lunes, 26 de mayo de 2014

El solteron de y la alubia (Shelley Fowles)

Érase una vez, hace mucho tiempo, un viejo solterón que vivía en un pueblecito de Marruecos.
Un día se compró un plato de alubias estofadas en el mercado. Justo cuando estaba terminando de comérselo, una alubia, la última, saltó del plato y se coló dentro del pozo.
-¡Eh, mi alubia, mi alubia1- gritó.

Del pozo surgió entonces un genio.
-¡A qué viene tanto escándalo?- preguntó.
-¡Quiero que me devuelvas mi alubia!
- protestó el hombrecito, muy enfadado.
-¡Por los pelos de la barba de mi abuela, cuanto alboroto por una mísera alubia!- exclamó el genio.
_Anda, toma esta olla mágica, pídele lo que quieras de comer y lo encontrarás dentro.
¡Pero deja de hacer ruido de una maldita vez!
Y diciendo esto volvió a zambullirse en el pozo.
-Olla, quiero un guiso de cordero con pasas y almendras - dijo el solterón sin mucha convicción.
Pero para asombro suyo, su deseo fue cumplido: un delicioso olor surgía del manjar que acaba de aparecer dentro de la olla.

Enseguida el buen hombre corrió a enseñar la olla maravillosa a todos sus vecinos, animándolos a que pidieran el plato que desearan. Y todos quedaban atónitos y encantados.Bueno, todos menos una vieja envidiosa.
"Esta noche cambiaré su olla mágica por una de las mías", pensó la mujeruca. "Y no se dará cuenta". Y así lo hizo.
Al día siguiente el solterón comprendió que, por mucho que se le pidiese, se le gritase o se le suplicase, la olla ya no iba a traer más comida.
Y se plantó delante del pozo.
-¡Hola! ¿Estás ahí? ¡Eh! ¡Oye, genio!- Gritaba sin parar el hombrecillo-. ¡Que ya no funciona la olla! ¡Que se ha estropeado! ¡Que si puedes darme otra!
El genio salió y miró la olla.
-Ésta no es la que yo te dí, y ya no me quedan más como aquella...¡No pensarás que las tengo repetidas! Mira, toma esta otra. Te dará todos los platos, copas y cubiertos que quieras- gruñó-. ¡Pero ahora déjame en paz! Y regresó al fondo del pozo con un humor de perros.

La nueva olla resultó ser aún mejor que la primera.
Traía todos los platos y vajillas que se le pidiesen, ya fuesen de oro puro, de plata o de fino cristal.
El solterón estaba tan  encantado que fue enseguida a contárselo a los vecinos.

Naturalmente, la vieja envidiosa volvió a robarle la olla. Sólo que esta vez, ni siquiera se molestó en cambiarla por otra.

De nuevo el solterón se presentó ante el pozo.
-¿Tú otra vez? aulló el genio irritado-. No digas nada, ya sé lo que te ha pasado. En el mercado no se habla de otra cosa. Mira, ésta es la última olla. ¿La vez? Pues toma. Tienes que llenarla de agua y mirar dentro. ¡Y que no se te ocurra volver por aquí!

El cascado solterón echó agua en la olla y miró en su interior.
 Lentamente comenzó a distinguir la imagen de la vieja envidiosa junto a las ollas que había robado.
El hombre fue corriendo a la puerta de su casa  y se puso a aporrearla.
-¡devuélveme las ollas, vieja bruja!
-¿con que vieja bruja, eh?- Le respondió ella con voz agria y chillona- ¡Pues nunca tendrás las ollas! ¡Porque son mías y sólo mías! ¿entiendes?
El solterón se quedó impresionado. ¡Que voz tan horrible! ¡Qué carácter tan espantoso! ¡Y que modales tan...tan...tan encantadores! ¡Pero si era estupendo! ¡Hacían una pareja perfecta! ¡Con qué pasión podrían gritarse el uno al otro!
-¡Oh, bruja insoportable, cásate conmigo!- exclamó-
¡Casémonos y así las ollas serán de los dos!
Así fue como el viejo y antipático solterón recuperó sus ollas y ganó una esposa. En la fastuosa boda
que celebraron, la comida que salía de una de las ollas era servida en la vajilla que salía de la otra.
Y celebró poder contaros que, desde entonces, sus gritos y sus peleas pueden oírse de un extremo de la ciudad al otro.

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