lunes, 18 de noviembre de 2013

Ruiseñor (por: Benjamín Lacombe / Sébastien Rerez)

Aquella mañana, don Jacobo estaba aspirando el perfume de las flores,
cuando un grupo de niños del campamento fueron a interrumpirlo.
El intendente recibió aquel griterío con su sonrisa habitual.
De puntillas y entre grandes aspavientos, Hugo, Rosa, Francisco y todos los demás le pusieron en las narices unos trozos de papel garabateados que acababan de encontrar: La encantadora
chiquillería empujaba con tanta insistencia que, al final, don Jacobo tropezó y se encontró patas arriba en medio de un montón de papeles esparcidos.
Los recogió y se quedó unos instantes perplejo ante aquellos recortes de papel pintado que, al parecer, formaban un puzle. Después, decidió componerlos hasta que por fin pudo leer algunas frases.
Los niños lo miraban con los ojos como platos.

Tiene buen juicio, sin artificio.
As del balón, un campeón.
 
Guasón, jocoso, burlón, gracioso,
¡un gran chistoso!
 
Sube una falda, silba de espalda,
toda ternura, su travesura.
 
Correr, reír, ser muy feliz.
¡Hugo es así!
R.

Vaya Hugo, ¡ parece que tienes un admirador secreto!- exclamó don Jacobo cuando terminó de leer.
Hugo hinchó el pecho y, con paso decidido, se dirigió hacia sus amigos; les sacaba a todos una cabeza.
-Di, Rosa, ¿no serás tú la que firma los papeles con una R?- preguntó Hugo con tono inquisidor a la pelirroja de los dientes de acero.
-¡Fero qué difef, Hugo! Fi yo eftaba con vofotrof...Fregúntale a Fulia fi no me creef.
Un alegre canturreo, parecido al de un pinzón, se mezclaba con las conversaciones.





















De vuelta a la casa, cada quien buscó de qué pared procedía su papel.
-El mío viene de aquí- exclamó alegremente el pequeño Franki.
¿Seguro, Franki cuatro ojos? preguntó Hugo, y provocó las risas de todos los presentes.
Puede que sea un cuatro ojos, pero he sido el primero en encontrarlo- murmuró.
La alegre pandilla recorría la casa de brinco en brinco. Todos los niños estaban emocionados con aquel fabuloso juego de papeles. Don Jacobo corría tras de ellos, intentando que entraran en razón:
-Vamos, niños, tenemos cosas mejores que hacer. Es hora de ir a la playa.
Don Jacobo disfrutaba de esa primera lección de equitación que se desarrollaba por la tarde en la playa.
Sin embargo, los niños, tenían la cabeza en otro sitio.
Se observaban los unos a los otros y se preguntaban cuál de ellos sería el misterioso poeta.
De pronto, don Jacobo se desplomó desde lo alto de su montura, lo que les sacó de su ensoñación.
Con el rostro lleno de arena, el intendente trató de dar la caza a su caballo, que se escapaba al galope.
Los niños soltaron una carcajada al ver al intendente correr tras el caballo. Y cuando Francisco
lanzó un primer puñado de arena sobre Julia y su maleta color zanahoria, la situación degeneró en una batalla campal.
-Calma, niños calma- intervino Jacobo.
El mensajero había vuelta a dar el golpe durante la noche, y esta vez describía a don Jacobo. Hugo no salía de su asombro
"¡Increíble!- pensaba Hugo-.¡Y eso que ha espiado a todo el mundo!.
 
Gran andarín y soñador.
Tiene un sinfín de buen humor.
 
Siempre risueño con los pequeños,
por sus trastados nunca se enfada.
 
Juega a las pistas alegremente.
Sabio y paciente, nuestro intendente.
R.

El juego de pistas continuó un tiempo. Julia, la guapa artista desgreñada, y Francisco que leía por la noche bajo las sábanas, fueron los siguientes victimas.

Y después, poco a poco, casi todos los niños del campamento recibieron un poema.
El misterio se hacía cada vez mas impenetrable.
Un día, el suelo de la entrada apareció decorado con una flecha de arena señalaba hacia la playa.
-¡Qué chulo! Un camino de flechas- exclamó Hugo, que salió corriendo a toda prisa, con todos los miembros del campamento pisándole los talones.
En las casetas de la playa se veían, pegados a toda prisa, varios papeles pintados.
Don Jacobo arrancó algunos de los fragmentos.
-¡Pero si pone lo mismo en todos!- exclamó extrañado.

Hay palabras
que debe  decir uno mismo.
Cita en el viejo
teatro abandonado...
R.
 
El mensaje era inequívoco. Todos los niños salieron corriendo hacia el teatro; competían por ver quién llegaba primero. Dentro del edificio, el escenario estaba vacío. Las velas iluminaban débilmente el pesado telón, que caía en cascada.
Las tablas estaban  cubiertas de pétalos  de flores, cuyo aroma se mezclaba  con el olor
a polvo y a papeles viejos .
Un embriagador perfume lo  impregnaba todo.
Los niños, con gran expectación, se hundieron en las amplias butacas y poco a poco guardaron silencio.
A algunos les colgaban las piernas  en el asiento. En primera fila, don Jacobo observaba con todo detalle el increíble  decorado.
Se hizo un silencio sepulcral.
En ese momento, un chico asomó tímidamente la cabeza detrás del telón  y salió al escenario con paso inseguro.
Por la sala se propagó un susurro generalizado.
-¡Tú lo conoces?- preguntó Francisco.
-No se quién es- respondió Hugo.
-¡No lo he vifto jamáf!- replicó rosa.
-¡estaba en el campamento?- inquirió Franki.
El chico se quedó quieto hasta que reinó de nuevo la calma. Entonces, subió los hombros,
llenó el estomago de aire y entonó su primera nota...

Siempre que paseo veo
gente, ruido y ajetreo.
 
Sin palabras si emoción,
nunca llamo la atención.
 
Siempre solo y apartado,
con el corazón aislado.
 
Ante el ministerio y lo incierto,
me gusta soñar despierto.
 
Papelitos de amistad,
mi invitación transportad.
 
Canturreo en mi menor,
me llaman el Ruiseñor.

Saludó y animado por una salva de aplausos, empezó a cantar otra canción, y luego otra...
Y dejó a su público con la boca abierta.
Desde ese día, no vamos a decir que el joven cantante  se volvieron tan hablador como una cotorra, pero sí que encontró compañeros de vuelo y demostró que se había ganado su bonito apodo: Ruiseñor.

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