martes, 15 de diciembre de 2015

La bufanda perdida

Canga estaba muy orgullosa de su bufanda de punto rayada.
La había tejido ella misma, y había hecho otra igual un poco màs pequeña para su hijo, Marsu. Canga solìa ir saltando por el monte con la bufanda ondeando al viento, mientras que Marsu se lo podía ver asomàndose por la bolsa que su mamà tenia en la barriga para transportarlo. Marsu creció y se hizo demasiado grande para que Canga lo llevara a cuestas, pero seguía luciendo al cuello la bufanda de rayas mientras brincaba junto a su madre.
Un dìa, al despertarse, Canga se dio cuenta de que habìa perdido su bufanda. La buscó por todas partes, pero no la encontró. al final decidió ir a buscarla al monte.
Quédate aquí le dijo a Marsu. No tardarè. Seguro que encontrarè la bufanda enseguida.
 Canga se adentrò en el monte y empezó a buscar entre los arbustos. Habìa caminado bastante cuando, al mirar hacia las ramas de un eucalipto, vio a la osa Koala. Normalmente, Koala estaba dormida, pero en aquel momento estaba preparando la comida a base de hojas de eucalipto para sus hijitos. Canga mirò a Koala y se quedò boquiabierta... porque la osa Koala llevaba su bufanda alrededor de la barriga. Luego, para horror de Canga, ¡viò a Koala usar el extremo de la bufanda para secar las tazas de tè!
-Koala-le dijo Canga-. ¿Què crees que estás haciendo?
Koala parò de limpiar  las tazas, mirò hacia abajo a través de las ramas del eucaliptus y vio a Canga.
-Estoy secando las tazas de tè con mi delantal- contestò con voz somnolienta-, ¡y te agradecería que no me molestaras!
Y tras pronunciar aquellas palabras, bostezó y trepò un poco mas arriba del árbol.
La pobre Canga sintió una enrome vergüenza. ¿cómo podía haber confundido el delantal a rayas de Koala con su bufanda?
Se alejò de allì brincando y se adentrò aùn mas al monte.
Transcurrido un rato oyó la risa familiar de Cucaburra cerca.
-Ya sè lo que harè- pensò Canga-, le preguntarè si ha visto mi bufanda. Podrá verla fácilmente desde el cielo.- Siguiò el sonido del canto de Cucaburra hasta llegar bajo el árbol  donde vivía.
Canga estaba a punto de llamarla cuando volviò a quedarse boquiabierta. y es que Cucaburra llevaba su bufanda en el pico.
-Cucaburra- la llamò-, ¿què crees que estás haciendo?
-Estoy forrando mi nido- mascullò Cucaburra, porque tenìa un montón de plumas rayadas en el pico-. Y te agradecería que me dejaràs hacerlo tranquila- añadiò con voz ahora mas clara, puesto que habìa llegado al nido y estaba disponiendo ya las plumas cuidadosamente en su interior.
La pobre Canga se sintió aùn màs abochornada. ¿ Còmo  podìa haber confundido su bufanda con aquellas plumas? Se fue de allì brincando y se adentrò aùn màs en el monte. Al cabo de un rato llegò a una llanura y vio a Emù corriendo con sus polluelos a cuestas. Al pasar ante ella, Canga volvìo a quedarse boquiabierta... porque Emù habìa utilizado su bufanda para arropar a sus polluelos.
Emù- le dijo Canga-, què crees que estàs haciendo?
-Pongo mis polluelos a salvo le contestò Emù, alzando la vista hacia el cielo y dandose prisa-. Y tu deberìas hacer lo mismo- añadiò.
 Entonces Canga se diò cuenta de que lo que había pensado que era su bufanda no eran màs que los polluelos rayados de Emù.
La pobre Canga sintió un ataque de vergüenza. ¿Còmo podìa haber cometido aquel error? Entonces notò unas gotas de lluvia en la nariz y, al mirar hacia el cielo, vio un enorme nubarròn negro sobre ella. No habìa tiempo que perder: tenìa que buscar cobijo.
 Corrió a refugiarse  bajo los àrboles que bordeaban la llanura y pronto llegò junto a un arroyo. Caminò por la orilla, con frìo, empapada, cansada y triste. Al cabo de un rato se tumbò en la hierba mojada junto al riachuelo e intentò dormirse. Estaba tiritando de frìo y se preguntaba como estarìa Marsu y si se estarìa portando bien. Esperaba que no hubiera hecho ninguna diablura.
Entonces alguien le dio una palmadita en el hombro. Al volver la vista vio a Ornitorrinca.
 -Te he oìdo desde mi madriguera, que està allì- le dijo, señalando hacia un agujero que habìa junto al arroyo-. He pensado que esto podrìa irte bien para calentarte- añadiò
-¡Mi bufanda!- exclamò Canga.
-¡Vaya! No sabìa que era tuya-le dijo la Ornitorrinca-. La he utilizado como manta para mis pequeños- Hace mucho frìo y mucha humedad en mi madriguera, ¿sabes?- añadiò con tristeza.
-¿Dònde la encontraste?-le pregunto Canga.
-Se habìa quedado enganchada a unas zarsas y sè que no deberìa haberla cogido, pero pensè que me irìa muy bien para mantener a mis pequeños calentitos- contestò Ornitorrinca entre sollozos.
-Vamos- la animò Canga- NO llores. Quèdate con la bufanda. Tù la necesitas mas que yo.
 Ornitorrinca dejò de llorar y la mirò rebosante de alegrìa.
-Gracias- Le dijo.
-No, gracias a ti- contestò Canga-. He aprendido una buena lección: no hay por què disgustarse por una bufanda. He reñido con todas mis amigas por una tonterìa.

 Canga regresò a casa, pero tardò porque de camino se detuvo a disculparse ante todas sus amigas. Cuando les explicò lo ocurrido a Emù, Cucaburra y Koala, todas la perdonaron y, al llegar a casa, ya se sentía mucho mejor. Marsu estaba allì para recibirla.
-¿Què has hecho mientras estaba fuera?-Le preguntò.
-Te he hecho esto- le contestò èl y le regalò una bufanda.
Era una bufanda muy curiosa, hecha de ramitas, hierba y plumas, y a Canga le gustò muchísimo.
-¡Es mucho mejor que mi vieja bufanda!- dijo abrazando con cariño a Marsu.

sábado, 31 de mayo de 2014

Vicente el elefantito (Erwin Moser)

Había una vez un elefantito que nació muy pequeño.
¡No, él no era pequeño, era diminuto! Era tan diminuto, que casi no se le podía llamar elefante.
Sin embargo, tenía una trompa larga y unas orejas grandes y parecía un elefante. Después de todo, era un elefante.

Dos días después de nacer, el elefantito diminuto se perdió en la hierba.
Sus padres lo buscaron muy afanados, pero no lo encontraron más.
La manada de elefantes continuó su camino, y los padres del diminuto elefantito, tristemente, tuvieron que darse por vencidos en su búsqueda.

Vicente estaba acostado, durmiendo debajo de una hoja  grande. Cuando el sol estaba en lo alto, se despertó.
Vicente miró a su alrededor y se dio cuenta de que algo le faltaba. Él  no podía describir exactamente  qué era, pero de pronto se sintió muy solo en el mundo.

Vicente se levantó y empezó a buscar lo que le hacía falta. Entonces se encontró con una abeja que comía miel.
Le pareció que la abeja era muy parecida a él, ya que ella también tenía una trompa.
Lleno de alegría, Vicente se lanzó sobre ella, pero la abejita se asustó y salió volando.
Vicente se quedó mirándola decepcionado.
Él continuó su camino y llegó al bosque. Allí vio un caracol. Vicente enroscó su trompa y así se veía como un caracol.
-¡Hola!- le dijo con timidez, pero el caracol no salió de su casita. Entonces Vicente supo que tenía que irse y continuar su búsqueda.
Vicente se encontró con cuatro grillos y un sapo. Los cinco formaban un grupo de música.
-Ja, ja ¿quién eres tú?- le preguntó un grillo a Vicente.
-¿Puedes tocar música con tu larga trompa?
-No lo sé- respondió el elefantito.
-¡Intenta soplar!- exclamó el sapo-.Esa trompa se parece mucho a una trompeta.
Entonces Vicente sopló con su trompa y se escuchó un claro tono de trompeta.
¡Los grillos y el sapo estaban entusiasmados!
Precisamente les hacía falta una trompeta en el grupo.

Durante las siguientes semanas, Vicente anduvo con el grupo de músicos por todo el campo.
Tocaron música para matrimonios de mariposas y ofrecieron muchos conciertos nocturnos.
Vicente tocaba con su larga trompa y estaba feliz de estar con los músicos.
Él creyó que había encontrado lo que algún día había perdido.
Pero en la tercera semana se tuvo que separar de los grillos y el sapo.
su trompa era cada vez más fuerte. Tan fuerte, que ya no se escuchaba el silbido de los grillos ni el croar del sapo. ¡Vicente había crecido un poco más y por eso su trompeta sonaba tan fuerte!
se dio cuenta de que no podía seguir tocando con el grupo y se despidió de los músicos.
Vicente estaba triste, porque  estaba solo otra vez.
Continuó su camino hacia la estepa y se encontró con un nido de avestruz.
De lejos, los huevos de avestruz se veían como pequeños elefantes.
Pero no tenían trompa y tampoco podían hablar.
Vicente se acostó y se acomodó cerca de los huevos.
Después de un rato, continuó su camino. Llegó a un río, se sentó en la orilla y miró el agua con melancolía.
Dos ratones habían estado observando al elefantito.
-¿Por qué estás triste? - le preguntaron
-Ah, la verdad no lo sé- suspiró Vicente.
Entonces los ratones tomaron colores y pinceles y pintaron dibujos sobre la piel de Vicente.
-¡Los colores son buenos para animarse!- dijeron.
Vicente observó su imagen reflejan en el agua, pero eso tampoco ayudó.

Vicente continúo caminando por la orilla del río y vio un ave volando sobre el agua.
Vicente quería saber si él también podía volar sobre el agua y se subió a un árbol. Saltó del árbol y se lanzó al río.
Una tortuga lo salvó de ahogarse.
-Súbete sobre mi espalda- le dijo-. Y ahora cuéntame por qué te lanzaste al agua.
Entonces Vicente le contó todo lo que sabía sobre él mismo. Y lo que sabía era muy poco.
La tortuga era muy sabia y amable. Nadó con Vicente hasta la orilla del río, donde había una familia de cerditos.
 El señor y la señora cerdito no tenían hijos y se alegraron mucho cuando vieron que la tortuga les traía al elefantito. Vicente se sintió muy bien con los cerditos. Eran muy, muy cariñosos con él, y eso era lo que le estaba haciendo falta.
 ¡Además eran redondos y tenían orejas grandes y una trompa!
 No pasó mucho tiempo antes de que Vicente llamara "papá y mamá" a los dos cerditos.
 Él quería  quedarse con ellos para siempre.
A veces, en la noche, los cerditos hablaban de él.
-¿Debemos decirle que él no es nuestro hijo y que en realidad es un elefante?- preguntó el cerdito.
-No- respondió la señora cerdita después de pensar largo rato-.No, todavía no. Quizás más adelante, mucho más adelante.
 Pero pensándolo bien, eso no tenía ninguna importancia, ¿no es cierto?



lunes, 26 de mayo de 2014

El solteron de y la alubia (Shelley Fowles)

Érase una vez, hace mucho tiempo, un viejo solterón que vivía en un pueblecito de Marruecos.
Un día se compró un plato de alubias estofadas en el mercado. Justo cuando estaba terminando de comérselo, una alubia, la última, saltó del plato y se coló dentro del pozo.
-¡Eh, mi alubia, mi alubia1- gritó.

Del pozo surgió entonces un genio.
-¡A qué viene tanto escándalo?- preguntó.
-¡Quiero que me devuelvas mi alubia!
- protestó el hombrecito, muy enfadado.
-¡Por los pelos de la barba de mi abuela, cuanto alboroto por una mísera alubia!- exclamó el genio.
_Anda, toma esta olla mágica, pídele lo que quieras de comer y lo encontrarás dentro.
¡Pero deja de hacer ruido de una maldita vez!
Y diciendo esto volvió a zambullirse en el pozo.
-Olla, quiero un guiso de cordero con pasas y almendras - dijo el solterón sin mucha convicción.
Pero para asombro suyo, su deseo fue cumplido: un delicioso olor surgía del manjar que acaba de aparecer dentro de la olla.

Enseguida el buen hombre corrió a enseñar la olla maravillosa a todos sus vecinos, animándolos a que pidieran el plato que desearan. Y todos quedaban atónitos y encantados.Bueno, todos menos una vieja envidiosa.
"Esta noche cambiaré su olla mágica por una de las mías", pensó la mujeruca. "Y no se dará cuenta". Y así lo hizo.
Al día siguiente el solterón comprendió que, por mucho que se le pidiese, se le gritase o se le suplicase, la olla ya no iba a traer más comida.
Y se plantó delante del pozo.
-¡Hola! ¿Estás ahí? ¡Eh! ¡Oye, genio!- Gritaba sin parar el hombrecillo-. ¡Que ya no funciona la olla! ¡Que se ha estropeado! ¡Que si puedes darme otra!
El genio salió y miró la olla.
-Ésta no es la que yo te dí, y ya no me quedan más como aquella...¡No pensarás que las tengo repetidas! Mira, toma esta otra. Te dará todos los platos, copas y cubiertos que quieras- gruñó-. ¡Pero ahora déjame en paz! Y regresó al fondo del pozo con un humor de perros.

La nueva olla resultó ser aún mejor que la primera.
Traía todos los platos y vajillas que se le pidiesen, ya fuesen de oro puro, de plata o de fino cristal.
El solterón estaba tan  encantado que fue enseguida a contárselo a los vecinos.

Naturalmente, la vieja envidiosa volvió a robarle la olla. Sólo que esta vez, ni siquiera se molestó en cambiarla por otra.

De nuevo el solterón se presentó ante el pozo.
-¿Tú otra vez? aulló el genio irritado-. No digas nada, ya sé lo que te ha pasado. En el mercado no se habla de otra cosa. Mira, ésta es la última olla. ¿La vez? Pues toma. Tienes que llenarla de agua y mirar dentro. ¡Y que no se te ocurra volver por aquí!

El cascado solterón echó agua en la olla y miró en su interior.
 Lentamente comenzó a distinguir la imagen de la vieja envidiosa junto a las ollas que había robado.
El hombre fue corriendo a la puerta de su casa  y se puso a aporrearla.
-¡devuélveme las ollas, vieja bruja!
-¿con que vieja bruja, eh?- Le respondió ella con voz agria y chillona- ¡Pues nunca tendrás las ollas! ¡Porque son mías y sólo mías! ¿entiendes?
El solterón se quedó impresionado. ¡Que voz tan horrible! ¡Qué carácter tan espantoso! ¡Y que modales tan...tan...tan encantadores! ¡Pero si era estupendo! ¡Hacían una pareja perfecta! ¡Con qué pasión podrían gritarse el uno al otro!
-¡Oh, bruja insoportable, cásate conmigo!- exclamó-
¡Casémonos y así las ollas serán de los dos!
Así fue como el viejo y antipático solterón recuperó sus ollas y ganó una esposa. En la fastuosa boda
que celebraron, la comida que salía de una de las ollas era servida en la vajilla que salía de la otra.
Y celebró poder contaros que, desde entonces, sus gritos y sus peleas pueden oírse de un extremo de la ciudad al otro.

martes, 4 de febrero de 2014

Bemol Pispante, un ratón en el piano (Tony Amago / Nuria Rodriguez)

A Bemol Pispante le encantaba la música. Por eso el ratón Bemol vivía dentro de un piano. Era un lugar muy amplio, elegante y calentito, pero a Bemol lo que más le gustaba de si hogar era que cada día podía escuchar música durante horas.
El dueño del piano era un pianista que amaba su profesión, asi que se pasaba días enteros tocando y tocando. sonatas, rapsodias, partituras y demás piezas musicales sonaban dentro de la enorme sala y se escapaban por la ventana.

A Bemol le gustaba sentarse en un rincón tranquilo al final de la caja de resonancia y disfrutar las baladas de amor, y le gustaba también bailar entre los apagadores cuando el pianista tocaba una marcha.
 El pianista estaba contento con su piano. Tenía  un sonido espléndido y , sorprendentemente, hacía años que no tenía que afinarlo. Lo que el pianista no sabía era que, durante las noches, el pequeño Bemol se encargaba de tensar y afinar las cuerdas y de quitar el polvo que se acumulaba entre las teclas. A Bemol le gustaba tener su casa en buenas condiciones.

Algunas noches el ratoncillo se divertía patinando sobre la tapa del piano, y otras se las pasaba leyendo y memorizando las partituras que el pianista dejaba sobre el atril.

Para el resto de los ratones que vivían en la casa, Bemol era un loco. En lugar de los pequeños agujeros de la pared, prefería vivir en un piano. Eso era de locos. Además, el riesgo de ser descubierto por el pianista era enorme y, si al final esto ocurría, el hombre sabría que en su casa había ratones, y eso sería una desgracia para todos.

El Consejo de Ratón se reunió para tratar el asunto y llamar al orden al rebelde ratón.

-Bemol Pispante- dijo el ratón mas anciano de la casa-. Es nuestra decisión que a partir de esta misma noche abandones el piano como lugar de residencia. Pones en peligro al resto de la comunidad y eso no podemos permitirlo. de modo que tendrás que vivir aquí de todos modos.

Bemol intentó replicar, pero el anciano le cortó de inmediato:
-Bemol, no se hable mas, así debe hacerse. Sin embargo, te hemos te hemos preparado una de las cajas más cómodas del sótano; es de madera y está llena de ovillos de lana. Además, se encuentra en lo mas alto de la estantería, un lugar estupendo. Si quieres ser miembro de esta comunidad tendrás que aceptar nuestras decisiones.
 Bemol podía estar loco, pero era un ratón bueno, de manera que aceptó pensando en el bien de todos.

La caja era una maravilla, cómoda y bien situada. Para darle la bienvenida, el resto de los ratones  había dejado tres pedacitos de queso. Pero Bemol estaba triste, ¡cómo  echaba de menos su piano! La primera noche se comió un cachito de queso y con los otros dos que sobraban se hizo unos tapones para las orejas. Y funcionó, no escuchó nada en toda la noche y pronto se quedó dormido.

Al día siguiente, cuando le entró el hambre, se comió otro de los tapones de queso.
Al poco rato, las notas de una preciosa melodía que llegaba desde la sala de música de solaron por su oído derecho. Bemol  sintió unas ganas horribles de correr en dirección al sonido, pero apretó los dientes y se tapó la oreja con la mano. Así se pasó el día entero, con una mano y un trozo de queso tapándole las orejas.

El tercer día el pequeño Bemol se comió el último pedazo de queso y de esta forma se quedó sin tapones. Entonces, y desde la lejanía de la sala de música, llegaron hasta sus oídos las primeras notas de la Fantasía de Kortakowosky, sin duda la pieza más hermosa y compleja de toda la música escrita para piano.
 Su primera reacción fue taparse de nuevo las orejotas, pero sin darse cuenta comenzó a tararearla. Entonces retiró una mano, luego la otra y sin poder evitarlo salió corriendo escaleras arriba en dirección a la sala de música.

Atravesó varios tabiques, ascendió por una tubería y llegó hasta un pequeño agujero en la pared de la sala de música. Y allí estaba el pianista interpretando aquella maravillosa pieza.
-Tengo que llegar hasta allí- Pensó bemol.
Y sin dudar un segundo se puso a correr en dirección al piano exponiéndose a ser descubierto.

Pero Bemol tuvo suerte y llegó hasta las enormes patas del piano sin ser visto. El pianista estaba ensimismado moviendo vertiginosamente las manos sobre las teclas. El ratoncillo trepó por el piano y se escondió justo detrás del atril. Ese sería el lugar perfecto para disfrutar del concierto. ¡Qué magnifica vuelta a casa, en primera fila escuchando la Fantasía Kortakowsky!

La música era cada vez mas compleja; el pianista estaba sudando de lo lindo para llegar a todas las notas. El pequeño Bemol seguía detrás del atril moviendo sus deditos sobre el teclado imaginario. Y llegó el último movimiento, el más complicado. Ningún pianista había sido capaz de interpretarlo correctamente después del propio Kortakowsky. Bemol tomó aire y se dispuso a escuchar la parte final. Las notas se multiplicaron por diez, cada vez mas deprisa, cada vez mas hermosas.
 Y entonces, al final de la escala más difícil, ocurrió: una nota fuera de lugar sonó como el chirrido de una puerta en mitad de la melodía.
-¡Maldición, no es así!- gritó el pianista dando un puñetazo sobre el teclado.
-Jamás podré alcanzar estas notas.
Bemol se quedó inmóvil cruzando los dedos mientras repetía la escala en su pequeña cabeza. Entonces el pianista respiró hondo y dijo:
-Está bien, lo intentaré de nuevo.
Y comenzó  otra vez el último movimiento.
Sus manos fueron acariciando las teclas cada vez mas deprisa, en verdad permanecían montones de mariposas volando enloquecidas. Bemol seguía con los dedos cruzados pensando en cada nota, en casa tecla justo antes de que el pianista las tocara. Y entonces volvió a ocurrir: dos notas se cambiaron de sitio y el resultado fue un sonido tan desagradable como un pellizco en el moflete. Esta vez fue Bemol el que gritó:
-¡Maldición!- y de inmediato se tapó la boca asustado. Pero el pianista no le oyó, se había puesto a caminar por la sala murmurando enfadado.
Además, la voz de los ratones no es gran cosa.

El hombre volvió a sentarse mientras murmuraba:
-Muy bien, último intento.
Bemol seguía escondido pero cuando empezaron a sonar las notas supo que no podría concentrarse. El pianista estaba apunto de llegar al mismo compás que antes hiciera fallar cuando el ratoncito salió de detrás del atril y, con un certero salto, fue a caer exactamente sobre la nota que se le resistía al pianista.
Entonces el músico dejó de tocar y el pequeño ratón pensó que sería su fin.

Bemol no podía creer lo que acaba de hacer. Estaba encima de una tecla tapándose los ojos esperando que un puño le convirtiera en una tortilla y, lo que era peor, acababa de poner en serio peligro al resto de los ratones. Entonces, ante su sorpresa, el hombre habló:
-Muy bien ratón, te importaría repetirlo?
Bemol asisntió rápidamente con la cabeza. El pianista comenzó de nuevo a tocar y el pequeño roedor saltó y saltó sobre las teclas exactamente en el momento justo.

Así estuvieron toda la tarde, tocando entre los dos la pieza para piano mas complicada y hermosa que jamás se haya escrito. Entonces el hombre comprendió el secreto de la Fantasía Kortakowsky: había sido escrita para ser tocada por un pianista y un ratón. Y así lo hicieron a partir de entonces.

De modo que, si alguna vez tenéis la suerte de asistir a un recital de piano, fijaos en si un pequeño ratón salta de tecla en tecla entre las manos del pianista. Así sabréis  que están tocando la Fantasía Kortakowsky para pianista y ratón  Kortakowsky.



miércoles, 20 de noviembre de 2013

En el desvan (por Hiawyn Oram / Satoshi Kitamura)

Yo tenía un millón de juguetes y me aburría.
Subí al desván.
Y entré.
El desván estaba vacío. ¿O no?
Descubrí una familia de ratones y una colonia de escarabajos, y un lugar fresco
y tranquilo para descansar y pensar.

















Conocí a una araña y tejimos una telaraña.
Abrí una ventana que abría otras ventanas.
Descubrí un viejo motor y lo hice funcionar.
Salí a buscar con quien compartir lo que había encontrado,
y encontré un amigo.
Mi amigo y yo descubrimos un juego que podía durar para
siempre porque cambiaba todo el tiempo.

Bajé del desván y le conté a mamá dónde había
estado metido todo el día.
-Pero nosotros no tenemos desván- me dijo.

Bueno ella no puede saberlo, ¿o si?
Ella no ha encontrado la escalera.