Algunos ya partieron
El gato del vecino, la tía Margarita,
el pescado de la sopa de ayer.
Otros llegarán.
Unos han sido pedidos,
otros vienen sin preguntar.
Los que estamos
lloramos a los que parten
Es bonito recordar.
Los que estamos
nos alegramos por los que llegan.
Hacemos bienvenidas,
nos gusta celebrar.
Hay un instante en que los
que se van y los que vienen
se cruzan en el aire.
Se desean felicidad.
Es Así.
Los que parten no
saben su destino.
No depende del viento
ni de la edad.
Los que vienen tampoco lo saben.
Son cosas de la vida, dicen, del azar.
Es un misterio de dónde vienen
y a dónde van.
Los que estamos, aquí estamos.
Es mejor disfrutar.
No sabemos cuándo, pero los que llegan
También un día partirán.
Es así
como la primavera sigue al invierno,
unos llegan y otros se van.
He descubierto que me "encantan" los cuentos, es por eso que he decidido transcribirlos para que otros puedan contarlos....
jueves, 31 de octubre de 2013
Es así (Por: Paloma Valdivia)
martes, 29 de octubre de 2013
La niña de los gorriones (Por: Sara Pennypacker / Yoko Tanaka.)
Un día, se declaró una guerra en China.
-¡Los gorriones son nuestros enemigos! se comen el grano de nuestras cosechas,
¡Tenemos que eliminarlos!
Hermano Mayor mostró la bolsa llena de petardos que su padre le había dado
para la guerra contra los pájaros.
-Me gustan los gorriones-dijo Ming-Li en vos baja a su hermano mayor.
miró hacia el cielo e intentó imaginarlo vacío y silencioso.
Sus padres también estaban hablando de aquel plan.
-El granero del pueblo ahora está vacío pero ¡el año que viene estará lleno!
-podría ayudarte a plantar mas semillas en primavera, Padre-dijo Ming-Li-.
Y a quitar las malas hierbas, y...
-Tú no eres una campesina-contestó su padre acariciándole la cabeza-.
¡Sólo eres una niña!
Aquella noche Ming-Li no podía dormir. Había algo que la preocupaba y no podía
dejar de dar vueltas. Se acercó a la estera de su hermano mayor.
-¿Y cómo lo sabrán los otros pájaros?- Murmuró, sacudiendole el hombro.
Hermano Mayor se frotó los ojos y frunció el ceño.
-¿No asustará nuestra batida a los demás pájaros? ¿Y si se van los ruiseñores?
¿O las golondrinas, o...nuestra Paloma?
-¡Hermana Pequeña, tu cerebro es tan pequeño como el de un gorrión!- susurró
Hermano Mayor-. Los planes de nuestro Líder siempre son perfectos. Nos lo han
dicho en la escuela. ¡Y ahora vuelve a dormir!
A la mañan siguiente, un tremendo alboroto despertó
a Ming-Li. Corrió hacia la ventana: una marea de gente inundaba
las calles del pueblo, hacían sonar los gongs, platillos y tambores,
y vociferaban. Los petardos estallaban como disparos.
-Abrigate bien- dijo Madre y le dio una galleta de arroz.
Ming-Li y Hermano Mayor salieron. Los vecinos
del pueblo corrían por las calles y armaban tanto jaleo
que el suelo retumbaba. Solo miraban hacia arriba
en busca de sus enemigos los gorriones,
sin tener cuidado de no pisotear
a una niña.
Ming-Li agarró la mano de Hermano Mayor,
que la alejo de la muchedumbre y la condujo a la huerta.
Hermano Mayor encendió un petardo bajo un albaricoque. ¡PUM!
Una nube de gorriones se elevó y voló hacia unos perales.
Hermano Mayor los siguió y encendió otro petardo debajo de ellos.
Ming-Li se tapó los oídos y cerró los ojos muy fuerte, pero le pareció
que estallaban chispas doradas en su cabeza. Quería alejarse
volando como una gorrión a algún lugar alto y seguro.
Ming-Li salió corriendo, pero cuando llegó al camino vio caer algo del suelo.
Un grupo de vecinos también lo vio y se acercó corriendo.
-¡Se ha muerto del susto!- gritó Ming-Li -. ¡Debemos parar!
-¡Los gorriones muertos no comen grano!- graznó un anciano junto a ella.
Cayeron más pájaros del cielo, sin vida.
-¡Viva! ¡Estamos ganando la Guerra contra los Gorriones!- exclamaron los demás.
Ming-Li corrió hasta su casa, trepó al tejado para ver cómo estaba su Paloma.
Pero la jaula estaba vacía: Hermano Mayor debía de haberla dejado salir.
De repente una paloma plateada se acercó a ella.
-¡Has vuelto!
Ming-Li alargó el brazo para que se posara en él. Pero el pájaro solo aleteó
un instante, y después cayó sobre tejas.
La paloma yacía inerte, solo su corazón latía bajo las nacaradas plumas
del pecho. Pero al poco rato también el corazón dejó de moverse.
Los ojos de Ming-Li se llenaron de lágrimas. escondió el pájaro dentro
de su chaqueta, bajó del tejado y volvió a la huerta.
Hermano Mayor estaba debajo de un nogal, a punto de encender otro petardo.
-Espera- dijo Ming-Li mostrándole su paloma.
A Hermano Mayor se le descompuso el rostro y soltó abatido el petardo.
Enterraron la paloma bajo el nogal.
-El ruido de la batida matará a todos los gorriones de China. Quizás a todos
los pájaros. Tenemos que hacer algo- dijo Ming-Li -. ¿Me ayudarás?
Hermano Mayor asintió con los ojos enrojecidos.
-Pero nadie puede desobedecer a nuestro Líder. ¿Qué podemos hacer?
-Puede que algunos gorriones que han caído estén todavía vivos,
como lo estaba Paloma. Podríamos salvarlos.
Así pues. Ming-Li corría cada vez que veía caer un pájaro y siempre llegaba tarde.
Pero cuando iban a encender las farolas, un pájaro pardo cayó junto a un membrillo y aleteó
durante un momento, lo que llenó a Ming-Li de esperanza; corrió hacia el árbol y encontró al gorrión que intentaba incorporarse. Recogió al pájaro y lo metió dentro de su chaqueta.
-Ahora estás a salvo, amiguito- le murmuró.
La gente estaba regresando a sus casas, felicitándose por el éxito: "¡Dos días más y no
quedará ni un gorrión en toda China!"
Ming-Li se cruzó un poco más la chaqueta. Sentía el pequeño corazón del pájaro latir
contra el suyo. "Si que quedarán", se prometió
Encontró a Hermano mayor entre la muchedumbre.
-Sólo uno- le dijo, dejándole echar un vistazo dentro de la chaqueta.
Llevaron al pequeño gorrión a la jaula de la Paloma. Ming-Li llenó el tarrito
con agua y troceó su galleta de arroz.
Al día siguiente Ming-Li y Hermano Mayor salieron corriendo
para salvar más pájaros. Si aparecía algún vecino cerca cuando Ming-Li
corría a rescatar un gorrión, Hermano Mayor lo distraía
-¡Mira! ¡Al oeste ! Una bandada de enemigos!
Durante todo el día cayeron gran cantidad de pájaros.
-Parecen gotas de lluvia- dijo Hermano Mayor-. ¡Están lloviendo pájaros!
-No- dijo Ming-Li-. Son como lágrimas. ¡El cielo llora pájaros!
Al caer la noche habían rescatado cuatro gorriones más.
Al tercer día, el cielo estaba casi estaba vacío. Aún así, la gente seguía haciendo
sonar gongs, platillos, tambores, y vociferando. Ming-Li y Hermano mayor
solo encontraron dos pájaros más con vida.
-Siete gorriones- dijo Hermano Mayor- pero podía no haber ningún.
Aquella noche Ming-Li no podía dormir. Sus gorriones pronto
necesitarán espacio para volar.
Pero sí los soltaba, los vecinos del pueblo los cazarían.
Al día siguiente, se levantó antes del amanecer. Subió corriendo
al tejado, agarró la jaula y, cruzando los campos, se dirigió al granero
del pueblo. Allí soltó a los gorriones:
- Algún día volveréis a volar bajo el sol- les prometió.
Cada día, después de la escuela, Ming-Li visitaba a los gorriones.
Los observaba mientras volaban entre las vigas del techo y bajaban en picado
para atrapar insectos y gusanos.
Pero al llegar la primavera, Ming-Li empezó a preocuparse.
Tan pronto se recogiera la primera cosecha, los granjeros abrirían el granero.
¿dónde esconderían a los gorriones entonces?
Padre y Hermano Mayor habían empezado a sembrar. Ming-Li deseaba acompañarlos.
-Dejadme ayudaros- les rogaba todos los días.
-Tú no eres una campesina- contestada su padre sonriendo-. Sólo eres una niña.
Un día de verano, Ming-Li se dio cuenta de que su padre parecía preocupado
al volver del campo.
-Mañana- dijo- habrá una reunión de todos los granjeros enfrente del granero del pueblo.
¡El granero del pueblo! ¿Qué pasará si entran?
A la mañana siguiente, Ming-Li siguió a su padre.
Se escondió detrás del granero. Los campesinos estaban sentados en círculo, con cara sería.
-No tendré grano este año- dijo uno-. Las langostas se lo están comiendo todo.
-¡Las ciruelas de mi huerta están llenas de gusanos!
-exclamó otro.
-Los gorgojos se están comiendo mi arroz- añadió un tercero-
Y los saltamontes están atacando los tallos de la soja.
- Habrá hambruna- dijo el padre de Ming-Li-
Nuestras familias pasarán hambre.
Y entonces se quedaron en silencio mientras iba calando en ellos la realidad,
fría y oscura como una noche de invierno.
Ming-Li no pudo contenerse, y salió de su escondite,
-¡Es porque no hay gorriones! ¡No hay gorriones que se coman los insectos!
-¡Ming-Li , vete a casa!- gritó su padre.
Pero el mayor de los campesinos levantó la mano.
-Tiene razón-dijo- Los gorriones nunca han sido nuestros enemigos.
-¿Qué importa eso ahora?- dijo otro campesino-. Lo que está hecho, hecho está.
Ming-Li susurró algo al oido de su padre. Éste se levantó
-Enséñanoslo.
Ming-Li condujo a los campesinos hasta el granero y abrió la puerta.
Contuvo la respiración. ¿Cuál será mi castigo?
Tan pronto se abrieron las puertas se fueron volando los siete gorriones.
los granjeros dieron un grito ahogado de asombro.
-¡Tu hija nos ha traído un milagro!- dijeron-. ¡Siete milagros!.
A partir de hoy, los gorriones estarán a salvo en nuestro pueblo.
Y a toda la gente de otros pueblos que encontremos,
les contaremos la sabiduría de la Niña de los Gorriones.
-Si- asintió el padre de Ming-Li . Mi hija es la Niña de los Gorriones.
Pero es algo más.
La alzó en brazos.
-Ming-Li es una verdadera campesina.
-¡Los gorriones son nuestros enemigos! se comen el grano de nuestras cosechas,
¡Tenemos que eliminarlos!
Hermano Mayor mostró la bolsa llena de petardos que su padre le había dado
para la guerra contra los pájaros.
-Me gustan los gorriones-dijo Ming-Li en vos baja a su hermano mayor.
miró hacia el cielo e intentó imaginarlo vacío y silencioso.
Sus padres también estaban hablando de aquel plan.
-El granero del pueblo ahora está vacío pero ¡el año que viene estará lleno!
-podría ayudarte a plantar mas semillas en primavera, Padre-dijo Ming-Li-.
Y a quitar las malas hierbas, y...
-Tú no eres una campesina-contestó su padre acariciándole la cabeza-.
¡Sólo eres una niña!
Aquella noche Ming-Li no podía dormir. Había algo que la preocupaba y no podía
dejar de dar vueltas. Se acercó a la estera de su hermano mayor.
-¿Y cómo lo sabrán los otros pájaros?- Murmuró, sacudiendole el hombro.
Hermano Mayor se frotó los ojos y frunció el ceño.
-¿No asustará nuestra batida a los demás pájaros? ¿Y si se van los ruiseñores?
¿O las golondrinas, o...nuestra Paloma?
-¡Hermana Pequeña, tu cerebro es tan pequeño como el de un gorrión!- susurró
Hermano Mayor-. Los planes de nuestro Líder siempre son perfectos. Nos lo han
dicho en la escuela. ¡Y ahora vuelve a dormir!
A la mañan siguiente, un tremendo alboroto despertó
a Ming-Li. Corrió hacia la ventana: una marea de gente inundaba
las calles del pueblo, hacían sonar los gongs, platillos y tambores,
y vociferaban. Los petardos estallaban como disparos.
-Abrigate bien- dijo Madre y le dio una galleta de arroz.
Ming-Li y Hermano Mayor salieron. Los vecinos
del pueblo corrían por las calles y armaban tanto jaleo
que el suelo retumbaba. Solo miraban hacia arriba
en busca de sus enemigos los gorriones,
sin tener cuidado de no pisotear
a una niña.
Ming-Li agarró la mano de Hermano Mayor,
que la alejo de la muchedumbre y la condujo a la huerta.
Hermano Mayor encendió un petardo bajo un albaricoque. ¡PUM!
Una nube de gorriones se elevó y voló hacia unos perales.
Hermano Mayor los siguió y encendió otro petardo debajo de ellos.
Ming-Li se tapó los oídos y cerró los ojos muy fuerte, pero le pareció
que estallaban chispas doradas en su cabeza. Quería alejarse
volando como una gorrión a algún lugar alto y seguro.
Ming-Li salió corriendo, pero cuando llegó al camino vio caer algo del suelo.
Un grupo de vecinos también lo vio y se acercó corriendo.
-¡Se ha muerto del susto!- gritó Ming-Li -. ¡Debemos parar!
-¡Los gorriones muertos no comen grano!- graznó un anciano junto a ella.
Cayeron más pájaros del cielo, sin vida.
-¡Viva! ¡Estamos ganando la Guerra contra los Gorriones!- exclamaron los demás.
Ming-Li corrió hasta su casa, trepó al tejado para ver cómo estaba su Paloma.
Pero la jaula estaba vacía: Hermano Mayor debía de haberla dejado salir.
De repente una paloma plateada se acercó a ella.
-¡Has vuelto!
Ming-Li alargó el brazo para que se posara en él. Pero el pájaro solo aleteó
un instante, y después cayó sobre tejas.
La paloma yacía inerte, solo su corazón latía bajo las nacaradas plumas
del pecho. Pero al poco rato también el corazón dejó de moverse.
Los ojos de Ming-Li se llenaron de lágrimas. escondió el pájaro dentro
de su chaqueta, bajó del tejado y volvió a la huerta.
Hermano Mayor estaba debajo de un nogal, a punto de encender otro petardo.
-Espera- dijo Ming-Li mostrándole su paloma.
A Hermano Mayor se le descompuso el rostro y soltó abatido el petardo.
Enterraron la paloma bajo el nogal.
-El ruido de la batida matará a todos los gorriones de China. Quizás a todos
los pájaros. Tenemos que hacer algo- dijo Ming-Li -. ¿Me ayudarás?
Hermano Mayor asintió con los ojos enrojecidos.
-Pero nadie puede desobedecer a nuestro Líder. ¿Qué podemos hacer?
-Puede que algunos gorriones que han caído estén todavía vivos,
como lo estaba Paloma. Podríamos salvarlos.
Así pues. Ming-Li corría cada vez que veía caer un pájaro y siempre llegaba tarde.
Pero cuando iban a encender las farolas, un pájaro pardo cayó junto a un membrillo y aleteó
durante un momento, lo que llenó a Ming-Li de esperanza; corrió hacia el árbol y encontró al gorrión que intentaba incorporarse. Recogió al pájaro y lo metió dentro de su chaqueta.
-Ahora estás a salvo, amiguito- le murmuró.
La gente estaba regresando a sus casas, felicitándose por el éxito: "¡Dos días más y no
quedará ni un gorrión en toda China!"
Ming-Li se cruzó un poco más la chaqueta. Sentía el pequeño corazón del pájaro latir
contra el suyo. "Si que quedarán", se prometió
Encontró a Hermano mayor entre la muchedumbre.
-Sólo uno- le dijo, dejándole echar un vistazo dentro de la chaqueta.
Llevaron al pequeño gorrión a la jaula de la Paloma. Ming-Li llenó el tarrito
con agua y troceó su galleta de arroz.
Al día siguiente Ming-Li y Hermano Mayor salieron corriendo
para salvar más pájaros. Si aparecía algún vecino cerca cuando Ming-Li
corría a rescatar un gorrión, Hermano Mayor lo distraía
-¡Mira! ¡Al oeste ! Una bandada de enemigos!
Durante todo el día cayeron gran cantidad de pájaros.
-Parecen gotas de lluvia- dijo Hermano Mayor-. ¡Están lloviendo pájaros!
-No- dijo Ming-Li-. Son como lágrimas. ¡El cielo llora pájaros!
Al caer la noche habían rescatado cuatro gorriones más.
Al tercer día, el cielo estaba casi estaba vacío. Aún así, la gente seguía haciendo
sonar gongs, platillos, tambores, y vociferando. Ming-Li y Hermano mayor
solo encontraron dos pájaros más con vida.
-Siete gorriones- dijo Hermano Mayor- pero podía no haber ningún.
Aquella noche Ming-Li no podía dormir. Sus gorriones pronto
necesitarán espacio para volar.
Pero sí los soltaba, los vecinos del pueblo los cazarían.
Al día siguiente, se levantó antes del amanecer. Subió corriendo
al tejado, agarró la jaula y, cruzando los campos, se dirigió al granero
del pueblo. Allí soltó a los gorriones:
- Algún día volveréis a volar bajo el sol- les prometió.
Cada día, después de la escuela, Ming-Li visitaba a los gorriones.
Los observaba mientras volaban entre las vigas del techo y bajaban en picado
para atrapar insectos y gusanos.
Pero al llegar la primavera, Ming-Li empezó a preocuparse.
Tan pronto se recogiera la primera cosecha, los granjeros abrirían el granero.
¿dónde esconderían a los gorriones entonces?
Padre y Hermano Mayor habían empezado a sembrar. Ming-Li deseaba acompañarlos.
-Dejadme ayudaros- les rogaba todos los días.
-Tú no eres una campesina- contestada su padre sonriendo-. Sólo eres una niña.
Un día de verano, Ming-Li se dio cuenta de que su padre parecía preocupado
al volver del campo.
-Mañana- dijo- habrá una reunión de todos los granjeros enfrente del granero del pueblo.
¡El granero del pueblo! ¿Qué pasará si entran?
A la mañana siguiente, Ming-Li siguió a su padre.
Se escondió detrás del granero. Los campesinos estaban sentados en círculo, con cara sería.
-No tendré grano este año- dijo uno-. Las langostas se lo están comiendo todo.
-¡Las ciruelas de mi huerta están llenas de gusanos!
-exclamó otro.
-Los gorgojos se están comiendo mi arroz- añadió un tercero-
Y los saltamontes están atacando los tallos de la soja.
- Habrá hambruna- dijo el padre de Ming-Li-
Nuestras familias pasarán hambre.
Y entonces se quedaron en silencio mientras iba calando en ellos la realidad,
fría y oscura como una noche de invierno.
Ming-Li no pudo contenerse, y salió de su escondite,
-¡Es porque no hay gorriones! ¡No hay gorriones que se coman los insectos!
-¡Ming-Li , vete a casa!- gritó su padre.
Pero el mayor de los campesinos levantó la mano.
-Tiene razón-dijo- Los gorriones nunca han sido nuestros enemigos.
-¿Qué importa eso ahora?- dijo otro campesino-. Lo que está hecho, hecho está.
Ming-Li susurró algo al oido de su padre. Éste se levantó
-Enséñanoslo.
Ming-Li condujo a los campesinos hasta el granero y abrió la puerta.
Contuvo la respiración. ¿Cuál será mi castigo?
Tan pronto se abrieron las puertas se fueron volando los siete gorriones.
los granjeros dieron un grito ahogado de asombro.
-¡Tu hija nos ha traído un milagro!- dijeron-. ¡Siete milagros!.
A partir de hoy, los gorriones estarán a salvo en nuestro pueblo.
Y a toda la gente de otros pueblos que encontremos,
les contaremos la sabiduría de la Niña de los Gorriones.
-Si- asintió el padre de Ming-Li . Mi hija es la Niña de los Gorriones.
Pero es algo más.
La alzó en brazos.
-Ming-Li es una verdadera campesina.
Los 3 bandidos (Por: Tomi Ungerer)
Había una vez
tres feroces bandidos
que siempre llevaban
anchas capas negras
y altos sombreros negros.
El primero tenía un trabuco.
El segundo, un fuelle lleno de pimienta.
El tercero, una enorme hacha roja.
cuando oscurecía
se ponían al acecho
Junto al camino.
¡Eran tipos terribles!
Cuando ellos aparecían,
algunos se desmayaban de miedo,
los perros metían el rabo entre las piernas,
y hasta los más valientes huían.
Cuando pasaban los carruajes,
echaban pimienta en los hocicos
de los caballos.
¡Y los cocheros tenían que parar!
Después,
destrozaban las ruedas a hachazos...
...y con el trabuco,
amenazaban a los viajeros
y los desvalijaban.
Los bandidos tenían un escondite
en una guarida, en lo alto de la montaña.
Hasta allí transportaban su botín.
Tenían cofres y arcas llenas de oro,
perlas, anillos, relojes
y piedras preciosas.
Una vez, en una noche muy oscura,
los tres bandidos asaltaron un carruaje
en el que sólo había un pasajero.
Era una niña húerfana.
que se llamaba Úrsula.
Estaba triste
porque viajaba a casa de su tía gruñona,
para quedarse a vivir con ella.
Y aquello no le gustaba.
Por eso, cuando aparecieron los tres bandidos,
se puso muy contenta.
Como los bandidos no encontraron
nada más en el carruaje,
envolvieron a Úrsula en una manta.
y la llevaron hasta el escondite.
Allí,
le prepararon una cama blanda
y la acostaron para que durmiese.
A la mañana siguiente,
cuando despertó.
Úrsula vio los cofres y las arcas
llenas de tesoros
"¿Qué vais a hacer con todo esto?"
le preguntó a los bandidos.
Los tres se miraron, sorprendidos.
¡Nunca se les había ocurrido pensar
que harían
con tanta riqueza!
Y como Úrsula, la niña huérfana,
les gustaba tanto,
los bandidos marcharon en busca
de otros niños infelices y abandonados,
para cuidarlos.
Y compraron un castillo enorme
para que todos aquellos niños
tuviesen un hogar.
Todos los niños
llevaban
las mismas capas
y los mismos sombreros
que los tres bandidos
¡Pero de color rojo!
La historia de los bandidos
que recogían niños huérfanos
corrió de boca en boca.
Todos los días encontraban
algún niño abandonado
delante de la puerta.
Los niños se quedaban allí
hasta que tenían edad
para tener su propia vivienda.
Después construían sus casas
muy cerca del castillo.
Aquel lugar llegó a ser
una pequeña ciudad
en la que todos llevaban
sombreros rojos
y capas rojas
Y, en agradecimiento,
construyeron una muralla
con tres torres impresionantes.
¡Una para cada bandido!
tres feroces bandidos
que siempre llevaban
anchas capas negras
y altos sombreros negros.
El primero tenía un trabuco.
El segundo, un fuelle lleno de pimienta.
El tercero, una enorme hacha roja.
cuando oscurecía
se ponían al acecho
Junto al camino.
¡Eran tipos terribles!
Cuando ellos aparecían,
algunos se desmayaban de miedo,
los perros metían el rabo entre las piernas,
y hasta los más valientes huían.
Cuando pasaban los carruajes,
echaban pimienta en los hocicos
de los caballos.
¡Y los cocheros tenían que parar!
Después,
destrozaban las ruedas a hachazos...
...y con el trabuco,
amenazaban a los viajeros
y los desvalijaban.
Los bandidos tenían un escondite
en una guarida, en lo alto de la montaña.
Hasta allí transportaban su botín.
Tenían cofres y arcas llenas de oro,
perlas, anillos, relojes
y piedras preciosas.
Una vez, en una noche muy oscura,
los tres bandidos asaltaron un carruaje
en el que sólo había un pasajero.
Era una niña húerfana.
que se llamaba Úrsula.
Estaba triste
porque viajaba a casa de su tía gruñona,
para quedarse a vivir con ella.
Y aquello no le gustaba.
Por eso, cuando aparecieron los tres bandidos,
se puso muy contenta.
Como los bandidos no encontraron
nada más en el carruaje,
envolvieron a Úrsula en una manta.
y la llevaron hasta el escondite.
Allí,
le prepararon una cama blanda
y la acostaron para que durmiese.
A la mañana siguiente,
cuando despertó.
Úrsula vio los cofres y las arcas
llenas de tesoros
"¿Qué vais a hacer con todo esto?"
le preguntó a los bandidos.
Los tres se miraron, sorprendidos.
¡Nunca se les había ocurrido pensar
que harían
con tanta riqueza!
Y como Úrsula, la niña huérfana,
les gustaba tanto,
los bandidos marcharon en busca
de otros niños infelices y abandonados,
para cuidarlos.
Y compraron un castillo enorme
para que todos aquellos niños
tuviesen un hogar.
Todos los niños
llevaban
las mismas capas
y los mismos sombreros
que los tres bandidos
¡Pero de color rojo!
La historia de los bandidos
que recogían niños huérfanos
corrió de boca en boca.
Todos los días encontraban
algún niño abandonado
delante de la puerta.
Los niños se quedaban allí
hasta que tenían edad
para tener su propia vivienda.
Después construían sus casas
muy cerca del castillo.
Aquel lugar llegó a ser
una pequeña ciudad
en la que todos llevaban
sombreros rojos
y capas rojas
Y, en agradecimiento,
construyeron una muralla
con tres torres impresionantes.
¡Una para cada bandido!
Los zapaticos de Rosa
À mademoiselle Marie: José Martí
Hay un sol bueno y mar de espuma.
Y arena fina y Pilar
Quiere salir a estrenar
Su combrerito de pluma.
-"¡Vaya la niña divida!"
Dice el padre, y le da un beso:
"Vaya mi pájaro preso
A buscarme arena fina"
-"Yo voy con mi niña hermosa",
Le dijo la madre buena:
"¡No te manches en la arena
Los zapaticos de rosa!"
Fueron las dos al jardín
Por la calle laurel:
La madre cogió un clavel
Y Pilar cogió un jazmín
Ella va de todo juego,
Con aro, y balde, y paleta
El balde es color violeta
El aro es color del fuego
Vienen a verla pasar
Nadie quiere verlas ir
La madre se echa a reír
Y un viaje se echa a llorar.
El aire fresco despeina
A Pilar, que viene y va
Muy orona:_ "!Di mamá!
¿Tu sabes que cosa es reina?"
Y por si vuelven de noche
De la orilla de la mar
Para la madrey Pilar
Manda luego el padre el coche
Está la playa muy linda:
Todo el mundo está en la playa
Lleva espejuelos el aya
De la frnacese Florinda
Está Alberto, el militar
Que salió en la procesión
Con el tricornio y con bastón
Echando un bote en el mar
¡Y que mala, Magdalena
Con tantas cintas y lazos,
A la muñeca sin brazos
Enterrándola en la arena!
Conversan allá en las sillas
Sentadas con los señores
Las señoras, como flores
Debajo de las sombrillas
Pero está con estos modos
Tan serios, muy tristes el mar
Lo alegre es allá, al doblar
En la barranca de todos
Dicen que suenan las olas
Mejor allá en la barranca
Y que la arena es muy blanca
Donde están las niñas solas
Pilar corre a su mamá:
-"¡Mamá, yo voy a ser buena
Dejame ir sola a la arena
Allá, tu me ves, allá!"
-"¡Esta niña caprichosa!
No hay tarde que no me enojes
Anda, pero no te mojes
Los zapatitos de rosa".
Le llega alos pies la espuma
Gritan alegres las dos
Y se va diciendo adios
La del sombrero de pluma
¡Se va allá, donde ¡ muy lejos!
Las aguas son mas salobres
Donde se sientan los pobres
Donde se sientan los viejos
Se fue la niña a jugar
La espuma blanca bajó
Y pasó el tiempo, y pasó
Un águila por el mar
Y cuando el sol se ponía
Detrás de un monte dorado
Un sombrerito callado
Por las arenas venía
Trabajaba mucho, trabajaba
Para andar ¿qué es lo que tiene
Pilar que anda así, que viene
con la cabeza baja?
Bien sabe la madre hermosa
Porqué le cuesta andar
-"¿y los zapatos, Pilar,
Los zapaticos rosa?
"¡Ah, loca! ¿en dónde estarán?
¡Di dónde Pilar!"- "Señora"
Dice una mujer que llora
¡Están conmigo aquí están!
"Yo tengo una niña enferma
Que llora en el cuarto oscuro
Y la tarigo al aire puro
A ver el sol, y a que duerma
"Anoche soñó, soñó
Con el cielo, y oyó un canto
Me dio miedo, me dio espanto
Y la traje y se durmió
"Con sus dos brazos menudos
Estaba como abrazando
Y yo mirando, mirando
Sus piececitos desnudos
"Me llego al cuerpo la espuma
Alcé los ojos, y vi
Esta niña frente a mi
Con su sombrero de pluma.
-"¡Se parece a los retratos
Tu niña!" dijo "¿Es de cera?"
¿Quiere jugar? ¿Si quisiera!...
¿Y por qué está sin zapatos?
¡"Mira: ¡la mano le abrasa
Y tiene los pies tan fríos !
¡Oh, toma toma los míos
Yo tengo mas en mi casa"!
"¡No se bien, señora hermosa
Lo que sucedió después
¡Le vi a mi hija en los pies
los zapaticos rosa!"
Se vió sacar los pañuelos
A una rusa y a una inglesa
El aya de la francesa
Se quitó los espejuelos.
Abrió la madre los brazos
Se echó Pilar en su pecho
Y sacó el traje deshecho
Sin adornos y sin lazos
Todo lo quiero saber
De la enfermera la señora
¡No quiero saber que llora
de pobreza una mujer!
-"Si, Pilar dáselo! ¡y eso
También! ¡tu manta! ¡tu anillo!
Y ella le dió su bolsillo
Le dio el clavel, le dio un beso
Vuelvan calladas de noche
A su casa del jardín
y Pilar ca en el cojín
De la derecha del coche
Y dice una mariposa
Que vio desde su rosal
Guardados en un cristal
Los zapaticos rosa.
Hay un sol bueno y mar de espuma.
Y arena fina y Pilar
Quiere salir a estrenar
Su combrerito de pluma.
-"¡Vaya la niña divida!"
Dice el padre, y le da un beso:
"Vaya mi pájaro preso
A buscarme arena fina"
-"Yo voy con mi niña hermosa",
Le dijo la madre buena:
"¡No te manches en la arena
Los zapaticos de rosa!"
Fueron las dos al jardín
Por la calle laurel:
La madre cogió un clavel
Y Pilar cogió un jazmín
Ella va de todo juego,
Con aro, y balde, y paleta
El balde es color violeta
El aro es color del fuego
Vienen a verla pasar
Nadie quiere verlas ir
La madre se echa a reír
Y un viaje se echa a llorar.
El aire fresco despeina
A Pilar, que viene y va
Muy orona:_ "!Di mamá!
¿Tu sabes que cosa es reina?"
Y por si vuelven de noche
De la orilla de la mar
Para la madrey Pilar
Manda luego el padre el coche
Está la playa muy linda:
Todo el mundo está en la playa
Lleva espejuelos el aya
De la frnacese Florinda
Está Alberto, el militar
Que salió en la procesión
Con el tricornio y con bastón
Echando un bote en el mar
¡Y que mala, Magdalena
Con tantas cintas y lazos,
A la muñeca sin brazos
Enterrándola en la arena!
Conversan allá en las sillas
Sentadas con los señores
Las señoras, como flores
Debajo de las sombrillas
Pero está con estos modos
Tan serios, muy tristes el mar
Lo alegre es allá, al doblar
En la barranca de todos
Dicen que suenan las olas
Mejor allá en la barranca
Y que la arena es muy blanca
Donde están las niñas solas
Pilar corre a su mamá:
-"¡Mamá, yo voy a ser buena
Dejame ir sola a la arena
Allá, tu me ves, allá!"
-"¡Esta niña caprichosa!
No hay tarde que no me enojes
Anda, pero no te mojes
Los zapatitos de rosa".
Le llega alos pies la espuma
Gritan alegres las dos
Y se va diciendo adios
La del sombrero de pluma
¡Se va allá, donde ¡ muy lejos!
Las aguas son mas salobres
Donde se sientan los pobres
Donde se sientan los viejos
Se fue la niña a jugar
La espuma blanca bajó
Y pasó el tiempo, y pasó
Un águila por el mar
Y cuando el sol se ponía
Detrás de un monte dorado
Un sombrerito callado
Por las arenas venía
Trabajaba mucho, trabajaba
Para andar ¿qué es lo que tiene
Pilar que anda así, que viene
con la cabeza baja?
Bien sabe la madre hermosa
Porqué le cuesta andar
-"¿y los zapatos, Pilar,
Los zapaticos rosa?
"¡Ah, loca! ¿en dónde estarán?
¡Di dónde Pilar!"- "Señora"
Dice una mujer que llora
¡Están conmigo aquí están!
"Yo tengo una niña enferma
Que llora en el cuarto oscuro
Y la tarigo al aire puro
A ver el sol, y a que duerma
"Anoche soñó, soñó
Con el cielo, y oyó un canto
Me dio miedo, me dio espanto
Y la traje y se durmió
"Con sus dos brazos menudos
Estaba como abrazando
Y yo mirando, mirando
Sus piececitos desnudos
"Me llego al cuerpo la espuma
Alcé los ojos, y vi
Esta niña frente a mi
Con su sombrero de pluma.
-"¡Se parece a los retratos
Tu niña!" dijo "¿Es de cera?"
¿Quiere jugar? ¿Si quisiera!...
¿Y por qué está sin zapatos?
¡"Mira: ¡la mano le abrasa
Y tiene los pies tan fríos !
¡Oh, toma toma los míos
Yo tengo mas en mi casa"!
"¡No se bien, señora hermosa
Lo que sucedió después
¡Le vi a mi hija en los pies
los zapaticos rosa!"
Se vió sacar los pañuelos
A una rusa y a una inglesa
El aya de la francesa
Se quitó los espejuelos.
Abrió la madre los brazos
Se echó Pilar en su pecho
Y sacó el traje deshecho
Sin adornos y sin lazos
Todo lo quiero saber
De la enfermera la señora
¡No quiero saber que llora
de pobreza una mujer!
-"Si, Pilar dáselo! ¡y eso
También! ¡tu manta! ¡tu anillo!
Y ella le dió su bolsillo
Le dio el clavel, le dio un beso
Vuelvan calladas de noche
A su casa del jardín
y Pilar ca en el cojín
De la derecha del coche
Y dice una mariposa
Que vio desde su rosal
Guardados en un cristal
Los zapaticos rosa.
lunes, 28 de octubre de 2013
Rosa Blanca. (Por: Roberto Innocenti)
Rosa Blanca vivía en una pequeña ciudad de Alemania.
Sus calles eran estrechas, con fuentes antiguas y casas altas,
sobre cuyos tejados iban a posarse las palomas.
Un día, aparecieron los primeros camiones y muchos hombres
se subieron a ellos. Llevaban uniformes y saludaban.
El alcalde Schroeder pronunció un discurso. Por todas partes
colgaban banderas de colores y los niños saludaban.
Por delante de las ventanas de la escuela,
pasaron muchos camiones. En ellos iban soldados
que nunca habían estado en la ciudad.
Sus caras eran risueñas.
Después llegaron tanques. Sus cadenas hacían
brotar chispas de los adoquines, metían mucho
ruido y olían a grasa.
A veces daba la impresión de que nada había
cambiado, pero, cada mañana, la madre le
advertía a Rosa Blanca que tuviera cuidado al
cruzar la calle. Los camiones de los soldados
tenían prisa.
Rosa Blanca le gustaba pasear a la orilla del río.
Observaba las ramas que arrastraba la
corriente y los viejos juguetes rotos que, a veces,
flotaban en el agua. Le gustaba el color del río
y ver el cielo en él.
Cada vez venían mas camiones. Los niños se
quedaban en la entrada de sus casas para verlos pasar.
Sin embargo, no se sabía adónde iban.
Se creía que al otro lado del río y que volvían vacíos.
Un día, un camión se quedó parado.
los soldados tuvieron que arreglar el motor.
De pronto, un niño saltó del camión e intentó escapar.
Pero el alcalde Schroeder estaba allí, en medio de la calle.
Agarró al niño por los hombros y lo arrastró
hacia el camión. El alcalde sonrió amistosamente a
los soldados, que le dieron las gracias.
Los soldados llevaron al niño de nuevo al
camión, subieron y continuaron el viaje.
Un hombre de uniforme negro invitó al alcalde
Schroeder a subir en su coche. Todo había
sucedido muy rápido.
Rosa Blanca quería saber dónde llevaban los
soldados al niño. Siguió a los camiones, había
mucha gente en la calle, como cualquier día
después de la escuela. Los niños jugaban, había
gente en bicicleta y campesinos en tractores.
Pero Rosa Blanca no se fijaba en la gente y nadie vio
cómo ella seguía el camión por la acera.
Tuvo que andar mucho.Salió de la ciudad.
Atravesando campos, llegó a un bosque.
El cielo estaba gris, el paisaje helado.
A veces, echaba a correr.
Siguió las huellas de las ruedas en el bosque y
llegó a un claro.
Se detuvo delante de una alambrada eléctrica.
Detrás había niños, inmóviles como muñecos.
Rosa Blanca no conocía a ninguno. Un niño muy
pequeño dijo que tenía hambre.
Rosa Blanca tenía todavía el resto de un
bocadillo. Con cuidado, lo pasó por entre la
alambrada. El sol se ocultaba tras las colinas.
Hacía viento. Rosa Blanca sintió frío.
Pasaron semanas. Fue un frío, pálido invierno.
La madre de Rosa Blanca se asombraba del
apetito de su hija, que llevaba a la escuela más de
lo que podía comer en casa: bocadillos,
mermelada y manzana.
Sin embargo Rosa Blanca estaba cada vez mas delgada.
Entre toda la gente de la ciudad, el único que seguía estando gordo
era el alcalde Schroeder, que continuaba pronunciando largos discursos.
Pero la gente ya no era tan amable y, desconfiados,
se vigilaban unos a otros.
Rosa Blanca ocultaba la comida en la cartera del colegio
y tenía mucha prisa de salir de la escuela.
Ahora ya conocía el camino de memoria.
En los barracones de madera, tras la alambrada, había
cada vez mas niños. Su aspecto era cada vez más
demacrado y hambriento. muchos de ellos, sobre
la ropa, llevaban un estrella.
cuando empezó a derretirse la nieve y los
caminos se llenaron de fango, volvieron a pasar
por la ciudad muchos camiones. Casi siempre
circulaban de noche y esta vez en el otro sentido:
se alejaban del río. No llevaban luces ni marcas se
paraban. Los soldados parecían muy cansados.
De pronto una mañana, toda la ciudad se puso
en movimiento. La gente había empaquetado
cuando podía llevarse. El alcalde Schroeder ya no
hacía discursos, tampoco llevaba uniforme. Tenía prisa.
También había soldados entre la gente. Nadie
parecía fijarse en ellos. Muchos cojeaban
y estaban heridos. Pedían agua.
ese día desapareció Rosa Blanca. Había ido de
nuevo al bosque.
En la niebla, era difícil encontrar el camino.
Rosa Blanca saltaba por encima de los charcos
para no manchar sus zapatos. En medio del
bosque, el claro había cambiado. Los barracones
de madera habían desaparecido y estaba destruida
la alambrada. Rosa Blanca dejó caer el bolso con
la comida. Se quedó quieta, en silencio.
Se movieron sombras entre los árboles. Eran
soldados. Apenas se los distinguía. Para ellos, el
enemigo estaba en todas partes. De pronto, sonó
un disparo.
En ese momento, otros soldados llegaban a la
ciudad. Sus camiones y sus tanques olían igual y
hacían el mismo ruido, pero sus uniformes eran de
un color diferente y hablaban en un idioma
desconocido. Con los soldados regresaron personas
que habían desaparecido de la ciudad años atrás.
La madre de Rosa Blanca esperó mucho tiempo
a su pequeña hija. En el bosque, los árboles
comenzaron a retoñar, las flores se abrían en el
claro y, poco a poco, ocultaron los
restos de la alambrada.
Había llegado la primavera.
Sus calles eran estrechas, con fuentes antiguas y casas altas,
sobre cuyos tejados iban a posarse las palomas.
Un día, aparecieron los primeros camiones y muchos hombres
se subieron a ellos. Llevaban uniformes y saludaban.
El alcalde Schroeder pronunció un discurso. Por todas partes
colgaban banderas de colores y los niños saludaban.
Por delante de las ventanas de la escuela,
pasaron muchos camiones. En ellos iban soldados
que nunca habían estado en la ciudad.
Sus caras eran risueñas.
Después llegaron tanques. Sus cadenas hacían
brotar chispas de los adoquines, metían mucho
ruido y olían a grasa.
A veces daba la impresión de que nada había
cambiado, pero, cada mañana, la madre le
advertía a Rosa Blanca que tuviera cuidado al
cruzar la calle. Los camiones de los soldados
tenían prisa.
Rosa Blanca le gustaba pasear a la orilla del río.
Observaba las ramas que arrastraba la
corriente y los viejos juguetes rotos que, a veces,
flotaban en el agua. Le gustaba el color del río
y ver el cielo en él.
Cada vez venían mas camiones. Los niños se
quedaban en la entrada de sus casas para verlos pasar.
Sin embargo, no se sabía adónde iban.
Se creía que al otro lado del río y que volvían vacíos.
Un día, un camión se quedó parado.
los soldados tuvieron que arreglar el motor.
De pronto, un niño saltó del camión e intentó escapar.
Pero el alcalde Schroeder estaba allí, en medio de la calle.
Agarró al niño por los hombros y lo arrastró
hacia el camión. El alcalde sonrió amistosamente a
los soldados, que le dieron las gracias.
Los soldados llevaron al niño de nuevo al
camión, subieron y continuaron el viaje.
Un hombre de uniforme negro invitó al alcalde
Schroeder a subir en su coche. Todo había
sucedido muy rápido.
Rosa Blanca quería saber dónde llevaban los
soldados al niño. Siguió a los camiones, había
mucha gente en la calle, como cualquier día
después de la escuela. Los niños jugaban, había
gente en bicicleta y campesinos en tractores.
Pero Rosa Blanca no se fijaba en la gente y nadie vio
cómo ella seguía el camión por la acera.
Tuvo que andar mucho.Salió de la ciudad.
Atravesando campos, llegó a un bosque.
El cielo estaba gris, el paisaje helado.
A veces, echaba a correr.
Siguió las huellas de las ruedas en el bosque y
llegó a un claro.
Se detuvo delante de una alambrada eléctrica.
Detrás había niños, inmóviles como muñecos.
Rosa Blanca no conocía a ninguno. Un niño muy
pequeño dijo que tenía hambre.
Rosa Blanca tenía todavía el resto de un
bocadillo. Con cuidado, lo pasó por entre la
alambrada. El sol se ocultaba tras las colinas.
Hacía viento. Rosa Blanca sintió frío.
Pasaron semanas. Fue un frío, pálido invierno.
La madre de Rosa Blanca se asombraba del
apetito de su hija, que llevaba a la escuela más de
lo que podía comer en casa: bocadillos,
mermelada y manzana.
Sin embargo Rosa Blanca estaba cada vez mas delgada.
Entre toda la gente de la ciudad, el único que seguía estando gordo
era el alcalde Schroeder, que continuaba pronunciando largos discursos.
Pero la gente ya no era tan amable y, desconfiados,
se vigilaban unos a otros.
Rosa Blanca ocultaba la comida en la cartera del colegio
y tenía mucha prisa de salir de la escuela.
Ahora ya conocía el camino de memoria.
En los barracones de madera, tras la alambrada, había
cada vez mas niños. Su aspecto era cada vez más
demacrado y hambriento. muchos de ellos, sobre
la ropa, llevaban un estrella.
cuando empezó a derretirse la nieve y los
caminos se llenaron de fango, volvieron a pasar
por la ciudad muchos camiones. Casi siempre
circulaban de noche y esta vez en el otro sentido:
se alejaban del río. No llevaban luces ni marcas se
paraban. Los soldados parecían muy cansados.
De pronto una mañana, toda la ciudad se puso
en movimiento. La gente había empaquetado
cuando podía llevarse. El alcalde Schroeder ya no
hacía discursos, tampoco llevaba uniforme. Tenía prisa.
También había soldados entre la gente. Nadie
parecía fijarse en ellos. Muchos cojeaban
y estaban heridos. Pedían agua.
ese día desapareció Rosa Blanca. Había ido de
nuevo al bosque.
En la niebla, era difícil encontrar el camino.
Rosa Blanca saltaba por encima de los charcos
para no manchar sus zapatos. En medio del
bosque, el claro había cambiado. Los barracones
de madera habían desaparecido y estaba destruida
la alambrada. Rosa Blanca dejó caer el bolso con
la comida. Se quedó quieta, en silencio.
Se movieron sombras entre los árboles. Eran
soldados. Apenas se los distinguía. Para ellos, el
enemigo estaba en todas partes. De pronto, sonó
un disparo.
En ese momento, otros soldados llegaban a la
ciudad. Sus camiones y sus tanques olían igual y
hacían el mismo ruido, pero sus uniformes eran de
un color diferente y hablaban en un idioma
desconocido. Con los soldados regresaron personas
que habían desaparecido de la ciudad años atrás.
La madre de Rosa Blanca esperó mucho tiempo
a su pequeña hija. En el bosque, los árboles
comenzaron a retoñar, las flores se abrían en el
claro y, poco a poco, ocultaron los
restos de la alambrada.
Había llegado la primavera.
Abuelos (Por: Chema Heras / Rosa Osuna)
Una tarde de primavera
estaba el abuelo trabajando la huerta
cuando vio llegar un coche que anunciaba:
¡Esta noche habrá fiesta en la plaza del pueblo!
¡Venid todos a bailar con los mejores músicos del país!
-¿Has oído, Manuela?
¡Esta noche tenemos baile!
-Si, Manuel, pero yo no voy.
Ya no soy una niña
para andar de fiesta en fiesta.
El abuelo no dijo nada.
Miró al sol,
que estaba a punto de esconderse en el horizonte,
y se agachó a por una margarita
que crecía entre la hierba.
Después se fue donde estaba la abuela,
le dio la flor y le dijo:
-Pero tú eres muy bonita, Manuela.
¡Eres tan bonita como el sol!
La abuela sonrió y fue a mirarse al espejo.
-Eso no es verdad. Yo soy fea como una gallina sin plumas
-dijo ella, prendiéndose la margarita en el pelo.
-¡No digas eso, mujer!
Tú eres tan bonita como el sol.
¡Y haz el favor de apurarte, que tenemos que ir a bailar!
La abuela fue al baño y, de una bolsa, sacó un lápiz.
-¿Qué vas a hacer con ese lápiz?- preguntó el abuelo.
-Voy a pintarme los ojos,
que los tengo tristes como una noche sin luna.
-¡No digas eso, mujer! Tú eres tan bonita como el sol,
con tus ojos tristes como las estrellas de la noche.
¡Y haz el favor de apurarte, que tenemos que ir a bailar!
La abuela sonrió y sacó un pincel.
-¿Qué vas a hacer con ese pincel?
-Voy a pintarme las pestañas,
que las tengo cortas como las patas de una mosca.
-¡No digas eso, mujer! Tú eres tan bonita como el sol
con tus ojos tristes como estrellas de la noche,
y tus pestañas cortas como hierbas recién segada.
¡Y haz el favor de apurarte, que tenemos que ir a bailar!
La abuela volvió a sonreír y, de la estantería, sacó un bote.
-¿Qué vas a hacer con ese bote?
-Voy a ponerme crema en la piel,
que la tengo arrugada
como higo seco.
-¡No digas eso, mujer! Tú eres tan bonita como el sol
con tus ojos tristes como estrellas de la noche,
y tus pestañas cortas como hierbas recién segada,
y tu piel arrugada
como nueces de una tarta.
¡Y haz el favor de apurarte, que tenemos que ir a bailar!
La abuela volvió a sonreír,
dejó el bote y sacó una barra de labios.
-¿Qué vas a hacer con esa barra?
-voy a dar brillo a mis labios,
que los tengo secos como la tierra de los caminos.
-¡No digas eso, mujer! Tú eres tan bonita como el sol
con tus ojos tristes como estrellas de la noche,
y tus pestañas cortas como hierbas recién segada,
y tu piel arrugada
como nueces de una tarta,
y tus labios secos como la arena del desierto.
¡Y haz el favor de apurarte, que tenemos que ir a bailar!
La abuela sonrió,
fue a la mesilla de noche
y sacó un frasco del cajón.
-¿Qué vas a hacer con ese frasco?
-Voy a teñirme el pelo,
que lo tengo gris como una nube de otoño.
-¡No digas eso, mujer! Tú eres tan bonita como el sol
con tus ojos tristes como estrellas de la noche,
y tus pestañas cortas como hierbas recién segada,
y tu piel arrugada
como nueces de una tarta,
y tus labios secos como la arena del desierto,
y tu pelo blanco como nube de verano.
¡Y haz el favor de apurarte, que tenemos que ir a bailar!
La abuela sonrió y sacó una falda.
-¿Qué vas a hacer con esa falda?
- Voy a esconder estas piernas,
que las tengo flaquitas como agujas de calcetar.
-¡No digas eso, mujer! Tú eres tan bonita como el sol
con tus ojos tristes como estrellas de la noche,
y tus pestañas cortas como hierbas recién segada,
y tu piel arrugada
como nueces de una tarta,
y tus labios secos como la arena del desierto,
y tu pelo blanco como nube de verano,
y tus piernas flaquitas como las de una golondrina.
¡Y haz el favor de apurarte, que tenemos que ir a bailar!
La abuela colgó la falda, y se fue a lavar la cara
y sonrió delante del espejo.
Después se agarró del brazo del abuelo y los dos se fueron hacia el baile.
Cuando llegaron, los músicos ya estaban tocando en el palco
y todo el mundo estaba bailando.
El abuelo tomó a la abuela por la cintura y se pusieron a bailar.
después miró profundamente a los ojos de la abuela y dijo:
-Manuela,
tienes los ojos tristes y hermosos
como las estrellas de la noche.
Entonces, la abuela
miró dentro en los ojos del abuelo,
y vio que también él tenía ...
los ojos tristes como estrellas de la noche,
y tus pestañas cortas como hierbas recién segada,
y tu piel arrugada
como nueces de una tarta,
y tus labios secos como la arena del desierto,
y tu pelo blanco como nube de verano,
y tus piernas flaquitas como las de una golondrina.
La abuela se agachó a por una margarita,
la prendió en el chaleco del abuelo
y se acurrucó en su pecho.
Después miró al cielo,
volvió a mirar a los ojos del abuelo
y, sin dejar de bailar, le dijo:
-Manuel eres tan bonito como la luna!
estaba el abuelo trabajando la huerta
cuando vio llegar un coche que anunciaba:
¡Esta noche habrá fiesta en la plaza del pueblo!
¡Venid todos a bailar con los mejores músicos del país!
-¿Has oído, Manuela?
¡Esta noche tenemos baile!
-Si, Manuel, pero yo no voy.
Ya no soy una niña
para andar de fiesta en fiesta.
El abuelo no dijo nada.
Miró al sol,
que estaba a punto de esconderse en el horizonte,
y se agachó a por una margarita
que crecía entre la hierba.
Después se fue donde estaba la abuela,
le dio la flor y le dijo:
-Pero tú eres muy bonita, Manuela.
¡Eres tan bonita como el sol!
La abuela sonrió y fue a mirarse al espejo.
-Eso no es verdad. Yo soy fea como una gallina sin plumas
-dijo ella, prendiéndose la margarita en el pelo.
-¡No digas eso, mujer!
Tú eres tan bonita como el sol.
¡Y haz el favor de apurarte, que tenemos que ir a bailar!
La abuela fue al baño y, de una bolsa, sacó un lápiz.
-¿Qué vas a hacer con ese lápiz?- preguntó el abuelo.
-Voy a pintarme los ojos,
que los tengo tristes como una noche sin luna.
-¡No digas eso, mujer! Tú eres tan bonita como el sol,
con tus ojos tristes como las estrellas de la noche.
¡Y haz el favor de apurarte, que tenemos que ir a bailar!
La abuela sonrió y sacó un pincel.
-¿Qué vas a hacer con ese pincel?
-Voy a pintarme las pestañas,
que las tengo cortas como las patas de una mosca.
-¡No digas eso, mujer! Tú eres tan bonita como el sol
con tus ojos tristes como estrellas de la noche,
y tus pestañas cortas como hierbas recién segada.
¡Y haz el favor de apurarte, que tenemos que ir a bailar!
La abuela volvió a sonreír y, de la estantería, sacó un bote.
-¿Qué vas a hacer con ese bote?
-Voy a ponerme crema en la piel,
que la tengo arrugada
como higo seco.
-¡No digas eso, mujer! Tú eres tan bonita como el sol
con tus ojos tristes como estrellas de la noche,
y tus pestañas cortas como hierbas recién segada,
y tu piel arrugada
como nueces de una tarta.
¡Y haz el favor de apurarte, que tenemos que ir a bailar!
La abuela volvió a sonreír,
dejó el bote y sacó una barra de labios.
-¿Qué vas a hacer con esa barra?
-voy a dar brillo a mis labios,
que los tengo secos como la tierra de los caminos.
-¡No digas eso, mujer! Tú eres tan bonita como el sol
con tus ojos tristes como estrellas de la noche,
y tus pestañas cortas como hierbas recién segada,
y tu piel arrugada
como nueces de una tarta,
y tus labios secos como la arena del desierto.
¡Y haz el favor de apurarte, que tenemos que ir a bailar!
La abuela sonrió,
fue a la mesilla de noche
y sacó un frasco del cajón.
-¿Qué vas a hacer con ese frasco?
-Voy a teñirme el pelo,
que lo tengo gris como una nube de otoño.
-¡No digas eso, mujer! Tú eres tan bonita como el sol
con tus ojos tristes como estrellas de la noche,
y tus pestañas cortas como hierbas recién segada,
y tu piel arrugada
como nueces de una tarta,
y tus labios secos como la arena del desierto,
y tu pelo blanco como nube de verano.
¡Y haz el favor de apurarte, que tenemos que ir a bailar!
La abuela sonrió y sacó una falda.
-¿Qué vas a hacer con esa falda?
- Voy a esconder estas piernas,
que las tengo flaquitas como agujas de calcetar.
-¡No digas eso, mujer! Tú eres tan bonita como el sol
con tus ojos tristes como estrellas de la noche,
y tus pestañas cortas como hierbas recién segada,
y tu piel arrugada
como nueces de una tarta,
y tus labios secos como la arena del desierto,
y tu pelo blanco como nube de verano,
y tus piernas flaquitas como las de una golondrina.
¡Y haz el favor de apurarte, que tenemos que ir a bailar!
La abuela colgó la falda, y se fue a lavar la cara
y sonrió delante del espejo.
Después se agarró del brazo del abuelo y los dos se fueron hacia el baile.
Cuando llegaron, los músicos ya estaban tocando en el palco
y todo el mundo estaba bailando.
El abuelo tomó a la abuela por la cintura y se pusieron a bailar.
después miró profundamente a los ojos de la abuela y dijo:
-Manuela,
tienes los ojos tristes y hermosos
como las estrellas de la noche.
Entonces, la abuela
miró dentro en los ojos del abuelo,
y vio que también él tenía ...
los ojos tristes como estrellas de la noche,
y tus pestañas cortas como hierbas recién segada,
y tu piel arrugada
como nueces de una tarta,
y tus labios secos como la arena del desierto,
y tu pelo blanco como nube de verano,
y tus piernas flaquitas como las de una golondrina.
La abuela se agachó a por una margarita,
la prendió en el chaleco del abuelo
y se acurrucó en su pecho.
Después miró al cielo,
volvió a mirar a los ojos del abuelo
y, sin dejar de bailar, le dijo:
-Manuel eres tan bonito como la luna!
No es fácil, pequeña ardilla. (Por: Elisa Ramón/ Rosa Osuna)
La ardilla roja estaba triste.
Sentía una pena muy onda porque su madre se había muerto
y pensaba que nunca más sería feliz.
Su padre le secaba las lágrimas con ternura, intentando consolarla.
Mamá siempre estará con nosotros...
Y con la mano, se golpeaba el pecho: ¡Aquí!
La ardilla no lograba entender.
Lo único que veía era que ella ya no estaba.
Una noche
se enfadó con su mamá
por haberla abandonado.
Tan disgustada estaba
que arremetió contra los juguetes.
cuando se calmó;
su papá la abrazó muy fuerte.
Aún así no dejó que la arropara,
ni quiso que le contase un cuento.
No quería que nadie ocupase
el lugar de se madre.
Pero mamá ya no estaba.
Cuando se quedó a solas,
miró el cielo,
como hacía antes con su madre.
Buscó la estrella
que mamá había elegido
para protegerla
en sus sueños.
Pero aquella noche no la vio.
Entonces salió de casa
y fue a ver a su mejor amigo.
El búho extendió su enorme ala
y la cubrió para que no la entrase frío.
La ardilla se acurrucó
y, debajo de las plumas, lloró a sus anchas.
Mientras el búho dormía
hecho una bola de plumas,
la luz y el calor del sol
despertaron a la ardilla,
que desde el árbol
contempló el paisaje.
¡Era muy hermoso!
Entonces pensó que su madre
no volvería a ver el bosque,
que nunca mas correría por él,
que no sentiría las caricias del sol
ni se alegraría del el canto de los pájaros.
Los ojos se le llenaron de lágrimas
y corrió a esconderse a casa.
Se metió en la cama
y se tapó hasta mas arriba de la cabeza.
Su padre se acercó y le acarició la espalda:
Quiero que veas algo que te va a gustar...
¡Imposible!-se escuchó entre las sábanas.
Ya no hay nada que me gusta.
Esto si, ya verás...-aseguró su padre.
Y la ardilla, curiosa,
asomó el hocico.
¡Estos son tus abuelos!
La ardilla roja, aunque no los había conocido,
había oído hablar mucho de ellos.
Los quería mucho. Me gustaba estar siempre a su lado.
Pero se hicieron viejos y se murieron.
Entonces, también yo me sentí muy triste.
La pequeña ardilla escuchaba atenta.
Aprendí mucho con ellos. Cómo tú, de mamá y de mí.
Siempre los recordaré...
¿Y si me olvidó de mamá...?
-Preguntó la ardilla.
¡Imposible!
Ella también te quería mucho.
Ahora está en tu corazón.
La ardilla roja
no conseguía entenderlo...
Y suspiró.
En su pequeño corazón
sólo había tristeza.
¡No tenía ni ganas de jugar!
Cuando veía a las mamás de sus amigos
echaba de menos a la suya
y se sentía aún mas desanimada.
entonces prefería alejarse
y andar por el bosque.
Una tarde
se paró debajo de un nogal.
Cogió las nueces más grandes,
las frotó entre sus manos
y se puso a comerlas.
Las abría con mucha maña.
Se lo había enseñado su mamá,
para no partirse los dientes.
Después trepó a los árboles.
Saltando de rama en rama,
llegó al final del bosque.
Desde allí
contempló la puesta de sol.
Y,de repente,
notó un cosquilleo
por todo su cuerpo.
Levantó las orejas y ahuecó el rabo.
miró a un lado, a otro...
No sabía por qué,
pero sentía
que su madre
estaba cerca.
Cuando se hizo de noche,
corrió junto a su amigo.
El búho, en lo alto del viejo árbol,
le cantaba a la luna.
Los dos, en silencio,
miraron al cielo.
De pronto,
la pequeña ardilla
se fijó en una estrella:
¡Mira!
¡La estrella de mamá!
Hoy brilla como nunca
-advirtió el búho,
que de aquello sabía mucho.
¡Voy a decírselo a papá...!
Y se fue corriendo
.
La ardilla roja
había entendido que mamá estaba con ella,
¡y que nunca la abandonaría!
Aquella noche dejó que su padre la arropase.
Y poco antes de dormir, le dijo:
¡Papá, cuéntame un cuento...!
Sentía una pena muy onda porque su madre se había muerto
y pensaba que nunca más sería feliz.
Su padre le secaba las lágrimas con ternura, intentando consolarla.
Mamá siempre estará con nosotros...
Y con la mano, se golpeaba el pecho: ¡Aquí!
La ardilla no lograba entender.
Lo único que veía era que ella ya no estaba.
Una noche
se enfadó con su mamá
por haberla abandonado.
Tan disgustada estaba
que arremetió contra los juguetes.
cuando se calmó;
su papá la abrazó muy fuerte.
Aún así no dejó que la arropara,
ni quiso que le contase un cuento.
No quería que nadie ocupase
el lugar de se madre.
Pero mamá ya no estaba.
Cuando se quedó a solas,
miró el cielo,
como hacía antes con su madre.
Buscó la estrella
que mamá había elegido
para protegerla
en sus sueños.
Pero aquella noche no la vio.
Entonces salió de casa
y fue a ver a su mejor amigo.
El búho extendió su enorme ala
y la cubrió para que no la entrase frío.
La ardilla se acurrucó
y, debajo de las plumas, lloró a sus anchas.
Mientras el búho dormía
hecho una bola de plumas,
la luz y el calor del sol
despertaron a la ardilla,
que desde el árbol
contempló el paisaje.
¡Era muy hermoso!
Entonces pensó que su madre
no volvería a ver el bosque,
que nunca mas correría por él,
que no sentiría las caricias del sol
ni se alegraría del el canto de los pájaros.
Los ojos se le llenaron de lágrimas
y corrió a esconderse a casa.
Se metió en la cama
y se tapó hasta mas arriba de la cabeza.
Su padre se acercó y le acarició la espalda:
Quiero que veas algo que te va a gustar...
¡Imposible!-se escuchó entre las sábanas.
Ya no hay nada que me gusta.
Esto si, ya verás...-aseguró su padre.
Y la ardilla, curiosa,
asomó el hocico.
¡Estos son tus abuelos!
La ardilla roja, aunque no los había conocido,
había oído hablar mucho de ellos.
Los quería mucho. Me gustaba estar siempre a su lado.
Pero se hicieron viejos y se murieron.
Entonces, también yo me sentí muy triste.
La pequeña ardilla escuchaba atenta.
Aprendí mucho con ellos. Cómo tú, de mamá y de mí.
Siempre los recordaré...
¿Y si me olvidó de mamá...?
-Preguntó la ardilla.
¡Imposible!
Ella también te quería mucho.
Ahora está en tu corazón.
La ardilla roja
no conseguía entenderlo...
Y suspiró.
En su pequeño corazón
sólo había tristeza.
¡No tenía ni ganas de jugar!
Cuando veía a las mamás de sus amigos
echaba de menos a la suya
y se sentía aún mas desanimada.
entonces prefería alejarse
y andar por el bosque.
Una tarde
se paró debajo de un nogal.
Cogió las nueces más grandes,
las frotó entre sus manos
y se puso a comerlas.
Las abría con mucha maña.
Se lo había enseñado su mamá,
para no partirse los dientes.
Después trepó a los árboles.
Saltando de rama en rama,
llegó al final del bosque.
Desde allí
contempló la puesta de sol.
Y,de repente,
notó un cosquilleo
por todo su cuerpo.
Levantó las orejas y ahuecó el rabo.
miró a un lado, a otro...
No sabía por qué,
pero sentía
que su madre
estaba cerca.
Cuando se hizo de noche,
corrió junto a su amigo.
El búho, en lo alto del viejo árbol,
le cantaba a la luna.
Los dos, en silencio,
miraron al cielo.
De pronto,
la pequeña ardilla
se fijó en una estrella:
¡Mira!
¡La estrella de mamá!
Hoy brilla como nunca
-advirtió el búho,
que de aquello sabía mucho.
¡Voy a decírselo a papá...!
Y se fue corriendo
.
La ardilla roja
había entendido que mamá estaba con ella,
¡y que nunca la abandonaría!
Aquella noche dejó que su padre la arropase.
Y poco antes de dormir, le dijo:
¡Papá, cuéntame un cuento...!
Leyenda de "Make-Make ( Por: Pauline Pérez Pinto)
Sobre la leyenda de "Make-Make"(Dios creador), nos
cuenta el isleño Marco Rapu que este Dios, luego de haber creado la Tierra
sintió que algo le faltaba. Un día tomó una calabaza que contenía agua y para
su sorpresa se dio cuenta que veía su rostro reflejado en ella. Mientras se
observaba un pájaro se posó sobre su hombro, lo que lo llevó a pensar en la
gran similitud que tenía él con el pájaro. Decidió unir el pájaro junto a su
reflejo y así proceder al nacimiento de su primogénito.
Pero no contento con esto "Make-Make" quiso crear
un ser que tuviera su propia imagen y que pensara y hablara como él quería.
Comenzó creando las aguas del mar que traían consigo a los
peces. Pero no conforme con esto quiso crear una piedra en la que había tierra
colorada, y de ella nació el hombre y posteriormente la mujer.
Tiempo después "Make-Make" se le aparecería en
sueños a "Hau-Maka"(consejero de Hotu Matu`a) y le indicaba cómo
llegar a la isla, para así trasladarse desde la isla de "Hiva" hacia
Rapa Nui con todo su pueblo.
Más tarde, "Make-Make" en compañía de
"Haua"(otro Dios) llevaron pájaros a los islotes que se encuentran
frente al volcán Rano Kau, para que así se celebrase el culto del "Tangata
Manu"(hombre pájaro).
domingo, 27 de octubre de 2013
El regalo mas importante de todos (Por David Conway / Karin Littlewood)
Había una vez una niña llamada Ama quien vivía en una aldea situada en las afueras de un gran valle, en África. La mamá de Ama iba a tener un bebé y Ama estaba esperando las noticias en el jardín de la aldea.
-"Tienes un hermanito,"- dijo la abuela Sisi, con una cálida sonrisa, cuando llegó a la huerta de las aldeas,-" y su nombre es Azizi, querida"
El arco iris de mariposas que revoloteaba en el estómago de Ama ahora se convertiría en emoción.
-¡Tengo un hermano menor!-pensó.
Esa tarde las personas de la aldea llegaron con regalos para celebrar el nacimiento de Azizi.
Ama también quería darle un regalo.
-"Dale amor", - dijo la abuela Sisi-, "ese es el regalo más importante de todos"
Esa noche Ama soñó acerca de ese importante regalo llamado "amor" que ella podría dar a su nuevo hermanito. Soñó que era tan suave como una blanca nube para que el bebé Azizi pudiera dormir sobre ésta...
...luego, que era tan brillante como una resplandeciente estrella que siempre lo mantendría lejos de la oscuridad.
A la mañana siguiente, después de que Ama había ido a traer agua del pozo, se internó en el gran valle en busca de su importante regalo.
Ama caminó y camino. A su paso encontró un pájaro tejedor parado en la rama de un árbol de acacia. Ama
le preguntó al pájaro tejedor, si sabía dónde podía ella encontrar el importante regalo llamado "amor".
Pero el pájaro tejedor no sabía.
Ama siguió caminando. por el camino encontró una jirafa masticando hojas de arbusto espinoso. Ama le preguntó a la jirafa si sabía dónde podía encontrar el importante regalo llamado "amor".
Pero la jirafa no sabía.
De nuevo, Ama siguió caminando y buscando; por el camino ella encontró un viejo y sabio león descansando en el tibio sol de la tarde. Ama le preguntó al viejo y sabio león si sabía dónde podía encontrar el importante regalo llamado "amor".
-"Yo no te puedo decir eso",- dijo el viejo y sabio león, estirando su anciano cuerpo-,"pero tan seguro que como el olor de la lluvia que es transportado por el viento seco, tú siempre reconocerás "el amor"
cuando hayas encontrado"...
Ama siguió buscando, buscando y buscando pero la noche empezó a caer y, sin saber el camino de regreso a la aldea, ella se sentó en el tronco de un árbol de Baobab y decidió esperar hasta la mañana siguiente.
Estaba empezando a extrañar a su familia, la calidez de la sonrisa de su abuela, las cariñosas manos de su padre y los reconfortantes brazos de su mamá, que cariñosamente la acunaban para dormir.
Toda la noche Ama espero que el sol despertara sus sueños.
entonces, desde un rayo de luz de la mañana, que coloreaba el paisaje como una brocha, Ama notó que caminaba hacia ella.
Al principio, Ama no podía distinguir qué era, pero cuando se acercó más y más...
...fue cada vez más y más claro.
Para sorpresa y absoluta felicidad de Ama, vio que era papá quien había salido en su búsqueda.
Ama salió desde abajo del árbol baobab y corrió a los brazos de su padre.
El papá de Ama, estaba tan aliviado de encontrarla que lloró lágrimas de alegría y llevó en sus brazos a Ama, todo el camino de vuelta a la aldea.
La familia de Ama estaba tan feliz de tenerla de nuevo en casa que, esa tarde celebraron con una comida de galletas y bollos fritos que abuela Sisi había preparado.
Entonces, cuando la familia de Ama había terminado su comida, comenzaron a aplaudir y cantar canciones.
Canciones acerca del nacimiento de un nuevo niño y canciones acerca de encontrar a los perdidos...
...y así como las canciones llenaban la choza y la noche africana, y se mezclaba con las estrellas...
...en algún lugar lejano del gran valle, un viejo y sabio león estiró su anciano cuerpo y olfateó el aire de la oscura noche, porque había algo en él, algo tan seguro como el descubrimiento del regalo del
amor...
...y entonces vino la lluvia.
-"Tienes un hermanito,"- dijo la abuela Sisi, con una cálida sonrisa, cuando llegó a la huerta de las aldeas,-" y su nombre es Azizi, querida"
El arco iris de mariposas que revoloteaba en el estómago de Ama ahora se convertiría en emoción.
-¡Tengo un hermano menor!-pensó.
Esa tarde las personas de la aldea llegaron con regalos para celebrar el nacimiento de Azizi.
Ama también quería darle un regalo.
-"Dale amor", - dijo la abuela Sisi-, "ese es el regalo más importante de todos"
Esa noche Ama soñó acerca de ese importante regalo llamado "amor" que ella podría dar a su nuevo hermanito. Soñó que era tan suave como una blanca nube para que el bebé Azizi pudiera dormir sobre ésta...
...luego, que era tan brillante como una resplandeciente estrella que siempre lo mantendría lejos de la oscuridad.
A la mañana siguiente, después de que Ama había ido a traer agua del pozo, se internó en el gran valle en busca de su importante regalo.
Ama caminó y camino. A su paso encontró un pájaro tejedor parado en la rama de un árbol de acacia. Ama
le preguntó al pájaro tejedor, si sabía dónde podía ella encontrar el importante regalo llamado "amor".
Pero el pájaro tejedor no sabía.
Ama siguió caminando. por el camino encontró una jirafa masticando hojas de arbusto espinoso. Ama le preguntó a la jirafa si sabía dónde podía encontrar el importante regalo llamado "amor".
Pero la jirafa no sabía.
De nuevo, Ama siguió caminando y buscando; por el camino ella encontró un viejo y sabio león descansando en el tibio sol de la tarde. Ama le preguntó al viejo y sabio león si sabía dónde podía encontrar el importante regalo llamado "amor".
-"Yo no te puedo decir eso",- dijo el viejo y sabio león, estirando su anciano cuerpo-,"pero tan seguro que como el olor de la lluvia que es transportado por el viento seco, tú siempre reconocerás "el amor"
cuando hayas encontrado"...
Ama siguió buscando, buscando y buscando pero la noche empezó a caer y, sin saber el camino de regreso a la aldea, ella se sentó en el tronco de un árbol de Baobab y decidió esperar hasta la mañana siguiente.
Estaba empezando a extrañar a su familia, la calidez de la sonrisa de su abuela, las cariñosas manos de su padre y los reconfortantes brazos de su mamá, que cariñosamente la acunaban para dormir.
Toda la noche Ama espero que el sol despertara sus sueños.
entonces, desde un rayo de luz de la mañana, que coloreaba el paisaje como una brocha, Ama notó que caminaba hacia ella.
Al principio, Ama no podía distinguir qué era, pero cuando se acercó más y más...
...fue cada vez más y más claro.
Para sorpresa y absoluta felicidad de Ama, vio que era papá quien había salido en su búsqueda.
Ama salió desde abajo del árbol baobab y corrió a los brazos de su padre.
El papá de Ama, estaba tan aliviado de encontrarla que lloró lágrimas de alegría y llevó en sus brazos a Ama, todo el camino de vuelta a la aldea.
La familia de Ama estaba tan feliz de tenerla de nuevo en casa que, esa tarde celebraron con una comida de galletas y bollos fritos que abuela Sisi había preparado.
Entonces, cuando la familia de Ama había terminado su comida, comenzaron a aplaudir y cantar canciones.
Canciones acerca del nacimiento de un nuevo niño y canciones acerca de encontrar a los perdidos...
...y así como las canciones llenaban la choza y la noche africana, y se mezclaba con las estrellas...
...en algún lugar lejano del gran valle, un viejo y sabio león estiró su anciano cuerpo y olfateó el aire de la oscura noche, porque había algo en él, algo tan seguro como el descubrimiento del regalo del
amor...
...y entonces vino la lluvia.
viernes, 25 de octubre de 2013
El tamborilero (Por:Sheenaaz y Chistopher Corr)
Había una vez un muchachito llamado Ghopal, cuyos ojos grandes y amables se iluminaban al sonreír.
Vivía con su madre en una cabaña de una aldea de Gujarat.
Desde que Ghopal había visto tocar a los tamborileros en el garba
durante las fiestas de Navaratri, deseaba mucho, pero que mucho, tener un tambor.
Se levantaba todos los días antes del amanecer y se apresuraba a terminar sus tareas. Recogía las boñigas del establo que estaba junto a la cabaña, les daba forma de torta y las extendía al aire libre para secarlas.
Después las metía en un cesto y las llevaba al patio, para alimentar la lumbre donde su madre cocinaba.
Su madre se ganaba la vida haciendo harina para los tendederos que después la vendía en paquetitos. Mientras ella molía el grano, Ghopal se transformaba en tamborilero. Se sentaba en el suelo de la tierra, colocaba el balde de lata bocabajo entre sus piernas y tamborileaba con los dedos.
Podía tocar cualquier cosa. De la tierra, los temblores, del mar, los oleajes; del aire, los vendavales. Y al tocar, cantaba:
-¡Gho-pal , Gho-pal, Gho-pal!- gritaba su madre para recordarle que siguiera con sus tareas.
al tercer grito, él se levantaba.
Cuando ordeñaba la búfala, escuchaba el son del tambor:
¡Tac dama dum dum dum! cuando iba a por agua hasta el pozo de la aldea, lo escuchaba durante el camino entero: ¡Tac dama dum dum dum! Por la noche, cuando todo se quedaba en silencio, el son seguía sonando: ¡Tac dama dum dum dum!
Un día Ghopal vio que si madre parecía contenta y decidió que era un buen momento para decírselo:
- Mamá, quiero comprar un tambor.
-¿Un tambor?- las cejas de su madre se levantaron-. ¿Y qué ibas a hacer tú con un tambor?
- preguntó-. Con un tambor no te vas a llenar el estómago.- Juguetona, le pellizcó la nariz.
Ghopal se mordisqueó el labio inferior. ¿Cómo podría describir el bum bum, bota que sentía en el pecho cuando escuchaba el sonido de un tambor?
¿ Cómo podía explicar la magia del toc, toc, toca que le cosquilleaba en los dedos?
Él quería llenar su corazón, no su estómago. Se obligó a sonreír para no disgustar a su madre.
Ella le dio unas palmaditas en la cabeza.
-Mira cuánta harina me ha sobrado hoy-dijo-.
Te voy a hacer unas pakoras de rechupete.
Su madre peló y partió en rodajas patatas, cebollas y berenjenas y las rebozó en la masa de harina. Después
las echó con suavidad al aceite que chisporroteaba en la sartén.
El olor de las especiadas pakoras se le coló a Ghopal por la nariz. A él le encantaban esos buñuelos dorados y crujientes, pero comió poco.
Estaba muy ocupado ideando un plan. Envolvió las pakoras sobrantes en un paño y se las metió en el bolsillo. Pronto conseguiría un tambor propio.
Salió par el mercado y, de camino, se encontró con una alfarera que llevaba un crío lloroso a la espalda.
Ghopal sintió pena por él.
-¿Tienes hambre?- le pregunto sacando las pakoras del bolsillo-. Ten, toma alguna.
El niñito dejó de llorar y empezó a comer.
Ghopal dobló el paño sobre las pakoras restantes y se las guardó de nuevo. Aún le quedaban muchas para su plan.
-Eres muy amable- le dijo la alfarera, y le besó el dorso de la mano-.No puedo pagarte porque no he vendido nada. ¿Aceptarás un cántaro?
Ghopal no quería una vasija de barro, pero se había sentido muy satisfecho cuando el niñito hambriento le sonrió entre lágrimas. Dio las gracias a la señora y siguió adelante. Aún le quedaba un largo camino por recorrer antes de llegar al mercado. Tamborileando sobre el cántaro con los dedos, se puso a cantar:
Vivía con su madre en una cabaña de una aldea de Gujarat.
Desde que Ghopal había visto tocar a los tamborileros en el garba
durante las fiestas de Navaratri, deseaba mucho, pero que mucho, tener un tambor.
Se levantaba todos los días antes del amanecer y se apresuraba a terminar sus tareas. Recogía las boñigas del establo que estaba junto a la cabaña, les daba forma de torta y las extendía al aire libre para secarlas.
Después las metía en un cesto y las llevaba al patio, para alimentar la lumbre donde su madre cocinaba.
Su madre se ganaba la vida haciendo harina para los tendederos que después la vendía en paquetitos. Mientras ella molía el grano, Ghopal se transformaba en tamborilero. Se sentaba en el suelo de la tierra, colocaba el balde de lata bocabajo entre sus piernas y tamborileaba con los dedos.
Podía tocar cualquier cosa. De la tierra, los temblores, del mar, los oleajes; del aire, los vendavales. Y al tocar, cantaba:
-Si yo tuviera un bombo, un bombo, un gran bombo,
el corazón me haría bum, bum, bum
¡Tac dama dum dum!
-¡Gho-pal , Gho-pal, Gho-pal!- gritaba su madre para recordarle que siguiera con sus tareas.
al tercer grito, él se levantaba.
Cuando ordeñaba la búfala, escuchaba el son del tambor:
¡Tac dama dum dum dum! cuando iba a por agua hasta el pozo de la aldea, lo escuchaba durante el camino entero: ¡Tac dama dum dum dum! Por la noche, cuando todo se quedaba en silencio, el son seguía sonando: ¡Tac dama dum dum dum!
Un día Ghopal vio que si madre parecía contenta y decidió que era un buen momento para decírselo:
- Mamá, quiero comprar un tambor.
-¿Un tambor?- las cejas de su madre se levantaron-. ¿Y qué ibas a hacer tú con un tambor?
- preguntó-. Con un tambor no te vas a llenar el estómago.- Juguetona, le pellizcó la nariz.
Ghopal se mordisqueó el labio inferior. ¿Cómo podría describir el bum bum, bota que sentía en el pecho cuando escuchaba el sonido de un tambor?
¿ Cómo podía explicar la magia del toc, toc, toca que le cosquilleaba en los dedos?
Él quería llenar su corazón, no su estómago. Se obligó a sonreír para no disgustar a su madre.
Ella le dio unas palmaditas en la cabeza.
-Mira cuánta harina me ha sobrado hoy-dijo-.
Te voy a hacer unas pakoras de rechupete.
Su madre peló y partió en rodajas patatas, cebollas y berenjenas y las rebozó en la masa de harina. Después
las echó con suavidad al aceite que chisporroteaba en la sartén.
El olor de las especiadas pakoras se le coló a Ghopal por la nariz. A él le encantaban esos buñuelos dorados y crujientes, pero comió poco.
Estaba muy ocupado ideando un plan. Envolvió las pakoras sobrantes en un paño y se las metió en el bolsillo. Pronto conseguiría un tambor propio.
Salió par el mercado y, de camino, se encontró con una alfarera que llevaba un crío lloroso a la espalda.
Ghopal sintió pena por él.
-¿Tienes hambre?- le pregunto sacando las pakoras del bolsillo-. Ten, toma alguna.
El niñito dejó de llorar y empezó a comer.
Ghopal dobló el paño sobre las pakoras restantes y se las guardó de nuevo. Aún le quedaban muchas para su plan.
-Eres muy amable- le dijo la alfarera, y le besó el dorso de la mano-.No puedo pagarte porque no he vendido nada. ¿Aceptarás un cántaro?
Ghopal no quería una vasija de barro, pero se había sentido muy satisfecho cuando el niñito hambriento le sonrió entre lágrimas. Dio las gracias a la señora y siguió adelante. Aún le quedaba un largo camino por recorrer antes de llegar al mercado. Tamborileando sobre el cántaro con los dedos, se puso a cantar:
-Si yo tuviera un bombo, un bombo, un gran bombo,
el corazón me haría bum, bum, bum
¡Tac dama dum dum!
Al poco rato el sol caía implacablemente y la garganta de Ghopal se quedó tan seca como el camino de barro cuarteado. Se alegró de llevar al cántaro, porque con él podía recoger agua de un arroyo que gorgoteaba. Mientras lo llenaba vio a un hombre muy enojado que le gritaba a su esposa:
-¡Has roto el cántaro!
-Lo siento. Se me ha caído. Ha sido sin querer.-La pobre lavandera sollozaba con el rostro entre las manos. A sus pies estaban los trozos del cántaro roto.
-¿Y ahora que hacemos, eh? ¿Cómo vamos a recoger agua?
-El marido blandió el puño ante la asustada esposa.
Ghopal sintió pena por ella, Bebió el agua de su cántaro a toda prisa y se acercó a la mujer.
-Tenga el mío. Ya no lo necesito-dijo.
La lavandera lo miró incrédula.
_Que ojos mas grandes y amables tienes.-La mujer se quitó el chal se lo entregó-. Bendito seas. acepta esto como pago, por favor.
Era un vistoso chal tejido con lana de muchos colores. Ghopal no quería un chal, pero lo aceptó educadamente y le dio las gracias. Se envolvió alrededor del cuello y siguió su camino cantando:
-Si yo tuviera un bombo, un bombo, un gran bombo,
el corazón me haría bum, bum, bum
¡Tac dama dum dum!
Al poco rato se cruzó con un rico mercader montando en un semental blanco. Al ver el chal del chico, el mercader se detuvo.
- Muchacho, ¿dónde has comprado ese chal tan bonito?- preguntó-. A mi esposa enferma le encantaría. Le acabo de comprar una docena en el mercado, pero ninguno es tan lindo como el tuyo.
Ghopal se imaginó a la esposa del mercader yaciendo adolorida en la cama y sintió pena por ella.
Dijo que se lo había dado una lavandera y que seguramente lo habría tejido ella misma.
_Tenga señor. Dele mi chal a su esposa.- Se lo quitó y se lo entregó al mercader.
-Bendito seas, amable muchacho.- El sorprendido mercader se lo agradeció efusivamente.-¿Aceptarías mi caballo en pago por tu chal?
Ghopal no quería un caballo, pero asintió con la cabeza y lo aceptó. Subió al caballos blanco, se sentó sobre la silla de terciopelo rojo y siguió su camino cantando:
-Si yo tuviera un bombo, un bombo, un gran bombo,
el corazón me haría bum, bum, bum
¡Tac dama dum dum!
Al lado del camino, a la sombra de unos limoneros, vio un ruidoso gentío reunido bajo un shimiana, un toldo rojo brillante sostenido por cuatro postes de bambú. ¡Se celebra una boda! Ghopal estaba ansioso por ver a la novia.
al acercarse sintio los fuertes olores del alcanfor y de la quema de madera de madera de sándalo. La bella novia estaba sentada y vestía un sari rojo adornado con guirnaldas de caléndula. Un tikka dorado, un adorno, coronaba su frente. Sus muñecas estaban cubiertas de brazaletes, y sus manos y pies lucían intrincados dibujos de henna. En un rincón ardía el pequeño fuego sagrado que los novios debían rodear mientras se prometían amor y respeto mutuos. Los bailarines representaban historias y los músicos tocaban muchos instrumentos, pero Ghopal sólo tenía ojos para los tambores. Su corazón suspiraba por uno.
de improviso, un sacerdote con largo habito color azafrán se levantó para dirigirse a los asistentes.
-El novio se retrasa. ¡La posición de los astros va a a cambiar! habrá que cancelar la boda.
La novia se echó a llorar. Los invitados empezaron a murmurar:
-¿Qué podemos hacer?
Los tamborileros dejaron de tocar.
-¡Esperen! gritó Ghopal. Las cabezas se volvieron para mirarle con atención-. Que la boda continúe; yo traigo al novio.
Preguntó la dirección del joven y galopó como una centella.
Muy pronto regresó con el novio a la grupa. La novia quedó encantada.
-Amable muchacho, ¿cómo puedo recompensarte? ¿Ves algo que te guste?- le preguntó.
-Un tambor- dijo Ghopal de inmediato, mientras su corazón hacía bum.
La novia sonrió.
-Pues tenemos muchos, muchos tambores- dijo, y pidió a los músicos que se los acercaran.
Los había grandes y pequeños, duros y blandos, de todos los colores. la novia miró a Ghopal.
-Elije el que más te guste.
A Ghopal se le iluminaron los ojos. Escogió un gran bombo tan azul como el cielo. Le dio las gracias a la novia, montó en su caballo y allá que fue al mercado, traqueteo va, traqueteo viene, pensando que era el chico mas afortunado del mundo entero. Y todavía llevaba las pakoras en el bolsillo. Iba a venderlas, como había planeado. Y ahora que ya tenía el tambor, podría darle el dinero a su madre.
El mercado era un hervidero de gente que vendía todo tipo de mercancías. Era ruidoso y oloroso.
Las avisapas y las moscas zumbaban. Ghopal gritaba:
-¡Pakoras! ¡Se venden pakoras !
No le oía nadie. Su voz se perdía entre el ajetreo y el bullicio. Se retiró avergonzado a un rincón. ¿Cómo podía lograr que la gente le hiciera caso? Empezó a tocar su tambor. Alternó la mano derecha con la izquierda y tocó cada vez más rápido. ¡Tac dam dum dum dum!
Los golpes eran hipnotizadores y atraían a mucha gente; y la gente empozó a cantar y a bailar. Ghopal no tardó nada en vender sus pakoras.
-Mmmm,muy sabrosas- decía la gente al comerlas.
Un hombre con un kurta bordado en oro se acercó a mirar.
-¿Cuánto vale ese tambor, chico?
-Lo siento, sahib. contestó Ghopal-.Mi tambor no está en venta.
Nunca se desprendería de él.
Al final del día Ghopal contó sus tintineantes monedas. Estaba deseando ver la cara de felicidad que pondría su madre. Recogió el tambor y montó en su caballo y, durante todo el camino a casa, fue cantando:
- Como tengo un bombo, un bombo, un gran bombo azul,
el corazón me hace bum, bum, bum.
¡Tac dama dum dum!
¡Tac dama dum dum!
Hilderita y Maximiliano (Por:Fernando Krahn)
Èranse una vez dos chinitas:
Hilderita Roja y
Maximiliano Amarillo.
Se encontraron en la copa
de un sombrero de copa.
Y se gustaron mucho.
Jugaban juntos.
Viajaban juntos.
Y se lo pasaban de maravilla.
Así que
un buen día decidieron casarse.
Todos sus amigos fueron a la boda.
La Reina de las abejas
los nombró
Marqués y Marquesa.
El Marqués Maximiliano
y la Marquesa Hilderita
se despidieron de sus amigos
y se fueron volando por los aires.
-¿A dónde vamos?
- preguntó el Marqués Maximiliano
-A la Luna
-contestó la Marquesa Hilderita.
Y empezaron su viaje.
Pero, de pronto,
grandes nubes cubrieron el cielo.
Y una terrible tormenta los atrapó
Volaron a la rama de un árbol
y allí esperaron, sanos y salvos,
a que mejorara el tiempo.
Cuando desaparecieron las nubes,
una grande y brillante estrella
les guiñó este mensaje:
¡Pronto serán papá y mamá!
Y nacieron diez hijitos.
Hilderita y Maximiliano tuvieron mucho trabajo
buscando un nombre para cada uno:
de izquierda a derecha,
Bruno, Ágata, Leonor, Jacinta,Gilda,
Josefa, Mimí, Cornelio, Lucrecia y Federico.
Mamá Hilderita
y papá Maximiliano
se olvidaron por completo
de su viaje a la Luna.
Eran felices
volando con sus niños
de una rama a otra rama,
de un árbol a otro árbol
Hilderita Roja y
Maximiliano Amarillo.
Se encontraron en la copa
de un sombrero de copa.
Y se gustaron mucho.
Jugaban juntos.
Viajaban juntos.
Y se lo pasaban de maravilla.
Así que
un buen día decidieron casarse.
Todos sus amigos fueron a la boda.
La Reina de las abejas
los nombró
Marqués y Marquesa.
El Marqués Maximiliano
y la Marquesa Hilderita
se despidieron de sus amigos
y se fueron volando por los aires.
-¿A dónde vamos?
- preguntó el Marqués Maximiliano
-A la Luna
-contestó la Marquesa Hilderita.
Y empezaron su viaje.
Pero, de pronto,
grandes nubes cubrieron el cielo.
Y una terrible tormenta los atrapó
Volaron a la rama de un árbol
y allí esperaron, sanos y salvos,
a que mejorara el tiempo.
Cuando desaparecieron las nubes,
una grande y brillante estrella
les guiñó este mensaje:
¡Pronto serán papá y mamá!
Y nacieron diez hijitos.
Hilderita y Maximiliano tuvieron mucho trabajo
buscando un nombre para cada uno:
de izquierda a derecha,
Bruno, Ágata, Leonor, Jacinta,Gilda,
Josefa, Mimí, Cornelio, Lucrecia y Federico.
Mamá Hilderita
y papá Maximiliano
se olvidaron por completo
de su viaje a la Luna.
Eran felices
volando con sus niños
de una rama a otra rama,
de un árbol a otro árbol
El valle de la Niebla. Por: Arcadio Lobato
En un lejano país hay un profundo valle, cubierto siempre de niebla. Los habitantes de ese valle jamás han visto la brillante luz del Sol. Para ellos, la Luna y las estrellas son unas desconocidas.
Nadie ha subido nunca a las montañas para mirar qué hay al otro lado.
Los ancianos dicen a los adultos:
-No hay nada mas hermoso que nuestro país, y fuera de este valle no hay nada.
Los adultos dicen a los niños: -Todo lo que necesitamos está en nuestro valle, que es lo mas bello del Universo.
Los niños lo creen, y cuando son adultos y mas tarde ancianos, les dicen lo mismo a sus hjios y a sus nietos.
Así han transcurrido siempre los años y los siglos.
En el valle hay una fantástica ciudad llamada Bruma. Fuera de la ciudad vive Esteban con su abuelo. La gente dice cuando pasa por allí:
-Ahí viven esteban y su abuelo, el loco.
El abuelo afirma que detrás de las montañas hay un mundo brillante y lleno de color. Por eso los demás dijeron que estaba loco y lo echaron de la ciudad.
Esteban cree que lo que dice su abuelo es la verdad y quiere ayudarle a demostrarlo.
Pero su abuelo le explica un día:
- Esteban , yo ya soy muy viejo para subir a las montañas.
Algún día subirás tu y abrirás el camino de la luz. Pero antes debes crecer y ser fuerte para que nadie pueda detenerte.
Esteban pensó es anoche: " Quiero que mi abuelo pueda ver la luz del Sol antes de que su vida termine".
Y se pone en camino mientras el abuelo duerme.
Está muy oscuro, pero Esteban sigue adelante.
Oye el rumor del río, que le dice: "¡No vayas! Perderás el tiempo".
Esteban no hace caso. Sigue adelante.
El búho le dice:"¡No vayas! Fuera de aquí no hay nada que hacer".
Esteban sigue adelante.
Los lobos le dicen "¡No vayas! ¡Perecerás!".
Esteban sigue adelante. tiene miedo, pero sigue siempre adelante.
Amanece. La niebla está muy clara.
Esteban ha llegado a lo alto de una montaña. Por primera vez en su vida ve el Sol naciente. Arriba, todavía lucen algunas estrellas.
Desde allí pueden ver las nubes pegadas al valle.
las torres de Bruma sobresalen por encima de la niebla.
Esteban vuelve a la ciudad, acude al Consejo de Ancianos y les dice:
-He visto un mundo lleno de color más allá de las montañas.
-¡No es cierto!- contestan los ancianos-. ¡Nuestra ciudad es lo único que existe! Además...¿quién eres tu?
Alguien grita:
-Es Esteban, que se ha vuelto tan loco como su abuelo.
Y todos ríen.
Esteban se enfada:
-¡Lo he visto y todos podéis verlos! Las torres de este palacio son más altas que la niebla: ¡subamos a ellas!
-¡Está prohibido subir a las torres! Hay grandes peligros.
¡Nadie ha subido nunca!- responden los ancianos.
-Pues alguien tiene que ser el primero en hacerlo!- contesta Esteban, y sale corriendo hacia las escaleras. es muy ágil, corre a toda velocidad.
Los ancianos corren tras él gritando:
-¡Detente o llamaremos a los guardias!
Esteban se asusta pero sigue adelante.
Vienen los guardias y le persiguen.Al principio van muy deprisa. Pero las armaduras pesan mucho y los guardias terminan por cansarse. Entonces gritan:
-¡Vuelve aquí o irás a la cárcel!
Esteban se da cuenta de que ya no lo cogerán y sigue adelante.
Cuando llegan todos a la torre mas alta, se quedan maravillados.
-¡Oh! ¡Ah! ¡Oh!- exclaman.
Era cierto. Esteban y su abuelo tenían razón. Ante ello se extiende un mundo brillante y lleno de color.
Esteban los deja tan contentos y vuelve a su casa. Quiere contarle a su abuelo todo lo que ha pasado. El abuelo lo escucha lleno de alegría y después Esteban se va a dormir porque está muy cansado.
Pasó el tiempo. La ciudad de la niebla envió caravanas más allá del horizonte, y así los habitantes de Bruma conocieron el Sol.
También llegaron viajeros de extraños países que alabaron las bellezas de la ciudad.
En una casita en lo alto de la montaña, donde la luz y la niebla se besan, viven ahora Esteban y su abuelo.
La gente dice cuando pasa por allí:
-Allí viven Esteban y su abuelo, el sabio.
Nadie ha subido nunca a las montañas para mirar qué hay al otro lado.
Los ancianos dicen a los adultos:
-No hay nada mas hermoso que nuestro país, y fuera de este valle no hay nada.
Los adultos dicen a los niños: -Todo lo que necesitamos está en nuestro valle, que es lo mas bello del Universo.
Los niños lo creen, y cuando son adultos y mas tarde ancianos, les dicen lo mismo a sus hjios y a sus nietos.
Así han transcurrido siempre los años y los siglos.
En el valle hay una fantástica ciudad llamada Bruma. Fuera de la ciudad vive Esteban con su abuelo. La gente dice cuando pasa por allí:
-Ahí viven esteban y su abuelo, el loco.
El abuelo afirma que detrás de las montañas hay un mundo brillante y lleno de color. Por eso los demás dijeron que estaba loco y lo echaron de la ciudad.
Esteban cree que lo que dice su abuelo es la verdad y quiere ayudarle a demostrarlo.
Pero su abuelo le explica un día:
- Esteban , yo ya soy muy viejo para subir a las montañas.
Algún día subirás tu y abrirás el camino de la luz. Pero antes debes crecer y ser fuerte para que nadie pueda detenerte.
Esteban pensó es anoche: " Quiero que mi abuelo pueda ver la luz del Sol antes de que su vida termine".
Y se pone en camino mientras el abuelo duerme.
Está muy oscuro, pero Esteban sigue adelante.
Oye el rumor del río, que le dice: "¡No vayas! Perderás el tiempo".
Esteban no hace caso. Sigue adelante.
El búho le dice:"¡No vayas! Fuera de aquí no hay nada que hacer".
Esteban sigue adelante.
Los lobos le dicen "¡No vayas! ¡Perecerás!".
Esteban sigue adelante. tiene miedo, pero sigue siempre adelante.
Amanece. La niebla está muy clara.
Esteban ha llegado a lo alto de una montaña. Por primera vez en su vida ve el Sol naciente. Arriba, todavía lucen algunas estrellas.
Desde allí pueden ver las nubes pegadas al valle.
las torres de Bruma sobresalen por encima de la niebla.
Esteban vuelve a la ciudad, acude al Consejo de Ancianos y les dice:
-He visto un mundo lleno de color más allá de las montañas.
-¡No es cierto!- contestan los ancianos-. ¡Nuestra ciudad es lo único que existe! Además...¿quién eres tu?
Alguien grita:
-Es Esteban, que se ha vuelto tan loco como su abuelo.
Y todos ríen.
Esteban se enfada:
-¡Lo he visto y todos podéis verlos! Las torres de este palacio son más altas que la niebla: ¡subamos a ellas!
-¡Está prohibido subir a las torres! Hay grandes peligros.
¡Nadie ha subido nunca!- responden los ancianos.
-Pues alguien tiene que ser el primero en hacerlo!- contesta Esteban, y sale corriendo hacia las escaleras. es muy ágil, corre a toda velocidad.
Los ancianos corren tras él gritando:
-¡Detente o llamaremos a los guardias!
Esteban se asusta pero sigue adelante.
Vienen los guardias y le persiguen.Al principio van muy deprisa. Pero las armaduras pesan mucho y los guardias terminan por cansarse. Entonces gritan:
-¡Vuelve aquí o irás a la cárcel!
Esteban se da cuenta de que ya no lo cogerán y sigue adelante.
Cuando llegan todos a la torre mas alta, se quedan maravillados.
-¡Oh! ¡Ah! ¡Oh!- exclaman.
Era cierto. Esteban y su abuelo tenían razón. Ante ello se extiende un mundo brillante y lleno de color.
Esteban los deja tan contentos y vuelve a su casa. Quiere contarle a su abuelo todo lo que ha pasado. El abuelo lo escucha lleno de alegría y después Esteban se va a dormir porque está muy cansado.
Pasó el tiempo. La ciudad de la niebla envió caravanas más allá del horizonte, y así los habitantes de Bruma conocieron el Sol.
También llegaron viajeros de extraños países que alabaron las bellezas de la ciudad.
En una casita en lo alto de la montaña, donde la luz y la niebla se besan, viven ahora Esteban y su abuelo.
La gente dice cuando pasa por allí:
-Allí viven Esteban y su abuelo, el sabio.
La noche de las estrellas. por: Douglas Gutierrez / María Fernanda Olvia
Hace mucho tiempo, en un pueblo que no está ni cerca ni lejos, si no mucho mas allá, vivía un señor al que no le gustaba la noche.
Durante el día, a la luz del sol, el señor disfrutaba tejiendo sus cestas, cuidando sus animales y regando su huerto. A veces, mientras descansaba, se ponía a cantar. Pero cuando el sol se ocultaba destrás de la montaña, el señor al que no le gustaba la noche se entristecía. Todo a su alrededor se iba poniendo gris, oscuro y negro.
- Otra vez la noche. ¡Que fastidio con la noche!
El señor guardaba sus animales, recogía las cestas, encendía la lámpara y se encerraba en su casa. A veces, se asomaba por la ventana, pero no había nada que ver en la noche negra. Entonces, apagaba la lámpara y se acostaba a dormir.
Una tarde, cuando el sol ya desaparecía, el señor decidió subir a la montaña. la noche venía tapando el cielo azul. El señor escaló hasta la punta del cerro mas alto y desde allí gritó.
- Mira, noche. Párate.
Y la noche paró un momento.
N - ¿Què pasa? preguntó con voz suave y ronca.
-Noche, tú no me gustas. Cuando tú llegas, se va la luz y se van los colores. Sólo queda la oscuridad.
- Tienes razón- respondió la noche-. Así es.
- Dime, ¿ a dónde te llevas la luz?
N- Bueno, la luz se esconde detrás de mí. No puedo hacer nada. Lo siento.
Y la noche terminó de estirarse y tapó de negro todas las cosas.
El señor bajó la montaña y se acostó a dormir.
Pero no pudo dormir. Recordaba su conversación con la noche.
Al día siguiente trabajó muy poco, pensando y pensando en las palabras de la noche.
Y esa tarde, cuando la luz volvió a desaparecer, dijo:
-Ya sé lo que tengo que hacer.
Subió una vez mas a la montaña. La noche era un inmenso toldo negro que lo cubría todo.
Cuando llegó hasta la punta del cerro más alto, el señor se empinó, alzó su mano y hundió
un dedo en el cielo negro. Un agujerito se abrió y brilló un puntito de luz. El señor al que no le gustaba la noche se puso contentísimo. Abrió aguijeritos por todas partes y en todas partes brillaron puntitos de luz.
Maravillado, apretó la mano, y de un golpe metió el puño entero. Entonces, se abrió un hueco enorme por donde se asomó una luz grande y redonda como una naranja.
La luz que se escapaba por los agujeros de la noche bajó por la montaña, y un brillo tenue y plateado iluminó los campos, las casas, la iglesia y la plaza.
Esa noche nadie durmió en el pueblo.
Desde entonces, cuando el sol se va, el cielo se llena de luces y la gente puede quedarse hasta muy entrada la noche mirando la luna y las estrellas.
jueves, 24 de octubre de 2013
Epaminondas (por: Pepe Maestro / Mariona Cabassa)
Erase una vez
Una mamá negrita que un día tuvo un niño
y nada mas verlo exclamó:
- Este niño me ha salido bobo.
¡bobo, bobo y bobo!
Lo miró por arriba y por abajo,
lo miró del derecho y del revés...
y finalmente dijo:
-Mira, mi niño, vas a echar de menos muchas cosas en la vida,
vas a pasar un sinfín de calamidades, pero lo que nunca te va a faltar
es un buen nombre.
Fue directamente al calendario y buscó el nombre mas raro que pudo.
-Te llamarás... EPAMINONDAS.
El niño, recién nacido, abrió sorprendido los ojos y preguntó:
-¿Cómo?
Y la mamá volvió a repetirle:
-EPAMINONDAS.
EPAMINONDAS siempre vestía con un sombrerito
y unos tirantes, y caminaba con las piernas un poquito abiertas.
Tenía la suerte de que su madrina, cada vez que iba a visitarla, le hacía un regalo.
Uno de esos día, su madrina mostrándole un bizcocho, le advirtió:
- Mira EPAMINONDAS, lo que te he cocinado.
Agárralo bien fuerte, no se te vaya a caer por el camino.
Y EPAMINONDAS, que era un poquito bobo pero muy obediente, agarró
aquel bizcocho y lo apretó tan fuerte, tan fuerte, que al llegar a casa, abrió
las manos y ...¡el bizcocho no estaba!
Se le había ido desmigando por el camino.
La madre, al verlo, le reprendió:
- Pero EPAMINONDAS, ¿Qué has hecho de la inteligencia que te dí?
el bizcocho te lo tienes que poner en la cabeza, colocar encima el sombrerito
e ir caminando muy despacito para que no se te caiga.
EPAMINONDAS, mirando muy seriamente a su madre, le contestó:
-Si, mami!.
Al día siguiente, EPAMINONDAS fue de nuevo a casa de su madrina que lo estaba esperando:
- Buenos días, EPAMINONDAS. Vas a ver lo que te he hecho hoy: esta mañana
he madrugado, he ordeñado la vaca y te he preparado este apetitoso
trozo de mantequilla.
El niño iba a llevársela cuando se acordó de las palabras de su madre.
Y EPAMINONDAS, que era un poquito bobo pero muy obediente, tomó
la mantequilla, se la puso en la cabeza, colocó encima el sombrerito y se fue andando muy despacito para que no se le cayera.
Resultó que ese día hacía un calor increíble.
EPAMINONDAS llegó a su casa y, al quitarse el sombrero, la mantequilla ya no estaba en la cabeza, ¡estaba derretida por todo su cuerpo!
La madre, al verlo, lo reprendió:
-Pero EPAMINONDAS, ¿qué has hecho de la inteligencia que te he dì?
La mantequilla la tienes que envolver en hojitas de parra y, después, debes meterla en todos los charquitos y fuentes que encuentres para que no se derrita.
EPAMINONDAS, mirando muy seriamente a su madre, le contestó:
¡ Si, mami!.
Al día siguiente, volvió a casa de la madrina que, esta vez, le regaló al niño un perrito.
A EPAMINONDAS, que siempre había soñado con tener uno, le encantó el regalo.
Iba a llevárselo, cuando se acordó de las palabras de su madre.
Y EPAMINONDAS, que era un poquito bobo pero muy obediente, sostuvo al perro,lo envolvió
en hojitas de parra y lo fue sumergiendo en todos los charcos y las fuentes que encontró...
Para que no se derritiera.
Al llegar a casa, el pobre perrito estaba tiritando.
La madre, después de secar al pobre animal.
Lo reprendió:
-Pero EPAMINONDAS, ¿Qué has hecho de la inteligencia que ti?
A los perritos les tienes que poner una cuerdecita en el cuello y guiarlos con mucho cuidado para que no se ahoguen.
EPAMINONDAS, mirando muy seriamente a su madre, le contestó.
-¡Si, Mami!
Al día siguiente, cuando la madrina le ofreció una hoganza de pan,EPAMINONDAS la agarró,
le puso una cuerdecita y a fue arrastrando con mucho cuidado, para que no se ahogara.
Al llegar a casa, el pan estaba en un estado lamentable.
La madre, al verlo, se le acercó gritando:
-Pero, EPAMINONDAS, ¿qué has hecho de la inteligencia que te di? ¿Sabes què te digo?
¡Que ya no irás más a la casa de tu madrina!
¡A partir de ahora iré yo y tu te quedarás aqui.
En casita, esperando!
EPAMINONDAS, mirando muy seriamente a su madre, le contestó:
-¡Si, mami!.
Al día siguiente, la madre lo previno:
-Mira EPAMINONDAS, voy a ir a la casa de tu madrina.
Si sales por cualquier motivo, cuídate mucho de pisar las magdalenas
que he dejado en la entrada para que le dé el aire.
EPAMINONDAS se quedó en su casa cazando moscas. Y cuando uno caza moscas tarde o temprano, le entran las ganas de hacer pipí.
Así que salió al campo para hacerlo y vio frente a la puerta las magdalenas.
El niño se acoró de la frase de su madre:
" Cuidate mucho de pisar las magdalenas".
Y EPAMINONDAS, cuidándose mucho, pisó todas y cada una de las magdalenas
que había en la entrada.
Cuando la madre llegó, no sabemos muy bien lo que le dijo, pero fuera lo que
fuese, seguro que EPAMINONDAS contestó:
-¡ Si, mami!.
Y colorín colorado, este cuento se ha acabado
Una mamá negrita que un día tuvo un niño
y nada mas verlo exclamó:
- Este niño me ha salido bobo.
¡bobo, bobo y bobo!
Lo miró por arriba y por abajo,
lo miró del derecho y del revés...
y finalmente dijo:
-Mira, mi niño, vas a echar de menos muchas cosas en la vida,
vas a pasar un sinfín de calamidades, pero lo que nunca te va a faltar
es un buen nombre.
Fue directamente al calendario y buscó el nombre mas raro que pudo.
-Te llamarás... EPAMINONDAS.
El niño, recién nacido, abrió sorprendido los ojos y preguntó:
-¿Cómo?
Y la mamá volvió a repetirle:
-EPAMINONDAS.
EPAMINONDAS siempre vestía con un sombrerito
y unos tirantes, y caminaba con las piernas un poquito abiertas.
Tenía la suerte de que su madrina, cada vez que iba a visitarla, le hacía un regalo.
Uno de esos día, su madrina mostrándole un bizcocho, le advirtió:
- Mira EPAMINONDAS, lo que te he cocinado.
Agárralo bien fuerte, no se te vaya a caer por el camino.
Y EPAMINONDAS, que era un poquito bobo pero muy obediente, agarró
aquel bizcocho y lo apretó tan fuerte, tan fuerte, que al llegar a casa, abrió
las manos y ...¡el bizcocho no estaba!
Se le había ido desmigando por el camino.
La madre, al verlo, le reprendió:
- Pero EPAMINONDAS, ¿Qué has hecho de la inteligencia que te dí?
el bizcocho te lo tienes que poner en la cabeza, colocar encima el sombrerito
e ir caminando muy despacito para que no se te caiga.
EPAMINONDAS, mirando muy seriamente a su madre, le contestó:
-Si, mami!.
Al día siguiente, EPAMINONDAS fue de nuevo a casa de su madrina que lo estaba esperando:
- Buenos días, EPAMINONDAS. Vas a ver lo que te he hecho hoy: esta mañana
he madrugado, he ordeñado la vaca y te he preparado este apetitoso
trozo de mantequilla.
El niño iba a llevársela cuando se acordó de las palabras de su madre.
Y EPAMINONDAS, que era un poquito bobo pero muy obediente, tomó
la mantequilla, se la puso en la cabeza, colocó encima el sombrerito y se fue andando muy despacito para que no se le cayera.
Resultó que ese día hacía un calor increíble.
EPAMINONDAS llegó a su casa y, al quitarse el sombrero, la mantequilla ya no estaba en la cabeza, ¡estaba derretida por todo su cuerpo!
La madre, al verlo, lo reprendió:
-Pero EPAMINONDAS, ¿qué has hecho de la inteligencia que te he dì?
La mantequilla la tienes que envolver en hojitas de parra y, después, debes meterla en todos los charquitos y fuentes que encuentres para que no se derrita.
EPAMINONDAS, mirando muy seriamente a su madre, le contestó:
¡ Si, mami!.
Al día siguiente, volvió a casa de la madrina que, esta vez, le regaló al niño un perrito.
A EPAMINONDAS, que siempre había soñado con tener uno, le encantó el regalo.
Iba a llevárselo, cuando se acordó de las palabras de su madre.
Y EPAMINONDAS, que era un poquito bobo pero muy obediente, sostuvo al perro,lo envolvió
en hojitas de parra y lo fue sumergiendo en todos los charcos y las fuentes que encontró...
Para que no se derritiera.
Al llegar a casa, el pobre perrito estaba tiritando.
La madre, después de secar al pobre animal.
Lo reprendió:
-Pero EPAMINONDAS, ¿Qué has hecho de la inteligencia que ti?
A los perritos les tienes que poner una cuerdecita en el cuello y guiarlos con mucho cuidado para que no se ahoguen.
EPAMINONDAS, mirando muy seriamente a su madre, le contestó.
-¡Si, Mami!
Al día siguiente, cuando la madrina le ofreció una hoganza de pan,EPAMINONDAS la agarró,
le puso una cuerdecita y a fue arrastrando con mucho cuidado, para que no se ahogara.
Al llegar a casa, el pan estaba en un estado lamentable.
La madre, al verlo, se le acercó gritando:
-Pero, EPAMINONDAS, ¿qué has hecho de la inteligencia que te di? ¿Sabes què te digo?
¡Que ya no irás más a la casa de tu madrina!
¡A partir de ahora iré yo y tu te quedarás aqui.
En casita, esperando!
EPAMINONDAS, mirando muy seriamente a su madre, le contestó:
-¡Si, mami!.
Al día siguiente, la madre lo previno:
-Mira EPAMINONDAS, voy a ir a la casa de tu madrina.
Si sales por cualquier motivo, cuídate mucho de pisar las magdalenas
que he dejado en la entrada para que le dé el aire.
EPAMINONDAS se quedó en su casa cazando moscas. Y cuando uno caza moscas tarde o temprano, le entran las ganas de hacer pipí.
Así que salió al campo para hacerlo y vio frente a la puerta las magdalenas.
El niño se acoró de la frase de su madre:
" Cuidate mucho de pisar las magdalenas".
Y EPAMINONDAS, cuidándose mucho, pisó todas y cada una de las magdalenas
que había en la entrada.
Cuando la madre llegó, no sabemos muy bien lo que le dijo, pero fuera lo que
fuese, seguro que EPAMINONDAS contestó:
-¡ Si, mami!.
Y colorín colorado, este cuento se ha acabado
Yamina (de: Paul Geraghty)
Un día, muy de mañana, Yamina salió con su abuelo en busca de la miel. Suiguieron al pájaro de la miel y se metieron en la maleza.
-¡Quiero ver elefantes!- exclamó Yamina-.Abuelo, ¿tú crees que los veremos?
-Si los vieras, estarías de suerte- dijo el anciano-. Desde que llegaron los cazadores, ya no se ven muchos.
¡Cazadores!- a Yamina le brillaban los ojos-. Yo seré cazadora.
Yamina se puso a jugar a los cazadores. Disparó al poderoso elefante; siguió la pista a una rinoceronte hasta penetrar en la selva, muy adentro, y acechó a soberbios leones.
De pronto se giró para ver a su abuelo. Pero había correteado demasiado por la maleza y había perdido de vista al anciano y al pájaro de miel.
Yamina gritó, pero no hubo respuesta: sólo silencio.
Entonces, Yamina oyó un sonido traído de lejos por el viento. Un grito triste y desesperado que le encogió el corazón. Yamina contuvo el aliento y escuchó.
Yamina miró hacia lo alto.Los buitres, en el cielo, planeaban en círculo, y Yamina presentía el peligro por todas partes.
-No vayas nunca sola por la maleza- le habían advertido sus padres. Pero el sonido era tan lastimero que Yamina decidió continuar. Y bajo el sofocante calor del mediodía, siguió caminando, cada vez más y más lejos...
...hasta que llegó a un claro. Allí descubrió a un pequeño elefante que intentaba en vano despertar a su madre. habían sido los cazadores, y como Yamina, el elefantito estaba perdido y atemorizado.
-No llores, pequeño- le susurró.
Yamina ladeó la cabeza para escuchar. Quizás el resto de la manada estuviera cerca. Pero lo único que oyó, en pleno calor, fue el ruido inacabable de los insectos.
Yamina sabía que el bebé elefante no sobreviviría solo, así que intentaría llevárselo a casa, y a lo mejor encontraría a su familia por el camino.
Pero el bebé tenía mucho miedo.
-No soy ningún cazador- le dijo Yamina con dulzura.
Durante largo tiempo estuvo hablando al elefante hasta que éste se calmó y acarició a la niña con su trompa.
Yamina se levantó y anduvo unos pasos. Débil y tambaleándose, el bebé la siguió, agobiado por el ardiente calor. Entonces empezó a llover, y, refrescado por el agua, el elefante encontró fuerzas para seguir. A veces resbalaban y avanzaban con dificultad, pero seguían caminando a través de la tormenta.
Cuando se alejaron las nubes, el bebé se excitó, y por un momento Yamina creyó oír elefantes. Pero al detenerse a escuchar se dio cuenta de que sólo se trataba del susurro del viento entre la hierba. Durante un buen rato, el elefante no se movió. Después, triste y silencioso, continuó avanzando.
-Si algún día te pierdes- le había dicho su abuelo- sigue las manadas del atardecer; las manadas te llevarán al río. Y nuestra casa está al otro lado.
Pasó mucho tiempo hasta que Yamina y el elefante encontraron la manda de cebras que atravesaba el llano. La niña y el bebé se unieron a los sedientos animales en la calurosa tarde.
Llegaron al río al ponerse el sol. Pero unos ojos ocultos les miraban desde el agua y Yamina presintió el peligro.
-No es seguro atravesar por aquí, pequeño- dijo la niña -. Hay que seguir andando.
al girarse, Yamina creyó ver elefantes en el horizonte. Parpadeó y forzó la vista, pero sólo eran acacias que brillaban en la brumosa calor.
Yamina y el elefante prosiguieron su camino, pero pronto el bebé empezó a quedarse atrás.
-Haz un esfuerzo- le pidió Yamina. Pero el bebé estaba demasiado cansado para continuar. Mientras le esperaba, Yamina pensó en su madre. Si pudiera llamarla...Sus padres pronto comenzarían a preocuparse, y no tardarían en salir a buscarla. El pequeño elefante sollozó. No tenía madre a quien llamar. Yamina le acarició con suavidad.
-¡ Escucha !- le susurró al elefante. Se oían voces."¡Mis padres!", pensó la niña.
Pero las negras siluetas que vio en la distancia no eran sus padres.
-¡Cazadores furtivos!- exclamó en voz baja. Ahora Yamina tenía la sensación de ser también ella una presa.
Rezó para que el pequeño no gimiera. Pero el elefante presintió el peligro y permaneció inmóvil como una piedra hasta que los cazadores se alejaron.
Al oscurecer, los gritos y aullidos de las criaturas de la noche provocaron que un escalofrío recorriera la espalda de Yamina. La niña se arrimó al elefante, y se pegó a él llena de miedo cuando resonó muy cerca un profundo y terrorífico rugido de alguna fiera hambrienta.
Cuando Yamina esperaba ser devorada, recordó de nuevo las palabras de su abuelo.
- Si alguna vez estás en peligro- le había dicho-, no pierdas las esperanza.
Así que Yamina le hizo caso, cerró los ojos y pensó en sus padres.
Pero lo que vio fueron elefantes. Su mente estaba llena de grandes manadas de otros tiempos. Los enormes colmillos que su abuelo había visto en su juventud. Sombras gigantes de elefantes moviéndose como fantasmas a través de la sabana.
Yamina oyó muy cerca su profundo y tranquilizados murmullo.
Cuando Yamina abrió los ojos, estaba rodeada de elefantes, como si les hubiera llamado en su sueño. Yamina no tenía miedo.
-Llevaos al pequeño- dijo-. Y cuidadlo.
Al amanecer, la madre de Yamina la encontró durmiendo sobre la hierba.
-Estaba jugando a cazar y me perdí- dijo Yamina.
La niña anduvo muy cerca de su madre durante todo el camino de vuelta a casa.
-Nunca seré cazadora- se dijo para sí muy bajito cuando llegaron al poblado.
-¡Quiero ver elefantes!- exclamó Yamina-.Abuelo, ¿tú crees que los veremos?
-Si los vieras, estarías de suerte- dijo el anciano-. Desde que llegaron los cazadores, ya no se ven muchos.
¡Cazadores!- a Yamina le brillaban los ojos-. Yo seré cazadora.
Yamina se puso a jugar a los cazadores. Disparó al poderoso elefante; siguió la pista a una rinoceronte hasta penetrar en la selva, muy adentro, y acechó a soberbios leones.
De pronto se giró para ver a su abuelo. Pero había correteado demasiado por la maleza y había perdido de vista al anciano y al pájaro de miel.
Yamina gritó, pero no hubo respuesta: sólo silencio.
Entonces, Yamina oyó un sonido traído de lejos por el viento. Un grito triste y desesperado que le encogió el corazón. Yamina contuvo el aliento y escuchó.
Yamina miró hacia lo alto.Los buitres, en el cielo, planeaban en círculo, y Yamina presentía el peligro por todas partes.
-No vayas nunca sola por la maleza- le habían advertido sus padres. Pero el sonido era tan lastimero que Yamina decidió continuar. Y bajo el sofocante calor del mediodía, siguió caminando, cada vez más y más lejos...
...hasta que llegó a un claro. Allí descubrió a un pequeño elefante que intentaba en vano despertar a su madre. habían sido los cazadores, y como Yamina, el elefantito estaba perdido y atemorizado.
-No llores, pequeño- le susurró.
Yamina ladeó la cabeza para escuchar. Quizás el resto de la manada estuviera cerca. Pero lo único que oyó, en pleno calor, fue el ruido inacabable de los insectos.
Yamina sabía que el bebé elefante no sobreviviría solo, así que intentaría llevárselo a casa, y a lo mejor encontraría a su familia por el camino.
Pero el bebé tenía mucho miedo.
-No soy ningún cazador- le dijo Yamina con dulzura.
Durante largo tiempo estuvo hablando al elefante hasta que éste se calmó y acarició a la niña con su trompa.
Yamina se levantó y anduvo unos pasos. Débil y tambaleándose, el bebé la siguió, agobiado por el ardiente calor. Entonces empezó a llover, y, refrescado por el agua, el elefante encontró fuerzas para seguir. A veces resbalaban y avanzaban con dificultad, pero seguían caminando a través de la tormenta.
Cuando se alejaron las nubes, el bebé se excitó, y por un momento Yamina creyó oír elefantes. Pero al detenerse a escuchar se dio cuenta de que sólo se trataba del susurro del viento entre la hierba. Durante un buen rato, el elefante no se movió. Después, triste y silencioso, continuó avanzando.
-Si algún día te pierdes- le había dicho su abuelo- sigue las manadas del atardecer; las manadas te llevarán al río. Y nuestra casa está al otro lado.
Pasó mucho tiempo hasta que Yamina y el elefante encontraron la manda de cebras que atravesaba el llano. La niña y el bebé se unieron a los sedientos animales en la calurosa tarde.
Llegaron al río al ponerse el sol. Pero unos ojos ocultos les miraban desde el agua y Yamina presintió el peligro.
-No es seguro atravesar por aquí, pequeño- dijo la niña -. Hay que seguir andando.
al girarse, Yamina creyó ver elefantes en el horizonte. Parpadeó y forzó la vista, pero sólo eran acacias que brillaban en la brumosa calor.
Yamina y el elefante prosiguieron su camino, pero pronto el bebé empezó a quedarse atrás.
-Haz un esfuerzo- le pidió Yamina. Pero el bebé estaba demasiado cansado para continuar. Mientras le esperaba, Yamina pensó en su madre. Si pudiera llamarla...Sus padres pronto comenzarían a preocuparse, y no tardarían en salir a buscarla. El pequeño elefante sollozó. No tenía madre a quien llamar. Yamina le acarició con suavidad.
-¡ Escucha !- le susurró al elefante. Se oían voces."¡Mis padres!", pensó la niña.
Pero las negras siluetas que vio en la distancia no eran sus padres.
-¡Cazadores furtivos!- exclamó en voz baja. Ahora Yamina tenía la sensación de ser también ella una presa.
Rezó para que el pequeño no gimiera. Pero el elefante presintió el peligro y permaneció inmóvil como una piedra hasta que los cazadores se alejaron.
Al oscurecer, los gritos y aullidos de las criaturas de la noche provocaron que un escalofrío recorriera la espalda de Yamina. La niña se arrimó al elefante, y se pegó a él llena de miedo cuando resonó muy cerca un profundo y terrorífico rugido de alguna fiera hambrienta.
Cuando Yamina esperaba ser devorada, recordó de nuevo las palabras de su abuelo.
- Si alguna vez estás en peligro- le había dicho-, no pierdas las esperanza.
Así que Yamina le hizo caso, cerró los ojos y pensó en sus padres.
Pero lo que vio fueron elefantes. Su mente estaba llena de grandes manadas de otros tiempos. Los enormes colmillos que su abuelo había visto en su juventud. Sombras gigantes de elefantes moviéndose como fantasmas a través de la sabana.
Yamina oyó muy cerca su profundo y tranquilizados murmullo.
Cuando Yamina abrió los ojos, estaba rodeada de elefantes, como si les hubiera llamado en su sueño. Yamina no tenía miedo.
-Llevaos al pequeño- dijo-. Y cuidadlo.
Al amanecer, la madre de Yamina la encontró durmiendo sobre la hierba.
-Estaba jugando a cazar y me perdí- dijo Yamina.
La niña anduvo muy cerca de su madre durante todo el camino de vuelta a casa.
-Nunca seré cazadora- se dijo para sí muy bajito cuando llegaron al poblado.
Los fantásticos libros voladores del Sr Morris Lessmore (Por William Joyce)
Morris Lessmore amaba las palabras.
Amaba las historias
Amaba los libros
Su vida era un libro que él mismo escribía,
metódicamente,
pagina tras página. Lo abría cada mañana y
escribía sobre
sus penas , alegrías y todo lo que
anhelaba.
Pero toda historia tiene sus altibajos.
Un día el cielo se oscureció.
El viento sopló y sopló
...hasta que todo lo que Morris alguna vez
conoció quedó revuelto.
Incluso las palabras de su libro.
No supo que hacer ni hacia dónde dirigirse.
Así que empezó a caminar y caminar sin rumbo fijo.
Entonces una curiosa casualidad cruzó su
camino.
En lugar de bajar la mirada, como se le
había hecho costumbre, Morris
Lessmore miró hacia arriba. Cruzando el
cielo, sobre él, Morris vio una simpática
señora sujetada a un escuadrón de libros
voladores.
Morris se preguntó si su libro podría
volar. Pero no podía; sólo caía al suelo
produciendo un ruido deprimente.
La señora que volaba supo que Morris
simplemente necesitaba una buena
historia,
así que le envió su favorita. El libro,
amistoso, insistió en que Morris lo siguiera.
El libro lo guió hasta un edificio
extraordinario donde muchos libros,
aparentemente "anidaban".
Morris caminó hacia adentro lentamente, y
descubrió la habitación mas misteriosa
y fascinante que había visto en su vida.
El aleteo de incontables páginas llenaba el
espacio, y Morris podía escuchar
el cuchicheo de miles de historias
diferentes, como si cada libro
le susurrara una invitación a la aventura.
Entonces su nuevo amigo voló hacia él, y
posándose en su brazo se sostuvo abierto,
como esperando a que lo leyeran. La
habitación crujió de felicidad.
Morris trataba de mantener los libros en
cierto orden, pero siempre se mezclaban entre sí.
Las tragedias visitaban a las comedias cuando
se sentían tristes. Las enciclopedias, cansadas
de tantos datos, se relajaban entre los
libros de ficción y los comics.
Todo era divertido revoltijo. Morris era
feliz cuidando a los libros; lo llenaba de satisfacción arreglar encuadernados
frágiles, y pacientemente desdoblaba las esquinas de las páginas que lo
necesitaban.
Algunas veces Morris se perdía en un libro
y tardaba muchos días en salir.
A Morris le gustaba compartir los libros;
algunas veces se trataba de uno de esos libros que
todos disfrutaban, y en otras ocasiones de
un volumen pequeño, olvidado o poco conocido.
"Todas las historias son
importantes", decía Morris, y los libros estaban de acuerdo.
De noche, después de que todas las
historias que necesitaban contarse habían sido escuchadas y los inquietos
libros se retiraban a sus lugares en los estantes, el gran diccionario tenía la
última palabra:
ZZZZZzzzzzzzzzzzzzzzzzzzzzzz
Era entonces que Morris regresaba a su
propio libro, ese donde escribía sus alegrías, sus penas, todo lo que sabía y
aquello que anhelaba.
Los días pasaron.
También los meses.
Y luego los años.
Más y más años.
...Hasta que Morris se encorvó y arrugó.
Pero los libros nunca cambiaron , sus
historias eran las mismas. Ahora sus amigos
lo cuidaban como él lo había hecho con
ellos, y se organizaban para leerle todas las noches.
Un buen día escribió la última página de si
libro. levantó la mirada y dijo, con melancólico
suspiro:" Creo que ha llegado el
momento de irme".
Los libros se estremecieron, pero entendieron.
Morris tomó su sombrero y su bastón;
mientras caminaba hacia la puerta volteó y sonrió.
"Los llevaré a todos aquí", dijo,
colocando su mano sobre el corazón.
Los libros agitaron sus paginas y Morris
alzó el vuelo.
Mientras cruzaba el cielo volvió a ser el
mismo joven que un día, años atrás, descubriera los libros.
Los libros estuvieron callados por un
tiempo. Entonces notaron que Morris Lessmore había olvidado algo.
"¡Es su libro!", dijo su mejor
amigo.
Ahí dentro estaba la historia de Morris
Lessmore. Páginas y páginas que
guardaban todas sus alegrías y tristezas, todo lo que conocía y todo lo que
alguna vez había anhelado.
De pronto los libros escucharon un murmullo
de asombro. Ahí en la puerta, había una pequeña niña
que admiraba aquel lugar fascinada.
Entonces pasó algo fantástico: El libro de Morris Lessmore volò
hacia ella y abrió sus páginas. La niña
comenzó a leer. Y así nuestra historia termina como comenzó.
...abriendo un libro.
" El principe tigre" (por: Chen Jiang Hong)
En el corazón profundo del bosque, la
tigresa llora la muerte de sus pequeños.
Unos cazadores los han abatido.No ha podido
salvarlos. Desde ese día deambula
por el bosque con el corazón lleno de odio
y de tristeza, merodeando por los poblados.
Una tarde ataca.destruye las casas, devora
a los hombres y a los animales,
pero
nada parece calmar su cólera. Al contrario, al día siguiente, la tigresa
ataca otro pueblo,
y luego otro y otro.
Al caer la noche se escuchan gritos de
terror por todo el valle.
El rey ha preparado a su ejercito. Hace
llamar a Lao Lao, una anciana
que sabe predecir el futuro tirando las
varas de bambú y los guijarros.
"majestad, no enviéis a vuestro
ejercito" , dice," Eso enfurecerá a la tigresa aún mas.
Sólo una cosa puede apaciguar su cólera. Debéis ofrecerle a vuestro hijo
Wen".
"Sacrificar a mi hijo?", exclama
el rey.
"Os prometo que no le ocurrirá ningún mal, Majestad":
El rey y la reina tienen roto el corazón,
pero Wen no parece triste ni asustado.
Cuando termina su baño caliente tiene listo
su equipaje.
La reina le da una pieza de jade para
protegerle: "Allí donde estés, yo estaré contigo,
hijo mío".
Al amanecer, el rey acompaña a Wen hasta el
gran bosque.
"Ahora, debes de continuar tu solo. Al
fin de este puente se encuentra el
territorio de la tigresa. No tengas miedo.
No te ocurrirá nada."
Cruza el puente y se adentra en el bosque.
Wen camina mucho rato.
Luego, fatigado, se duerme a los pies de un
àrbol.
La tigresa siente el olor de Wen.
Se acerca sigilosamente para devorarle.
de golpe, algo le viene a la memoria.
Coge a Wen con su boca tal como lo hacía
con sus pequeños.
Repentinamente toda su cólera desaparece.
Con mucho cuidado, la tigresa deja a Wen en
el suelo...
... y se recuesta junto a él para darle
calor.
"¿Tienes hambre?", le pregunta
Wen al despertar, ofrecièndole las provisiones de su zurròn.
"¿Conoces la danza del Tambor
Real?"
La tigresa, sin contestar, se lo lleva a
través de la montaña,
justo hasta la entrada de una gruta.
La gruta es un pasaje...
...que conduce al corazón de su territorio.
Wen está maravillado.
Un día, a la hora de la siesta, Wen
descubre la punta de una flecha
en el pelaje de la tigresa. Ésta se levanta
sobresaltada y ruge.
El hiriente recuerdo le despierta su
cólera.
Parece dispuesta a devorar a Wen
inmediatamente.
Pero en instantes los asustados ojos de Wen
le recuerdan a la tigresa la mirada de sus
pequeños.
Su instinto de madre aflora.
Coge cuidadosamente a Wen y le tranquiliza.
La tigresa no vuele a atacar nunca mas a
los poblados.
Cuida de Wen día y noche y le enseña todo
lo que debe saber un pequeño tigre.
Pasan las estaciones y Wen crece.
Pronto el bosque no tendrá secretos para
él.
Pero en palacio, el rey y la reina están
enfermos de tristeza.
Se preguntan si su hijo estará vivo.
Un día el rey no aguanta mas y envía al
ejercito en su busca.
Los soldados se despliegan por el bosque...
... y encienden fuegos.
Wen la tigresa caen en una trampa.
Wen se interpone entre los soldados y la
tigresa para protegerla.
"¡No disparéis!", grita.
"Retroceded!".
De repente, se escucha una voz femenina:
"¡dejadme paso!"
Es la reina. Atraviesa la fila de soldados
y corre hacia su hijo.
Wen reconoce enseguida a su madre.
"Tigresa" dice Wen, "esta es
mi otra madre.
las dos son mis madres, la una del bosque,
la otra del palacio.
Ahora he de regresar a palacio para aprender lo que deben saber
los príncipes.
Pero volveré a menudo, porque no quiero
olvidar lo que saben los tigres."
La tigresa se aleja lentamente y desaparece
en el bosque.
Cada año, Wen regresa a ver a la tigresa,
que le espera a la entrada de la gruta.
Un día, vuelve con un niño en los brazos.
"Es mi hijo" le dice. Tenlo
contigo el tiempo que sea necesario para enseñarle
todo lo que debe saber un tigre.
Entonces podrá convertirse en un
príncipe".
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