lunes, 11 de noviembre de 2013

La escuela secreta de Nasreen (Por: Jeanette Winter)

Mi nieta, Nasreen, vive conmigo en Herat, una antigua ciudad de Afganistán.
Hubo un tiempo en el que allí florecieron el arte, la música y el saber.

Entonces llegaron los soldados y todo cambió.
El arte, la música y el saber desaparecieron. La ciudad se cubrió de nubes negras.
La pobre Nasreen se quedaba en casa todo el día, porque a las niñas les está prohibido
ir a la escuela. Los soldados talibanes no quieren que las niñas aprendan nada acerca del mundo, como su
mamá y yo lo hicimos cuando éramos pequeñas.

Una noche, los soldados vinieron a nuestra casa y se llevaron a mi hijo
sin ninguna explicación.
Esperamos su regreso durante muchos días y muchas noches.

Al final, la mamá de Nasreen, desesperada, salió  a buscarle, aún sabiendo que
las mujeres y las niñas tenían prohibido salir solas a la calle.

La luna llena pasó muchas veces por nuestras ventanas, y Nasreen y yo seguíamos esperando.
Nasreen nunca decía una palabra.
Nunca sonreía.
Sólo se quedaba sentada, esperando a que papá y mamá regresaran.

Supe que tenia que hacer algo.
Había oído hablar de una escuela- una escuela secreta para niñas- detrás de una puerta verde en una calle cercana. Yo quería que Nasreen fuera a esa escuela secreta.
Quería que aprendiera sobre el mundo, como yo había hecho.
Quería que volviera a hablar.

Así que un día, Nasreen y yo apresuramos por las calles hasta que llegamos a la puerta verde.
Por suerte, no nos vio ningún soldado.
Llamé con suavidad.
La maestra abrió la puerta y entramos rápidamente.

Cruzamos el patio hacia la escuela, una habitación llena
de niñas en una casa particular.
Nasreen se sentó al fondo de la estancia.
Allah por favor, haz que abra sus ojos al mundo,
recé mientras la dejaba allí.

Nasreen no hablaba con las otras niñas.
No hablaba con la maestra. En casa permanecía en silencio.

Me preocupaba que los soldados descubrieran la escuela.
Pero las niñas eran listas. Entraban y salían a distintas horas para no despertar sospechas.
Y los niños, cuando veían a los soldados cerca de la puerta verde, los distraían.

Oí que un soldado un día aporreó la puerta exigiendo entrar.
Pero todo lo que encontró fue una habitación llena de niñas que leían el Corán,
lo que sí estaba permitido. Las niñas habían escondido sus deberes y habían
engañado al soldado.

Una de las niñas, Mina, se sentaba al lado de Nasreen todos los días. Pero nunca hablaban entre ellas.
Mientras las niñas aprendían, Nasreen permanecía encerrada en sí misma.

Yo estaba muy preocupada.

Cuando la escuela cerró por el largo descanso invernal,
Nasreen y yo nos sentábamos junto al fuego.
Los parientes nos daban toda la comida y la leña que podían compartir.
Echábamos de menos a su mamá y a mi hijo mas que nunca.
¿Sabríamos algún día que fue lo que ocurrió?

El día que Nasreen  volvió a la escuela, Mina le susurró al oído:
Te he echado  de menos.
¡Y Nasreen le contestó!: Yo también te he echado  de menos.

Con esas palabras, las primeras desde que mamá salió en búsqueda de
su papá, Nasreen abrió su corazón a Mina.
Y sonrió por primera vez desde que se  llevaron a su papá.
Por fin, poco a poco, día a día Nasreen aprendió a leer,
a escribir, a sumar y a restar.

Cada noche me enseñaba lo que había descubierto ese día.
Las ventanas del mundo se abrieron por fin a Nasreen en aquella pequeña aula de escuela.
Aprendió acerca de los artistas, escritores, sabios y místicos que, tiempo atrás, hicieron de Herat una bella ciudad.
Nasreen ya no se sentía sola.
El conocimiento que atesoraba en su interior le acompañará siempre, como un buen amigo.
Ahora ya puede ver el cielo azul que hay detrás de esas negras nubes.


















En cuanto a mí, mi mente está en paz.
Sigo esperando a mi hijo y a su mujer.
Pero los soldados ya nunca podrán cerrar las ventanas que se han abierto para mi nieta.
Insha´Allah. (si Dios quiere)




No hay comentarios:

Publicar un comentario