martes, 5 de noviembre de 2013

El deseo de Isdriss ( Por: Lucca-Arno)

Voy a contarles una historia. Una historia verdadera, pues me ocurrió a mi.
Comienza en la plaza del mercado de la ciudad vieja. Estoy sentado a la sombra de las arcadas y espero la llegada de los turistas. Lo que más me gusta son las damas extranjera, sus vestidos, su modo de caminar y de mirar las cosas.
Veo a una dama inclinada en un puesto, ella me gusta. Voy a su encuentro y le propongo ser su guía en la ciudad vieja.
-¿Cómo te llamas?- me pregunta.
Me sorprendo, porque casi siempre la gente me pregunta antes cuánto cobro.
-Me llamo Idriss, como un gran rey de otros tiempos.
- Bonito nombre.- Y, sonriendo:- De acuerdo, Idriss, serás mi guía.

Tengo ganas de mostrárselo todo a esta dama. Durante todo el día, le llevo por la ciudad vieja. La hago descubrir las mezquitas y los palacios de los reyes antiguos, le muestro las curtidurías, a los fabricantes de tinturas, a los joyeros. A medio día, juntos escogemos frutas y pasteles en el mercado. Después, cuando el sol está demasiado alto en el cielo, nos paseamos a la sombra de las callejuelas. Conozco lugares donde basta con empujar una puerta para encontrarse en un jardín escondido. Allá, nos sentamos a la sombra de las palmeras y comemos nuestra cena.
La dama me mira con insistencia:
-Dime, Isdriss, ¿no deberías estar en la escuela?
cuando me hacen esta pregunta, por lo general respondo que ya soy un niño grande y no tengo necesidad de ir a la escuela. Pero eso no es verdad.
- Antes, mi papá trabajaba, hacía casas, y yo iba a la escuela. Un día, el tuvo un accidente. Desde entonces, camina con muletas y soy yo el que trabaja. Él se queda en casa.
No me atrevo a mirar a la dama, su voz vuelve a preguntarme despacito:
-¿Y tu mamá? ¿ Qué hace tu mamá?
- Mi madre desapareció cuando yo era muy chico.
Nos quedamos silenciosos un momento, luego me levanto, es hora de irse.
La dama me retiene por el brazo y murmura:
-Idriss, tu corazón es puro...

Esa noche, mi padre me espera en el patio.
-Contemplaba las sombras alargarse en los muros.
Me hace un signo para que me acerque. Le muestro las verduras y especies que he traído, luego, lo ayudo a levantarse. Juntos, lentamente, avanzamos hacia la cocina. Sentado junto a mí, mi padre me explica cómo preparar y cocer el tajine.
Dice que aprendió con mi madre y ella estaría orgullosa de mi.
Comemos lentamente. Hablamos poco:
-Tu madre decía que sólo el silencio permite apreciar el gusto de un platillo.

Al final de la comida, mi padre prepara el té con hojas de menta y flores de azahar.
-Háblame de mamá, ¿cómo era?
Me dice que mi madre era hermosa como un día de primavera, inteligente
como un zorro del desierto. Que su voz llenaba la casa de risas y de cantos mientras sus manos hacían ramos de rosas.
-Siempre la misma respuesta...¡Papá, háblame de ella en verdad!
Me pide que le traiga el cofrecito que guarda siempre
cerca de su cama y me muestra unas fotos.
No conozco ese rostro, no recuerdo a mi mamá, era demasiado pequeño.
-A tu madre le gustaba leer, sabía muchas historias.
Su preferida era la leyenda del naranjo milenario. Se la sabía de memoria, me la recitaba a menudo. Escucha:

El naranjo milenario
En medio del desierto, un viajero
busca en el jardín de arena
un naranjal milenario.
Con su corazón puro, en el naranjal
encuentra, cerca de una fuente,
la mayor de las naranjas.
La escoge entre las ramas del árbol gigante.
Busca bajo las hojas, viejas como el mundo,
las naranjas más bellas.
Y el naranjo susurra a quien lo escucha:
"Toma mi fruto,
él satisface los deseos
de quien los come.
Pero si lastimas mi tronco 
o quiebras mis ramas
serás mi prisionero,
el guardían del naranjal y las naranjas.
De mi jardín no saldrás jamás.

Una mañana, tu madre partió en busca del naranjal milenario. Creí que se burlaba de mí y me reí.
La esperé todo el día y me hice cargo de ti. Ella jamás regresó. Nadie sabe adónde fue ni que le sucedió.

Al día siguiente, no me gustó ningún turista. Y me fui solo a la ciudad vieja.
Lejos del colorido tumulto del mercado, espero descubrir un nuevo jardín para mostrárselo un día a una hermosa extranjera. Caminé mucho rato entre los almocárabes de las callejuelas. No tengo miedo de perderme en la sombra.
Estoy en el corazón de la morería, la ciudad es sólo un murmullo. Me envuelve y me repite sin descanso.
"Tu corazón es puro, Idriss, tu corazón es puro..."
Bajo las ramas de una adelfa, descubro una  puerta pequeña que no conozco.
La empujo, no está cerrada.
Estoy en un rosedal, un jardín inmenso y rosas, rosas por todas partes, camino sobre un sendero de pétalos.
No se oye ningún ruido. Seguramente, estoy en el jardín de una reina, no tengo derecho a entrar aqui, sin embargo, no puedo dejar de avanzar.
Camino mucho tiempo en medio de las flores, sobre pétalos de flores, no entiendo cómo
la ciudad puede tener un jardín tan grande.
Entonces lo escucho. Un canto, una voz, como cuando yo era muy pequeño.
Avanzo y la veo, una mujer sentada en medio de las flores, llenando cestos con pétalos de rosas. Me acerco más, ella levanta la cabeza y me mira.
Es mi madre.

Ella se levanta y viene hacia mi. Me toca, tiemblo como una hoja en el viento. Siento su mano muy suave en mi nuca, acaricia mis cabellos y sus brazos me rodean. me atrae hacia ella, mi cabeza contra su vientre. Cierro los ojos y encuentro lo que había olvidado: su olor y su dulzura. me acuna, escucho su voz, canta mi nombre y, por primera vez, le digo mamá.
Recogemos pétalos y conversamos. Le hablo de mi vida con papá. Ella me cuenta que encontró un naranjo milenario.
Mi madre era prisionera del naranjo milenario
-No podía regresar a casa. Me comí la naranja soñando con vivir entre rosas.
El rosedal es el jardín mágico de mi mamá.
Se nos va el día llenando muchos cestos con pétalos de rosas. No podremos trasportarlos.
-Dejemos que actúe la magia, dice mamá.
Entonces, una multitud de sirvientes aparece.
Cada uno toma un cesto y se aleja
Mi mamá me tomade la mano:
-Tu corazón es puro, Idriss, por eso me has encontrado, pero ya es tiempo de que regreses a casa.
Tu padre va a preocuparse.
Ella me besa:
-Ya sabes dónde encontrarme, te esperaré mañana.
Cuando, esa tarde, me reúno con mi padre en el patio, le pido que cierre los ojos. Le deposito sobre las rodillas una lluvia de pétalos. Él los acaricia y desliza entre sus dedos.
-¡Cuéntame, Idriss, cuéntame!.
En voz baja, con las manos sobre las rodillas, le habló de mamá.
Después de la comida, mi padre me pide traerle un papel y mis lápices.
Me dicta una carta para mamá. Recuerdo haber escrito:"Sueño con que un día los tres estemos reunidos."

Al día siguiente y los que vienen después, regreso a ver a mi madre.
Le llevo cartas al rosedal. Mientras ella lee, me abraza y acaricia mis cabellos.
Enseguida, me toma de la mano y me lleva a su universo.
Después del rosedal, el desierto se extiende hasta perderse de vista.

Mamá vive en una gran castillo de tierra reseca. Está rodeada de rosas y de sirvientes que no hablan. Cuando ella canta, se sientan a su alrededor. Por las ventanas del castillo se ve el naranjal. Los árboles parecen viejos, pero hay naranjas todo el año. Es posible recogerlas y comerlas, siempre están maduras.
En medio del naranjal, un árbol sobresale por encima del resto, es el naranjo milenario.
Mi madre me advirtió:
-Este naranjo es tan viejo que sus ramas y su corteza son frágiles como los pétalos de una rosa. No intentes
agarrar sus frutos. Como yo, te harías prisioneros de este jardín y nunca mas verías a tu padre.
Prometí a mamá no subir al naranjo.

Por la tarde, regreso solo a casa. Traigo a mi padre un cesto con provisiones y cartas que mamá me ha dado. Él las estrechas entre sus manos y luego lo ayudo a levantarse. Como siempre, preparamos y comemos juntos la cena. Le hablo de mamá y escribimos.
Por la noche, cuando no tengo sueño, voy a ver a mi padre en su cama. Duerme entre las cartas de mamá. Lo contemplo mucho tiempo. Me digo que con algunas naranjas tal vez podría sanarlo, liberar a mamá y reunirnos los tres.

Jamás me aburro en el mundo mágico de mamá.
En primer lugar, está el naranjal. Ayudo a los sirvientes a recoger las naranjas.
Les cuento sobre los ruidos y colores de la ciudad. Ellos no me hablan, pero sé que me escuchan. después, me acerco al naranjo milenario y rasguño su corteza con la punta de mis dedos. Al pie del árbol, un arroyuelo corre por los canales y riega toda la plantación.
Con hojas, hago barcos que deposito en el agua.
Lo que también me gusta  hacer es encontrarme con mamá en la frescura del su castillo de arena. Vive entre rosas y libros. El piso está cubierto de pétalos, caminamos con los pies desnudos y leemos historias. Con los pétalos de rosa también aprendo a fabricar perfume de flores.
Una mañana, llego al castillo de arena y encuentro un dromedario en el caravanserrallo. Está herido en una pata. Un sirviente trata varias veces de acercarse a él, pero el dromedario quiere morderlo.
El sirviente sacude la cabeza y se aleja.
Es flaco y polvoriento este dromedario, decido hacerme cargo de él.
Le lanzo naranjas y hojas de naranjo para que coma, pero no quiere.
Le acerco ramos de rosas y se come hasta las espinas.
Vuelvo a verlo a menudo y paso mucho tiempo con él. Deja que me acerque a él. Puedo curarle le herida y cepillarse el pelo.
Es dulce mi dromedario, le hablo al oído.
Recuperar fuerzas, sana rápido y me deja montar en su joroba. Cuando estoy allá arriba, se me ocurre una idea.
Montado en el lomo de mi dromedario, lo llevo hasta el naranjal, justo bajo el naranjo milenario.
Parado en su joroba, estiro el brazo y recojo tres naranjas mágicas. Escucho que el árbol susurra:
-Tu corazón es puro,Idriss, tú no me rompes las ramas, tu no rasguñas mi tronco. Llévate tus naranjas.
En el castillo de arena, parada entre las rosas, le ofrezco una naranja a mi madre. Ella la pela y pide un deseo, lo veo en sus ojos. A nuestros alrededor, los sirvientes están tristes, saben que vamos a partir. mi madre come los gajos de naranja y los sirvientes desaparecen uno tras otros.

Esa noche, en el patio, mi madre prepara la segunda naranja. Con los manos tendidas, se la ofrece a mi padre. Él le toma las manos, le besa las muñecas y recibe el fruto en sus palmas.
Veo a mi padre comer la naranja gajo a gajo, levantarse sin esfuerzo y tomar a mi madre en sus brazos.
No han dejado de mirarse, no han dicho ni una palabra. Me río. Ellos se dan vuelta, me miran y me tienden los brazos.

Cuando mi dromedario ocupa demasiado lugar en el patio, lo llevo al rosedal de mamá. Rodeado por la ciudad, el jardín es mas pequeño que antes. Pero las rosas continúan siendo tan bellas, aun cuando mi dromedario come muchas.
Con la última naranja, hice pastas de fruta. de vez en cuando, comemos algunos trozos para pedir pequeños deseos.






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