miércoles, 20 de noviembre de 2013

En el desvan (por Hiawyn Oram / Satoshi Kitamura)

Yo tenía un millón de juguetes y me aburría.
Subí al desván.
Y entré.
El desván estaba vacío. ¿O no?
Descubrí una familia de ratones y una colonia de escarabajos, y un lugar fresco
y tranquilo para descansar y pensar.

















Conocí a una araña y tejimos una telaraña.
Abrí una ventana que abría otras ventanas.
Descubrí un viejo motor y lo hice funcionar.
Salí a buscar con quien compartir lo que había encontrado,
y encontré un amigo.
Mi amigo y yo descubrimos un juego que podía durar para
siempre porque cambiaba todo el tiempo.

Bajé del desván y le conté a mamá dónde había
estado metido todo el día.
-Pero nosotros no tenemos desván- me dijo.

Bueno ella no puede saberlo, ¿o si?
Ella no ha encontrado la escalera.

lunes, 18 de noviembre de 2013

Ruiseñor (por: Benjamín Lacombe / Sébastien Rerez)

Aquella mañana, don Jacobo estaba aspirando el perfume de las flores,
cuando un grupo de niños del campamento fueron a interrumpirlo.
El intendente recibió aquel griterío con su sonrisa habitual.
De puntillas y entre grandes aspavientos, Hugo, Rosa, Francisco y todos los demás le pusieron en las narices unos trozos de papel garabateados que acababan de encontrar: La encantadora
chiquillería empujaba con tanta insistencia que, al final, don Jacobo tropezó y se encontró patas arriba en medio de un montón de papeles esparcidos.
Los recogió y se quedó unos instantes perplejo ante aquellos recortes de papel pintado que, al parecer, formaban un puzle. Después, decidió componerlos hasta que por fin pudo leer algunas frases.
Los niños lo miraban con los ojos como platos.

Tiene buen juicio, sin artificio.
As del balón, un campeón.
 
Guasón, jocoso, burlón, gracioso,
¡un gran chistoso!
 
Sube una falda, silba de espalda,
toda ternura, su travesura.
 
Correr, reír, ser muy feliz.
¡Hugo es así!
R.

Vaya Hugo, ¡ parece que tienes un admirador secreto!- exclamó don Jacobo cuando terminó de leer.
Hugo hinchó el pecho y, con paso decidido, se dirigió hacia sus amigos; les sacaba a todos una cabeza.
-Di, Rosa, ¿no serás tú la que firma los papeles con una R?- preguntó Hugo con tono inquisidor a la pelirroja de los dientes de acero.
-¡Fero qué difef, Hugo! Fi yo eftaba con vofotrof...Fregúntale a Fulia fi no me creef.
Un alegre canturreo, parecido al de un pinzón, se mezclaba con las conversaciones.





















De vuelta a la casa, cada quien buscó de qué pared procedía su papel.
-El mío viene de aquí- exclamó alegremente el pequeño Franki.
¿Seguro, Franki cuatro ojos? preguntó Hugo, y provocó las risas de todos los presentes.
Puede que sea un cuatro ojos, pero he sido el primero en encontrarlo- murmuró.
La alegre pandilla recorría la casa de brinco en brinco. Todos los niños estaban emocionados con aquel fabuloso juego de papeles. Don Jacobo corría tras de ellos, intentando que entraran en razón:
-Vamos, niños, tenemos cosas mejores que hacer. Es hora de ir a la playa.
Don Jacobo disfrutaba de esa primera lección de equitación que se desarrollaba por la tarde en la playa.
Sin embargo, los niños, tenían la cabeza en otro sitio.
Se observaban los unos a los otros y se preguntaban cuál de ellos sería el misterioso poeta.
De pronto, don Jacobo se desplomó desde lo alto de su montura, lo que les sacó de su ensoñación.
Con el rostro lleno de arena, el intendente trató de dar la caza a su caballo, que se escapaba al galope.
Los niños soltaron una carcajada al ver al intendente correr tras el caballo. Y cuando Francisco
lanzó un primer puñado de arena sobre Julia y su maleta color zanahoria, la situación degeneró en una batalla campal.
-Calma, niños calma- intervino Jacobo.
El mensajero había vuelta a dar el golpe durante la noche, y esta vez describía a don Jacobo. Hugo no salía de su asombro
"¡Increíble!- pensaba Hugo-.¡Y eso que ha espiado a todo el mundo!.
 
Gran andarín y soñador.
Tiene un sinfín de buen humor.
 
Siempre risueño con los pequeños,
por sus trastados nunca se enfada.
 
Juega a las pistas alegremente.
Sabio y paciente, nuestro intendente.
R.

El juego de pistas continuó un tiempo. Julia, la guapa artista desgreñada, y Francisco que leía por la noche bajo las sábanas, fueron los siguientes victimas.

Y después, poco a poco, casi todos los niños del campamento recibieron un poema.
El misterio se hacía cada vez mas impenetrable.
Un día, el suelo de la entrada apareció decorado con una flecha de arena señalaba hacia la playa.
-¡Qué chulo! Un camino de flechas- exclamó Hugo, que salió corriendo a toda prisa, con todos los miembros del campamento pisándole los talones.
En las casetas de la playa se veían, pegados a toda prisa, varios papeles pintados.
Don Jacobo arrancó algunos de los fragmentos.
-¡Pero si pone lo mismo en todos!- exclamó extrañado.

Hay palabras
que debe  decir uno mismo.
Cita en el viejo
teatro abandonado...
R.
 
El mensaje era inequívoco. Todos los niños salieron corriendo hacia el teatro; competían por ver quién llegaba primero. Dentro del edificio, el escenario estaba vacío. Las velas iluminaban débilmente el pesado telón, que caía en cascada.
Las tablas estaban  cubiertas de pétalos  de flores, cuyo aroma se mezclaba  con el olor
a polvo y a papeles viejos .
Un embriagador perfume lo  impregnaba todo.
Los niños, con gran expectación, se hundieron en las amplias butacas y poco a poco guardaron silencio.
A algunos les colgaban las piernas  en el asiento. En primera fila, don Jacobo observaba con todo detalle el increíble  decorado.
Se hizo un silencio sepulcral.
En ese momento, un chico asomó tímidamente la cabeza detrás del telón  y salió al escenario con paso inseguro.
Por la sala se propagó un susurro generalizado.
-¡Tú lo conoces?- preguntó Francisco.
-No se quién es- respondió Hugo.
-¡No lo he vifto jamáf!- replicó rosa.
-¡estaba en el campamento?- inquirió Franki.
El chico se quedó quieto hasta que reinó de nuevo la calma. Entonces, subió los hombros,
llenó el estomago de aire y entonó su primera nota...

Siempre que paseo veo
gente, ruido y ajetreo.
 
Sin palabras si emoción,
nunca llamo la atención.
 
Siempre solo y apartado,
con el corazón aislado.
 
Ante el ministerio y lo incierto,
me gusta soñar despierto.
 
Papelitos de amistad,
mi invitación transportad.
 
Canturreo en mi menor,
me llaman el Ruiseñor.

Saludó y animado por una salva de aplausos, empezó a cantar otra canción, y luego otra...
Y dejó a su público con la boca abierta.
Desde ese día, no vamos a decir que el joven cantante  se volvieron tan hablador como una cotorra, pero sí que encontró compañeros de vuelo y demostró que se había ganado su bonito apodo: Ruiseñor.

lunes, 11 de noviembre de 2013

La Ceiba (por: Rina Singh / Helen Cann)

Hace muchos años, muchos años, en la selva guatemalteca crecía una ennorme ceiba. La selva era tan frondosa que, una vez dentro, no se veía el cielo. Tan sólo se veían árboles, y el suelo del  bosque cubierto de una gruesa capa de hojas secas y mojadas.
En la selva habían más ceiba, pero ninguna tan majestuosa como aquella. Era el árbol más alto y ás grande de todo el bosque. Era tan alto que era imposible ver su copa porque ésta se abría por encima del dosel que formaban los demás árboles y dominaba la selva como si fuera un paraguas gigante. Era tan colosal que la base del tronco medía veinte brazas y las ramas parecía que tocaban el cielo.

Los habitantes de aquella parte del mundo creían que los espíritus de los muertos viajaban por las ramas de aquel árbol para alcanzar el cielo. También corrían rumores de que pasaban otras cosas. Decían entre susurros que hahía almas que no habían conseguido nunca llegar al cielo y se habían quedado atrapadas dentro del tronco de la enorme ceiba. los atormentados espíritus se retorcían y enrollaban por  sus ramas. Aquel bosque mágico y además estaba embrujado.
 Los habitantes de un pueblo llamado Choco Machacas, que estaba justo en la entrada de la selva, decían que quien intentaba entrar en ella a lo mejor no salía nunca más. Los afortunados que lograban regresar portaban flores salvajes y frutas que tenáin propiedad mágicas para curar enfermedades. Incluso algunos volvían con unas hormigas capaces de cerrar y cicatrizar heridas que parecían incurables.

En Choco Machacas vivía una joven llamada Rio. Era tan bonita como el río que le había prestado el nombre.
Su mirada era tan profunda como las aguas de la  corriente y tenía cautivados a todos los muchachos, que intentaban complacerla haciéndole regalos y afreciendose para casarse con ella. Pero Río no parecía tener prisa por tomar una decisión. Uno de sus admiradores, Vidal, se resistía a ser rechazado y no se cansaba de preguntarle qué podía hacer para demostrarle su amor.
Un día que Río volvía de su cabaña, el joven la detuvo y le dijo:
-Deja de jugar con mi corazón, Río, ya sabes que te pertenezco. ¿Qué quieres que haga para demostrártelo? Sorprendida por la repentina aparición, la muchacha le dijo lo primero que se le ocurrió.
- Ve al bosque, busca la gran ceiba y tráeme dieciocho frutos y dieciocho flores.
 Era el sueño de todas las chicas lavarse con el néctar de aquellas flores rellenar la almohada con las semillas de sus frutos. El néctar prometía una piel fina y sedosa y decían que las semillas propiciaban hermosos sueños.
La muchacha esperaba que Vidal dudara; pensó que la selva le daría miedo y que se echaría para atrás como todos los demás jóvenes, pero Vidal se quedó dormido inmóvil como un árbol.
-Dentro de un mes- añadió la chica- ya habrán pasado las lluvias y el árbol florecerá y dará frutos. Te lo advierto: el olor de las flores es tan nauseabundo que es insoportable, pero si a pesar de eso me traes las flores y los frutos, seré tuya.
Dicho esto, Río entró a su cabaña. Vidal se quedó afuera sin entender por qué Río, con lo guapa que ya era, quería lavarse con el néctar de aquellas flores. Pero si era lo que Río deseaba, él se lo traería. En el momento en que se daba vuelta para marcharse, Río salió de la cabaña y añadió un consejo: "¡Ten cuidado con los murciélagos, Vidal!".
 El muchacho se fue y esperó a que pasara la estación de la lluvia. Siguió lloviendo lo largo de los días y de las noches y cada vez se sentía mas inquieto.
Sus amigos se lo advirtieron: "No vayas, Vidal. El  bosque te engullirá". Los ancianos también le avisaron: "Los espíritus de los árboles no dejarán que regreses nunca más".
Pero Vidal sólo tenía una cosa en la cabeza: casarse con Río. Un día, al levantarse, vio que el cielo estaba azul, sin una sola nube. Cogió un saco de cáñamo y empezó a andar hacia el bosque. Al adentrarse oyó los tucanes y los guacamayos que habitaban en las copas de los árboles. Entonces, durante un rato, el bosque se quedó en silencio. Los monos cara de araña y los osos hormigueros lo observaron desconfiados. Las serpientes  de los árboles, los perezosos y las ranas  detuvieron toda actividad para mirar al intruso. Cuando vieron que no llevaba ninguna cerbatana y que no mostraba interés alguno por hacerles daño, lo ignoraron y retomaron sus actividades. En el bosque no habían caminos y por muchos que se esforzaba en abrirse paso a entre los árboles no llegaba a ningún  sitio. Al cabo de horas y más horas, por fin se encontró ante un árbol gigante. Miró hacia arriba y sintió un estremecimiento. Sin duda aquella era la ceiba que buscaba. Se sintió como si estuviera en presencia de un poderoso espíritu. Volvió a mirar para arriba y vio que los rayos del sol todavía penetraban por entre los árboles. Las flores del árbol no se abrirían hasta que el sol se hubiera puesto, y como estaba cansado de tanto caminar y de tanto calor se puso el saco debajo de la cabeza y se durmió.

Un olor repugnante y unos chillidos lo despertaron, y vio horrorizado cómo centenares de murciélagos chupaban el néctar de las flores blancas. Las serpientes de los árboles se habían disfrazado de hiedra y esperaban inmóviles para atrapar a los murciélagos. Vidal se quedó agachado en el suelo. Abrió el saco que llevaba colgado y empezó a coger los frutos y las flores caídas por el suelo.
-¡Quieto! Debes marcharte ahora del bosque.
Vidal miró a su alrededor para ver quien le había dirigido la palabra, pero no vio más que serpientes y murciélagos. Debía de haber sido su imaginación, se dijo, o tal vez el calor se le había subido a la cabeza.
Volvió a agacharse para recoger más flores mientras los murciélagos se cernían sobre su cabeza. Los murciélagos no le matarían, rara vez atacaban a los humanos, pensó. Y los espíritus  estaban atrapados dentro del tronco.
¿Qué daño podían hacerle? Sin embargo, sintió las piernas  pesadas y apenas podía moverlas. Era un ataque de pánico, soltó el saco y se acurrucó abrazándose las rodillas. Algo más calmado, sintió que la sangre volvía a circularle por las piernas. Se notó un poco mareado y se apoyó en el árbol para no caerse. Entonces volvió a coger el saco y empezó a contar los frutos: cinco, seis, siete. Quería salir del bosque lo antes posible.
Sintió otra vez  que las piernas le pesaban. Intentó sacudirlas pero era como si hubiera echado raíces en el suelo del bosque. Debía de ser cosa de los espíritus que se escondían en el interior del árbol.
-¡Dejadme marchar!- les pidió.
-Deja el saco y vete- dijeron los espíritus-. Ésta es la última oportunidad que te damos. Aléjate del bosque. Te prohibimos que te lleves ningún fruto ni ninguna flor.
 Pero Vidal no podía irse y presentarse ante su amada sin los obsequios que le habían prometido. Prefería morir en la selva que decepcionar a la joven Río. Cogió el saco con más fuerza todavía y sintió las piernas más pesadas.
-¿Dejadme que me vaya!- suplicó.

Los espíritus del árbol no dijeron nada más, pero Vidal ya no podía moverse. Miró hacia abajo y vio, aterrorizado, que la mitad inferior de su cuerpo se había convertido en corteza y que poco a poco sus brazos se iban volviendo hiedra. Se le cayó el saco al suelo y todos los frutos y las flores se desparramaron.
Por el pueblo corrió la voz de que los espíritus del árbol habían devorado a Vidal. Cuando la noticia del sacrificio del muchacho llegó a la joven, ésta se entristeció profundamente. ¿Cómo había podido ser tan injusta  con el hombre que la amaba tanto? Sin decir ni una palabra a nadie, se adentró en el bosque para ir en busca de Vidal. Anduvo un día y una noche sin parar, hasta que finalmente se encontró ante la gran ceiba.
Cuando miró hacia arriba, también ella sintió un estremecimiento porque nunca había visto un árbol tan magnifico. Entonces, vio a Vidal convertido en madera. Río cayó de rodillas y se puso a llorar. Les suplicó a los espíritus del árbol que lo liberaran y que la hicieran prisionera a ella.

Quizás fueron sus lágrimas o tal vez el amor que sentía lo que conmovió a los espíritus, porque poco a poco la madera se fue convirtiendo en carne y Vidal volvió a la vida.
Río lloraba de alegría y juntos rehicieron el camino para no salir del bosque, pero no sin haber abrazado al árbol y haberse prometido el uno al otro que serían fieles el resto de su vida.

La escuela secreta de Nasreen (Por: Jeanette Winter)

Mi nieta, Nasreen, vive conmigo en Herat, una antigua ciudad de Afganistán.
Hubo un tiempo en el que allí florecieron el arte, la música y el saber.

Entonces llegaron los soldados y todo cambió.
El arte, la música y el saber desaparecieron. La ciudad se cubrió de nubes negras.
La pobre Nasreen se quedaba en casa todo el día, porque a las niñas les está prohibido
ir a la escuela. Los soldados talibanes no quieren que las niñas aprendan nada acerca del mundo, como su
mamá y yo lo hicimos cuando éramos pequeñas.

Una noche, los soldados vinieron a nuestra casa y se llevaron a mi hijo
sin ninguna explicación.
Esperamos su regreso durante muchos días y muchas noches.

Al final, la mamá de Nasreen, desesperada, salió  a buscarle, aún sabiendo que
las mujeres y las niñas tenían prohibido salir solas a la calle.

La luna llena pasó muchas veces por nuestras ventanas, y Nasreen y yo seguíamos esperando.
Nasreen nunca decía una palabra.
Nunca sonreía.
Sólo se quedaba sentada, esperando a que papá y mamá regresaran.

Supe que tenia que hacer algo.
Había oído hablar de una escuela- una escuela secreta para niñas- detrás de una puerta verde en una calle cercana. Yo quería que Nasreen fuera a esa escuela secreta.
Quería que aprendiera sobre el mundo, como yo había hecho.
Quería que volviera a hablar.

Así que un día, Nasreen y yo apresuramos por las calles hasta que llegamos a la puerta verde.
Por suerte, no nos vio ningún soldado.
Llamé con suavidad.
La maestra abrió la puerta y entramos rápidamente.

Cruzamos el patio hacia la escuela, una habitación llena
de niñas en una casa particular.
Nasreen se sentó al fondo de la estancia.
Allah por favor, haz que abra sus ojos al mundo,
recé mientras la dejaba allí.

Nasreen no hablaba con las otras niñas.
No hablaba con la maestra. En casa permanecía en silencio.

Me preocupaba que los soldados descubrieran la escuela.
Pero las niñas eran listas. Entraban y salían a distintas horas para no despertar sospechas.
Y los niños, cuando veían a los soldados cerca de la puerta verde, los distraían.

Oí que un soldado un día aporreó la puerta exigiendo entrar.
Pero todo lo que encontró fue una habitación llena de niñas que leían el Corán,
lo que sí estaba permitido. Las niñas habían escondido sus deberes y habían
engañado al soldado.

Una de las niñas, Mina, se sentaba al lado de Nasreen todos los días. Pero nunca hablaban entre ellas.
Mientras las niñas aprendían, Nasreen permanecía encerrada en sí misma.

Yo estaba muy preocupada.

Cuando la escuela cerró por el largo descanso invernal,
Nasreen y yo nos sentábamos junto al fuego.
Los parientes nos daban toda la comida y la leña que podían compartir.
Echábamos de menos a su mamá y a mi hijo mas que nunca.
¿Sabríamos algún día que fue lo que ocurrió?

El día que Nasreen  volvió a la escuela, Mina le susurró al oído:
Te he echado  de menos.
¡Y Nasreen le contestó!: Yo también te he echado  de menos.

Con esas palabras, las primeras desde que mamá salió en búsqueda de
su papá, Nasreen abrió su corazón a Mina.
Y sonrió por primera vez desde que se  llevaron a su papá.
Por fin, poco a poco, día a día Nasreen aprendió a leer,
a escribir, a sumar y a restar.

Cada noche me enseñaba lo que había descubierto ese día.
Las ventanas del mundo se abrieron por fin a Nasreen en aquella pequeña aula de escuela.
Aprendió acerca de los artistas, escritores, sabios y místicos que, tiempo atrás, hicieron de Herat una bella ciudad.
Nasreen ya no se sentía sola.
El conocimiento que atesoraba en su interior le acompañará siempre, como un buen amigo.
Ahora ya puede ver el cielo azul que hay detrás de esas negras nubes.


















En cuanto a mí, mi mente está en paz.
Sigo esperando a mi hijo y a su mujer.
Pero los soldados ya nunca podrán cerrar las ventanas que se han abierto para mi nieta.
Insha´Allah. (si Dios quiere)




viernes, 8 de noviembre de 2013

El deseo de Ruby (Por: Shirin Yim / Sophie Blackall)

Si os adentráis por las calles de cierta ciudad China, dejando atrás el mercado de
animales, con sus gorriones de Java en jaulas de bambú y sus pesces de colores y gálapagos en peceras de porcelana, llegaréis a una manzana de apartamentos. ahora vivien allí muchas familias, y el edificio está oscurecido por el paso del tiempoy la suciedad. Pero si miráis  atentamente, os daréis cuenta de que hubo un tiempo en que aquello era una sola casa, el grandioso hogar de una única familia.

La casa fue construida por un anciano a su regreso de la Montaña de Oro. Así llamaban los chinos a california, cuando muchos se marchaban  allí aquejados  de la Fiebre del Oro y pocos regresaban. Pero como iba diciendo, este hombre regresó, y regresó muy rico. E hizo lo que los  hombres ricos hacían en China de entonces:
Se casó con varias mujeres. Sus mujeres tuvieron varios hijos y estos se casaron a su vez con varias mujeres. Así hubo un momento en el que la casa se llenó con los gritos y las risas de mas de cien niños.


Entre tanta chiquillería, había una niña a la que llamaban Ruby porque le encantaba el color rojo. En China, el rojo es un color festivo. El año Nuevo, por ejemplo, los niños reciben sobres rojos llenos  de dinero de la suerte. También las novias se visten de rojo el día de su boda. Pero Ruby quería ir de rojo todos los días del año. Si su madre le obligaba a ponerse ropa oscura, entonces la niña se ataba el pelo con lacitos rojos.

Con tantos nietos, el abuelo de Ruby decidió contratar a un profesor particular. Quien quisiera aprender, podría asistir a clases. Esto no era habitual en China de entonces, cuando la mayoría de las niñas no sabía ni leer ni escribir.

Se hacía buen tiempo, las clases se daban en el jardín. los ventanales del despacho del abuelo de Ruby daban justo allí y a él le gustaba asomarse para echar un vistazo a los niños.

Un día, el abuelo de Ruby miró por la ventana y descubrió  que el gran muro blanco del jardín estaba cubierto con hojas caligrafiadas. Sus nietos habían estado practicando caligrafía. Algunos se habían puesto perdidos de tinta, y , al verlos, el abuelo de Ruby soltó una carcajada.
Un día se dio cuenta de que una de las hojas del muro era mejor que el resto. ¿Cuál de los nietos había realizado una caligrafía tan hermosa? Abajo, en el jardín, el profesor estaba felicitando a Ruby y las orejas de la niña se pusieron tan rojas como su chaquetilla.

Pero aunque Ruby era igual o mejor que sus primos varones, la niña debía trabajar mucho mas duro que ellos. Cuando los chicos terminaban sus deberes del día, podían ir a jugar. Pero las niñas tenían que aprender a cocinar y otras tareas del hogar. De hecho, según sus madres, esas eran las únicas tareas que merecían la pena aprender.

Una a una, todas las niñas, desanimadas, dejaron de ir a clases. Todas excepto Ruby  ella dejaba su labor de costura para la noche, y a menudo, la vela de su cuarto seguía encendida muchas horas después de que el mundo se hubiera ido a la cama.

Un día, los niños tuvieron que escribir un poema. Ruby escribió:
Ah, ya mala es la suerte haber nacido niña; pero peor es nacer en esta casa donde sólo cuentan los niños.
El profesor quedó muy impresionado con las palabras de Ruby. Le enseñó el poema al abuelo, que muy preocupado hizo llamar a su despacho.

Ruby encontró a su abuelo sentado en una butaca, con su poema extendido sobre la mesa.
"¿Has escrito tú este poema?", le preguntó el abuelo.
"Si, abuelo", contesta la niña.
"¿ De verdad crees que en esta casa sólo nos importa los chicos?"
"Oh, no, abuelo," contestó Ruby, sintiendo mucho haber dado un disgusto a su abuelo. "Nos cuidáis muy bien a todos, y estamos muy agradecidos por ello".

"Pequeña Ruby", dijo el abuelo suavemente. "Realmente me gustaría saber por qué has escrito este poema.
¿Qué privilegios reciben aquí los niños?".
"Bueno", contestó la niña, intentando recordar algunas cosillas sin importancia, "en la fiesta de la Luna, por ejemplo, a los chicos siempre les dan el trozo de pastel de luna que tiene la yema de huevo".

"Mmm", dijo el abuelo, como si esperase algo más grave."¿Es verdad eso?"
"Si", siguió Ruby. "Y en la Fiesta del Farolillo, a las niñas nos dan un simple farol de papel, mientras que ellos tienen faroles rojos preciosos con formas de pez, gallo o dragón"

El abuelo de Ruby sonrió  para sus adentros. No lo había pensado antes, pero era evidente cuánto le hubiera gustado a su nieta un farolillo rojo.
"Pero lo más importante...", dijo Ruby sin dejar de mirarse las zapatillas rojas, "...es que los chicos pueden ir a la universidad y en cambio nosotras tenemos que casarnos".

"¿No te quieres casar?", le preguntó el abuelo. "Ya sabes que eres afortunada, pues cualquier hombre querría casarse con una hija de esta casa".
"Lo sé, abuelo", dijo Ruby, "pero preferiría ir a la universidad".

El abuelo le acarició la cabeza:"Gracias, Ruby, por hablar conmigo. Sigue con tus clases y aprovéchalas todo lo que puedas".

Y eso hizo Ruby. Sus primos crecieron y algunos fueron a la universidad. Otros se quedaron en la casa y formaron sus propias familias. Pero las niñas, al hacerse mayores, se casaron y fueron enviadas a vivir a los hogares de sus maridos. Ruby sabía que pronto sería su turno. Faltaba poco para la llegada del Año Nuevo Chino y ella suponía que aquel sería su último año en casa. Bajo la fina capa de hielo del estanque, Ruby podía ver una carpa anaranjada intentando a duras penas respirar.

El Día de Año Nuevo, Ruby se puso sus zapatillas de terciopelo rojo y se recogió el pelo con lazos rojos. Quería felicitar el año a todo el mundo. Empezó por sus primos casados, luego sus padres, tíos, tías...Cada uno de ellos le entregaba un sobrecito rojo lleno de dinero de la suerte. Finalmente, Ruby
 saludó con respeto a su anciano abuelo: "Buena suerte y prosperidad, Abuelo".
"Buena suerte, mi pequeña  Rubby", contestó el abuelo. Y le entregó un gran sobre rojo.

Ruby podía sentir los ojos de todos clavados en ella mientras abría el sobre. ¿A que no adivináis lo que había adentro? No, no era dinero. ¡Era algo muchísimo mejor!.

El sobre contenía la carta de una universidad diciendo que Ruby había sido admitida para estudiar allí el próximo curso.

Y así fue como Ruby consiguió hacer realidad su deseo. Lo que os he contado sucedió de verdad hace mucho tiempo. ¿Qué cómo lo sé? Bueno, Ruby es mi abuela...
y sigue llevando algo rojo todos los días.

Voy a comeDte (Por: Jean-Marc Derouen/ Laure du Fay)

En el bosque, entre los abetos, había un lobo...
¡Un enrome, y malvado lobo!
Estaba hambriento...Muy hambriento..
Pero que muy muy muy hambriento...
Y esperaba al acecho...
Esperaba que ante él pasase
un buen plato de carne fresca.

Una mañana, por el camino, apareció un conejo.
Un conejito blanco, tierno, bien relleno, sonrosadito,
un conejito blanco que iba tan contento,
camino del mercado ecológico,
a comprarse 3 kilos de zanahorias frescas.

El lobo dio un gran salto y grito: " aHHHahhhhhHHHH!
¡Voy a comeDte, conejito blanco!
¡Voy a comedte ahoDa miDmo!"
Espera...enorme y malvado lobo, espera!
¡Puedes repetir lo que has dicho?
-Si, clado. He dicho: ¡Voy a comedte, conejito
blanco! ¡Voy a comedte ahoda midmo!
el conejito dle dijo-¡OOOOOoooooooh!
Me da la impresión de que tienes
un pelo en la lengua.
Y que debe de ser muy molesto...
venga, enorme y malvado lobo,
abre la boca para que pueda ver si..
aaAAAH!
-Asi no. ¡Abrela bien grande que así no veo nada!
-AAAAAAAAaaaAAAHHH!
-En efecto.
Tenía razón
Tienes un pelo en la lengua.
¡Y bien largo!
¡Qué digo largo?
¡ Larguísimo!
- No te muevas, enorme y malvado lobo!
Quédate así. Voy a buscar unas pinzas de depilar
y vuelvo enseguida para quitártelo.
Pero sobretodo ¡NO TE MUEVAS!
-¡Vale, peo ate pdiiiisa!
-¿Cómo? ¿Qué dices?
_Digo que:vale peo pod favod... ate pdisa.
No uedo estad ycho tiempo...azi.

El lobo espero
1 hora
2 horas...
...3 horas,
cuando de repente apareció
por el camino un conejito rojo.
"Voy a comedte conejito dojo!!
¡Voy a comDte ahoda midmo!"

-¡Mirale!, no tienes ni idea! ni la mas remota idea, enorme y malvado lobo!
¡Si quieres comer un conejo no puedes hacerlo así!
Para cazarme primero tienes que esconderte
detrás de un árbol, y que yo no te vea, que no te oiga...
¡Y encima tienes un pelo en la lengua!
-Venga, inténtalo de nuevo:
Escóndete detrás de ese árbol, yo me voy y hago
como si no te hubiera visto, y en cuanto me oigas llegar...
¡zas!, sales de tu escondite,
saltas sobre mi y me atrapas. ¿Vale?

-¡vale!
oye, muy amable de tu padte.
Muy amable.
Edes un cenejito dojo encantadod.
El lobo se escondió detrás de un gran abeto y esperó.
Tenía hambre, mucha hambre, cada vez mas hambre.
Se podría decir que tenía mas hambre que un lobo.

El lobo esperó...
1 hora,
2 horas,
3 horas,
cuando de repente ¡oyó un ruido!
El lobo pensó:
"Voy a hacer exactamente lo
que me ha dicho el conejito rojo"

Salió de su escondite y saltó
como una fiera sobre el conejito con la boca abierta de par en par.
Salvo que el conejito,
aunque era rojo, en efecto,
no era tan pequeño al contrario,
era grande, muy grande,
¡Pero que muy muy GRANDE!
¡Era enooOOOOooorme!
¡Y no le gustaba nada que le
mordieran el trasero!

-¡Oh, perdón señod odo paddo!
¿Me he equivocado!
¡Le he confundido con un conejito dojo!
¡Un lindo conejito dojo!

-¿Cómo?  ¿yo?
¡un lindo conejito rojo?
¿Tú estás mal de la cocorota?
¡Como te pille te vas a enterar...!

El lobo corrió, y corrió,
y corrió a toda velocidad.
Corrió como un loco perseguido por el oso feroz.
Tán rápido corrió que
¡Plum!
¡PATAPLAF!

¡Su alocada carrera acabó delante de un enorme roble
que casualmente estaba allí,
justo en medio de su camino!

¡Cuando volvió en si, se dio cuenta de que
había perdido todos los dientes!
¡Si, si, todos los dientes!

Así que, ¡Atención!
Vosotoros que estáis leyendo este cuento:
Si alguna vez vais de paseo por el bosque, lo mas
probable es que os encontréis con el malvado lobo
¡Qué si aún existe?














Claro que si.
¿Cómo no va a existir?
Pero vosotros tranquilos, no pasa nada,
ya que desde aquel día el enorme y
malvado lobo se ha hecho:
¡Vegetadiano!

jueves, 7 de noviembre de 2013

Yo, Ming ( Por:Clotilde Bernos / Nathalie Novi)

Podría haber nacido Reina de Inglaterra,
tener hermosos sombreros y viajar  en carroza
tirada por dieciocho caballos.
Saludaría a las gentes con un leve gesto de mano y sonreiría al ver
a los angelitos  medio dormidos adornando la tarta de manzanas
que me servirían con el té.

Podría haber nacido Cocodrilo y crecer junto a
la ribera del Nilfertiti. Me merendaría a todos los turistas barrigudos
con pantalones corto y visera, cámara de fotos incluida,
con que sólo posasen la punta de su pie
en la orilla de mi charca.

¡Mejor aún!
¡Podría haber  sido un rico Emir!
Habría dado dos veces la vuelta al mundo :
hacia un lado en Rolls-Royce
y en bicicleta bañada de oro hacia el otro lado.
Y el resto del tiempo lo pasaría contando mis tesoros
sobre la hierba de mi maravilloso jardín
en medio del desierto.


















También podría haber sido una Bruja Horrible.
Con mi varita maléfica, convertiría a todas las princesas
bonitas y jóvenes en mosquitos.
Y luego, enseñando mi único diente al reír,
las encerraría en mi pajar, lleno de arañas.

Habría podrido, incluso, nacer Toro.
Hermoso, fuerte y seductor.
Le haría la corte a todas las vacas de los alrededores
y las llevaría de luna de miel al norte de China, una tras otra.

O habría podido ser un Gran General con un gorro
plagado de estrellas, montañas de condecoraciones,
misiles siempre a punto y cañones permanentemente listos para disparar.
Y en mis vacaciones  soñaría con alfombras de bombas
y un ejército de obedientes soldaditos de plomo.

También podría haber sido Emperador del mundo.
Y sentado en mi trono, con una corona tan alta como
la torre de Babel, vigilaría la Tierra entera, desde la más
insignificante pulga hasta los más importantes personajes del planeta.

Cada año organizaría una gran fiesta en mi palacio,
e invitaría a la Reina de Inglaterra, al Cocodrilo, al Rico Emir,
a la Bruja Horrible, al Toro, al Gran General, etc.
Aplaudirían cada una de las palabras de mi discurso.

Pero heme aquí, soy Ming. Y nadie mas.
Vivo en el interior de China,
junto al lago Kokonor.
Todos los días me pongo mi sombrero de paja
y mi pantalón ancho.
Cada mañana, antes de que asome el sol,
salgo con la pequeña Nam a mi lado,
camino del pueblo.
Nam apoya su mano,
tan pequeña, en la mía
y recorre el camino dando saltitos
que hacen danzar sus trenzas.

Caminamos sin prisa.
Yo dejo a Nam en la escuela
y luego recorro la calle
de los comerciantes para vender
mis pasteles de jengibre.
Aqui todos me conocen.
A menudo me detengo en la tienda
de Liang, el vendedor de té.
Somos viejos amigos.

Por la tarde, Nam y yo,
volvemos a subir por el sendero
que nos lleva a casa.
Ella me cuenta cómo ha ido el día. Y canta.
Y va saltando, con un pie, con el otro...
Su risa zigzaguea en la noche que
va cayendo delicadamente.

Así es nuestra vida.
Cada día.
Tan solo cambia el color de los arrozales
y el aroma de las cajas de té.
Esta mañana de camino a la escuela,
hemos encontrado un sapo casi azul.
¡Tambien yo podría haber sido un
sapo casi azul!
Y he pensado en las reinas  de Inglaterra,
en cocodrilos,
en ricos emires,
en bruja, en toro,
en generales,
en emperadores del mundo
y en sapos casi azules.

Todos se dirían en este instante:
"¡Ah, si hubiera sido Ming!
Tendría la manita de Nam apretendo mi mano
y sería el abuelo más feliz del mundo".

Esta noche, mientras Nam duerme,
he cogido su cuaderno de deberes
y he escrito al pie de la última página,
en letra muy pequeña:

           P.S (pequeño secreto)
           Nam, mi ángel, te quiero.

Y he firmado, con letra diminuta:

          Yo, Ming






miércoles, 6 de noviembre de 2013

Mi mamá mágica ( Por: Carl Norac /Imgrid Gordon)

Mi mamá no tiene un sombrero puntiagudo o una varita.
Ella no necesita ese tipo de cosas. Mi mamá es mágica de todas formas.
Algunas veces tengo pesadillas, pero mi mamá aleja a los moustruos.
Eso es Magia.

Si le digo un secreto al oído,
¡ella sabe lo que voy a decir antes de que termine!
Eso es Magia.

Cuando me lastimo, mi mamá besa
mi herida y, ¡ta taaa!
Ahora todo está bien.
Eso es Magia.

Nadar con mi mamá es lo que más me gusta. Juntas
nadamos tan rápido como un delfín.

El vestido favorito de mi mamá es
azul con nubes blancas.
Cuando se lo pone, el cielo
nunca está gris.

Cuando mi mamá planta una semilla
las flores siempre crecen. ¡Algunas
veces llegan a ser más altas que yo!
Eso es Magia.

Cuando mi mamá canta, las mariposas
vienen a escucharla.
Eso es Magia.

















Pero, algunas veces, YO también soy mágica.
Cuando canto y bailo, mi mamá siempre ríe.

Me encanta cuando mi mamá prepara pasteles.
Para mi cumpleaños hizo el pastel más grande de todos.
¡Era tan grande como un cohete!.

Cuando mi mamá me cuenta historias,
mi cama se convierte en una nave y
juntas nos vamos en una aventura.
Eso es Magia.

Pero cuando mi mamá me
dice que me quiere...
...es el momento más mágico de todos.


martes, 5 de noviembre de 2013

El deseo de Isdriss ( Por: Lucca-Arno)

Voy a contarles una historia. Una historia verdadera, pues me ocurrió a mi.
Comienza en la plaza del mercado de la ciudad vieja. Estoy sentado a la sombra de las arcadas y espero la llegada de los turistas. Lo que más me gusta son las damas extranjera, sus vestidos, su modo de caminar y de mirar las cosas.
Veo a una dama inclinada en un puesto, ella me gusta. Voy a su encuentro y le propongo ser su guía en la ciudad vieja.
-¿Cómo te llamas?- me pregunta.
Me sorprendo, porque casi siempre la gente me pregunta antes cuánto cobro.
-Me llamo Idriss, como un gran rey de otros tiempos.
- Bonito nombre.- Y, sonriendo:- De acuerdo, Idriss, serás mi guía.

Tengo ganas de mostrárselo todo a esta dama. Durante todo el día, le llevo por la ciudad vieja. La hago descubrir las mezquitas y los palacios de los reyes antiguos, le muestro las curtidurías, a los fabricantes de tinturas, a los joyeros. A medio día, juntos escogemos frutas y pasteles en el mercado. Después, cuando el sol está demasiado alto en el cielo, nos paseamos a la sombra de las callejuelas. Conozco lugares donde basta con empujar una puerta para encontrarse en un jardín escondido. Allá, nos sentamos a la sombra de las palmeras y comemos nuestra cena.
La dama me mira con insistencia:
-Dime, Isdriss, ¿no deberías estar en la escuela?
cuando me hacen esta pregunta, por lo general respondo que ya soy un niño grande y no tengo necesidad de ir a la escuela. Pero eso no es verdad.
- Antes, mi papá trabajaba, hacía casas, y yo iba a la escuela. Un día, el tuvo un accidente. Desde entonces, camina con muletas y soy yo el que trabaja. Él se queda en casa.
No me atrevo a mirar a la dama, su voz vuelve a preguntarme despacito:
-¿Y tu mamá? ¿ Qué hace tu mamá?
- Mi madre desapareció cuando yo era muy chico.
Nos quedamos silenciosos un momento, luego me levanto, es hora de irse.
La dama me retiene por el brazo y murmura:
-Idriss, tu corazón es puro...

Esa noche, mi padre me espera en el patio.
-Contemplaba las sombras alargarse en los muros.
Me hace un signo para que me acerque. Le muestro las verduras y especies que he traído, luego, lo ayudo a levantarse. Juntos, lentamente, avanzamos hacia la cocina. Sentado junto a mí, mi padre me explica cómo preparar y cocer el tajine.
Dice que aprendió con mi madre y ella estaría orgullosa de mi.
Comemos lentamente. Hablamos poco:
-Tu madre decía que sólo el silencio permite apreciar el gusto de un platillo.

Al final de la comida, mi padre prepara el té con hojas de menta y flores de azahar.
-Háblame de mamá, ¿cómo era?
Me dice que mi madre era hermosa como un día de primavera, inteligente
como un zorro del desierto. Que su voz llenaba la casa de risas y de cantos mientras sus manos hacían ramos de rosas.
-Siempre la misma respuesta...¡Papá, háblame de ella en verdad!
Me pide que le traiga el cofrecito que guarda siempre
cerca de su cama y me muestra unas fotos.
No conozco ese rostro, no recuerdo a mi mamá, era demasiado pequeño.
-A tu madre le gustaba leer, sabía muchas historias.
Su preferida era la leyenda del naranjo milenario. Se la sabía de memoria, me la recitaba a menudo. Escucha:

El naranjo milenario
En medio del desierto, un viajero
busca en el jardín de arena
un naranjal milenario.
Con su corazón puro, en el naranjal
encuentra, cerca de una fuente,
la mayor de las naranjas.
La escoge entre las ramas del árbol gigante.
Busca bajo las hojas, viejas como el mundo,
las naranjas más bellas.
Y el naranjo susurra a quien lo escucha:
"Toma mi fruto,
él satisface los deseos
de quien los come.
Pero si lastimas mi tronco 
o quiebras mis ramas
serás mi prisionero,
el guardían del naranjal y las naranjas.
De mi jardín no saldrás jamás.

Una mañana, tu madre partió en busca del naranjal milenario. Creí que se burlaba de mí y me reí.
La esperé todo el día y me hice cargo de ti. Ella jamás regresó. Nadie sabe adónde fue ni que le sucedió.

Al día siguiente, no me gustó ningún turista. Y me fui solo a la ciudad vieja.
Lejos del colorido tumulto del mercado, espero descubrir un nuevo jardín para mostrárselo un día a una hermosa extranjera. Caminé mucho rato entre los almocárabes de las callejuelas. No tengo miedo de perderme en la sombra.
Estoy en el corazón de la morería, la ciudad es sólo un murmullo. Me envuelve y me repite sin descanso.
"Tu corazón es puro, Idriss, tu corazón es puro..."
Bajo las ramas de una adelfa, descubro una  puerta pequeña que no conozco.
La empujo, no está cerrada.
Estoy en un rosedal, un jardín inmenso y rosas, rosas por todas partes, camino sobre un sendero de pétalos.
No se oye ningún ruido. Seguramente, estoy en el jardín de una reina, no tengo derecho a entrar aqui, sin embargo, no puedo dejar de avanzar.
Camino mucho tiempo en medio de las flores, sobre pétalos de flores, no entiendo cómo
la ciudad puede tener un jardín tan grande.
Entonces lo escucho. Un canto, una voz, como cuando yo era muy pequeño.
Avanzo y la veo, una mujer sentada en medio de las flores, llenando cestos con pétalos de rosas. Me acerco más, ella levanta la cabeza y me mira.
Es mi madre.

Ella se levanta y viene hacia mi. Me toca, tiemblo como una hoja en el viento. Siento su mano muy suave en mi nuca, acaricia mis cabellos y sus brazos me rodean. me atrae hacia ella, mi cabeza contra su vientre. Cierro los ojos y encuentro lo que había olvidado: su olor y su dulzura. me acuna, escucho su voz, canta mi nombre y, por primera vez, le digo mamá.
Recogemos pétalos y conversamos. Le hablo de mi vida con papá. Ella me cuenta que encontró un naranjo milenario.
Mi madre era prisionera del naranjo milenario
-No podía regresar a casa. Me comí la naranja soñando con vivir entre rosas.
El rosedal es el jardín mágico de mi mamá.
Se nos va el día llenando muchos cestos con pétalos de rosas. No podremos trasportarlos.
-Dejemos que actúe la magia, dice mamá.
Entonces, una multitud de sirvientes aparece.
Cada uno toma un cesto y se aleja
Mi mamá me tomade la mano:
-Tu corazón es puro, Idriss, por eso me has encontrado, pero ya es tiempo de que regreses a casa.
Tu padre va a preocuparse.
Ella me besa:
-Ya sabes dónde encontrarme, te esperaré mañana.
Cuando, esa tarde, me reúno con mi padre en el patio, le pido que cierre los ojos. Le deposito sobre las rodillas una lluvia de pétalos. Él los acaricia y desliza entre sus dedos.
-¡Cuéntame, Idriss, cuéntame!.
En voz baja, con las manos sobre las rodillas, le habló de mamá.
Después de la comida, mi padre me pide traerle un papel y mis lápices.
Me dicta una carta para mamá. Recuerdo haber escrito:"Sueño con que un día los tres estemos reunidos."

Al día siguiente y los que vienen después, regreso a ver a mi madre.
Le llevo cartas al rosedal. Mientras ella lee, me abraza y acaricia mis cabellos.
Enseguida, me toma de la mano y me lleva a su universo.
Después del rosedal, el desierto se extiende hasta perderse de vista.

Mamá vive en una gran castillo de tierra reseca. Está rodeada de rosas y de sirvientes que no hablan. Cuando ella canta, se sientan a su alrededor. Por las ventanas del castillo se ve el naranjal. Los árboles parecen viejos, pero hay naranjas todo el año. Es posible recogerlas y comerlas, siempre están maduras.
En medio del naranjal, un árbol sobresale por encima del resto, es el naranjo milenario.
Mi madre me advirtió:
-Este naranjo es tan viejo que sus ramas y su corteza son frágiles como los pétalos de una rosa. No intentes
agarrar sus frutos. Como yo, te harías prisioneros de este jardín y nunca mas verías a tu padre.
Prometí a mamá no subir al naranjo.

Por la tarde, regreso solo a casa. Traigo a mi padre un cesto con provisiones y cartas que mamá me ha dado. Él las estrechas entre sus manos y luego lo ayudo a levantarse. Como siempre, preparamos y comemos juntos la cena. Le hablo de mamá y escribimos.
Por la noche, cuando no tengo sueño, voy a ver a mi padre en su cama. Duerme entre las cartas de mamá. Lo contemplo mucho tiempo. Me digo que con algunas naranjas tal vez podría sanarlo, liberar a mamá y reunirnos los tres.

Jamás me aburro en el mundo mágico de mamá.
En primer lugar, está el naranjal. Ayudo a los sirvientes a recoger las naranjas.
Les cuento sobre los ruidos y colores de la ciudad. Ellos no me hablan, pero sé que me escuchan. después, me acerco al naranjo milenario y rasguño su corteza con la punta de mis dedos. Al pie del árbol, un arroyuelo corre por los canales y riega toda la plantación.
Con hojas, hago barcos que deposito en el agua.
Lo que también me gusta  hacer es encontrarme con mamá en la frescura del su castillo de arena. Vive entre rosas y libros. El piso está cubierto de pétalos, caminamos con los pies desnudos y leemos historias. Con los pétalos de rosa también aprendo a fabricar perfume de flores.
Una mañana, llego al castillo de arena y encuentro un dromedario en el caravanserrallo. Está herido en una pata. Un sirviente trata varias veces de acercarse a él, pero el dromedario quiere morderlo.
El sirviente sacude la cabeza y se aleja.
Es flaco y polvoriento este dromedario, decido hacerme cargo de él.
Le lanzo naranjas y hojas de naranjo para que coma, pero no quiere.
Le acerco ramos de rosas y se come hasta las espinas.
Vuelvo a verlo a menudo y paso mucho tiempo con él. Deja que me acerque a él. Puedo curarle le herida y cepillarse el pelo.
Es dulce mi dromedario, le hablo al oído.
Recuperar fuerzas, sana rápido y me deja montar en su joroba. Cuando estoy allá arriba, se me ocurre una idea.
Montado en el lomo de mi dromedario, lo llevo hasta el naranjal, justo bajo el naranjo milenario.
Parado en su joroba, estiro el brazo y recojo tres naranjas mágicas. Escucho que el árbol susurra:
-Tu corazón es puro,Idriss, tú no me rompes las ramas, tu no rasguñas mi tronco. Llévate tus naranjas.
En el castillo de arena, parada entre las rosas, le ofrezco una naranja a mi madre. Ella la pela y pide un deseo, lo veo en sus ojos. A nuestros alrededor, los sirvientes están tristes, saben que vamos a partir. mi madre come los gajos de naranja y los sirvientes desaparecen uno tras otros.

Esa noche, en el patio, mi madre prepara la segunda naranja. Con los manos tendidas, se la ofrece a mi padre. Él le toma las manos, le besa las muñecas y recibe el fruto en sus palmas.
Veo a mi padre comer la naranja gajo a gajo, levantarse sin esfuerzo y tomar a mi madre en sus brazos.
No han dejado de mirarse, no han dicho ni una palabra. Me río. Ellos se dan vuelta, me miran y me tienden los brazos.

Cuando mi dromedario ocupa demasiado lugar en el patio, lo llevo al rosedal de mamá. Rodeado por la ciudad, el jardín es mas pequeño que antes. Pero las rosas continúan siendo tan bellas, aun cuando mi dromedario come muchas.
Con la última naranja, hice pastas de fruta. de vez en cuando, comemos algunos trozos para pedir pequeños deseos.