quedado enganchada a unas zarsas y sè que no deberìa haberla cogido, pero pensè que me irìa muy bien para mantener a mis pequeños calentitos- contestò Ornitorrinca entre sollozos.
-Vamos- la animò Canga- NO llores. Quèdate con la bufanda. Tù la necesitas mas que yo.
Ornitorrinca dejò de llorar y la mirò rebosante de alegrìa.
-Gracias- Le dijo.
-No, gracias a ti- contestò Canga-. He aprendido una buena lección: no hay por què disgustarse por una bufanda. He reñido con todas mis amigas por una tonterìa.
Canga regresò a casa, pero tardò porque de camino se detuvo a disculparse ante todas sus amigas. Cuando les explicò lo ocurrido a Emù, Cucaburra y Koala, todas la perdonaron y, al llegar a casa, ya se sentía mucho mejor. Marsu estaba allì para recibirla.
-¿Què has hecho mientras estaba fuera?-Le preguntò.
-Te he hecho esto- le contestò èl y le regalò una bufanda.
Era una bufanda muy curiosa, hecha de ramitas, hierba y plumas, y a Canga le gustò muchísimo.
-¡Es mucho mejor que mi vieja bufanda!- dijo abrazando con cariño a Marsu.