Yo tenía un millón de juguetes y me aburría.
Subí al desván.
Y entré.
El desván estaba vacío. ¿O no?
Descubrí una familia de ratones y una colonia de escarabajos, y un lugar fresco
y tranquilo para descansar y pensar.
Conocí a una araña y tejimos una telaraña.
Abrí una ventana que abría otras ventanas.
Descubrí un viejo motor y lo hice funcionar.
Salí a buscar con quien compartir lo que había encontrado,
y encontré un amigo.
Mi amigo y yo descubrimos un juego que podía durar para
siempre porque cambiaba todo el tiempo.
Bajé del desván y le conté a mamá dónde había
estado metido todo el día.
-Pero nosotros no tenemos desván- me dijo.
Bueno ella no puede saberlo, ¿o si?
Ella no ha encontrado la escalera.
He descubierto que me "encantan" los cuentos, es por eso que he decidido transcribirlos para que otros puedan contarlos....
miércoles, 20 de noviembre de 2013
En el desvan (por Hiawyn Oram / Satoshi Kitamura)
lunes, 18 de noviembre de 2013
Ruiseñor (por: Benjamín Lacombe / Sébastien Rerez)
Aquella mañana, don Jacobo estaba aspirando el perfume de las flores,
cuando un grupo de niños del campamento fueron a interrumpirlo.
El intendente recibió aquel griterío con su sonrisa habitual.
De puntillas y entre grandes aspavientos, Hugo, Rosa, Francisco y todos los demás le pusieron en las narices unos trozos de papel garabateados que acababan de encontrar: La encantadora
chiquillería empujaba con tanta insistencia que, al final, don Jacobo tropezó y se encontró patas arriba en medio de un montón de papeles esparcidos.
Los recogió y se quedó unos instantes perplejo ante aquellos recortes de papel pintado que, al parecer, formaban un puzle. Después, decidió componerlos hasta que por fin pudo leer algunas frases.
Los niños lo miraban con los ojos como platos.
Vaya Hugo, ¡ parece que tienes un admirador secreto!- exclamó don Jacobo cuando terminó de leer.
Hugo hinchó el pecho y, con paso decidido, se dirigió hacia sus amigos; les sacaba a todos una cabeza.
-Di, Rosa, ¿no serás tú la que firma los papeles con una R?- preguntó Hugo con tono inquisidor a la pelirroja de los dientes de acero.
-¡Fero qué difef, Hugo! Fi yo eftaba con vofotrof...Fregúntale a Fulia fi no me creef.
Un alegre canturreo, parecido al de un pinzón, se mezclaba con las conversaciones.
De vuelta a la casa, cada quien buscó de qué pared procedía su papel.
-El mío viene de aquí- exclamó alegremente el pequeño Franki.
¿Seguro, Franki cuatro ojos? preguntó Hugo, y provocó las risas de todos los presentes.
Puede que sea un cuatro ojos, pero he sido el primero en encontrarlo- murmuró.
La alegre pandilla recorría la casa de brinco en brinco. Todos los niños estaban emocionados con aquel fabuloso juego de papeles. Don Jacobo corría tras de ellos, intentando que entraran en razón:
-Vamos, niños, tenemos cosas mejores que hacer. Es hora de ir a la playa.
Don Jacobo disfrutaba de esa primera lección de equitación que se desarrollaba por la tarde en la playa.
Sin embargo, los niños, tenían la cabeza en otro sitio.
Se observaban los unos a los otros y se preguntaban cuál de ellos sería el misterioso poeta.
De pronto, don Jacobo se desplomó desde lo alto de su montura, lo que les sacó de su ensoñación.
Con el rostro lleno de arena, el intendente trató de dar la caza a su caballo, que se escapaba al galope.
Los niños soltaron una carcajada al ver al intendente correr tras el caballo. Y cuando Francisco
lanzó un primer puñado de arena sobre Julia y su maleta color zanahoria, la situación degeneró en una batalla campal.
-Calma, niños calma- intervino Jacobo.
El juego de pistas continuó un tiempo. Julia, la guapa artista desgreñada, y Francisco que leía por la noche bajo las sábanas, fueron los siguientes victimas.
Y después, poco a poco, casi todos los niños del campamento recibieron un poema.
El misterio se hacía cada vez mas impenetrable.
Un día, el suelo de la entrada apareció decorado con una flecha de arena señalaba hacia la playa.
-¡Qué chulo! Un camino de flechas- exclamó Hugo, que salió corriendo a toda prisa, con todos los miembros del campamento pisándole los talones.
En las casetas de la playa se veían, pegados a toda prisa, varios papeles pintados.
Don Jacobo arrancó algunos de los fragmentos.
-¡Pero si pone lo mismo en todos!- exclamó extrañado.
Las tablas estaban cubiertas de pétalos de flores, cuyo aroma se mezclaba con el olor
a polvo y a papeles viejos .
Un embriagador perfume lo impregnaba todo.
Los niños, con gran expectación, se hundieron en las amplias butacas y poco a poco guardaron silencio.
A algunos les colgaban las piernas en el asiento. En primera fila, don Jacobo observaba con todo detalle el increíble decorado.
Se hizo un silencio sepulcral.
En ese momento, un chico asomó tímidamente la cabeza detrás del telón y salió al escenario con paso inseguro.
Por la sala se propagó un susurro generalizado.
-¡Tú lo conoces?- preguntó Francisco.
-No se quién es- respondió Hugo.
-¡No lo he vifto jamáf!- replicó rosa.
-¡estaba en el campamento?- inquirió Franki.
El chico se quedó quieto hasta que reinó de nuevo la calma. Entonces, subió los hombros,
llenó el estomago de aire y entonó su primera nota...
Saludó y animado por una salva de aplausos, empezó a cantar otra canción, y luego otra...
Y dejó a su público con la boca abierta.
Desde ese día, no vamos a decir que el joven cantante se volvieron tan hablador como una cotorra, pero sí que encontró compañeros de vuelo y demostró que se había ganado su bonito apodo: Ruiseñor.
cuando un grupo de niños del campamento fueron a interrumpirlo.
El intendente recibió aquel griterío con su sonrisa habitual.
De puntillas y entre grandes aspavientos, Hugo, Rosa, Francisco y todos los demás le pusieron en las narices unos trozos de papel garabateados que acababan de encontrar: La encantadora
chiquillería empujaba con tanta insistencia que, al final, don Jacobo tropezó y se encontró patas arriba en medio de un montón de papeles esparcidos.
Los recogió y se quedó unos instantes perplejo ante aquellos recortes de papel pintado que, al parecer, formaban un puzle. Después, decidió componerlos hasta que por fin pudo leer algunas frases.
Los niños lo miraban con los ojos como platos.
Tiene buen juicio, sin artificio.
As del balón, un campeón.
Guasón, jocoso, burlón, gracioso,
¡un gran chistoso!
Sube una falda, silba de espalda,
toda ternura, su travesura.
Correr, reír, ser muy feliz.
¡Hugo es así!
R.
Vaya Hugo, ¡ parece que tienes un admirador secreto!- exclamó don Jacobo cuando terminó de leer.
Hugo hinchó el pecho y, con paso decidido, se dirigió hacia sus amigos; les sacaba a todos una cabeza.
-Di, Rosa, ¿no serás tú la que firma los papeles con una R?- preguntó Hugo con tono inquisidor a la pelirroja de los dientes de acero.
-¡Fero qué difef, Hugo! Fi yo eftaba con vofotrof...Fregúntale a Fulia fi no me creef.
Un alegre canturreo, parecido al de un pinzón, se mezclaba con las conversaciones.
De vuelta a la casa, cada quien buscó de qué pared procedía su papel.
-El mío viene de aquí- exclamó alegremente el pequeño Franki.
¿Seguro, Franki cuatro ojos? preguntó Hugo, y provocó las risas de todos los presentes.
Puede que sea un cuatro ojos, pero he sido el primero en encontrarlo- murmuró.
La alegre pandilla recorría la casa de brinco en brinco. Todos los niños estaban emocionados con aquel fabuloso juego de papeles. Don Jacobo corría tras de ellos, intentando que entraran en razón:
-Vamos, niños, tenemos cosas mejores que hacer. Es hora de ir a la playa.
Don Jacobo disfrutaba de esa primera lección de equitación que se desarrollaba por la tarde en la playa.
Sin embargo, los niños, tenían la cabeza en otro sitio.
Se observaban los unos a los otros y se preguntaban cuál de ellos sería el misterioso poeta.
De pronto, don Jacobo se desplomó desde lo alto de su montura, lo que les sacó de su ensoñación.
Con el rostro lleno de arena, el intendente trató de dar la caza a su caballo, que se escapaba al galope.
Los niños soltaron una carcajada al ver al intendente correr tras el caballo. Y cuando Francisco
lanzó un primer puñado de arena sobre Julia y su maleta color zanahoria, la situación degeneró en una batalla campal.
-Calma, niños calma- intervino Jacobo.
El mensajero había vuelta a dar el golpe durante la noche, y esta vez describía a don Jacobo. Hugo no salía de su asombro
"¡Increíble!- pensaba Hugo-.¡Y eso que ha espiado a todo el mundo!.
Gran andarín y soñador.
Tiene un sinfín de buen humor.
Siempre risueño con los pequeños,
por sus trastados nunca se enfada.
Juega a las pistas alegremente.
Sabio y paciente, nuestro intendente.
R.
El juego de pistas continuó un tiempo. Julia, la guapa artista desgreñada, y Francisco que leía por la noche bajo las sábanas, fueron los siguientes victimas.
Y después, poco a poco, casi todos los niños del campamento recibieron un poema.
El misterio se hacía cada vez mas impenetrable.
Un día, el suelo de la entrada apareció decorado con una flecha de arena señalaba hacia la playa.
-¡Qué chulo! Un camino de flechas- exclamó Hugo, que salió corriendo a toda prisa, con todos los miembros del campamento pisándole los talones.
En las casetas de la playa se veían, pegados a toda prisa, varios papeles pintados.
Don Jacobo arrancó algunos de los fragmentos.
-¡Pero si pone lo mismo en todos!- exclamó extrañado.
Hay palabras
que debe decir uno mismo.
Cita en el viejo
teatro abandonado...
R.
El mensaje era inequívoco. Todos los niños salieron corriendo hacia el teatro; competían por ver quién llegaba primero. Dentro del edificio, el escenario estaba vacío. Las velas iluminaban débilmente el pesado telón, que caía en cascada.Las tablas estaban cubiertas de pétalos de flores, cuyo aroma se mezclaba con el olor
a polvo y a papeles viejos .
Un embriagador perfume lo impregnaba todo.
Los niños, con gran expectación, se hundieron en las amplias butacas y poco a poco guardaron silencio.
A algunos les colgaban las piernas en el asiento. En primera fila, don Jacobo observaba con todo detalle el increíble decorado.
Se hizo un silencio sepulcral.
En ese momento, un chico asomó tímidamente la cabeza detrás del telón y salió al escenario con paso inseguro.
Por la sala se propagó un susurro generalizado.
-¡Tú lo conoces?- preguntó Francisco.
-No se quién es- respondió Hugo.
-¡No lo he vifto jamáf!- replicó rosa.
-¡estaba en el campamento?- inquirió Franki.
El chico se quedó quieto hasta que reinó de nuevo la calma. Entonces, subió los hombros,
llenó el estomago de aire y entonó su primera nota...
Siempre que paseo veo
gente, ruido y ajetreo.
Sin palabras si emoción,
nunca llamo la atención.
Siempre solo y apartado,
con el corazón aislado.
Ante el ministerio y lo incierto,
me gusta soñar despierto.
Papelitos de amistad,
mi invitación transportad.
Canturreo en mi menor,
me llaman el Ruiseñor.
Saludó y animado por una salva de aplausos, empezó a cantar otra canción, y luego otra...
Y dejó a su público con la boca abierta.
Desde ese día, no vamos a decir que el joven cantante se volvieron tan hablador como una cotorra, pero sí que encontró compañeros de vuelo y demostró que se había ganado su bonito apodo: Ruiseñor.
lunes, 11 de noviembre de 2013
La Ceiba (por: Rina Singh / Helen Cann)
Hace muchos años, muchos años, en la selva guatemalteca crecía una ennorme ceiba. La selva era tan frondosa que, una vez dentro, no se veía el cielo. Tan sólo se veían árboles, y el suelo del bosque cubierto de una gruesa capa de hojas secas y mojadas.
En la selva habían más ceiba, pero ninguna tan majestuosa como aquella. Era el árbol más alto y ás grande de todo el bosque. Era tan alto que era imposible ver su copa porque ésta se abría por encima del dosel que formaban los demás árboles y dominaba la selva como si fuera un paraguas gigante. Era tan colosal que la base del tronco medía veinte brazas y las ramas parecía que tocaban el cielo.
Los habitantes de aquella parte del mundo creían que los espíritus de los muertos viajaban por las ramas de aquel árbol para alcanzar el cielo. También corrían rumores de que pasaban otras cosas. Decían entre susurros que hahía almas que no habían conseguido nunca llegar al cielo y se habían quedado atrapadas dentro del tronco de la enorme ceiba. los atormentados espíritus se retorcían y enrollaban por sus ramas. Aquel bosque mágico y además estaba embrujado.
Los habitantes de un pueblo llamado Choco Machacas, que estaba justo en la entrada de la selva, decían que quien intentaba entrar en ella a lo mejor no salía nunca más. Los afortunados que lograban regresar portaban flores salvajes y frutas que tenáin propiedad mágicas para curar enfermedades. Incluso algunos volvían con unas hormigas capaces de cerrar y cicatrizar heridas que parecían incurables.
En Choco Machacas vivía una joven llamada Rio. Era tan bonita como el río que le había prestado el nombre.
Su mirada era tan profunda como las aguas de la corriente y tenía cautivados a todos los muchachos, que intentaban complacerla haciéndole regalos y afreciendose para casarse con ella. Pero Río no parecía tener prisa por tomar una decisión. Uno de sus admiradores, Vidal, se resistía a ser rechazado y no se cansaba de preguntarle qué podía hacer para demostrarle su amor.
Un día que Río volvía de su cabaña, el joven la detuvo y le dijo:
-Deja de jugar con mi corazón, Río, ya sabes que te pertenezco. ¿Qué quieres que haga para demostrártelo? Sorprendida por la repentina aparición, la muchacha le dijo lo primero que se le ocurrió.
- Ve al bosque, busca la gran ceiba y tráeme dieciocho frutos y dieciocho flores.
Era el sueño de todas las chicas lavarse con el néctar de aquellas flores rellenar la almohada con las semillas de sus frutos. El néctar prometía una piel fina y sedosa y decían que las semillas propiciaban hermosos sueños.
La muchacha esperaba que Vidal dudara; pensó que la selva le daría miedo y que se echaría para atrás como todos los demás jóvenes, pero Vidal se quedó dormido inmóvil como un árbol.
-Dentro de un mes- añadió la chica- ya habrán pasado las lluvias y el árbol florecerá y dará frutos. Te lo advierto: el olor de las flores es tan nauseabundo que es insoportable, pero si a pesar de eso me traes las flores y los frutos, seré tuya.
Dicho esto, Río entró a su cabaña. Vidal se quedó afuera sin entender por qué Río, con lo guapa que ya era, quería lavarse con el néctar de aquellas flores. Pero si era lo que Río deseaba, él se lo traería. En el momento en que se daba vuelta para marcharse, Río salió de la cabaña y añadió un consejo: "¡Ten cuidado con los murciélagos, Vidal!".
El muchacho se fue y esperó a que pasara la estación de la lluvia. Siguió lloviendo lo largo de los días y de las noches y cada vez se sentía mas inquieto.
Sus amigos se lo advirtieron: "No vayas, Vidal. El bosque te engullirá". Los ancianos también le avisaron: "Los espíritus de los árboles no dejarán que regreses nunca más".
Pero Vidal sólo tenía una cosa en la cabeza: casarse con Río. Un día, al levantarse, vio que el cielo estaba azul, sin una sola nube. Cogió un saco de cáñamo y empezó a andar hacia el bosque. Al adentrarse oyó los tucanes y los guacamayos que habitaban en las copas de los árboles. Entonces, durante un rato, el bosque se quedó en silencio. Los monos cara de araña y los osos hormigueros lo observaron desconfiados. Las serpientes de los árboles, los perezosos y las ranas detuvieron toda actividad para mirar al intruso. Cuando vieron que no llevaba ninguna cerbatana y que no mostraba interés alguno por hacerles daño, lo ignoraron y retomaron sus actividades. En el bosque no habían caminos y por muchos que se esforzaba en abrirse paso a entre los árboles no llegaba a ningún sitio. Al cabo de horas y más horas, por fin se encontró ante un árbol gigante. Miró hacia arriba y sintió un estremecimiento. Sin duda aquella era la ceiba que buscaba. Se sintió como si estuviera en presencia de un poderoso espíritu. Volvió a mirar para arriba y vio que los rayos del sol todavía penetraban por entre los árboles. Las flores del árbol no se abrirían hasta que el sol se hubiera puesto, y como estaba cansado de tanto caminar y de tanto calor se puso el saco debajo de la cabeza y se durmió.
Un olor repugnante y unos chillidos lo despertaron, y vio horrorizado cómo centenares de murciélagos chupaban el néctar de las flores blancas. Las serpientes de los árboles se habían disfrazado de hiedra y esperaban inmóviles para atrapar a los murciélagos. Vidal se quedó agachado en el suelo. Abrió el saco que llevaba colgado y empezó a coger los frutos y las flores caídas por el suelo.
-¡Quieto! Debes marcharte ahora del bosque.
Vidal miró a su alrededor para ver quien le había dirigido la palabra, pero no vio más que serpientes y murciélagos. Debía de haber sido su imaginación, se dijo, o tal vez el calor se le había subido a la cabeza.
Volvió a agacharse para recoger más flores mientras los murciélagos se cernían sobre su cabeza. Los murciélagos no le matarían, rara vez atacaban a los humanos, pensó. Y los espíritus estaban atrapados dentro del tronco.
¿Qué daño podían hacerle? Sin embargo, sintió las piernas pesadas y apenas podía moverlas. Era un ataque de pánico, soltó el saco y se acurrucó abrazándose las rodillas. Algo más calmado, sintió que la sangre volvía a circularle por las piernas. Se notó un poco mareado y se apoyó en el árbol para no caerse. Entonces volvió a coger el saco y empezó a contar los frutos: cinco, seis, siete. Quería salir del bosque lo antes posible.
Sintió otra vez que las piernas le pesaban. Intentó sacudirlas pero era como si hubiera echado raíces en el suelo del bosque. Debía de ser cosa de los espíritus que se escondían en el interior del árbol.
-¡Dejadme marchar!- les pidió.
-Deja el saco y vete- dijeron los espíritus-. Ésta es la última oportunidad que te damos. Aléjate del bosque. Te prohibimos que te lleves ningún fruto ni ninguna flor.
Pero Vidal no podía irse y presentarse ante su amada sin los obsequios que le habían prometido. Prefería morir en la selva que decepcionar a la joven Río. Cogió el saco con más fuerza todavía y sintió las piernas más pesadas.
-¿Dejadme que me vaya!- suplicó.
Los espíritus del árbol no dijeron nada más, pero Vidal ya no podía moverse. Miró hacia abajo y vio, aterrorizado, que la mitad inferior de su cuerpo se había convertido en corteza y que poco a poco sus brazos se iban volviendo hiedra. Se le cayó el saco al suelo y todos los frutos y las flores se desparramaron.
Por el pueblo corrió la voz de que los espíritus del árbol habían devorado a Vidal. Cuando la noticia del sacrificio del muchacho llegó a la joven, ésta se entristeció profundamente. ¿Cómo había podido ser tan injusta con el hombre que la amaba tanto? Sin decir ni una palabra a nadie, se adentró en el bosque para ir en busca de Vidal. Anduvo un día y una noche sin parar, hasta que finalmente se encontró ante la gran ceiba.
Cuando miró hacia arriba, también ella sintió un estremecimiento porque nunca había visto un árbol tan magnifico. Entonces, vio a Vidal convertido en madera. Río cayó de rodillas y se puso a llorar. Les suplicó a los espíritus del árbol que lo liberaran y que la hicieran prisionera a ella.
Quizás fueron sus lágrimas o tal vez el amor que sentía lo que conmovió a los espíritus, porque poco a poco la madera se fue convirtiendo en carne y Vidal volvió a la vida.
Río lloraba de alegría y juntos rehicieron el camino para no salir del bosque, pero no sin haber abrazado al árbol y haberse prometido el uno al otro que serían fieles el resto de su vida.
En la selva habían más ceiba, pero ninguna tan majestuosa como aquella. Era el árbol más alto y ás grande de todo el bosque. Era tan alto que era imposible ver su copa porque ésta se abría por encima del dosel que formaban los demás árboles y dominaba la selva como si fuera un paraguas gigante. Era tan colosal que la base del tronco medía veinte brazas y las ramas parecía que tocaban el cielo.
Los habitantes de aquella parte del mundo creían que los espíritus de los muertos viajaban por las ramas de aquel árbol para alcanzar el cielo. También corrían rumores de que pasaban otras cosas. Decían entre susurros que hahía almas que no habían conseguido nunca llegar al cielo y se habían quedado atrapadas dentro del tronco de la enorme ceiba. los atormentados espíritus se retorcían y enrollaban por sus ramas. Aquel bosque mágico y además estaba embrujado.
Los habitantes de un pueblo llamado Choco Machacas, que estaba justo en la entrada de la selva, decían que quien intentaba entrar en ella a lo mejor no salía nunca más. Los afortunados que lograban regresar portaban flores salvajes y frutas que tenáin propiedad mágicas para curar enfermedades. Incluso algunos volvían con unas hormigas capaces de cerrar y cicatrizar heridas que parecían incurables.
En Choco Machacas vivía una joven llamada Rio. Era tan bonita como el río que le había prestado el nombre.
Su mirada era tan profunda como las aguas de la corriente y tenía cautivados a todos los muchachos, que intentaban complacerla haciéndole regalos y afreciendose para casarse con ella. Pero Río no parecía tener prisa por tomar una decisión. Uno de sus admiradores, Vidal, se resistía a ser rechazado y no se cansaba de preguntarle qué podía hacer para demostrarle su amor.
Un día que Río volvía de su cabaña, el joven la detuvo y le dijo:
-Deja de jugar con mi corazón, Río, ya sabes que te pertenezco. ¿Qué quieres que haga para demostrártelo? Sorprendida por la repentina aparición, la muchacha le dijo lo primero que se le ocurrió.
- Ve al bosque, busca la gran ceiba y tráeme dieciocho frutos y dieciocho flores.
Era el sueño de todas las chicas lavarse con el néctar de aquellas flores rellenar la almohada con las semillas de sus frutos. El néctar prometía una piel fina y sedosa y decían que las semillas propiciaban hermosos sueños.
La muchacha esperaba que Vidal dudara; pensó que la selva le daría miedo y que se echaría para atrás como todos los demás jóvenes, pero Vidal se quedó dormido inmóvil como un árbol.
-Dentro de un mes- añadió la chica- ya habrán pasado las lluvias y el árbol florecerá y dará frutos. Te lo advierto: el olor de las flores es tan nauseabundo que es insoportable, pero si a pesar de eso me traes las flores y los frutos, seré tuya.
Dicho esto, Río entró a su cabaña. Vidal se quedó afuera sin entender por qué Río, con lo guapa que ya era, quería lavarse con el néctar de aquellas flores. Pero si era lo que Río deseaba, él se lo traería. En el momento en que se daba vuelta para marcharse, Río salió de la cabaña y añadió un consejo: "¡Ten cuidado con los murciélagos, Vidal!".
El muchacho se fue y esperó a que pasara la estación de la lluvia. Siguió lloviendo lo largo de los días y de las noches y cada vez se sentía mas inquieto.
Sus amigos se lo advirtieron: "No vayas, Vidal. El bosque te engullirá". Los ancianos también le avisaron: "Los espíritus de los árboles no dejarán que regreses nunca más".
Pero Vidal sólo tenía una cosa en la cabeza: casarse con Río. Un día, al levantarse, vio que el cielo estaba azul, sin una sola nube. Cogió un saco de cáñamo y empezó a andar hacia el bosque. Al adentrarse oyó los tucanes y los guacamayos que habitaban en las copas de los árboles. Entonces, durante un rato, el bosque se quedó en silencio. Los monos cara de araña y los osos hormigueros lo observaron desconfiados. Las serpientes de los árboles, los perezosos y las ranas detuvieron toda actividad para mirar al intruso. Cuando vieron que no llevaba ninguna cerbatana y que no mostraba interés alguno por hacerles daño, lo ignoraron y retomaron sus actividades. En el bosque no habían caminos y por muchos que se esforzaba en abrirse paso a entre los árboles no llegaba a ningún sitio. Al cabo de horas y más horas, por fin se encontró ante un árbol gigante. Miró hacia arriba y sintió un estremecimiento. Sin duda aquella era la ceiba que buscaba. Se sintió como si estuviera en presencia de un poderoso espíritu. Volvió a mirar para arriba y vio que los rayos del sol todavía penetraban por entre los árboles. Las flores del árbol no se abrirían hasta que el sol se hubiera puesto, y como estaba cansado de tanto caminar y de tanto calor se puso el saco debajo de la cabeza y se durmió.
Un olor repugnante y unos chillidos lo despertaron, y vio horrorizado cómo centenares de murciélagos chupaban el néctar de las flores blancas. Las serpientes de los árboles se habían disfrazado de hiedra y esperaban inmóviles para atrapar a los murciélagos. Vidal se quedó agachado en el suelo. Abrió el saco que llevaba colgado y empezó a coger los frutos y las flores caídas por el suelo.
-¡Quieto! Debes marcharte ahora del bosque.
Vidal miró a su alrededor para ver quien le había dirigido la palabra, pero no vio más que serpientes y murciélagos. Debía de haber sido su imaginación, se dijo, o tal vez el calor se le había subido a la cabeza.
Volvió a agacharse para recoger más flores mientras los murciélagos se cernían sobre su cabeza. Los murciélagos no le matarían, rara vez atacaban a los humanos, pensó. Y los espíritus estaban atrapados dentro del tronco.
¿Qué daño podían hacerle? Sin embargo, sintió las piernas pesadas y apenas podía moverlas. Era un ataque de pánico, soltó el saco y se acurrucó abrazándose las rodillas. Algo más calmado, sintió que la sangre volvía a circularle por las piernas. Se notó un poco mareado y se apoyó en el árbol para no caerse. Entonces volvió a coger el saco y empezó a contar los frutos: cinco, seis, siete. Quería salir del bosque lo antes posible.
Sintió otra vez que las piernas le pesaban. Intentó sacudirlas pero era como si hubiera echado raíces en el suelo del bosque. Debía de ser cosa de los espíritus que se escondían en el interior del árbol.
-¡Dejadme marchar!- les pidió.
-Deja el saco y vete- dijeron los espíritus-. Ésta es la última oportunidad que te damos. Aléjate del bosque. Te prohibimos que te lleves ningún fruto ni ninguna flor.
Pero Vidal no podía irse y presentarse ante su amada sin los obsequios que le habían prometido. Prefería morir en la selva que decepcionar a la joven Río. Cogió el saco con más fuerza todavía y sintió las piernas más pesadas.
-¿Dejadme que me vaya!- suplicó.
Los espíritus del árbol no dijeron nada más, pero Vidal ya no podía moverse. Miró hacia abajo y vio, aterrorizado, que la mitad inferior de su cuerpo se había convertido en corteza y que poco a poco sus brazos se iban volviendo hiedra. Se le cayó el saco al suelo y todos los frutos y las flores se desparramaron.
Por el pueblo corrió la voz de que los espíritus del árbol habían devorado a Vidal. Cuando la noticia del sacrificio del muchacho llegó a la joven, ésta se entristeció profundamente. ¿Cómo había podido ser tan injusta con el hombre que la amaba tanto? Sin decir ni una palabra a nadie, se adentró en el bosque para ir en busca de Vidal. Anduvo un día y una noche sin parar, hasta que finalmente se encontró ante la gran ceiba.
Cuando miró hacia arriba, también ella sintió un estremecimiento porque nunca había visto un árbol tan magnifico. Entonces, vio a Vidal convertido en madera. Río cayó de rodillas y se puso a llorar. Les suplicó a los espíritus del árbol que lo liberaran y que la hicieran prisionera a ella.
Quizás fueron sus lágrimas o tal vez el amor que sentía lo que conmovió a los espíritus, porque poco a poco la madera se fue convirtiendo en carne y Vidal volvió a la vida.
Río lloraba de alegría y juntos rehicieron el camino para no salir del bosque, pero no sin haber abrazado al árbol y haberse prometido el uno al otro que serían fieles el resto de su vida.
La escuela secreta de Nasreen (Por: Jeanette Winter)
Mi nieta, Nasreen, vive conmigo en Herat, una antigua ciudad de Afganistán.
Hubo un tiempo en el que allí florecieron el arte, la música y el saber.
Entonces llegaron los soldados y todo cambió.
El arte, la música y el saber desaparecieron. La ciudad se cubrió de nubes negras.
La pobre Nasreen se quedaba en casa todo el día, porque a las niñas les está prohibido
ir a la escuela. Los soldados talibanes no quieren que las niñas aprendan nada acerca del mundo, como su
mamá y yo lo hicimos cuando éramos pequeñas.
Una noche, los soldados vinieron a nuestra casa y se llevaron a mi hijo
sin ninguna explicación.
Esperamos su regreso durante muchos días y muchas noches.
Al final, la mamá de Nasreen, desesperada, salió a buscarle, aún sabiendo que
las mujeres y las niñas tenían prohibido salir solas a la calle.
La luna llena pasó muchas veces por nuestras ventanas, y Nasreen y yo seguíamos esperando.
Nasreen nunca decía una palabra.
Nunca sonreía.
Sólo se quedaba sentada, esperando a que papá y mamá regresaran.
Supe que tenia que hacer algo.
Había oído hablar de una escuela- una escuela secreta para niñas- detrás de una puerta verde en una calle cercana. Yo quería que Nasreen fuera a esa escuela secreta.
Quería que aprendiera sobre el mundo, como yo había hecho.
Quería que volviera a hablar.
Así que un día, Nasreen y yo apresuramos por las calles hasta que llegamos a la puerta verde.
Por suerte, no nos vio ningún soldado.
Llamé con suavidad.
La maestra abrió la puerta y entramos rápidamente.
Cruzamos el patio hacia la escuela, una habitación llena
de niñas en una casa particular.
Nasreen se sentó al fondo de la estancia.
Allah por favor, haz que abra sus ojos al mundo,
recé mientras la dejaba allí.
Nasreen no hablaba con las otras niñas.
No hablaba con la maestra. En casa permanecía en silencio.
Me preocupaba que los soldados descubrieran la escuela.
Pero las niñas eran listas. Entraban y salían a distintas horas para no despertar sospechas.
Y los niños, cuando veían a los soldados cerca de la puerta verde, los distraían.
Oí que un soldado un día aporreó la puerta exigiendo entrar.
Pero todo lo que encontró fue una habitación llena de niñas que leían el Corán,
lo que sí estaba permitido. Las niñas habían escondido sus deberes y habían
engañado al soldado.
Una de las niñas, Mina, se sentaba al lado de Nasreen todos los días. Pero nunca hablaban entre ellas.
Mientras las niñas aprendían, Nasreen permanecía encerrada en sí misma.
Yo estaba muy preocupada.
Cuando la escuela cerró por el largo descanso invernal,
Nasreen y yo nos sentábamos junto al fuego.
Los parientes nos daban toda la comida y la leña que podían compartir.
Echábamos de menos a su mamá y a mi hijo mas que nunca.
¿Sabríamos algún día que fue lo que ocurrió?
El día que Nasreen volvió a la escuela, Mina le susurró al oído:
Te he echado de menos.
¡Y Nasreen le contestó!: Yo también te he echado de menos.
Con esas palabras, las primeras desde que mamá salió en búsqueda de
su papá, Nasreen abrió su corazón a Mina.
Y sonrió por primera vez desde que se llevaron a su papá.
Por fin, poco a poco, día a día Nasreen aprendió a leer,
a escribir, a sumar y a restar.
Cada noche me enseñaba lo que había descubierto ese día.
Las ventanas del mundo se abrieron por fin a Nasreen en aquella pequeña aula de escuela.
Aprendió acerca de los artistas, escritores, sabios y místicos que, tiempo atrás, hicieron de Herat una bella ciudad.
Nasreen ya no se sentía sola.
El conocimiento que atesoraba en su interior le acompañará siempre, como un buen amigo.
Ahora ya puede ver el cielo azul que hay detrás de esas negras nubes.
En cuanto a mí, mi mente está en paz.
Sigo esperando a mi hijo y a su mujer.
Pero los soldados ya nunca podrán cerrar las ventanas que se han abierto para mi nieta.
Insha´Allah. (si Dios quiere)
Hubo un tiempo en el que allí florecieron el arte, la música y el saber.
Entonces llegaron los soldados y todo cambió.
El arte, la música y el saber desaparecieron. La ciudad se cubrió de nubes negras.
La pobre Nasreen se quedaba en casa todo el día, porque a las niñas les está prohibido
ir a la escuela. Los soldados talibanes no quieren que las niñas aprendan nada acerca del mundo, como su
mamá y yo lo hicimos cuando éramos pequeñas.
Una noche, los soldados vinieron a nuestra casa y se llevaron a mi hijo
sin ninguna explicación.
Esperamos su regreso durante muchos días y muchas noches.
Al final, la mamá de Nasreen, desesperada, salió a buscarle, aún sabiendo que
las mujeres y las niñas tenían prohibido salir solas a la calle.
La luna llena pasó muchas veces por nuestras ventanas, y Nasreen y yo seguíamos esperando.
Nasreen nunca decía una palabra.
Nunca sonreía.
Sólo se quedaba sentada, esperando a que papá y mamá regresaran.
Supe que tenia que hacer algo.
Había oído hablar de una escuela- una escuela secreta para niñas- detrás de una puerta verde en una calle cercana. Yo quería que Nasreen fuera a esa escuela secreta.
Quería que aprendiera sobre el mundo, como yo había hecho.
Quería que volviera a hablar.
Así que un día, Nasreen y yo apresuramos por las calles hasta que llegamos a la puerta verde.
Por suerte, no nos vio ningún soldado.
Llamé con suavidad.
La maestra abrió la puerta y entramos rápidamente.
Cruzamos el patio hacia la escuela, una habitación llena
de niñas en una casa particular.
Nasreen se sentó al fondo de la estancia.
Allah por favor, haz que abra sus ojos al mundo,
recé mientras la dejaba allí.
Nasreen no hablaba con las otras niñas.
No hablaba con la maestra. En casa permanecía en silencio.
Me preocupaba que los soldados descubrieran la escuela.
Pero las niñas eran listas. Entraban y salían a distintas horas para no despertar sospechas.
Y los niños, cuando veían a los soldados cerca de la puerta verde, los distraían.
Oí que un soldado un día aporreó la puerta exigiendo entrar.
Pero todo lo que encontró fue una habitación llena de niñas que leían el Corán,
lo que sí estaba permitido. Las niñas habían escondido sus deberes y habían
engañado al soldado.
Una de las niñas, Mina, se sentaba al lado de Nasreen todos los días. Pero nunca hablaban entre ellas.
Mientras las niñas aprendían, Nasreen permanecía encerrada en sí misma.
Yo estaba muy preocupada.
Cuando la escuela cerró por el largo descanso invernal,
Nasreen y yo nos sentábamos junto al fuego.
Los parientes nos daban toda la comida y la leña que podían compartir.
Echábamos de menos a su mamá y a mi hijo mas que nunca.
¿Sabríamos algún día que fue lo que ocurrió?
El día que Nasreen volvió a la escuela, Mina le susurró al oído:
Te he echado de menos.
¡Y Nasreen le contestó!: Yo también te he echado de menos.
Con esas palabras, las primeras desde que mamá salió en búsqueda de
su papá, Nasreen abrió su corazón a Mina.
Y sonrió por primera vez desde que se llevaron a su papá.
Por fin, poco a poco, día a día Nasreen aprendió a leer,
a escribir, a sumar y a restar.
Cada noche me enseñaba lo que había descubierto ese día.
Las ventanas del mundo se abrieron por fin a Nasreen en aquella pequeña aula de escuela.
Aprendió acerca de los artistas, escritores, sabios y místicos que, tiempo atrás, hicieron de Herat una bella ciudad.
Nasreen ya no se sentía sola.
El conocimiento que atesoraba en su interior le acompañará siempre, como un buen amigo.
Ahora ya puede ver el cielo azul que hay detrás de esas negras nubes.
En cuanto a mí, mi mente está en paz.
Sigo esperando a mi hijo y a su mujer.
Pero los soldados ya nunca podrán cerrar las ventanas que se han abierto para mi nieta.
Insha´Allah. (si Dios quiere)
viernes, 8 de noviembre de 2013
El deseo de Ruby (Por: Shirin Yim / Sophie Blackall)
Si os adentráis por las calles de cierta ciudad China, dejando atrás el mercado de
animales, con sus gorriones de Java en jaulas de bambú y sus pesces de colores y gálapagos en peceras de porcelana, llegaréis a una manzana de apartamentos. ahora vivien allí muchas familias, y el edificio está oscurecido por el paso del tiempoy la suciedad. Pero si miráis atentamente, os daréis cuenta de que hubo un tiempo en que aquello era una sola casa, el grandioso hogar de una única familia.
La casa fue construida por un anciano a su regreso de la Montaña de Oro. Así llamaban los chinos a california, cuando muchos se marchaban allí aquejados de la Fiebre del Oro y pocos regresaban. Pero como iba diciendo, este hombre regresó, y regresó muy rico. E hizo lo que los hombres ricos hacían en China de entonces:
Se casó con varias mujeres. Sus mujeres tuvieron varios hijos y estos se casaron a su vez con varias mujeres. Así hubo un momento en el que la casa se llenó con los gritos y las risas de mas de cien niños.
Entre tanta chiquillería, había una niña a la que llamaban Ruby porque le encantaba el color rojo. En China, el rojo es un color festivo. El año Nuevo, por ejemplo, los niños reciben sobres rojos llenos de dinero de la suerte. También las novias se visten de rojo el día de su boda. Pero Ruby quería ir de rojo todos los días del año. Si su madre le obligaba a ponerse ropa oscura, entonces la niña se ataba el pelo con lacitos rojos.
Con tantos nietos, el abuelo de Ruby decidió contratar a un profesor particular. Quien quisiera aprender, podría asistir a clases. Esto no era habitual en China de entonces, cuando la mayoría de las niñas no sabía ni leer ni escribir.
Se hacía buen tiempo, las clases se daban en el jardín. los ventanales del despacho del abuelo de Ruby daban justo allí y a él le gustaba asomarse para echar un vistazo a los niños.
Un día, el abuelo de Ruby miró por la ventana y descubrió que el gran muro blanco del jardín estaba cubierto con hojas caligrafiadas. Sus nietos habían estado practicando caligrafía. Algunos se habían puesto perdidos de tinta, y , al verlos, el abuelo de Ruby soltó una carcajada.
Un día se dio cuenta de que una de las hojas del muro era mejor que el resto. ¿Cuál de los nietos había realizado una caligrafía tan hermosa? Abajo, en el jardín, el profesor estaba felicitando a Ruby y las orejas de la niña se pusieron tan rojas como su chaquetilla.
Pero aunque Ruby era igual o mejor que sus primos varones, la niña debía trabajar mucho mas duro que ellos. Cuando los chicos terminaban sus deberes del día, podían ir a jugar. Pero las niñas tenían que aprender a cocinar y otras tareas del hogar. De hecho, según sus madres, esas eran las únicas tareas que merecían la pena aprender.
Una a una, todas las niñas, desanimadas, dejaron de ir a clases. Todas excepto Ruby ella dejaba su labor de costura para la noche, y a menudo, la vela de su cuarto seguía encendida muchas horas después de que el mundo se hubiera ido a la cama.
Un día, los niños tuvieron que escribir un poema. Ruby escribió:
Ah, ya mala es la suerte haber nacido niña; pero peor es nacer en esta casa donde sólo cuentan los niños.
El profesor quedó muy impresionado con las palabras de Ruby. Le enseñó el poema al abuelo, que muy preocupado hizo llamar a su despacho.
Ruby encontró a su abuelo sentado en una butaca, con su poema extendido sobre la mesa.
"¿Has escrito tú este poema?", le preguntó el abuelo.
"Si, abuelo", contesta la niña.
"¿ De verdad crees que en esta casa sólo nos importa los chicos?"
"Oh, no, abuelo," contestó Ruby, sintiendo mucho haber dado un disgusto a su abuelo. "Nos cuidáis muy bien a todos, y estamos muy agradecidos por ello".
"Pequeña Ruby", dijo el abuelo suavemente. "Realmente me gustaría saber por qué has escrito este poema.
¿Qué privilegios reciben aquí los niños?".
"Bueno", contestó la niña, intentando recordar algunas cosillas sin importancia, "en la fiesta de la Luna, por ejemplo, a los chicos siempre les dan el trozo de pastel de luna que tiene la yema de huevo".
"Mmm", dijo el abuelo, como si esperase algo más grave."¿Es verdad eso?"
"Si", siguió Ruby. "Y en la Fiesta del Farolillo, a las niñas nos dan un simple farol de papel, mientras que ellos tienen faroles rojos preciosos con formas de pez, gallo o dragón"
El abuelo de Ruby sonrió para sus adentros. No lo había pensado antes, pero era evidente cuánto le hubiera gustado a su nieta un farolillo rojo.
"Pero lo más importante...", dijo Ruby sin dejar de mirarse las zapatillas rojas, "...es que los chicos pueden ir a la universidad y en cambio nosotras tenemos que casarnos".
"¿No te quieres casar?", le preguntó el abuelo. "Ya sabes que eres afortunada, pues cualquier hombre querría casarse con una hija de esta casa".
"Lo sé, abuelo", dijo Ruby, "pero preferiría ir a la universidad".
El abuelo le acarició la cabeza:"Gracias, Ruby, por hablar conmigo. Sigue con tus clases y aprovéchalas todo lo que puedas".
Y eso hizo Ruby. Sus primos crecieron y algunos fueron a la universidad. Otros se quedaron en la casa y formaron sus propias familias. Pero las niñas, al hacerse mayores, se casaron y fueron enviadas a vivir a los hogares de sus maridos. Ruby sabía que pronto sería su turno. Faltaba poco para la llegada del Año Nuevo Chino y ella suponía que aquel sería su último año en casa. Bajo la fina capa de hielo del estanque, Ruby podía ver una carpa anaranjada intentando a duras penas respirar.
El Día de Año Nuevo, Ruby se puso sus zapatillas de terciopelo rojo y se recogió el pelo con lazos rojos. Quería felicitar el año a todo el mundo. Empezó por sus primos casados, luego sus padres, tíos, tías...Cada uno de ellos le entregaba un sobrecito rojo lleno de dinero de la suerte. Finalmente, Ruby
saludó con respeto a su anciano abuelo: "Buena suerte y prosperidad, Abuelo".
"Buena suerte, mi pequeña Rubby", contestó el abuelo. Y le entregó un gran sobre rojo.
Ruby podía sentir los ojos de todos clavados en ella mientras abría el sobre. ¿A que no adivináis lo que había adentro? No, no era dinero. ¡Era algo muchísimo mejor!.
El sobre contenía la carta de una universidad diciendo que Ruby había sido admitida para estudiar allí el próximo curso.
Y así fue como Ruby consiguió hacer realidad su deseo. Lo que os he contado sucedió de verdad hace mucho tiempo. ¿Qué cómo lo sé? Bueno, Ruby es mi abuela...
y sigue llevando algo rojo todos los días.
animales, con sus gorriones de Java en jaulas de bambú y sus pesces de colores y gálapagos en peceras de porcelana, llegaréis a una manzana de apartamentos. ahora vivien allí muchas familias, y el edificio está oscurecido por el paso del tiempoy la suciedad. Pero si miráis atentamente, os daréis cuenta de que hubo un tiempo en que aquello era una sola casa, el grandioso hogar de una única familia.
La casa fue construida por un anciano a su regreso de la Montaña de Oro. Así llamaban los chinos a california, cuando muchos se marchaban allí aquejados de la Fiebre del Oro y pocos regresaban. Pero como iba diciendo, este hombre regresó, y regresó muy rico. E hizo lo que los hombres ricos hacían en China de entonces:
Se casó con varias mujeres. Sus mujeres tuvieron varios hijos y estos se casaron a su vez con varias mujeres. Así hubo un momento en el que la casa se llenó con los gritos y las risas de mas de cien niños.
Entre tanta chiquillería, había una niña a la que llamaban Ruby porque le encantaba el color rojo. En China, el rojo es un color festivo. El año Nuevo, por ejemplo, los niños reciben sobres rojos llenos de dinero de la suerte. También las novias se visten de rojo el día de su boda. Pero Ruby quería ir de rojo todos los días del año. Si su madre le obligaba a ponerse ropa oscura, entonces la niña se ataba el pelo con lacitos rojos.
Con tantos nietos, el abuelo de Ruby decidió contratar a un profesor particular. Quien quisiera aprender, podría asistir a clases. Esto no era habitual en China de entonces, cuando la mayoría de las niñas no sabía ni leer ni escribir.
Se hacía buen tiempo, las clases se daban en el jardín. los ventanales del despacho del abuelo de Ruby daban justo allí y a él le gustaba asomarse para echar un vistazo a los niños.
Un día, el abuelo de Ruby miró por la ventana y descubrió que el gran muro blanco del jardín estaba cubierto con hojas caligrafiadas. Sus nietos habían estado practicando caligrafía. Algunos se habían puesto perdidos de tinta, y , al verlos, el abuelo de Ruby soltó una carcajada.
Un día se dio cuenta de que una de las hojas del muro era mejor que el resto. ¿Cuál de los nietos había realizado una caligrafía tan hermosa? Abajo, en el jardín, el profesor estaba felicitando a Ruby y las orejas de la niña se pusieron tan rojas como su chaquetilla.
Pero aunque Ruby era igual o mejor que sus primos varones, la niña debía trabajar mucho mas duro que ellos. Cuando los chicos terminaban sus deberes del día, podían ir a jugar. Pero las niñas tenían que aprender a cocinar y otras tareas del hogar. De hecho, según sus madres, esas eran las únicas tareas que merecían la pena aprender.
Una a una, todas las niñas, desanimadas, dejaron de ir a clases. Todas excepto Ruby ella dejaba su labor de costura para la noche, y a menudo, la vela de su cuarto seguía encendida muchas horas después de que el mundo se hubiera ido a la cama.
Un día, los niños tuvieron que escribir un poema. Ruby escribió:
Ah, ya mala es la suerte haber nacido niña; pero peor es nacer en esta casa donde sólo cuentan los niños.
El profesor quedó muy impresionado con las palabras de Ruby. Le enseñó el poema al abuelo, que muy preocupado hizo llamar a su despacho.
Ruby encontró a su abuelo sentado en una butaca, con su poema extendido sobre la mesa.
"¿Has escrito tú este poema?", le preguntó el abuelo.
"Si, abuelo", contesta la niña.
"¿ De verdad crees que en esta casa sólo nos importa los chicos?"
"Oh, no, abuelo," contestó Ruby, sintiendo mucho haber dado un disgusto a su abuelo. "Nos cuidáis muy bien a todos, y estamos muy agradecidos por ello".
"Pequeña Ruby", dijo el abuelo suavemente. "Realmente me gustaría saber por qué has escrito este poema.
¿Qué privilegios reciben aquí los niños?".
"Bueno", contestó la niña, intentando recordar algunas cosillas sin importancia, "en la fiesta de la Luna, por ejemplo, a los chicos siempre les dan el trozo de pastel de luna que tiene la yema de huevo".
"Mmm", dijo el abuelo, como si esperase algo más grave."¿Es verdad eso?"
"Si", siguió Ruby. "Y en la Fiesta del Farolillo, a las niñas nos dan un simple farol de papel, mientras que ellos tienen faroles rojos preciosos con formas de pez, gallo o dragón"
El abuelo de Ruby sonrió para sus adentros. No lo había pensado antes, pero era evidente cuánto le hubiera gustado a su nieta un farolillo rojo.
"Pero lo más importante...", dijo Ruby sin dejar de mirarse las zapatillas rojas, "...es que los chicos pueden ir a la universidad y en cambio nosotras tenemos que casarnos".
"¿No te quieres casar?", le preguntó el abuelo. "Ya sabes que eres afortunada, pues cualquier hombre querría casarse con una hija de esta casa".
"Lo sé, abuelo", dijo Ruby, "pero preferiría ir a la universidad".
El abuelo le acarició la cabeza:"Gracias, Ruby, por hablar conmigo. Sigue con tus clases y aprovéchalas todo lo que puedas".
Y eso hizo Ruby. Sus primos crecieron y algunos fueron a la universidad. Otros se quedaron en la casa y formaron sus propias familias. Pero las niñas, al hacerse mayores, se casaron y fueron enviadas a vivir a los hogares de sus maridos. Ruby sabía que pronto sería su turno. Faltaba poco para la llegada del Año Nuevo Chino y ella suponía que aquel sería su último año en casa. Bajo la fina capa de hielo del estanque, Ruby podía ver una carpa anaranjada intentando a duras penas respirar.
El Día de Año Nuevo, Ruby se puso sus zapatillas de terciopelo rojo y se recogió el pelo con lazos rojos. Quería felicitar el año a todo el mundo. Empezó por sus primos casados, luego sus padres, tíos, tías...Cada uno de ellos le entregaba un sobrecito rojo lleno de dinero de la suerte. Finalmente, Ruby
saludó con respeto a su anciano abuelo: "Buena suerte y prosperidad, Abuelo".
"Buena suerte, mi pequeña Rubby", contestó el abuelo. Y le entregó un gran sobre rojo.
Ruby podía sentir los ojos de todos clavados en ella mientras abría el sobre. ¿A que no adivináis lo que había adentro? No, no era dinero. ¡Era algo muchísimo mejor!.
El sobre contenía la carta de una universidad diciendo que Ruby había sido admitida para estudiar allí el próximo curso.
Y así fue como Ruby consiguió hacer realidad su deseo. Lo que os he contado sucedió de verdad hace mucho tiempo. ¿Qué cómo lo sé? Bueno, Ruby es mi abuela...
y sigue llevando algo rojo todos los días.
Voy a comeDte (Por: Jean-Marc Derouen/ Laure du Fay)
En el bosque, entre los abetos, había un lobo...
¡Un enrome, y malvado lobo!
Estaba hambriento...Muy hambriento..
Pero que muy muy muy hambriento...
Y esperaba al acecho...
Esperaba que ante él pasase
un buen plato de carne fresca.
Una mañana, por el camino, apareció un conejo.
Un conejito blanco, tierno, bien relleno, sonrosadito,
un conejito blanco que iba tan contento,
camino del mercado ecológico,
a comprarse 3 kilos de zanahorias frescas.
El lobo dio un gran salto y grito: " aHHHahhhhhHHHH!
¡Voy a comeDte, conejito blanco!
¡Voy a comedte ahoDa miDmo!"
-¡Espera...enorme y malvado lobo, espera!
¡Puedes repetir lo que has dicho?
-Si, clado. He dicho: ¡Voy a comedte, conejito
blanco! ¡Voy a comedte ahoda midmo!
el conejito dle dijo-¡OOOOOoooooooh!
Me da la impresión de que tienes
un pelo en la lengua.
Y que debe de ser muy molesto...
venga, enorme y malvado lobo,
abre la boca para que pueda ver si..
-¡aaAAAH!
-Asi no. ¡Abrela bien grande que así no veo nada!
-AAAAAAAAaaaAAAHHH!
-En efecto.
Tenía razón
Tienes un pelo en la lengua.
¡Y bien largo!
¡Qué digo largo?
¡ Larguísimo!
- No te muevas, enorme y malvado lobo!
Quédate así. Voy a buscar unas pinzas de depilar
y vuelvo enseguida para quitártelo.
Pero sobretodo ¡NO TE MUEVAS!
-¡Vale, peo ate pdiiiisa!
-¿Cómo? ¿Qué dices?
_Digo que:vale peo pod favod... ate pdisa.
No uedo estad ycho tiempo...azi.
El lobo espero
1 hora
2 horas...
...3 horas,
cuando de repente apareció
por el camino un conejito rojo.
"Voy a comedte conejito dojo!!
¡Voy a comDte ahoda midmo!"
-¡Mirale!, no tienes ni idea! ni la mas remota idea, enorme y malvado lobo!
¡Si quieres comer un conejo no puedes hacerlo así!
Para cazarme primero tienes que esconderte
detrás de un árbol, y que yo no te vea, que no te oiga...
¡Y encima tienes un pelo en la lengua!
-Venga, inténtalo de nuevo:
Escóndete detrás de ese árbol, yo me voy y hago
como si no te hubiera visto, y en cuanto me oigas llegar...
¡zas!, sales de tu escondite,
saltas sobre mi y me atrapas. ¿Vale?
-¡vale!
oye, muy amable de tu padte.
Muy amable.
Edes un cenejito dojo encantadod.
El lobo se escondió detrás de un gran abeto y esperó.
Tenía hambre, mucha hambre, cada vez mas hambre.
Se podría decir que tenía mas hambre que un lobo.
El lobo esperó...
1 hora,
2 horas,
3 horas,
cuando de repente ¡oyó un ruido!
El lobo pensó:
"Voy a hacer exactamente lo
que me ha dicho el conejito rojo"
Salió de su escondite y saltó
como una fiera sobre el conejito con la boca abierta de par en par.
Salvo que el conejito,
aunque era rojo, en efecto,
no era tan pequeño al contrario,
era grande, muy grande,
¡Pero que muy muy GRANDE!
¡Era enooOOOOooorme!
¡Y no le gustaba nada que le
mordieran el trasero!
-¡Oh, perdón señod odo paddo!
¿Me he equivocado!
¡Le he confundido con un conejito dojo!
¡Un lindo conejito dojo!
-¿Cómo? ¿yo?
¡un lindo conejito rojo?
¿Tú estás mal de la cocorota?
¡Como te pille te vas a enterar...!
El lobo corrió, y corrió,
y corrió a toda velocidad.
Corrió como un loco perseguido por el oso feroz.
Tán rápido corrió que
¡Plum!
¡PATAPLAF!
¡Su alocada carrera acabó delante de un enorme roble
que casualmente estaba allí,
justo en medio de su camino!
¡Cuando volvió en si, se dio cuenta de que
había perdido todos los dientes!
¡Si, si, todos los dientes!
Así que, ¡Atención!
Vosotoros que estáis leyendo este cuento:
Si alguna vez vais de paseo por el bosque, lo mas
probable es que os encontréis con el malvado lobo
¡Qué si aún existe?
Claro que si.
¿Cómo no va a existir?
Pero vosotros tranquilos, no pasa nada,
ya que desde aquel día el enorme y
malvado lobo se ha hecho:
¡Vegetadiano!
¡Un enrome, y malvado lobo!
Estaba hambriento...Muy hambriento..
Pero que muy muy muy hambriento...
Y esperaba al acecho...
Esperaba que ante él pasase
un buen plato de carne fresca.
Una mañana, por el camino, apareció un conejo.
Un conejito blanco, tierno, bien relleno, sonrosadito,
un conejito blanco que iba tan contento,
camino del mercado ecológico,
a comprarse 3 kilos de zanahorias frescas.
El lobo dio un gran salto y grito: " aHHHahhhhhHHHH!
¡Voy a comeDte, conejito blanco!
¡Voy a comedte ahoDa miDmo!"
-¡Espera...enorme y malvado lobo, espera!
¡Puedes repetir lo que has dicho?
-Si, clado. He dicho: ¡Voy a comedte, conejito
blanco! ¡Voy a comedte ahoda midmo!
el conejito dle dijo-¡OOOOOoooooooh!
Me da la impresión de que tienes
un pelo en la lengua.
Y que debe de ser muy molesto...
venga, enorme y malvado lobo,
abre la boca para que pueda ver si..
-¡aaAAAH!
-Asi no. ¡Abrela bien grande que así no veo nada!
-AAAAAAAAaaaAAAHHH!
-En efecto.
Tenía razón
Tienes un pelo en la lengua.
¡Y bien largo!
¡Qué digo largo?
¡ Larguísimo!
- No te muevas, enorme y malvado lobo!
Quédate así. Voy a buscar unas pinzas de depilar
y vuelvo enseguida para quitártelo.
Pero sobretodo ¡NO TE MUEVAS!
-¡Vale, peo ate pdiiiisa!
-¿Cómo? ¿Qué dices?
_Digo que:vale peo pod favod... ate pdisa.
No uedo estad ycho tiempo...azi.
El lobo espero
1 hora
2 horas...
...3 horas,
cuando de repente apareció
por el camino un conejito rojo.
"Voy a comedte conejito dojo!!
¡Voy a comDte ahoda midmo!"
-¡Mirale!, no tienes ni idea! ni la mas remota idea, enorme y malvado lobo!
¡Si quieres comer un conejo no puedes hacerlo así!
Para cazarme primero tienes que esconderte
detrás de un árbol, y que yo no te vea, que no te oiga...
¡Y encima tienes un pelo en la lengua!
-Venga, inténtalo de nuevo:
Escóndete detrás de ese árbol, yo me voy y hago
como si no te hubiera visto, y en cuanto me oigas llegar...
¡zas!, sales de tu escondite,
saltas sobre mi y me atrapas. ¿Vale?
-¡vale!
oye, muy amable de tu padte.
Muy amable.
Edes un cenejito dojo encantadod.
El lobo se escondió detrás de un gran abeto y esperó.
Tenía hambre, mucha hambre, cada vez mas hambre.
Se podría decir que tenía mas hambre que un lobo.
El lobo esperó...
1 hora,
2 horas,
3 horas,
cuando de repente ¡oyó un ruido!
El lobo pensó:
"Voy a hacer exactamente lo
que me ha dicho el conejito rojo"
Salió de su escondite y saltó
como una fiera sobre el conejito con la boca abierta de par en par.
Salvo que el conejito,
aunque era rojo, en efecto,
no era tan pequeño al contrario,
era grande, muy grande,
¡Pero que muy muy GRANDE!
¡Era enooOOOOooorme!
¡Y no le gustaba nada que le
mordieran el trasero!
-¡Oh, perdón señod odo paddo!
¿Me he equivocado!
¡Le he confundido con un conejito dojo!
¡Un lindo conejito dojo!
-¿Cómo? ¿yo?
¡un lindo conejito rojo?
¿Tú estás mal de la cocorota?
¡Como te pille te vas a enterar...!
El lobo corrió, y corrió,
y corrió a toda velocidad.
Corrió como un loco perseguido por el oso feroz.
Tán rápido corrió que
¡Plum!
¡PATAPLAF!
¡Su alocada carrera acabó delante de un enorme roble
que casualmente estaba allí,
justo en medio de su camino!
¡Cuando volvió en si, se dio cuenta de que
había perdido todos los dientes!
¡Si, si, todos los dientes!
Así que, ¡Atención!
Vosotoros que estáis leyendo este cuento:
Si alguna vez vais de paseo por el bosque, lo mas
probable es que os encontréis con el malvado lobo
¡Qué si aún existe?
Claro que si.
¿Cómo no va a existir?
Pero vosotros tranquilos, no pasa nada,
ya que desde aquel día el enorme y
malvado lobo se ha hecho:
¡Vegetadiano!
jueves, 7 de noviembre de 2013
Yo, Ming ( Por:Clotilde Bernos / Nathalie Novi)
Podría haber nacido Reina de Inglaterra,
tener hermosos sombreros y viajar en carroza
tirada por dieciocho caballos.
Saludaría a las gentes con un leve gesto de mano y sonreiría al ver
a los angelitos medio dormidos adornando la tarta de manzanas
que me servirían con el té.
Podría haber nacido Cocodrilo y crecer junto a
la ribera del Nilfertiti. Me merendaría a todos los turistas barrigudos
con pantalones corto y visera, cámara de fotos incluida,
con que sólo posasen la punta de su pie
en la orilla de mi charca.
¡Mejor aún!
¡Podría haber sido un rico Emir!
Habría dado dos veces la vuelta al mundo :
hacia un lado en Rolls-Royce
y en bicicleta bañada de oro hacia el otro lado.
Y el resto del tiempo lo pasaría contando mis tesoros
sobre la hierba de mi maravilloso jardín
en medio del desierto.
También podría haber sido una Bruja Horrible.
Con mi varita maléfica, convertiría a todas las princesas
bonitas y jóvenes en mosquitos.
Y luego, enseñando mi único diente al reír,
las encerraría en mi pajar, lleno de arañas.
Habría podrido, incluso, nacer Toro.
Hermoso, fuerte y seductor.
Le haría la corte a todas las vacas de los alrededores
y las llevaría de luna de miel al norte de China, una tras otra.
O habría podido ser un Gran General con un gorro
plagado de estrellas, montañas de condecoraciones,
misiles siempre a punto y cañones permanentemente listos para disparar.
Y en mis vacaciones soñaría con alfombras de bombas
y un ejército de obedientes soldaditos de plomo.
También podría haber sido Emperador del mundo.
Y sentado en mi trono, con una corona tan alta como
la torre de Babel, vigilaría la Tierra entera, desde la más
insignificante pulga hasta los más importantes personajes del planeta.
Cada año organizaría una gran fiesta en mi palacio,
e invitaría a la Reina de Inglaterra, al Cocodrilo, al Rico Emir,
a la Bruja Horrible, al Toro, al Gran General, etc.
Aplaudirían cada una de las palabras de mi discurso.
Pero heme aquí, soy Ming. Y nadie mas.
Vivo en el interior de China,
junto al lago Kokonor.
Todos los días me pongo mi sombrero de paja
y mi pantalón ancho.
Cada mañana, antes de que asome el sol,
salgo con la pequeña Nam a mi lado,
camino del pueblo.
Nam apoya su mano,
tan pequeña, en la mía
y recorre el camino dando saltitos
que hacen danzar sus trenzas.
Caminamos sin prisa.
Yo dejo a Nam en la escuela
y luego recorro la calle
de los comerciantes para vender
mis pasteles de jengibre.
Aqui todos me conocen.
A menudo me detengo en la tienda
de Liang, el vendedor de té.
Somos viejos amigos.
Por la tarde, Nam y yo,
volvemos a subir por el sendero
que nos lleva a casa.
Ella me cuenta cómo ha ido el día. Y canta.
Y va saltando, con un pie, con el otro...
Su risa zigzaguea en la noche que
va cayendo delicadamente.
Así es nuestra vida.
Cada día.
Tan solo cambia el color de los arrozales
y el aroma de las cajas de té.
Esta mañana de camino a la escuela,
hemos encontrado un sapo casi azul.
¡Tambien yo podría haber sido un
sapo casi azul!
Y he pensado en las reinas de Inglaterra,
en cocodrilos,
en ricos emires,
en bruja, en toro,
en generales,
en emperadores del mundo
y en sapos casi azules.
Todos se dirían en este instante:
"¡Ah, si hubiera sido Ming!
Tendría la manita de Nam apretendo mi mano
y sería el abuelo más feliz del mundo".
Esta noche, mientras Nam duerme,
he cogido su cuaderno de deberes
y he escrito al pie de la última página,
en letra muy pequeña:
P.S (pequeño secreto)
Nam, mi ángel, te quiero.
Y he firmado, con letra diminuta:
Yo, Ming
tener hermosos sombreros y viajar en carroza
tirada por dieciocho caballos.
Saludaría a las gentes con un leve gesto de mano y sonreiría al ver
a los angelitos medio dormidos adornando la tarta de manzanas
que me servirían con el té.
Podría haber nacido Cocodrilo y crecer junto a
la ribera del Nilfertiti. Me merendaría a todos los turistas barrigudos
con pantalones corto y visera, cámara de fotos incluida,
con que sólo posasen la punta de su pie
en la orilla de mi charca.
¡Mejor aún!
¡Podría haber sido un rico Emir!
Habría dado dos veces la vuelta al mundo :
hacia un lado en Rolls-Royce
y en bicicleta bañada de oro hacia el otro lado.
Y el resto del tiempo lo pasaría contando mis tesoros
sobre la hierba de mi maravilloso jardín
en medio del desierto.
También podría haber sido una Bruja Horrible.
Con mi varita maléfica, convertiría a todas las princesas
bonitas y jóvenes en mosquitos.
Y luego, enseñando mi único diente al reír,
las encerraría en mi pajar, lleno de arañas.
Habría podrido, incluso, nacer Toro.
Hermoso, fuerte y seductor.
Le haría la corte a todas las vacas de los alrededores
y las llevaría de luna de miel al norte de China, una tras otra.
O habría podido ser un Gran General con un gorro
plagado de estrellas, montañas de condecoraciones,
misiles siempre a punto y cañones permanentemente listos para disparar.
Y en mis vacaciones soñaría con alfombras de bombas
y un ejército de obedientes soldaditos de plomo.
También podría haber sido Emperador del mundo.
Y sentado en mi trono, con una corona tan alta como
la torre de Babel, vigilaría la Tierra entera, desde la más
insignificante pulga hasta los más importantes personajes del planeta.
Cada año organizaría una gran fiesta en mi palacio,
e invitaría a la Reina de Inglaterra, al Cocodrilo, al Rico Emir,
a la Bruja Horrible, al Toro, al Gran General, etc.
Aplaudirían cada una de las palabras de mi discurso.
Pero heme aquí, soy Ming. Y nadie mas.
Vivo en el interior de China,
junto al lago Kokonor.
Todos los días me pongo mi sombrero de paja
y mi pantalón ancho.
Cada mañana, antes de que asome el sol,
salgo con la pequeña Nam a mi lado,
camino del pueblo.
Nam apoya su mano,
tan pequeña, en la mía
y recorre el camino dando saltitos
que hacen danzar sus trenzas.
Caminamos sin prisa.
Yo dejo a Nam en la escuela
y luego recorro la calle
de los comerciantes para vender
mis pasteles de jengibre.
Aqui todos me conocen.
A menudo me detengo en la tienda
de Liang, el vendedor de té.
Somos viejos amigos.
Por la tarde, Nam y yo,
volvemos a subir por el sendero
que nos lleva a casa.
Ella me cuenta cómo ha ido el día. Y canta.
Y va saltando, con un pie, con el otro...
Su risa zigzaguea en la noche que
va cayendo delicadamente.
Así es nuestra vida.
Cada día.
Tan solo cambia el color de los arrozales
y el aroma de las cajas de té.
Esta mañana de camino a la escuela,
hemos encontrado un sapo casi azul.
¡Tambien yo podría haber sido un
sapo casi azul!
Y he pensado en las reinas de Inglaterra,
en cocodrilos,
en ricos emires,
en bruja, en toro,
en generales,
en emperadores del mundo
y en sapos casi azules.
Todos se dirían en este instante:
"¡Ah, si hubiera sido Ming!
Tendría la manita de Nam apretendo mi mano
y sería el abuelo más feliz del mundo".
Esta noche, mientras Nam duerme,
he cogido su cuaderno de deberes
y he escrito al pie de la última página,
en letra muy pequeña:
P.S (pequeño secreto)
Nam, mi ángel, te quiero.
Y he firmado, con letra diminuta:
Yo, Ming
miércoles, 6 de noviembre de 2013
Mi mamá mágica ( Por: Carl Norac /Imgrid Gordon)
Mi mamá no tiene un sombrero puntiagudo o una varita.
Ella no necesita ese tipo de cosas. Mi mamá es mágica de todas formas.
Algunas veces tengo pesadillas, pero mi mamá aleja a los moustruos.
Eso es Magia.
Si le digo un secreto al oído,
¡ella sabe lo que voy a decir antes de que termine!
Eso es Magia.
Cuando me lastimo, mi mamá besa
mi herida y, ¡ta taaa!
Ahora todo está bien.
Eso es Magia.
Nadar con mi mamá es lo que más me gusta. Juntas
nadamos tan rápido como un delfín.
El vestido favorito de mi mamá es
azul con nubes blancas.
Cuando se lo pone, el cielo
nunca está gris.
Cuando mi mamá planta una semilla
las flores siempre crecen. ¡Algunas
veces llegan a ser más altas que yo!
Eso es Magia.
Cuando mi mamá canta, las mariposas
vienen a escucharla.
Eso es Magia.
Pero, algunas veces, YO también soy mágica.
Cuando canto y bailo, mi mamá siempre ríe.
Me encanta cuando mi mamá prepara pasteles.
Para mi cumpleaños hizo el pastel más grande de todos.
¡Era tan grande como un cohete!.
Cuando mi mamá me cuenta historias,
mi cama se convierte en una nave y
juntas nos vamos en una aventura.
Eso es Magia.
Pero cuando mi mamá me
dice que me quiere...
...es el momento más mágico de todos.
Ella no necesita ese tipo de cosas. Mi mamá es mágica de todas formas.
Algunas veces tengo pesadillas, pero mi mamá aleja a los moustruos.
Eso es Magia.
Si le digo un secreto al oído,
¡ella sabe lo que voy a decir antes de que termine!
Eso es Magia.
Cuando me lastimo, mi mamá besa
mi herida y, ¡ta taaa!
Ahora todo está bien.
Eso es Magia.
Nadar con mi mamá es lo que más me gusta. Juntas
nadamos tan rápido como un delfín.
El vestido favorito de mi mamá es
azul con nubes blancas.
Cuando se lo pone, el cielo
nunca está gris.
Cuando mi mamá planta una semilla
las flores siempre crecen. ¡Algunas
veces llegan a ser más altas que yo!
Eso es Magia.
Cuando mi mamá canta, las mariposas
vienen a escucharla.
Eso es Magia.
Pero, algunas veces, YO también soy mágica.
Cuando canto y bailo, mi mamá siempre ríe.
Me encanta cuando mi mamá prepara pasteles.
Para mi cumpleaños hizo el pastel más grande de todos.
¡Era tan grande como un cohete!.
Cuando mi mamá me cuenta historias,
mi cama se convierte en una nave y
juntas nos vamos en una aventura.
Eso es Magia.
Pero cuando mi mamá me
dice que me quiere...
...es el momento más mágico de todos.
martes, 5 de noviembre de 2013
El deseo de Isdriss ( Por: Lucca-Arno)
Voy a contarles una historia. Una historia verdadera, pues me ocurrió a mi.
Comienza en la plaza del mercado de la ciudad vieja. Estoy sentado a la sombra de las arcadas y espero la llegada de los turistas. Lo que más me gusta son las damas extranjera, sus vestidos, su modo de caminar y de mirar las cosas.
Veo a una dama inclinada en un puesto, ella me gusta. Voy a su encuentro y le propongo ser su guía en la ciudad vieja.
-¿Cómo te llamas?- me pregunta.
Me sorprendo, porque casi siempre la gente me pregunta antes cuánto cobro.
-Me llamo Idriss, como un gran rey de otros tiempos.
- Bonito nombre.- Y, sonriendo:- De acuerdo, Idriss, serás mi guía.
Tengo ganas de mostrárselo todo a esta dama. Durante todo el día, le llevo por la ciudad vieja. La hago descubrir las mezquitas y los palacios de los reyes antiguos, le muestro las curtidurías, a los fabricantes de tinturas, a los joyeros. A medio día, juntos escogemos frutas y pasteles en el mercado. Después, cuando el sol está demasiado alto en el cielo, nos paseamos a la sombra de las callejuelas. Conozco lugares donde basta con empujar una puerta para encontrarse en un jardín escondido. Allá, nos sentamos a la sombra de las palmeras y comemos nuestra cena.
La dama me mira con insistencia:
-Dime, Isdriss, ¿no deberías estar en la escuela?
cuando me hacen esta pregunta, por lo general respondo que ya soy un niño grande y no tengo necesidad de ir a la escuela. Pero eso no es verdad.
- Antes, mi papá trabajaba, hacía casas, y yo iba a la escuela. Un día, el tuvo un accidente. Desde entonces, camina con muletas y soy yo el que trabaja. Él se queda en casa.
No me atrevo a mirar a la dama, su voz vuelve a preguntarme despacito:
-¿Y tu mamá? ¿ Qué hace tu mamá?
- Mi madre desapareció cuando yo era muy chico.
Nos quedamos silenciosos un momento, luego me levanto, es hora de irse.
La dama me retiene por el brazo y murmura:
-Idriss, tu corazón es puro...
Esa noche, mi padre me espera en el patio.
-Contemplaba las sombras alargarse en los muros.
Me hace un signo para que me acerque. Le muestro las verduras y especies que he traído, luego, lo ayudo a levantarse. Juntos, lentamente, avanzamos hacia la cocina. Sentado junto a mí, mi padre me explica cómo preparar y cocer el tajine.
Dice que aprendió con mi madre y ella estaría orgullosa de mi.
Comemos lentamente. Hablamos poco:
-Tu madre decía que sólo el silencio permite apreciar el gusto de un platillo.
Al final de la comida, mi padre prepara el té con hojas de menta y flores de azahar.
-Háblame de mamá, ¿cómo era?
Me dice que mi madre era hermosa como un día de primavera, inteligente
como un zorro del desierto. Que su voz llenaba la casa de risas y de cantos mientras sus manos hacían ramos de rosas.
-Siempre la misma respuesta...¡Papá, háblame de ella en verdad!
Me pide que le traiga el cofrecito que guarda siempre
cerca de su cama y me muestra unas fotos.
No conozco ese rostro, no recuerdo a mi mamá, era demasiado pequeño.
-A tu madre le gustaba leer, sabía muchas historias.
Su preferida era la leyenda del naranjo milenario. Se la sabía de memoria, me la recitaba a menudo. Escucha:
El naranjo milenario
En medio del desierto, un viajero
busca en el jardín de arena
un naranjal milenario.
Con su corazón puro, en el naranjal
encuentra, cerca de una fuente,
la mayor de las naranjas.
La escoge entre las ramas del árbol gigante.
Busca bajo las hojas, viejas como el mundo,
las naranjas más bellas.
Y el naranjo susurra a quien lo escucha:
"Toma mi fruto,
él satisface los deseos
de quien los come.
Pero si lastimas mi tronco
o quiebras mis ramas
serás mi prisionero,
el guardían del naranjal y las naranjas.
De mi jardín no saldrás jamás.
Una mañana, tu madre partió en busca del naranjal milenario. Creí que se burlaba de mí y me reí.
La esperé todo el día y me hice cargo de ti. Ella jamás regresó. Nadie sabe adónde fue ni que le sucedió.
Al día siguiente, no me gustó ningún turista. Y me fui solo a la ciudad vieja.
Lejos del colorido tumulto del mercado, espero descubrir un nuevo jardín para mostrárselo un día a una hermosa extranjera. Caminé mucho rato entre los almocárabes de las callejuelas. No tengo miedo de perderme en la sombra.
Estoy en el corazón de la morería, la ciudad es sólo un murmullo. Me envuelve y me repite sin descanso.
"Tu corazón es puro, Idriss, tu corazón es puro..."
Bajo las ramas de una adelfa, descubro una puerta pequeña que no conozco.
La empujo, no está cerrada.
Estoy en un rosedal, un jardín inmenso y rosas, rosas por todas partes, camino sobre un sendero de pétalos.
No se oye ningún ruido. Seguramente, estoy en el jardín de una reina, no tengo derecho a entrar aqui, sin embargo, no puedo dejar de avanzar.
Camino mucho tiempo en medio de las flores, sobre pétalos de flores, no entiendo cómo
la ciudad puede tener un jardín tan grande.
Entonces lo escucho. Un canto, una voz, como cuando yo era muy pequeño.
Avanzo y la veo, una mujer sentada en medio de las flores, llenando cestos con pétalos de rosas. Me acerco más, ella levanta la cabeza y me mira.
Es mi madre.
Ella se levanta y viene hacia mi. Me toca, tiemblo como una hoja en el viento. Siento su mano muy suave en mi nuca, acaricia mis cabellos y sus brazos me rodean. me atrae hacia ella, mi cabeza contra su vientre. Cierro los ojos y encuentro lo que había olvidado: su olor y su dulzura. me acuna, escucho su voz, canta mi nombre y, por primera vez, le digo mamá.
Recogemos pétalos y conversamos. Le hablo de mi vida con papá. Ella me cuenta que encontró un naranjo milenario.
Mi madre era prisionera del naranjo milenario
-No podía regresar a casa. Me comí la naranja soñando con vivir entre rosas.
El rosedal es el jardín mágico de mi mamá.
Se nos va el día llenando muchos cestos con pétalos de rosas. No podremos trasportarlos.
-Dejemos que actúe la magia, dice mamá.
Entonces, una multitud de sirvientes aparece.
Cada uno toma un cesto y se aleja
Mi mamá me tomade la mano:
-Tu corazón es puro, Idriss, por eso me has encontrado, pero ya es tiempo de que regreses a casa.
Tu padre va a preocuparse.
Ella me besa:
-Ya sabes dónde encontrarme, te esperaré mañana.
Cuando, esa tarde, me reúno con mi padre en el patio, le pido que cierre los ojos. Le deposito sobre las rodillas una lluvia de pétalos. Él los acaricia y desliza entre sus dedos.
-¡Cuéntame, Idriss, cuéntame!.
En voz baja, con las manos sobre las rodillas, le habló de mamá.
Después de la comida, mi padre me pide traerle un papel y mis lápices.
Me dicta una carta para mamá. Recuerdo haber escrito:"Sueño con que un día los tres estemos reunidos."
Al día siguiente y los que vienen después, regreso a ver a mi madre.
Le llevo cartas al rosedal. Mientras ella lee, me abraza y acaricia mis cabellos.
Enseguida, me toma de la mano y me lleva a su universo.
Después del rosedal, el desierto se extiende hasta perderse de vista.
Mamá vive en una gran castillo de tierra reseca. Está rodeada de rosas y de sirvientes que no hablan. Cuando ella canta, se sientan a su alrededor. Por las ventanas del castillo se ve el naranjal. Los árboles parecen viejos, pero hay naranjas todo el año. Es posible recogerlas y comerlas, siempre están maduras.
En medio del naranjal, un árbol sobresale por encima del resto, es el naranjo milenario.
Mi madre me advirtió:
-Este naranjo es tan viejo que sus ramas y su corteza son frágiles como los pétalos de una rosa. No intentes
agarrar sus frutos. Como yo, te harías prisioneros de este jardín y nunca mas verías a tu padre.
Prometí a mamá no subir al naranjo.
Por la tarde, regreso solo a casa. Traigo a mi padre un cesto con provisiones y cartas que mamá me ha dado. Él las estrechas entre sus manos y luego lo ayudo a levantarse. Como siempre, preparamos y comemos juntos la cena. Le hablo de mamá y escribimos.
Por la noche, cuando no tengo sueño, voy a ver a mi padre en su cama. Duerme entre las cartas de mamá. Lo contemplo mucho tiempo. Me digo que con algunas naranjas tal vez podría sanarlo, liberar a mamá y reunirnos los tres.
Jamás me aburro en el mundo mágico de mamá.
En primer lugar, está el naranjal. Ayudo a los sirvientes a recoger las naranjas.
Les cuento sobre los ruidos y colores de la ciudad. Ellos no me hablan, pero sé que me escuchan. después, me acerco al naranjo milenario y rasguño su corteza con la punta de mis dedos. Al pie del árbol, un arroyuelo corre por los canales y riega toda la plantación.
Con hojas, hago barcos que deposito en el agua.
Lo que también me gusta hacer es encontrarme con mamá en la frescura del su castillo de arena. Vive entre rosas y libros. El piso está cubierto de pétalos, caminamos con los pies desnudos y leemos historias. Con los pétalos de rosa también aprendo a fabricar perfume de flores.
Una mañana, llego al castillo de arena y encuentro un dromedario en el caravanserrallo. Está herido en una pata. Un sirviente trata varias veces de acercarse a él, pero el dromedario quiere morderlo.
El sirviente sacude la cabeza y se aleja.
Es flaco y polvoriento este dromedario, decido hacerme cargo de él.
Le lanzo naranjas y hojas de naranjo para que coma, pero no quiere.
Le acerco ramos de rosas y se come hasta las espinas.
Vuelvo a verlo a menudo y paso mucho tiempo con él. Deja que me acerque a él. Puedo curarle le herida y cepillarse el pelo.
Es dulce mi dromedario, le hablo al oído.
Recuperar fuerzas, sana rápido y me deja montar en su joroba. Cuando estoy allá arriba, se me ocurre una idea.
Montado en el lomo de mi dromedario, lo llevo hasta el naranjal, justo bajo el naranjo milenario.
Parado en su joroba, estiro el brazo y recojo tres naranjas mágicas. Escucho que el árbol susurra:
-Tu corazón es puro,Idriss, tú no me rompes las ramas, tu no rasguñas mi tronco. Llévate tus naranjas.
En el castillo de arena, parada entre las rosas, le ofrezco una naranja a mi madre. Ella la pela y pide un deseo, lo veo en sus ojos. A nuestros alrededor, los sirvientes están tristes, saben que vamos a partir. mi madre come los gajos de naranja y los sirvientes desaparecen uno tras otros.
Esa noche, en el patio, mi madre prepara la segunda naranja. Con los manos tendidas, se la ofrece a mi padre. Él le toma las manos, le besa las muñecas y recibe el fruto en sus palmas.
Veo a mi padre comer la naranja gajo a gajo, levantarse sin esfuerzo y tomar a mi madre en sus brazos.
No han dejado de mirarse, no han dicho ni una palabra. Me río. Ellos se dan vuelta, me miran y me tienden los brazos.
Cuando mi dromedario ocupa demasiado lugar en el patio, lo llevo al rosedal de mamá. Rodeado por la ciudad, el jardín es mas pequeño que antes. Pero las rosas continúan siendo tan bellas, aun cuando mi dromedario come muchas.
Con la última naranja, hice pastas de fruta. de vez en cuando, comemos algunos trozos para pedir pequeños deseos.
Comienza en la plaza del mercado de la ciudad vieja. Estoy sentado a la sombra de las arcadas y espero la llegada de los turistas. Lo que más me gusta son las damas extranjera, sus vestidos, su modo de caminar y de mirar las cosas.
Veo a una dama inclinada en un puesto, ella me gusta. Voy a su encuentro y le propongo ser su guía en la ciudad vieja.
-¿Cómo te llamas?- me pregunta.
Me sorprendo, porque casi siempre la gente me pregunta antes cuánto cobro.
-Me llamo Idriss, como un gran rey de otros tiempos.
- Bonito nombre.- Y, sonriendo:- De acuerdo, Idriss, serás mi guía.
Tengo ganas de mostrárselo todo a esta dama. Durante todo el día, le llevo por la ciudad vieja. La hago descubrir las mezquitas y los palacios de los reyes antiguos, le muestro las curtidurías, a los fabricantes de tinturas, a los joyeros. A medio día, juntos escogemos frutas y pasteles en el mercado. Después, cuando el sol está demasiado alto en el cielo, nos paseamos a la sombra de las callejuelas. Conozco lugares donde basta con empujar una puerta para encontrarse en un jardín escondido. Allá, nos sentamos a la sombra de las palmeras y comemos nuestra cena.
La dama me mira con insistencia:
-Dime, Isdriss, ¿no deberías estar en la escuela?
cuando me hacen esta pregunta, por lo general respondo que ya soy un niño grande y no tengo necesidad de ir a la escuela. Pero eso no es verdad.
- Antes, mi papá trabajaba, hacía casas, y yo iba a la escuela. Un día, el tuvo un accidente. Desde entonces, camina con muletas y soy yo el que trabaja. Él se queda en casa.
No me atrevo a mirar a la dama, su voz vuelve a preguntarme despacito:
-¿Y tu mamá? ¿ Qué hace tu mamá?
- Mi madre desapareció cuando yo era muy chico.
Nos quedamos silenciosos un momento, luego me levanto, es hora de irse.
La dama me retiene por el brazo y murmura:
-Idriss, tu corazón es puro...
Esa noche, mi padre me espera en el patio.
-Contemplaba las sombras alargarse en los muros.
Me hace un signo para que me acerque. Le muestro las verduras y especies que he traído, luego, lo ayudo a levantarse. Juntos, lentamente, avanzamos hacia la cocina. Sentado junto a mí, mi padre me explica cómo preparar y cocer el tajine.
Dice que aprendió con mi madre y ella estaría orgullosa de mi.
Comemos lentamente. Hablamos poco:
-Tu madre decía que sólo el silencio permite apreciar el gusto de un platillo.
Al final de la comida, mi padre prepara el té con hojas de menta y flores de azahar.
-Háblame de mamá, ¿cómo era?
Me dice que mi madre era hermosa como un día de primavera, inteligente
como un zorro del desierto. Que su voz llenaba la casa de risas y de cantos mientras sus manos hacían ramos de rosas.
-Siempre la misma respuesta...¡Papá, háblame de ella en verdad!
Me pide que le traiga el cofrecito que guarda siempre
cerca de su cama y me muestra unas fotos.
No conozco ese rostro, no recuerdo a mi mamá, era demasiado pequeño.
-A tu madre le gustaba leer, sabía muchas historias.
Su preferida era la leyenda del naranjo milenario. Se la sabía de memoria, me la recitaba a menudo. Escucha:
El naranjo milenario
En medio del desierto, un viajero
busca en el jardín de arena
un naranjal milenario.
Con su corazón puro, en el naranjal
encuentra, cerca de una fuente,
la mayor de las naranjas.
La escoge entre las ramas del árbol gigante.
Busca bajo las hojas, viejas como el mundo,
las naranjas más bellas.
Y el naranjo susurra a quien lo escucha:
"Toma mi fruto,
él satisface los deseos
de quien los come.
Pero si lastimas mi tronco
o quiebras mis ramas
serás mi prisionero,
el guardían del naranjal y las naranjas.
De mi jardín no saldrás jamás.
Una mañana, tu madre partió en busca del naranjal milenario. Creí que se burlaba de mí y me reí.
La esperé todo el día y me hice cargo de ti. Ella jamás regresó. Nadie sabe adónde fue ni que le sucedió.
Al día siguiente, no me gustó ningún turista. Y me fui solo a la ciudad vieja.
Lejos del colorido tumulto del mercado, espero descubrir un nuevo jardín para mostrárselo un día a una hermosa extranjera. Caminé mucho rato entre los almocárabes de las callejuelas. No tengo miedo de perderme en la sombra.
Estoy en el corazón de la morería, la ciudad es sólo un murmullo. Me envuelve y me repite sin descanso.
"Tu corazón es puro, Idriss, tu corazón es puro..."
Bajo las ramas de una adelfa, descubro una puerta pequeña que no conozco.
La empujo, no está cerrada.
Estoy en un rosedal, un jardín inmenso y rosas, rosas por todas partes, camino sobre un sendero de pétalos.
No se oye ningún ruido. Seguramente, estoy en el jardín de una reina, no tengo derecho a entrar aqui, sin embargo, no puedo dejar de avanzar.
Camino mucho tiempo en medio de las flores, sobre pétalos de flores, no entiendo cómo
la ciudad puede tener un jardín tan grande.
Entonces lo escucho. Un canto, una voz, como cuando yo era muy pequeño.
Avanzo y la veo, una mujer sentada en medio de las flores, llenando cestos con pétalos de rosas. Me acerco más, ella levanta la cabeza y me mira.
Es mi madre.
Ella se levanta y viene hacia mi. Me toca, tiemblo como una hoja en el viento. Siento su mano muy suave en mi nuca, acaricia mis cabellos y sus brazos me rodean. me atrae hacia ella, mi cabeza contra su vientre. Cierro los ojos y encuentro lo que había olvidado: su olor y su dulzura. me acuna, escucho su voz, canta mi nombre y, por primera vez, le digo mamá.
Recogemos pétalos y conversamos. Le hablo de mi vida con papá. Ella me cuenta que encontró un naranjo milenario.
Mi madre era prisionera del naranjo milenario
-No podía regresar a casa. Me comí la naranja soñando con vivir entre rosas.
El rosedal es el jardín mágico de mi mamá.
Se nos va el día llenando muchos cestos con pétalos de rosas. No podremos trasportarlos.
-Dejemos que actúe la magia, dice mamá.
Entonces, una multitud de sirvientes aparece.
Cada uno toma un cesto y se aleja
Mi mamá me tomade la mano:
-Tu corazón es puro, Idriss, por eso me has encontrado, pero ya es tiempo de que regreses a casa.
Tu padre va a preocuparse.
Ella me besa:
-Ya sabes dónde encontrarme, te esperaré mañana.
Cuando, esa tarde, me reúno con mi padre en el patio, le pido que cierre los ojos. Le deposito sobre las rodillas una lluvia de pétalos. Él los acaricia y desliza entre sus dedos.
-¡Cuéntame, Idriss, cuéntame!.
En voz baja, con las manos sobre las rodillas, le habló de mamá.
Después de la comida, mi padre me pide traerle un papel y mis lápices.
Me dicta una carta para mamá. Recuerdo haber escrito:"Sueño con que un día los tres estemos reunidos."
Al día siguiente y los que vienen después, regreso a ver a mi madre.
Le llevo cartas al rosedal. Mientras ella lee, me abraza y acaricia mis cabellos.
Enseguida, me toma de la mano y me lleva a su universo.
Después del rosedal, el desierto se extiende hasta perderse de vista.
Mamá vive en una gran castillo de tierra reseca. Está rodeada de rosas y de sirvientes que no hablan. Cuando ella canta, se sientan a su alrededor. Por las ventanas del castillo se ve el naranjal. Los árboles parecen viejos, pero hay naranjas todo el año. Es posible recogerlas y comerlas, siempre están maduras.
En medio del naranjal, un árbol sobresale por encima del resto, es el naranjo milenario.
Mi madre me advirtió:
-Este naranjo es tan viejo que sus ramas y su corteza son frágiles como los pétalos de una rosa. No intentes
agarrar sus frutos. Como yo, te harías prisioneros de este jardín y nunca mas verías a tu padre.
Prometí a mamá no subir al naranjo.
Por la tarde, regreso solo a casa. Traigo a mi padre un cesto con provisiones y cartas que mamá me ha dado. Él las estrechas entre sus manos y luego lo ayudo a levantarse. Como siempre, preparamos y comemos juntos la cena. Le hablo de mamá y escribimos.
Por la noche, cuando no tengo sueño, voy a ver a mi padre en su cama. Duerme entre las cartas de mamá. Lo contemplo mucho tiempo. Me digo que con algunas naranjas tal vez podría sanarlo, liberar a mamá y reunirnos los tres.
Jamás me aburro en el mundo mágico de mamá.
En primer lugar, está el naranjal. Ayudo a los sirvientes a recoger las naranjas.
Les cuento sobre los ruidos y colores de la ciudad. Ellos no me hablan, pero sé que me escuchan. después, me acerco al naranjo milenario y rasguño su corteza con la punta de mis dedos. Al pie del árbol, un arroyuelo corre por los canales y riega toda la plantación.
Con hojas, hago barcos que deposito en el agua.
Lo que también me gusta hacer es encontrarme con mamá en la frescura del su castillo de arena. Vive entre rosas y libros. El piso está cubierto de pétalos, caminamos con los pies desnudos y leemos historias. Con los pétalos de rosa también aprendo a fabricar perfume de flores.
Una mañana, llego al castillo de arena y encuentro un dromedario en el caravanserrallo. Está herido en una pata. Un sirviente trata varias veces de acercarse a él, pero el dromedario quiere morderlo.
El sirviente sacude la cabeza y se aleja.
Es flaco y polvoriento este dromedario, decido hacerme cargo de él.
Le lanzo naranjas y hojas de naranjo para que coma, pero no quiere.
Le acerco ramos de rosas y se come hasta las espinas.
Vuelvo a verlo a menudo y paso mucho tiempo con él. Deja que me acerque a él. Puedo curarle le herida y cepillarse el pelo.
Es dulce mi dromedario, le hablo al oído.
Recuperar fuerzas, sana rápido y me deja montar en su joroba. Cuando estoy allá arriba, se me ocurre una idea.
Montado en el lomo de mi dromedario, lo llevo hasta el naranjal, justo bajo el naranjo milenario.
Parado en su joroba, estiro el brazo y recojo tres naranjas mágicas. Escucho que el árbol susurra:
-Tu corazón es puro,Idriss, tú no me rompes las ramas, tu no rasguñas mi tronco. Llévate tus naranjas.
En el castillo de arena, parada entre las rosas, le ofrezco una naranja a mi madre. Ella la pela y pide un deseo, lo veo en sus ojos. A nuestros alrededor, los sirvientes están tristes, saben que vamos a partir. mi madre come los gajos de naranja y los sirvientes desaparecen uno tras otros.
Esa noche, en el patio, mi madre prepara la segunda naranja. Con los manos tendidas, se la ofrece a mi padre. Él le toma las manos, le besa las muñecas y recibe el fruto en sus palmas.
Veo a mi padre comer la naranja gajo a gajo, levantarse sin esfuerzo y tomar a mi madre en sus brazos.
No han dejado de mirarse, no han dicho ni una palabra. Me río. Ellos se dan vuelta, me miran y me tienden los brazos.
Cuando mi dromedario ocupa demasiado lugar en el patio, lo llevo al rosedal de mamá. Rodeado por la ciudad, el jardín es mas pequeño que antes. Pero las rosas continúan siendo tan bellas, aun cuando mi dromedario come muchas.
Con la última naranja, hice pastas de fruta. de vez en cuando, comemos algunos trozos para pedir pequeños deseos.
jueves, 31 de octubre de 2013
Es así (Por: Paloma Valdivia)
Algunos ya partieron
El gato del vecino, la tía Margarita,
el pescado de la sopa de ayer.
Otros llegarán.
Unos han sido pedidos,
otros vienen sin preguntar.
Los que estamos
lloramos a los que parten
Es bonito recordar.
Los que estamos
nos alegramos por los que llegan.
Hacemos bienvenidas,
nos gusta celebrar.
Hay un instante en que los
que se van y los que vienen
se cruzan en el aire.
Se desean felicidad.
Es Así.
Los que parten no
saben su destino.
No depende del viento
ni de la edad.
Los que vienen tampoco lo saben.
Son cosas de la vida, dicen, del azar.
Es un misterio de dónde vienen
y a dónde van.
Los que estamos, aquí estamos.
Es mejor disfrutar.
No sabemos cuándo, pero los que llegan
También un día partirán.
Es así
como la primavera sigue al invierno,
unos llegan y otros se van.
El gato del vecino, la tía Margarita,
el pescado de la sopa de ayer.
Otros llegarán.
Unos han sido pedidos,
otros vienen sin preguntar.
Los que estamos
lloramos a los que parten
Es bonito recordar.
Los que estamos
nos alegramos por los que llegan.
Hacemos bienvenidas,
nos gusta celebrar.
Hay un instante en que los
que se van y los que vienen
se cruzan en el aire.
Se desean felicidad.
Es Así.
Los que parten no
saben su destino.
No depende del viento
ni de la edad.
Los que vienen tampoco lo saben.
Son cosas de la vida, dicen, del azar.
Es un misterio de dónde vienen
y a dónde van.
Los que estamos, aquí estamos.
Es mejor disfrutar.
No sabemos cuándo, pero los que llegan
También un día partirán.
Es así
como la primavera sigue al invierno,
unos llegan y otros se van.
martes, 29 de octubre de 2013
La niña de los gorriones (Por: Sara Pennypacker / Yoko Tanaka.)
Un día, se declaró una guerra en China.
-¡Los gorriones son nuestros enemigos! se comen el grano de nuestras cosechas,
¡Tenemos que eliminarlos!
Hermano Mayor mostró la bolsa llena de petardos que su padre le había dado
para la guerra contra los pájaros.
-Me gustan los gorriones-dijo Ming-Li en vos baja a su hermano mayor.
miró hacia el cielo e intentó imaginarlo vacío y silencioso.
Sus padres también estaban hablando de aquel plan.
-El granero del pueblo ahora está vacío pero ¡el año que viene estará lleno!
-podría ayudarte a plantar mas semillas en primavera, Padre-dijo Ming-Li-.
Y a quitar las malas hierbas, y...
-Tú no eres una campesina-contestó su padre acariciándole la cabeza-.
¡Sólo eres una niña!
Aquella noche Ming-Li no podía dormir. Había algo que la preocupaba y no podía
dejar de dar vueltas. Se acercó a la estera de su hermano mayor.
-¿Y cómo lo sabrán los otros pájaros?- Murmuró, sacudiendole el hombro.
Hermano Mayor se frotó los ojos y frunció el ceño.
-¿No asustará nuestra batida a los demás pájaros? ¿Y si se van los ruiseñores?
¿O las golondrinas, o...nuestra Paloma?
-¡Hermana Pequeña, tu cerebro es tan pequeño como el de un gorrión!- susurró
Hermano Mayor-. Los planes de nuestro Líder siempre son perfectos. Nos lo han
dicho en la escuela. ¡Y ahora vuelve a dormir!
A la mañan siguiente, un tremendo alboroto despertó
a Ming-Li. Corrió hacia la ventana: una marea de gente inundaba
las calles del pueblo, hacían sonar los gongs, platillos y tambores,
y vociferaban. Los petardos estallaban como disparos.
-Abrigate bien- dijo Madre y le dio una galleta de arroz.
Ming-Li y Hermano Mayor salieron. Los vecinos
del pueblo corrían por las calles y armaban tanto jaleo
que el suelo retumbaba. Solo miraban hacia arriba
en busca de sus enemigos los gorriones,
sin tener cuidado de no pisotear
a una niña.
Ming-Li agarró la mano de Hermano Mayor,
que la alejo de la muchedumbre y la condujo a la huerta.
Hermano Mayor encendió un petardo bajo un albaricoque. ¡PUM!
Una nube de gorriones se elevó y voló hacia unos perales.
Hermano Mayor los siguió y encendió otro petardo debajo de ellos.
Ming-Li se tapó los oídos y cerró los ojos muy fuerte, pero le pareció
que estallaban chispas doradas en su cabeza. Quería alejarse
volando como una gorrión a algún lugar alto y seguro.
Ming-Li salió corriendo, pero cuando llegó al camino vio caer algo del suelo.
Un grupo de vecinos también lo vio y se acercó corriendo.
-¡Se ha muerto del susto!- gritó Ming-Li -. ¡Debemos parar!
-¡Los gorriones muertos no comen grano!- graznó un anciano junto a ella.
Cayeron más pájaros del cielo, sin vida.
-¡Viva! ¡Estamos ganando la Guerra contra los Gorriones!- exclamaron los demás.
Ming-Li corrió hasta su casa, trepó al tejado para ver cómo estaba su Paloma.
Pero la jaula estaba vacía: Hermano Mayor debía de haberla dejado salir.
De repente una paloma plateada se acercó a ella.
-¡Has vuelto!
Ming-Li alargó el brazo para que se posara en él. Pero el pájaro solo aleteó
un instante, y después cayó sobre tejas.
La paloma yacía inerte, solo su corazón latía bajo las nacaradas plumas
del pecho. Pero al poco rato también el corazón dejó de moverse.
Los ojos de Ming-Li se llenaron de lágrimas. escondió el pájaro dentro
de su chaqueta, bajó del tejado y volvió a la huerta.
Hermano Mayor estaba debajo de un nogal, a punto de encender otro petardo.
-Espera- dijo Ming-Li mostrándole su paloma.
A Hermano Mayor se le descompuso el rostro y soltó abatido el petardo.
Enterraron la paloma bajo el nogal.
-El ruido de la batida matará a todos los gorriones de China. Quizás a todos
los pájaros. Tenemos que hacer algo- dijo Ming-Li -. ¿Me ayudarás?
Hermano Mayor asintió con los ojos enrojecidos.
-Pero nadie puede desobedecer a nuestro Líder. ¿Qué podemos hacer?
-Puede que algunos gorriones que han caído estén todavía vivos,
como lo estaba Paloma. Podríamos salvarlos.
Así pues. Ming-Li corría cada vez que veía caer un pájaro y siempre llegaba tarde.
Pero cuando iban a encender las farolas, un pájaro pardo cayó junto a un membrillo y aleteó
durante un momento, lo que llenó a Ming-Li de esperanza; corrió hacia el árbol y encontró al gorrión que intentaba incorporarse. Recogió al pájaro y lo metió dentro de su chaqueta.
-Ahora estás a salvo, amiguito- le murmuró.
La gente estaba regresando a sus casas, felicitándose por el éxito: "¡Dos días más y no
quedará ni un gorrión en toda China!"
Ming-Li se cruzó un poco más la chaqueta. Sentía el pequeño corazón del pájaro latir
contra el suyo. "Si que quedarán", se prometió
Encontró a Hermano mayor entre la muchedumbre.
-Sólo uno- le dijo, dejándole echar un vistazo dentro de la chaqueta.
Llevaron al pequeño gorrión a la jaula de la Paloma. Ming-Li llenó el tarrito
con agua y troceó su galleta de arroz.
Al día siguiente Ming-Li y Hermano Mayor salieron corriendo
para salvar más pájaros. Si aparecía algún vecino cerca cuando Ming-Li
corría a rescatar un gorrión, Hermano Mayor lo distraía
-¡Mira! ¡Al oeste ! Una bandada de enemigos!
Durante todo el día cayeron gran cantidad de pájaros.
-Parecen gotas de lluvia- dijo Hermano Mayor-. ¡Están lloviendo pájaros!
-No- dijo Ming-Li-. Son como lágrimas. ¡El cielo llora pájaros!
Al caer la noche habían rescatado cuatro gorriones más.
Al tercer día, el cielo estaba casi estaba vacío. Aún así, la gente seguía haciendo
sonar gongs, platillos, tambores, y vociferando. Ming-Li y Hermano mayor
solo encontraron dos pájaros más con vida.
-Siete gorriones- dijo Hermano Mayor- pero podía no haber ningún.
Aquella noche Ming-Li no podía dormir. Sus gorriones pronto
necesitarán espacio para volar.
Pero sí los soltaba, los vecinos del pueblo los cazarían.
Al día siguiente, se levantó antes del amanecer. Subió corriendo
al tejado, agarró la jaula y, cruzando los campos, se dirigió al granero
del pueblo. Allí soltó a los gorriones:
- Algún día volveréis a volar bajo el sol- les prometió.
Cada día, después de la escuela, Ming-Li visitaba a los gorriones.
Los observaba mientras volaban entre las vigas del techo y bajaban en picado
para atrapar insectos y gusanos.
Pero al llegar la primavera, Ming-Li empezó a preocuparse.
Tan pronto se recogiera la primera cosecha, los granjeros abrirían el granero.
¿dónde esconderían a los gorriones entonces?
Padre y Hermano Mayor habían empezado a sembrar. Ming-Li deseaba acompañarlos.
-Dejadme ayudaros- les rogaba todos los días.
-Tú no eres una campesina- contestada su padre sonriendo-. Sólo eres una niña.
Un día de verano, Ming-Li se dio cuenta de que su padre parecía preocupado
al volver del campo.
-Mañana- dijo- habrá una reunión de todos los granjeros enfrente del granero del pueblo.
¡El granero del pueblo! ¿Qué pasará si entran?
A la mañana siguiente, Ming-Li siguió a su padre.
Se escondió detrás del granero. Los campesinos estaban sentados en círculo, con cara sería.
-No tendré grano este año- dijo uno-. Las langostas se lo están comiendo todo.
-¡Las ciruelas de mi huerta están llenas de gusanos!
-exclamó otro.
-Los gorgojos se están comiendo mi arroz- añadió un tercero-
Y los saltamontes están atacando los tallos de la soja.
- Habrá hambruna- dijo el padre de Ming-Li-
Nuestras familias pasarán hambre.
Y entonces se quedaron en silencio mientras iba calando en ellos la realidad,
fría y oscura como una noche de invierno.
Ming-Li no pudo contenerse, y salió de su escondite,
-¡Es porque no hay gorriones! ¡No hay gorriones que se coman los insectos!
-¡Ming-Li , vete a casa!- gritó su padre.
Pero el mayor de los campesinos levantó la mano.
-Tiene razón-dijo- Los gorriones nunca han sido nuestros enemigos.
-¿Qué importa eso ahora?- dijo otro campesino-. Lo que está hecho, hecho está.
Ming-Li susurró algo al oido de su padre. Éste se levantó
-Enséñanoslo.
Ming-Li condujo a los campesinos hasta el granero y abrió la puerta.
Contuvo la respiración. ¿Cuál será mi castigo?
Tan pronto se abrieron las puertas se fueron volando los siete gorriones.
los granjeros dieron un grito ahogado de asombro.
-¡Tu hija nos ha traído un milagro!- dijeron-. ¡Siete milagros!.
A partir de hoy, los gorriones estarán a salvo en nuestro pueblo.
Y a toda la gente de otros pueblos que encontremos,
les contaremos la sabiduría de la Niña de los Gorriones.
-Si- asintió el padre de Ming-Li . Mi hija es la Niña de los Gorriones.
Pero es algo más.
La alzó en brazos.
-Ming-Li es una verdadera campesina.
-¡Los gorriones son nuestros enemigos! se comen el grano de nuestras cosechas,
¡Tenemos que eliminarlos!
Hermano Mayor mostró la bolsa llena de petardos que su padre le había dado
para la guerra contra los pájaros.
-Me gustan los gorriones-dijo Ming-Li en vos baja a su hermano mayor.
miró hacia el cielo e intentó imaginarlo vacío y silencioso.
Sus padres también estaban hablando de aquel plan.
-El granero del pueblo ahora está vacío pero ¡el año que viene estará lleno!
-podría ayudarte a plantar mas semillas en primavera, Padre-dijo Ming-Li-.
Y a quitar las malas hierbas, y...
-Tú no eres una campesina-contestó su padre acariciándole la cabeza-.
¡Sólo eres una niña!
Aquella noche Ming-Li no podía dormir. Había algo que la preocupaba y no podía
dejar de dar vueltas. Se acercó a la estera de su hermano mayor.
-¿Y cómo lo sabrán los otros pájaros?- Murmuró, sacudiendole el hombro.
Hermano Mayor se frotó los ojos y frunció el ceño.
-¿No asustará nuestra batida a los demás pájaros? ¿Y si se van los ruiseñores?
¿O las golondrinas, o...nuestra Paloma?
-¡Hermana Pequeña, tu cerebro es tan pequeño como el de un gorrión!- susurró
Hermano Mayor-. Los planes de nuestro Líder siempre son perfectos. Nos lo han
dicho en la escuela. ¡Y ahora vuelve a dormir!
A la mañan siguiente, un tremendo alboroto despertó
a Ming-Li. Corrió hacia la ventana: una marea de gente inundaba
las calles del pueblo, hacían sonar los gongs, platillos y tambores,
y vociferaban. Los petardos estallaban como disparos.
-Abrigate bien- dijo Madre y le dio una galleta de arroz.
Ming-Li y Hermano Mayor salieron. Los vecinos
del pueblo corrían por las calles y armaban tanto jaleo
que el suelo retumbaba. Solo miraban hacia arriba
en busca de sus enemigos los gorriones,
sin tener cuidado de no pisotear
a una niña.
Ming-Li agarró la mano de Hermano Mayor,
que la alejo de la muchedumbre y la condujo a la huerta.
Hermano Mayor encendió un petardo bajo un albaricoque. ¡PUM!
Una nube de gorriones se elevó y voló hacia unos perales.
Hermano Mayor los siguió y encendió otro petardo debajo de ellos.
Ming-Li se tapó los oídos y cerró los ojos muy fuerte, pero le pareció
que estallaban chispas doradas en su cabeza. Quería alejarse
volando como una gorrión a algún lugar alto y seguro.
Ming-Li salió corriendo, pero cuando llegó al camino vio caer algo del suelo.
Un grupo de vecinos también lo vio y se acercó corriendo.
-¡Se ha muerto del susto!- gritó Ming-Li -. ¡Debemos parar!
-¡Los gorriones muertos no comen grano!- graznó un anciano junto a ella.
Cayeron más pájaros del cielo, sin vida.
-¡Viva! ¡Estamos ganando la Guerra contra los Gorriones!- exclamaron los demás.
Ming-Li corrió hasta su casa, trepó al tejado para ver cómo estaba su Paloma.
Pero la jaula estaba vacía: Hermano Mayor debía de haberla dejado salir.
De repente una paloma plateada se acercó a ella.
-¡Has vuelto!
Ming-Li alargó el brazo para que se posara en él. Pero el pájaro solo aleteó
un instante, y después cayó sobre tejas.
La paloma yacía inerte, solo su corazón latía bajo las nacaradas plumas
del pecho. Pero al poco rato también el corazón dejó de moverse.
Los ojos de Ming-Li se llenaron de lágrimas. escondió el pájaro dentro
de su chaqueta, bajó del tejado y volvió a la huerta.
Hermano Mayor estaba debajo de un nogal, a punto de encender otro petardo.
-Espera- dijo Ming-Li mostrándole su paloma.
A Hermano Mayor se le descompuso el rostro y soltó abatido el petardo.
Enterraron la paloma bajo el nogal.
-El ruido de la batida matará a todos los gorriones de China. Quizás a todos
los pájaros. Tenemos que hacer algo- dijo Ming-Li -. ¿Me ayudarás?
Hermano Mayor asintió con los ojos enrojecidos.
-Pero nadie puede desobedecer a nuestro Líder. ¿Qué podemos hacer?
-Puede que algunos gorriones que han caído estén todavía vivos,
como lo estaba Paloma. Podríamos salvarlos.
Así pues. Ming-Li corría cada vez que veía caer un pájaro y siempre llegaba tarde.
Pero cuando iban a encender las farolas, un pájaro pardo cayó junto a un membrillo y aleteó
durante un momento, lo que llenó a Ming-Li de esperanza; corrió hacia el árbol y encontró al gorrión que intentaba incorporarse. Recogió al pájaro y lo metió dentro de su chaqueta.
-Ahora estás a salvo, amiguito- le murmuró.
La gente estaba regresando a sus casas, felicitándose por el éxito: "¡Dos días más y no
quedará ni un gorrión en toda China!"
Ming-Li se cruzó un poco más la chaqueta. Sentía el pequeño corazón del pájaro latir
contra el suyo. "Si que quedarán", se prometió
Encontró a Hermano mayor entre la muchedumbre.
-Sólo uno- le dijo, dejándole echar un vistazo dentro de la chaqueta.
Llevaron al pequeño gorrión a la jaula de la Paloma. Ming-Li llenó el tarrito
con agua y troceó su galleta de arroz.
Al día siguiente Ming-Li y Hermano Mayor salieron corriendo
para salvar más pájaros. Si aparecía algún vecino cerca cuando Ming-Li
corría a rescatar un gorrión, Hermano Mayor lo distraía
-¡Mira! ¡Al oeste ! Una bandada de enemigos!
Durante todo el día cayeron gran cantidad de pájaros.
-Parecen gotas de lluvia- dijo Hermano Mayor-. ¡Están lloviendo pájaros!
-No- dijo Ming-Li-. Son como lágrimas. ¡El cielo llora pájaros!
Al caer la noche habían rescatado cuatro gorriones más.
Al tercer día, el cielo estaba casi estaba vacío. Aún así, la gente seguía haciendo
sonar gongs, platillos, tambores, y vociferando. Ming-Li y Hermano mayor
solo encontraron dos pájaros más con vida.
-Siete gorriones- dijo Hermano Mayor- pero podía no haber ningún.
Aquella noche Ming-Li no podía dormir. Sus gorriones pronto
necesitarán espacio para volar.
Pero sí los soltaba, los vecinos del pueblo los cazarían.
Al día siguiente, se levantó antes del amanecer. Subió corriendo
al tejado, agarró la jaula y, cruzando los campos, se dirigió al granero
del pueblo. Allí soltó a los gorriones:
- Algún día volveréis a volar bajo el sol- les prometió.
Cada día, después de la escuela, Ming-Li visitaba a los gorriones.
Los observaba mientras volaban entre las vigas del techo y bajaban en picado
para atrapar insectos y gusanos.
Pero al llegar la primavera, Ming-Li empezó a preocuparse.
Tan pronto se recogiera la primera cosecha, los granjeros abrirían el granero.
¿dónde esconderían a los gorriones entonces?
Padre y Hermano Mayor habían empezado a sembrar. Ming-Li deseaba acompañarlos.
-Dejadme ayudaros- les rogaba todos los días.
-Tú no eres una campesina- contestada su padre sonriendo-. Sólo eres una niña.
Un día de verano, Ming-Li se dio cuenta de que su padre parecía preocupado
al volver del campo.
-Mañana- dijo- habrá una reunión de todos los granjeros enfrente del granero del pueblo.
¡El granero del pueblo! ¿Qué pasará si entran?
A la mañana siguiente, Ming-Li siguió a su padre.
Se escondió detrás del granero. Los campesinos estaban sentados en círculo, con cara sería.
-No tendré grano este año- dijo uno-. Las langostas se lo están comiendo todo.
-¡Las ciruelas de mi huerta están llenas de gusanos!
-exclamó otro.
-Los gorgojos se están comiendo mi arroz- añadió un tercero-
Y los saltamontes están atacando los tallos de la soja.
- Habrá hambruna- dijo el padre de Ming-Li-
Nuestras familias pasarán hambre.
Y entonces se quedaron en silencio mientras iba calando en ellos la realidad,
fría y oscura como una noche de invierno.
Ming-Li no pudo contenerse, y salió de su escondite,
-¡Es porque no hay gorriones! ¡No hay gorriones que se coman los insectos!
-¡Ming-Li , vete a casa!- gritó su padre.
Pero el mayor de los campesinos levantó la mano.
-Tiene razón-dijo- Los gorriones nunca han sido nuestros enemigos.
-¿Qué importa eso ahora?- dijo otro campesino-. Lo que está hecho, hecho está.
Ming-Li susurró algo al oido de su padre. Éste se levantó
-Enséñanoslo.
Ming-Li condujo a los campesinos hasta el granero y abrió la puerta.
Contuvo la respiración. ¿Cuál será mi castigo?
Tan pronto se abrieron las puertas se fueron volando los siete gorriones.
los granjeros dieron un grito ahogado de asombro.
-¡Tu hija nos ha traído un milagro!- dijeron-. ¡Siete milagros!.
A partir de hoy, los gorriones estarán a salvo en nuestro pueblo.
Y a toda la gente de otros pueblos que encontremos,
les contaremos la sabiduría de la Niña de los Gorriones.
-Si- asintió el padre de Ming-Li . Mi hija es la Niña de los Gorriones.
Pero es algo más.
La alzó en brazos.
-Ming-Li es una verdadera campesina.
Los 3 bandidos (Por: Tomi Ungerer)
Había una vez
tres feroces bandidos
que siempre llevaban
anchas capas negras
y altos sombreros negros.
El primero tenía un trabuco.
El segundo, un fuelle lleno de pimienta.
El tercero, una enorme hacha roja.
cuando oscurecía
se ponían al acecho
Junto al camino.
¡Eran tipos terribles!
Cuando ellos aparecían,
algunos se desmayaban de miedo,
los perros metían el rabo entre las piernas,
y hasta los más valientes huían.
Cuando pasaban los carruajes,
echaban pimienta en los hocicos
de los caballos.
¡Y los cocheros tenían que parar!
Después,
destrozaban las ruedas a hachazos...
...y con el trabuco,
amenazaban a los viajeros
y los desvalijaban.
Los bandidos tenían un escondite
en una guarida, en lo alto de la montaña.
Hasta allí transportaban su botín.
Tenían cofres y arcas llenas de oro,
perlas, anillos, relojes
y piedras preciosas.
Una vez, en una noche muy oscura,
los tres bandidos asaltaron un carruaje
en el que sólo había un pasajero.
Era una niña húerfana.
que se llamaba Úrsula.
Estaba triste
porque viajaba a casa de su tía gruñona,
para quedarse a vivir con ella.
Y aquello no le gustaba.
Por eso, cuando aparecieron los tres bandidos,
se puso muy contenta.
Como los bandidos no encontraron
nada más en el carruaje,
envolvieron a Úrsula en una manta.
y la llevaron hasta el escondite.
Allí,
le prepararon una cama blanda
y la acostaron para que durmiese.
A la mañana siguiente,
cuando despertó.
Úrsula vio los cofres y las arcas
llenas de tesoros
"¿Qué vais a hacer con todo esto?"
le preguntó a los bandidos.
Los tres se miraron, sorprendidos.
¡Nunca se les había ocurrido pensar
que harían
con tanta riqueza!
Y como Úrsula, la niña huérfana,
les gustaba tanto,
los bandidos marcharon en busca
de otros niños infelices y abandonados,
para cuidarlos.
Y compraron un castillo enorme
para que todos aquellos niños
tuviesen un hogar.
Todos los niños
llevaban
las mismas capas
y los mismos sombreros
que los tres bandidos
¡Pero de color rojo!
La historia de los bandidos
que recogían niños huérfanos
corrió de boca en boca.
Todos los días encontraban
algún niño abandonado
delante de la puerta.
Los niños se quedaban allí
hasta que tenían edad
para tener su propia vivienda.
Después construían sus casas
muy cerca del castillo.
Aquel lugar llegó a ser
una pequeña ciudad
en la que todos llevaban
sombreros rojos
y capas rojas
Y, en agradecimiento,
construyeron una muralla
con tres torres impresionantes.
¡Una para cada bandido!
tres feroces bandidos
que siempre llevaban
anchas capas negras
y altos sombreros negros.
El primero tenía un trabuco.
El segundo, un fuelle lleno de pimienta.
El tercero, una enorme hacha roja.
cuando oscurecía
se ponían al acecho
Junto al camino.
¡Eran tipos terribles!
Cuando ellos aparecían,
algunos se desmayaban de miedo,
los perros metían el rabo entre las piernas,
y hasta los más valientes huían.
Cuando pasaban los carruajes,
echaban pimienta en los hocicos
de los caballos.
¡Y los cocheros tenían que parar!
Después,
destrozaban las ruedas a hachazos...
...y con el trabuco,
amenazaban a los viajeros
y los desvalijaban.
Los bandidos tenían un escondite
en una guarida, en lo alto de la montaña.
Hasta allí transportaban su botín.
Tenían cofres y arcas llenas de oro,
perlas, anillos, relojes
y piedras preciosas.
Una vez, en una noche muy oscura,
los tres bandidos asaltaron un carruaje
en el que sólo había un pasajero.
Era una niña húerfana.
que se llamaba Úrsula.
Estaba triste
porque viajaba a casa de su tía gruñona,
para quedarse a vivir con ella.
Y aquello no le gustaba.
Por eso, cuando aparecieron los tres bandidos,
se puso muy contenta.
Como los bandidos no encontraron
nada más en el carruaje,
envolvieron a Úrsula en una manta.
y la llevaron hasta el escondite.
Allí,
le prepararon una cama blanda
y la acostaron para que durmiese.
A la mañana siguiente,
cuando despertó.
Úrsula vio los cofres y las arcas
llenas de tesoros
"¿Qué vais a hacer con todo esto?"
le preguntó a los bandidos.
Los tres se miraron, sorprendidos.
¡Nunca se les había ocurrido pensar
que harían
con tanta riqueza!
Y como Úrsula, la niña huérfana,
les gustaba tanto,
los bandidos marcharon en busca
de otros niños infelices y abandonados,
para cuidarlos.
Y compraron un castillo enorme
para que todos aquellos niños
tuviesen un hogar.
Todos los niños
llevaban
las mismas capas
y los mismos sombreros
que los tres bandidos
¡Pero de color rojo!
La historia de los bandidos
que recogían niños huérfanos
corrió de boca en boca.
Todos los días encontraban
algún niño abandonado
delante de la puerta.
Los niños se quedaban allí
hasta que tenían edad
para tener su propia vivienda.
Después construían sus casas
muy cerca del castillo.
Aquel lugar llegó a ser
una pequeña ciudad
en la que todos llevaban
sombreros rojos
y capas rojas
Y, en agradecimiento,
construyeron una muralla
con tres torres impresionantes.
¡Una para cada bandido!
Los zapaticos de Rosa
À mademoiselle Marie: José Martí
Hay un sol bueno y mar de espuma.
Y arena fina y Pilar
Quiere salir a estrenar
Su combrerito de pluma.
-"¡Vaya la niña divida!"
Dice el padre, y le da un beso:
"Vaya mi pájaro preso
A buscarme arena fina"
-"Yo voy con mi niña hermosa",
Le dijo la madre buena:
"¡No te manches en la arena
Los zapaticos de rosa!"
Fueron las dos al jardín
Por la calle laurel:
La madre cogió un clavel
Y Pilar cogió un jazmín
Ella va de todo juego,
Con aro, y balde, y paleta
El balde es color violeta
El aro es color del fuego
Vienen a verla pasar
Nadie quiere verlas ir
La madre se echa a reír
Y un viaje se echa a llorar.
El aire fresco despeina
A Pilar, que viene y va
Muy orona:_ "!Di mamá!
¿Tu sabes que cosa es reina?"
Y por si vuelven de noche
De la orilla de la mar
Para la madrey Pilar
Manda luego el padre el coche
Está la playa muy linda:
Todo el mundo está en la playa
Lleva espejuelos el aya
De la frnacese Florinda
Está Alberto, el militar
Que salió en la procesión
Con el tricornio y con bastón
Echando un bote en el mar
¡Y que mala, Magdalena
Con tantas cintas y lazos,
A la muñeca sin brazos
Enterrándola en la arena!
Conversan allá en las sillas
Sentadas con los señores
Las señoras, como flores
Debajo de las sombrillas
Pero está con estos modos
Tan serios, muy tristes el mar
Lo alegre es allá, al doblar
En la barranca de todos
Dicen que suenan las olas
Mejor allá en la barranca
Y que la arena es muy blanca
Donde están las niñas solas
Pilar corre a su mamá:
-"¡Mamá, yo voy a ser buena
Dejame ir sola a la arena
Allá, tu me ves, allá!"
-"¡Esta niña caprichosa!
No hay tarde que no me enojes
Anda, pero no te mojes
Los zapatitos de rosa".
Le llega alos pies la espuma
Gritan alegres las dos
Y se va diciendo adios
La del sombrero de pluma
¡Se va allá, donde ¡ muy lejos!
Las aguas son mas salobres
Donde se sientan los pobres
Donde se sientan los viejos
Se fue la niña a jugar
La espuma blanca bajó
Y pasó el tiempo, y pasó
Un águila por el mar
Y cuando el sol se ponía
Detrás de un monte dorado
Un sombrerito callado
Por las arenas venía
Trabajaba mucho, trabajaba
Para andar ¿qué es lo que tiene
Pilar que anda así, que viene
con la cabeza baja?
Bien sabe la madre hermosa
Porqué le cuesta andar
-"¿y los zapatos, Pilar,
Los zapaticos rosa?
"¡Ah, loca! ¿en dónde estarán?
¡Di dónde Pilar!"- "Señora"
Dice una mujer que llora
¡Están conmigo aquí están!
"Yo tengo una niña enferma
Que llora en el cuarto oscuro
Y la tarigo al aire puro
A ver el sol, y a que duerma
"Anoche soñó, soñó
Con el cielo, y oyó un canto
Me dio miedo, me dio espanto
Y la traje y se durmió
"Con sus dos brazos menudos
Estaba como abrazando
Y yo mirando, mirando
Sus piececitos desnudos
"Me llego al cuerpo la espuma
Alcé los ojos, y vi
Esta niña frente a mi
Con su sombrero de pluma.
-"¡Se parece a los retratos
Tu niña!" dijo "¿Es de cera?"
¿Quiere jugar? ¿Si quisiera!...
¿Y por qué está sin zapatos?
¡"Mira: ¡la mano le abrasa
Y tiene los pies tan fríos !
¡Oh, toma toma los míos
Yo tengo mas en mi casa"!
"¡No se bien, señora hermosa
Lo que sucedió después
¡Le vi a mi hija en los pies
los zapaticos rosa!"
Se vió sacar los pañuelos
A una rusa y a una inglesa
El aya de la francesa
Se quitó los espejuelos.
Abrió la madre los brazos
Se echó Pilar en su pecho
Y sacó el traje deshecho
Sin adornos y sin lazos
Todo lo quiero saber
De la enfermera la señora
¡No quiero saber que llora
de pobreza una mujer!
-"Si, Pilar dáselo! ¡y eso
También! ¡tu manta! ¡tu anillo!
Y ella le dió su bolsillo
Le dio el clavel, le dio un beso
Vuelvan calladas de noche
A su casa del jardín
y Pilar ca en el cojín
De la derecha del coche
Y dice una mariposa
Que vio desde su rosal
Guardados en un cristal
Los zapaticos rosa.
Hay un sol bueno y mar de espuma.
Y arena fina y Pilar
Quiere salir a estrenar
Su combrerito de pluma.
-"¡Vaya la niña divida!"
Dice el padre, y le da un beso:
"Vaya mi pájaro preso
A buscarme arena fina"
-"Yo voy con mi niña hermosa",
Le dijo la madre buena:
"¡No te manches en la arena
Los zapaticos de rosa!"
Fueron las dos al jardín
Por la calle laurel:
La madre cogió un clavel
Y Pilar cogió un jazmín
Ella va de todo juego,
Con aro, y balde, y paleta
El balde es color violeta
El aro es color del fuego
Vienen a verla pasar
Nadie quiere verlas ir
La madre se echa a reír
Y un viaje se echa a llorar.
El aire fresco despeina
A Pilar, que viene y va
Muy orona:_ "!Di mamá!
¿Tu sabes que cosa es reina?"
Y por si vuelven de noche
De la orilla de la mar
Para la madrey Pilar
Manda luego el padre el coche
Está la playa muy linda:
Todo el mundo está en la playa
Lleva espejuelos el aya
De la frnacese Florinda
Está Alberto, el militar
Que salió en la procesión
Con el tricornio y con bastón
Echando un bote en el mar
¡Y que mala, Magdalena
Con tantas cintas y lazos,
A la muñeca sin brazos
Enterrándola en la arena!
Conversan allá en las sillas
Sentadas con los señores
Las señoras, como flores
Debajo de las sombrillas
Pero está con estos modos
Tan serios, muy tristes el mar
Lo alegre es allá, al doblar
En la barranca de todos
Dicen que suenan las olas
Mejor allá en la barranca
Y que la arena es muy blanca
Donde están las niñas solas
Pilar corre a su mamá:
-"¡Mamá, yo voy a ser buena
Dejame ir sola a la arena
Allá, tu me ves, allá!"
-"¡Esta niña caprichosa!
No hay tarde que no me enojes
Anda, pero no te mojes
Los zapatitos de rosa".
Le llega alos pies la espuma
Gritan alegres las dos
Y se va diciendo adios
La del sombrero de pluma
¡Se va allá, donde ¡ muy lejos!
Las aguas son mas salobres
Donde se sientan los pobres
Donde se sientan los viejos
Se fue la niña a jugar
La espuma blanca bajó
Y pasó el tiempo, y pasó
Un águila por el mar
Y cuando el sol se ponía
Detrás de un monte dorado
Un sombrerito callado
Por las arenas venía
Trabajaba mucho, trabajaba
Para andar ¿qué es lo que tiene
Pilar que anda así, que viene
con la cabeza baja?
Bien sabe la madre hermosa
Porqué le cuesta andar
-"¿y los zapatos, Pilar,
Los zapaticos rosa?
"¡Ah, loca! ¿en dónde estarán?
¡Di dónde Pilar!"- "Señora"
Dice una mujer que llora
¡Están conmigo aquí están!
"Yo tengo una niña enferma
Que llora en el cuarto oscuro
Y la tarigo al aire puro
A ver el sol, y a que duerma
"Anoche soñó, soñó
Con el cielo, y oyó un canto
Me dio miedo, me dio espanto
Y la traje y se durmió
"Con sus dos brazos menudos
Estaba como abrazando
Y yo mirando, mirando
Sus piececitos desnudos
"Me llego al cuerpo la espuma
Alcé los ojos, y vi
Esta niña frente a mi
Con su sombrero de pluma.
-"¡Se parece a los retratos
Tu niña!" dijo "¿Es de cera?"
¿Quiere jugar? ¿Si quisiera!...
¿Y por qué está sin zapatos?
¡"Mira: ¡la mano le abrasa
Y tiene los pies tan fríos !
¡Oh, toma toma los míos
Yo tengo mas en mi casa"!
"¡No se bien, señora hermosa
Lo que sucedió después
¡Le vi a mi hija en los pies
los zapaticos rosa!"
Se vió sacar los pañuelos
A una rusa y a una inglesa
El aya de la francesa
Se quitó los espejuelos.
Abrió la madre los brazos
Se echó Pilar en su pecho
Y sacó el traje deshecho
Sin adornos y sin lazos
Todo lo quiero saber
De la enfermera la señora
¡No quiero saber que llora
de pobreza una mujer!
-"Si, Pilar dáselo! ¡y eso
También! ¡tu manta! ¡tu anillo!
Y ella le dió su bolsillo
Le dio el clavel, le dio un beso
Vuelvan calladas de noche
A su casa del jardín
y Pilar ca en el cojín
De la derecha del coche
Y dice una mariposa
Que vio desde su rosal
Guardados en un cristal
Los zapaticos rosa.
lunes, 28 de octubre de 2013
Rosa Blanca. (Por: Roberto Innocenti)
Rosa Blanca vivía en una pequeña ciudad de Alemania.
Sus calles eran estrechas, con fuentes antiguas y casas altas,
sobre cuyos tejados iban a posarse las palomas.
Un día, aparecieron los primeros camiones y muchos hombres
se subieron a ellos. Llevaban uniformes y saludaban.
El alcalde Schroeder pronunció un discurso. Por todas partes
colgaban banderas de colores y los niños saludaban.
Por delante de las ventanas de la escuela,
pasaron muchos camiones. En ellos iban soldados
que nunca habían estado en la ciudad.
Sus caras eran risueñas.
Después llegaron tanques. Sus cadenas hacían
brotar chispas de los adoquines, metían mucho
ruido y olían a grasa.
A veces daba la impresión de que nada había
cambiado, pero, cada mañana, la madre le
advertía a Rosa Blanca que tuviera cuidado al
cruzar la calle. Los camiones de los soldados
tenían prisa.
Rosa Blanca le gustaba pasear a la orilla del río.
Observaba las ramas que arrastraba la
corriente y los viejos juguetes rotos que, a veces,
flotaban en el agua. Le gustaba el color del río
y ver el cielo en él.
Cada vez venían mas camiones. Los niños se
quedaban en la entrada de sus casas para verlos pasar.
Sin embargo, no se sabía adónde iban.
Se creía que al otro lado del río y que volvían vacíos.
Un día, un camión se quedó parado.
los soldados tuvieron que arreglar el motor.
De pronto, un niño saltó del camión e intentó escapar.
Pero el alcalde Schroeder estaba allí, en medio de la calle.
Agarró al niño por los hombros y lo arrastró
hacia el camión. El alcalde sonrió amistosamente a
los soldados, que le dieron las gracias.
Los soldados llevaron al niño de nuevo al
camión, subieron y continuaron el viaje.
Un hombre de uniforme negro invitó al alcalde
Schroeder a subir en su coche. Todo había
sucedido muy rápido.
Rosa Blanca quería saber dónde llevaban los
soldados al niño. Siguió a los camiones, había
mucha gente en la calle, como cualquier día
después de la escuela. Los niños jugaban, había
gente en bicicleta y campesinos en tractores.
Pero Rosa Blanca no se fijaba en la gente y nadie vio
cómo ella seguía el camión por la acera.
Tuvo que andar mucho.Salió de la ciudad.
Atravesando campos, llegó a un bosque.
El cielo estaba gris, el paisaje helado.
A veces, echaba a correr.
Siguió las huellas de las ruedas en el bosque y
llegó a un claro.
Se detuvo delante de una alambrada eléctrica.
Detrás había niños, inmóviles como muñecos.
Rosa Blanca no conocía a ninguno. Un niño muy
pequeño dijo que tenía hambre.
Rosa Blanca tenía todavía el resto de un
bocadillo. Con cuidado, lo pasó por entre la
alambrada. El sol se ocultaba tras las colinas.
Hacía viento. Rosa Blanca sintió frío.
Pasaron semanas. Fue un frío, pálido invierno.
La madre de Rosa Blanca se asombraba del
apetito de su hija, que llevaba a la escuela más de
lo que podía comer en casa: bocadillos,
mermelada y manzana.
Sin embargo Rosa Blanca estaba cada vez mas delgada.
Entre toda la gente de la ciudad, el único que seguía estando gordo
era el alcalde Schroeder, que continuaba pronunciando largos discursos.
Pero la gente ya no era tan amable y, desconfiados,
se vigilaban unos a otros.
Rosa Blanca ocultaba la comida en la cartera del colegio
y tenía mucha prisa de salir de la escuela.
Ahora ya conocía el camino de memoria.
En los barracones de madera, tras la alambrada, había
cada vez mas niños. Su aspecto era cada vez más
demacrado y hambriento. muchos de ellos, sobre
la ropa, llevaban un estrella.
cuando empezó a derretirse la nieve y los
caminos se llenaron de fango, volvieron a pasar
por la ciudad muchos camiones. Casi siempre
circulaban de noche y esta vez en el otro sentido:
se alejaban del río. No llevaban luces ni marcas se
paraban. Los soldados parecían muy cansados.
De pronto una mañana, toda la ciudad se puso
en movimiento. La gente había empaquetado
cuando podía llevarse. El alcalde Schroeder ya no
hacía discursos, tampoco llevaba uniforme. Tenía prisa.
También había soldados entre la gente. Nadie
parecía fijarse en ellos. Muchos cojeaban
y estaban heridos. Pedían agua.
ese día desapareció Rosa Blanca. Había ido de
nuevo al bosque.
En la niebla, era difícil encontrar el camino.
Rosa Blanca saltaba por encima de los charcos
para no manchar sus zapatos. En medio del
bosque, el claro había cambiado. Los barracones
de madera habían desaparecido y estaba destruida
la alambrada. Rosa Blanca dejó caer el bolso con
la comida. Se quedó quieta, en silencio.
Se movieron sombras entre los árboles. Eran
soldados. Apenas se los distinguía. Para ellos, el
enemigo estaba en todas partes. De pronto, sonó
un disparo.
En ese momento, otros soldados llegaban a la
ciudad. Sus camiones y sus tanques olían igual y
hacían el mismo ruido, pero sus uniformes eran de
un color diferente y hablaban en un idioma
desconocido. Con los soldados regresaron personas
que habían desaparecido de la ciudad años atrás.
La madre de Rosa Blanca esperó mucho tiempo
a su pequeña hija. En el bosque, los árboles
comenzaron a retoñar, las flores se abrían en el
claro y, poco a poco, ocultaron los
restos de la alambrada.
Había llegado la primavera.
Sus calles eran estrechas, con fuentes antiguas y casas altas,
sobre cuyos tejados iban a posarse las palomas.
Un día, aparecieron los primeros camiones y muchos hombres
se subieron a ellos. Llevaban uniformes y saludaban.
El alcalde Schroeder pronunció un discurso. Por todas partes
colgaban banderas de colores y los niños saludaban.
Por delante de las ventanas de la escuela,
pasaron muchos camiones. En ellos iban soldados
que nunca habían estado en la ciudad.
Sus caras eran risueñas.
Después llegaron tanques. Sus cadenas hacían
brotar chispas de los adoquines, metían mucho
ruido y olían a grasa.
A veces daba la impresión de que nada había
cambiado, pero, cada mañana, la madre le
advertía a Rosa Blanca que tuviera cuidado al
cruzar la calle. Los camiones de los soldados
tenían prisa.
Rosa Blanca le gustaba pasear a la orilla del río.
Observaba las ramas que arrastraba la
corriente y los viejos juguetes rotos que, a veces,
flotaban en el agua. Le gustaba el color del río
y ver el cielo en él.
Cada vez venían mas camiones. Los niños se
quedaban en la entrada de sus casas para verlos pasar.
Sin embargo, no se sabía adónde iban.
Se creía que al otro lado del río y que volvían vacíos.
Un día, un camión se quedó parado.
los soldados tuvieron que arreglar el motor.
De pronto, un niño saltó del camión e intentó escapar.
Pero el alcalde Schroeder estaba allí, en medio de la calle.
Agarró al niño por los hombros y lo arrastró
hacia el camión. El alcalde sonrió amistosamente a
los soldados, que le dieron las gracias.
Los soldados llevaron al niño de nuevo al
camión, subieron y continuaron el viaje.
Un hombre de uniforme negro invitó al alcalde
Schroeder a subir en su coche. Todo había
sucedido muy rápido.
Rosa Blanca quería saber dónde llevaban los
soldados al niño. Siguió a los camiones, había
mucha gente en la calle, como cualquier día
después de la escuela. Los niños jugaban, había
gente en bicicleta y campesinos en tractores.
Pero Rosa Blanca no se fijaba en la gente y nadie vio
cómo ella seguía el camión por la acera.
Tuvo que andar mucho.Salió de la ciudad.
Atravesando campos, llegó a un bosque.
El cielo estaba gris, el paisaje helado.
A veces, echaba a correr.
Siguió las huellas de las ruedas en el bosque y
llegó a un claro.
Se detuvo delante de una alambrada eléctrica.
Detrás había niños, inmóviles como muñecos.
Rosa Blanca no conocía a ninguno. Un niño muy
pequeño dijo que tenía hambre.
Rosa Blanca tenía todavía el resto de un
bocadillo. Con cuidado, lo pasó por entre la
alambrada. El sol se ocultaba tras las colinas.
Hacía viento. Rosa Blanca sintió frío.
Pasaron semanas. Fue un frío, pálido invierno.
La madre de Rosa Blanca se asombraba del
apetito de su hija, que llevaba a la escuela más de
lo que podía comer en casa: bocadillos,
mermelada y manzana.
Sin embargo Rosa Blanca estaba cada vez mas delgada.
Entre toda la gente de la ciudad, el único que seguía estando gordo
era el alcalde Schroeder, que continuaba pronunciando largos discursos.
Pero la gente ya no era tan amable y, desconfiados,
se vigilaban unos a otros.
Rosa Blanca ocultaba la comida en la cartera del colegio
y tenía mucha prisa de salir de la escuela.
Ahora ya conocía el camino de memoria.
En los barracones de madera, tras la alambrada, había
cada vez mas niños. Su aspecto era cada vez más
demacrado y hambriento. muchos de ellos, sobre
la ropa, llevaban un estrella.
cuando empezó a derretirse la nieve y los
caminos se llenaron de fango, volvieron a pasar
por la ciudad muchos camiones. Casi siempre
circulaban de noche y esta vez en el otro sentido:
se alejaban del río. No llevaban luces ni marcas se
paraban. Los soldados parecían muy cansados.
De pronto una mañana, toda la ciudad se puso
en movimiento. La gente había empaquetado
cuando podía llevarse. El alcalde Schroeder ya no
hacía discursos, tampoco llevaba uniforme. Tenía prisa.
También había soldados entre la gente. Nadie
parecía fijarse en ellos. Muchos cojeaban
y estaban heridos. Pedían agua.
ese día desapareció Rosa Blanca. Había ido de
nuevo al bosque.
En la niebla, era difícil encontrar el camino.
Rosa Blanca saltaba por encima de los charcos
para no manchar sus zapatos. En medio del
bosque, el claro había cambiado. Los barracones
de madera habían desaparecido y estaba destruida
la alambrada. Rosa Blanca dejó caer el bolso con
la comida. Se quedó quieta, en silencio.
Se movieron sombras entre los árboles. Eran
soldados. Apenas se los distinguía. Para ellos, el
enemigo estaba en todas partes. De pronto, sonó
un disparo.
En ese momento, otros soldados llegaban a la
ciudad. Sus camiones y sus tanques olían igual y
hacían el mismo ruido, pero sus uniformes eran de
un color diferente y hablaban en un idioma
desconocido. Con los soldados regresaron personas
que habían desaparecido de la ciudad años atrás.
La madre de Rosa Blanca esperó mucho tiempo
a su pequeña hija. En el bosque, los árboles
comenzaron a retoñar, las flores se abrían en el
claro y, poco a poco, ocultaron los
restos de la alambrada.
Había llegado la primavera.
Abuelos (Por: Chema Heras / Rosa Osuna)
Una tarde de primavera
estaba el abuelo trabajando la huerta
cuando vio llegar un coche que anunciaba:
¡Esta noche habrá fiesta en la plaza del pueblo!
¡Venid todos a bailar con los mejores músicos del país!
-¿Has oído, Manuela?
¡Esta noche tenemos baile!
-Si, Manuel, pero yo no voy.
Ya no soy una niña
para andar de fiesta en fiesta.
El abuelo no dijo nada.
Miró al sol,
que estaba a punto de esconderse en el horizonte,
y se agachó a por una margarita
que crecía entre la hierba.
Después se fue donde estaba la abuela,
le dio la flor y le dijo:
-Pero tú eres muy bonita, Manuela.
¡Eres tan bonita como el sol!
La abuela sonrió y fue a mirarse al espejo.
-Eso no es verdad. Yo soy fea como una gallina sin plumas
-dijo ella, prendiéndose la margarita en el pelo.
-¡No digas eso, mujer!
Tú eres tan bonita como el sol.
¡Y haz el favor de apurarte, que tenemos que ir a bailar!
La abuela fue al baño y, de una bolsa, sacó un lápiz.
-¿Qué vas a hacer con ese lápiz?- preguntó el abuelo.
-Voy a pintarme los ojos,
que los tengo tristes como una noche sin luna.
-¡No digas eso, mujer! Tú eres tan bonita como el sol,
con tus ojos tristes como las estrellas de la noche.
¡Y haz el favor de apurarte, que tenemos que ir a bailar!
La abuela sonrió y sacó un pincel.
-¿Qué vas a hacer con ese pincel?
-Voy a pintarme las pestañas,
que las tengo cortas como las patas de una mosca.
-¡No digas eso, mujer! Tú eres tan bonita como el sol
con tus ojos tristes como estrellas de la noche,
y tus pestañas cortas como hierbas recién segada.
¡Y haz el favor de apurarte, que tenemos que ir a bailar!
La abuela volvió a sonreír y, de la estantería, sacó un bote.
-¿Qué vas a hacer con ese bote?
-Voy a ponerme crema en la piel,
que la tengo arrugada
como higo seco.
-¡No digas eso, mujer! Tú eres tan bonita como el sol
con tus ojos tristes como estrellas de la noche,
y tus pestañas cortas como hierbas recién segada,
y tu piel arrugada
como nueces de una tarta.
¡Y haz el favor de apurarte, que tenemos que ir a bailar!
La abuela volvió a sonreír,
dejó el bote y sacó una barra de labios.
-¿Qué vas a hacer con esa barra?
-voy a dar brillo a mis labios,
que los tengo secos como la tierra de los caminos.
-¡No digas eso, mujer! Tú eres tan bonita como el sol
con tus ojos tristes como estrellas de la noche,
y tus pestañas cortas como hierbas recién segada,
y tu piel arrugada
como nueces de una tarta,
y tus labios secos como la arena del desierto.
¡Y haz el favor de apurarte, que tenemos que ir a bailar!
La abuela sonrió,
fue a la mesilla de noche
y sacó un frasco del cajón.
-¿Qué vas a hacer con ese frasco?
-Voy a teñirme el pelo,
que lo tengo gris como una nube de otoño.
-¡No digas eso, mujer! Tú eres tan bonita como el sol
con tus ojos tristes como estrellas de la noche,
y tus pestañas cortas como hierbas recién segada,
y tu piel arrugada
como nueces de una tarta,
y tus labios secos como la arena del desierto,
y tu pelo blanco como nube de verano.
¡Y haz el favor de apurarte, que tenemos que ir a bailar!
La abuela sonrió y sacó una falda.
-¿Qué vas a hacer con esa falda?
- Voy a esconder estas piernas,
que las tengo flaquitas como agujas de calcetar.
-¡No digas eso, mujer! Tú eres tan bonita como el sol
con tus ojos tristes como estrellas de la noche,
y tus pestañas cortas como hierbas recién segada,
y tu piel arrugada
como nueces de una tarta,
y tus labios secos como la arena del desierto,
y tu pelo blanco como nube de verano,
y tus piernas flaquitas como las de una golondrina.
¡Y haz el favor de apurarte, que tenemos que ir a bailar!
La abuela colgó la falda, y se fue a lavar la cara
y sonrió delante del espejo.
Después se agarró del brazo del abuelo y los dos se fueron hacia el baile.
Cuando llegaron, los músicos ya estaban tocando en el palco
y todo el mundo estaba bailando.
El abuelo tomó a la abuela por la cintura y se pusieron a bailar.
después miró profundamente a los ojos de la abuela y dijo:
-Manuela,
tienes los ojos tristes y hermosos
como las estrellas de la noche.
Entonces, la abuela
miró dentro en los ojos del abuelo,
y vio que también él tenía ...
los ojos tristes como estrellas de la noche,
y tus pestañas cortas como hierbas recién segada,
y tu piel arrugada
como nueces de una tarta,
y tus labios secos como la arena del desierto,
y tu pelo blanco como nube de verano,
y tus piernas flaquitas como las de una golondrina.
La abuela se agachó a por una margarita,
la prendió en el chaleco del abuelo
y se acurrucó en su pecho.
Después miró al cielo,
volvió a mirar a los ojos del abuelo
y, sin dejar de bailar, le dijo:
-Manuel eres tan bonito como la luna!
estaba el abuelo trabajando la huerta
cuando vio llegar un coche que anunciaba:
¡Esta noche habrá fiesta en la plaza del pueblo!
¡Venid todos a bailar con los mejores músicos del país!
-¿Has oído, Manuela?
¡Esta noche tenemos baile!
-Si, Manuel, pero yo no voy.
Ya no soy una niña
para andar de fiesta en fiesta.
El abuelo no dijo nada.
Miró al sol,
que estaba a punto de esconderse en el horizonte,
y se agachó a por una margarita
que crecía entre la hierba.
Después se fue donde estaba la abuela,
le dio la flor y le dijo:
-Pero tú eres muy bonita, Manuela.
¡Eres tan bonita como el sol!
La abuela sonrió y fue a mirarse al espejo.
-Eso no es verdad. Yo soy fea como una gallina sin plumas
-dijo ella, prendiéndose la margarita en el pelo.
-¡No digas eso, mujer!
Tú eres tan bonita como el sol.
¡Y haz el favor de apurarte, que tenemos que ir a bailar!
La abuela fue al baño y, de una bolsa, sacó un lápiz.
-¿Qué vas a hacer con ese lápiz?- preguntó el abuelo.
-Voy a pintarme los ojos,
que los tengo tristes como una noche sin luna.
-¡No digas eso, mujer! Tú eres tan bonita como el sol,
con tus ojos tristes como las estrellas de la noche.
¡Y haz el favor de apurarte, que tenemos que ir a bailar!
La abuela sonrió y sacó un pincel.
-¿Qué vas a hacer con ese pincel?
-Voy a pintarme las pestañas,
que las tengo cortas como las patas de una mosca.
-¡No digas eso, mujer! Tú eres tan bonita como el sol
con tus ojos tristes como estrellas de la noche,
y tus pestañas cortas como hierbas recién segada.
¡Y haz el favor de apurarte, que tenemos que ir a bailar!
La abuela volvió a sonreír y, de la estantería, sacó un bote.
-¿Qué vas a hacer con ese bote?
-Voy a ponerme crema en la piel,
que la tengo arrugada
como higo seco.
-¡No digas eso, mujer! Tú eres tan bonita como el sol
con tus ojos tristes como estrellas de la noche,
y tus pestañas cortas como hierbas recién segada,
y tu piel arrugada
como nueces de una tarta.
¡Y haz el favor de apurarte, que tenemos que ir a bailar!
La abuela volvió a sonreír,
dejó el bote y sacó una barra de labios.
-¿Qué vas a hacer con esa barra?
-voy a dar brillo a mis labios,
que los tengo secos como la tierra de los caminos.
-¡No digas eso, mujer! Tú eres tan bonita como el sol
con tus ojos tristes como estrellas de la noche,
y tus pestañas cortas como hierbas recién segada,
y tu piel arrugada
como nueces de una tarta,
y tus labios secos como la arena del desierto.
¡Y haz el favor de apurarte, que tenemos que ir a bailar!
La abuela sonrió,
fue a la mesilla de noche
y sacó un frasco del cajón.
-¿Qué vas a hacer con ese frasco?
-Voy a teñirme el pelo,
que lo tengo gris como una nube de otoño.
-¡No digas eso, mujer! Tú eres tan bonita como el sol
con tus ojos tristes como estrellas de la noche,
y tus pestañas cortas como hierbas recién segada,
y tu piel arrugada
como nueces de una tarta,
y tus labios secos como la arena del desierto,
y tu pelo blanco como nube de verano.
¡Y haz el favor de apurarte, que tenemos que ir a bailar!
La abuela sonrió y sacó una falda.
-¿Qué vas a hacer con esa falda?
- Voy a esconder estas piernas,
que las tengo flaquitas como agujas de calcetar.
-¡No digas eso, mujer! Tú eres tan bonita como el sol
con tus ojos tristes como estrellas de la noche,
y tus pestañas cortas como hierbas recién segada,
y tu piel arrugada
como nueces de una tarta,
y tus labios secos como la arena del desierto,
y tu pelo blanco como nube de verano,
y tus piernas flaquitas como las de una golondrina.
¡Y haz el favor de apurarte, que tenemos que ir a bailar!
La abuela colgó la falda, y se fue a lavar la cara
y sonrió delante del espejo.
Después se agarró del brazo del abuelo y los dos se fueron hacia el baile.
Cuando llegaron, los músicos ya estaban tocando en el palco
y todo el mundo estaba bailando.
El abuelo tomó a la abuela por la cintura y se pusieron a bailar.
después miró profundamente a los ojos de la abuela y dijo:
-Manuela,
tienes los ojos tristes y hermosos
como las estrellas de la noche.
Entonces, la abuela
miró dentro en los ojos del abuelo,
y vio que también él tenía ...
los ojos tristes como estrellas de la noche,
y tus pestañas cortas como hierbas recién segada,
y tu piel arrugada
como nueces de una tarta,
y tus labios secos como la arena del desierto,
y tu pelo blanco como nube de verano,
y tus piernas flaquitas como las de una golondrina.
La abuela se agachó a por una margarita,
la prendió en el chaleco del abuelo
y se acurrucó en su pecho.
Después miró al cielo,
volvió a mirar a los ojos del abuelo
y, sin dejar de bailar, le dijo:
-Manuel eres tan bonito como la luna!
No es fácil, pequeña ardilla. (Por: Elisa Ramón/ Rosa Osuna)
La ardilla roja estaba triste.
Sentía una pena muy onda porque su madre se había muerto
y pensaba que nunca más sería feliz.
Su padre le secaba las lágrimas con ternura, intentando consolarla.
Mamá siempre estará con nosotros...
Y con la mano, se golpeaba el pecho: ¡Aquí!
La ardilla no lograba entender.
Lo único que veía era que ella ya no estaba.
Una noche
se enfadó con su mamá
por haberla abandonado.
Tan disgustada estaba
que arremetió contra los juguetes.
cuando se calmó;
su papá la abrazó muy fuerte.
Aún así no dejó que la arropara,
ni quiso que le contase un cuento.
No quería que nadie ocupase
el lugar de se madre.
Pero mamá ya no estaba.
Cuando se quedó a solas,
miró el cielo,
como hacía antes con su madre.
Buscó la estrella
que mamá había elegido
para protegerla
en sus sueños.
Pero aquella noche no la vio.
Entonces salió de casa
y fue a ver a su mejor amigo.
El búho extendió su enorme ala
y la cubrió para que no la entrase frío.
La ardilla se acurrucó
y, debajo de las plumas, lloró a sus anchas.
Mientras el búho dormía
hecho una bola de plumas,
la luz y el calor del sol
despertaron a la ardilla,
que desde el árbol
contempló el paisaje.
¡Era muy hermoso!
Entonces pensó que su madre
no volvería a ver el bosque,
que nunca mas correría por él,
que no sentiría las caricias del sol
ni se alegraría del el canto de los pájaros.
Los ojos se le llenaron de lágrimas
y corrió a esconderse a casa.
Se metió en la cama
y se tapó hasta mas arriba de la cabeza.
Su padre se acercó y le acarició la espalda:
Quiero que veas algo que te va a gustar...
¡Imposible!-se escuchó entre las sábanas.
Ya no hay nada que me gusta.
Esto si, ya verás...-aseguró su padre.
Y la ardilla, curiosa,
asomó el hocico.
¡Estos son tus abuelos!
La ardilla roja, aunque no los había conocido,
había oído hablar mucho de ellos.
Los quería mucho. Me gustaba estar siempre a su lado.
Pero se hicieron viejos y se murieron.
Entonces, también yo me sentí muy triste.
La pequeña ardilla escuchaba atenta.
Aprendí mucho con ellos. Cómo tú, de mamá y de mí.
Siempre los recordaré...
¿Y si me olvidó de mamá...?
-Preguntó la ardilla.
¡Imposible!
Ella también te quería mucho.
Ahora está en tu corazón.
La ardilla roja
no conseguía entenderlo...
Y suspiró.
En su pequeño corazón
sólo había tristeza.
¡No tenía ni ganas de jugar!
Cuando veía a las mamás de sus amigos
echaba de menos a la suya
y se sentía aún mas desanimada.
entonces prefería alejarse
y andar por el bosque.
Una tarde
se paró debajo de un nogal.
Cogió las nueces más grandes,
las frotó entre sus manos
y se puso a comerlas.
Las abría con mucha maña.
Se lo había enseñado su mamá,
para no partirse los dientes.
Después trepó a los árboles.
Saltando de rama en rama,
llegó al final del bosque.
Desde allí
contempló la puesta de sol.
Y,de repente,
notó un cosquilleo
por todo su cuerpo.
Levantó las orejas y ahuecó el rabo.
miró a un lado, a otro...
No sabía por qué,
pero sentía
que su madre
estaba cerca.
Cuando se hizo de noche,
corrió junto a su amigo.
El búho, en lo alto del viejo árbol,
le cantaba a la luna.
Los dos, en silencio,
miraron al cielo.
De pronto,
la pequeña ardilla
se fijó en una estrella:
¡Mira!
¡La estrella de mamá!
Hoy brilla como nunca
-advirtió el búho,
que de aquello sabía mucho.
¡Voy a decírselo a papá...!
Y se fue corriendo
.
La ardilla roja
había entendido que mamá estaba con ella,
¡y que nunca la abandonaría!
Aquella noche dejó que su padre la arropase.
Y poco antes de dormir, le dijo:
¡Papá, cuéntame un cuento...!
Sentía una pena muy onda porque su madre se había muerto
y pensaba que nunca más sería feliz.
Su padre le secaba las lágrimas con ternura, intentando consolarla.
Mamá siempre estará con nosotros...
Y con la mano, se golpeaba el pecho: ¡Aquí!
La ardilla no lograba entender.
Lo único que veía era que ella ya no estaba.
Una noche
se enfadó con su mamá
por haberla abandonado.
Tan disgustada estaba
que arremetió contra los juguetes.
cuando se calmó;
su papá la abrazó muy fuerte.
Aún así no dejó que la arropara,
ni quiso que le contase un cuento.
No quería que nadie ocupase
el lugar de se madre.
Pero mamá ya no estaba.
Cuando se quedó a solas,
miró el cielo,
como hacía antes con su madre.
Buscó la estrella
que mamá había elegido
para protegerla
en sus sueños.
Pero aquella noche no la vio.
Entonces salió de casa
y fue a ver a su mejor amigo.
El búho extendió su enorme ala
y la cubrió para que no la entrase frío.
La ardilla se acurrucó
y, debajo de las plumas, lloró a sus anchas.
Mientras el búho dormía
hecho una bola de plumas,
la luz y el calor del sol
despertaron a la ardilla,
que desde el árbol
contempló el paisaje.
¡Era muy hermoso!
Entonces pensó que su madre
no volvería a ver el bosque,
que nunca mas correría por él,
que no sentiría las caricias del sol
ni se alegraría del el canto de los pájaros.
Los ojos se le llenaron de lágrimas
y corrió a esconderse a casa.
Se metió en la cama
y se tapó hasta mas arriba de la cabeza.
Su padre se acercó y le acarició la espalda:
Quiero que veas algo que te va a gustar...
¡Imposible!-se escuchó entre las sábanas.
Ya no hay nada que me gusta.
Esto si, ya verás...-aseguró su padre.
Y la ardilla, curiosa,
asomó el hocico.
¡Estos son tus abuelos!
La ardilla roja, aunque no los había conocido,
había oído hablar mucho de ellos.
Los quería mucho. Me gustaba estar siempre a su lado.
Pero se hicieron viejos y se murieron.
Entonces, también yo me sentí muy triste.
La pequeña ardilla escuchaba atenta.
Aprendí mucho con ellos. Cómo tú, de mamá y de mí.
Siempre los recordaré...
¿Y si me olvidó de mamá...?
-Preguntó la ardilla.
¡Imposible!
Ella también te quería mucho.
Ahora está en tu corazón.
La ardilla roja
no conseguía entenderlo...
Y suspiró.
En su pequeño corazón
sólo había tristeza.
¡No tenía ni ganas de jugar!
Cuando veía a las mamás de sus amigos
echaba de menos a la suya
y se sentía aún mas desanimada.
entonces prefería alejarse
y andar por el bosque.
Una tarde
se paró debajo de un nogal.
Cogió las nueces más grandes,
las frotó entre sus manos
y se puso a comerlas.
Las abría con mucha maña.
Se lo había enseñado su mamá,
para no partirse los dientes.
Después trepó a los árboles.
Saltando de rama en rama,
llegó al final del bosque.
Desde allí
contempló la puesta de sol.
Y,de repente,
notó un cosquilleo
por todo su cuerpo.
Levantó las orejas y ahuecó el rabo.
miró a un lado, a otro...
No sabía por qué,
pero sentía
que su madre
estaba cerca.
Cuando se hizo de noche,
corrió junto a su amigo.
El búho, en lo alto del viejo árbol,
le cantaba a la luna.
Los dos, en silencio,
miraron al cielo.
De pronto,
la pequeña ardilla
se fijó en una estrella:
¡Mira!
¡La estrella de mamá!
Hoy brilla como nunca
-advirtió el búho,
que de aquello sabía mucho.
¡Voy a decírselo a papá...!
Y se fue corriendo
.
La ardilla roja
había entendido que mamá estaba con ella,
¡y que nunca la abandonaría!
Aquella noche dejó que su padre la arropase.
Y poco antes de dormir, le dijo:
¡Papá, cuéntame un cuento...!
Leyenda de "Make-Make ( Por: Pauline Pérez Pinto)
Sobre la leyenda de "Make-Make"(Dios creador), nos
cuenta el isleño Marco Rapu que este Dios, luego de haber creado la Tierra
sintió que algo le faltaba. Un día tomó una calabaza que contenía agua y para
su sorpresa se dio cuenta que veía su rostro reflejado en ella. Mientras se
observaba un pájaro se posó sobre su hombro, lo que lo llevó a pensar en la
gran similitud que tenía él con el pájaro. Decidió unir el pájaro junto a su
reflejo y así proceder al nacimiento de su primogénito.
Pero no contento con esto "Make-Make" quiso crear
un ser que tuviera su propia imagen y que pensara y hablara como él quería.
Comenzó creando las aguas del mar que traían consigo a los
peces. Pero no conforme con esto quiso crear una piedra en la que había tierra
colorada, y de ella nació el hombre y posteriormente la mujer.
Tiempo después "Make-Make" se le aparecería en
sueños a "Hau-Maka"(consejero de Hotu Matu`a) y le indicaba cómo
llegar a la isla, para así trasladarse desde la isla de "Hiva" hacia
Rapa Nui con todo su pueblo.
Más tarde, "Make-Make" en compañía de
"Haua"(otro Dios) llevaron pájaros a los islotes que se encuentran
frente al volcán Rano Kau, para que así se celebrase el culto del "Tangata
Manu"(hombre pájaro).
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