Un día, muy de mañana, Yamina salió con su abuelo en busca de la miel. Suiguieron al pájaro de la miel y se metieron en la maleza.
-¡Quiero ver elefantes!- exclamó Yamina-.Abuelo, ¿tú crees que los veremos?
-Si los vieras, estarías de suerte- dijo el anciano-. Desde que llegaron los cazadores, ya no se ven muchos.
¡Cazadores!- a Yamina le brillaban los ojos-. Yo seré cazadora.
Yamina se puso a jugar a los cazadores. Disparó al poderoso elefante; siguió la pista a una rinoceronte hasta penetrar en la selva, muy adentro, y acechó a soberbios leones.
De pronto se giró para ver a su abuelo. Pero había correteado demasiado por la maleza y había perdido de vista al anciano y al pájaro de miel.
Yamina gritó, pero no hubo respuesta: sólo silencio.
Entonces, Yamina oyó un sonido traído de lejos por el viento. Un grito triste y desesperado que le encogió el corazón. Yamina contuvo el aliento y escuchó.
Yamina miró hacia lo alto.Los buitres, en el cielo, planeaban en círculo, y Yamina presentía el peligro por todas partes.
-No vayas nunca sola por la maleza- le habían advertido sus padres. Pero el sonido era tan lastimero que Yamina decidió continuar. Y bajo el sofocante calor del mediodía, siguió caminando, cada vez más y más lejos...
...hasta que llegó a un claro. Allí descubrió a un pequeño elefante que intentaba en vano despertar a su madre. habían sido los cazadores, y como Yamina, el elefantito estaba perdido y atemorizado.
-No llores, pequeño- le susurró.
Yamina ladeó la cabeza para escuchar. Quizás el resto de la manada estuviera cerca. Pero lo único que oyó, en pleno calor, fue el ruido inacabable de los insectos.
Yamina sabía que el bebé elefante no sobreviviría solo, así que intentaría llevárselo a casa, y a lo mejor encontraría a su familia por el camino.
Pero el bebé tenía mucho miedo.
-No soy ningún cazador- le dijo Yamina con dulzura.
Durante largo tiempo estuvo hablando al elefante hasta que éste se calmó y acarició a la niña con su trompa.
Yamina se levantó y anduvo unos pasos. Débil y tambaleándose, el bebé la siguió, agobiado por el ardiente calor. Entonces empezó a llover, y, refrescado por el agua, el elefante encontró fuerzas para seguir. A veces resbalaban y avanzaban con dificultad, pero seguían caminando a través de la tormenta.
Cuando se alejaron las nubes, el bebé se excitó, y por un momento Yamina creyó oír elefantes. Pero al detenerse a escuchar se dio cuenta de que sólo se trataba del susurro del viento entre la hierba. Durante un buen rato, el elefante no se movió. Después, triste y silencioso, continuó avanzando.
-Si algún día te pierdes- le había dicho su abuelo- sigue las manadas del atardecer; las manadas te llevarán al río. Y nuestra casa está al otro lado.
Pasó mucho tiempo hasta que Yamina y el elefante encontraron la manda de cebras que atravesaba el llano. La niña y el bebé se unieron a los sedientos animales en la calurosa tarde.
Llegaron al río al ponerse el sol. Pero unos ojos ocultos les miraban desde el agua y Yamina presintió el peligro.
-No es seguro atravesar por aquí, pequeño- dijo la niña -. Hay que seguir andando.
al girarse, Yamina creyó ver elefantes en el horizonte. Parpadeó y forzó la vista, pero sólo eran acacias que brillaban en la brumosa calor.
Yamina y el elefante prosiguieron su camino, pero pronto el bebé empezó a quedarse atrás.
-Haz un esfuerzo- le pidió Yamina. Pero el bebé estaba demasiado cansado para continuar. Mientras le esperaba, Yamina pensó en su madre. Si pudiera llamarla...Sus padres pronto comenzarían a preocuparse, y no tardarían en salir a buscarla. El pequeño elefante sollozó. No tenía madre a quien llamar. Yamina le acarició con suavidad.
-¡ Escucha !- le susurró al elefante. Se oían voces."¡Mis padres!", pensó la niña.
Pero las negras siluetas que vio en la distancia no eran sus padres.
-¡Cazadores furtivos!- exclamó en voz baja. Ahora Yamina tenía la sensación de ser también ella una presa.
Rezó para que el pequeño no gimiera. Pero el elefante presintió el peligro y permaneció inmóvil como una piedra hasta que los cazadores se alejaron.
Al oscurecer, los gritos y aullidos de las criaturas de la noche provocaron que un escalofrío recorriera la espalda de Yamina. La niña se arrimó al elefante, y se pegó a él llena de miedo cuando resonó muy cerca un profundo y terrorífico rugido de alguna fiera hambrienta.
Cuando Yamina esperaba ser devorada, recordó de nuevo las palabras de su abuelo.
- Si alguna vez estás en peligro- le había dicho-, no pierdas las esperanza.
Así que Yamina le hizo caso, cerró los ojos y pensó en sus padres.
Pero lo que vio fueron elefantes. Su mente estaba llena de grandes manadas de otros tiempos. Los enormes colmillos que su abuelo había visto en su juventud. Sombras gigantes de elefantes moviéndose como fantasmas a través de la sabana.
Yamina oyó muy cerca su profundo y tranquilizados murmullo.
Cuando Yamina abrió los ojos, estaba rodeada de elefantes, como si les hubiera llamado en su sueño. Yamina no tenía miedo.
-Llevaos al pequeño- dijo-. Y cuidadlo.
Al amanecer, la madre de Yamina la encontró durmiendo sobre la hierba.
-Estaba jugando a cazar y me perdí- dijo Yamina.
La niña anduvo muy cerca de su madre durante todo el camino de vuelta a casa.
-Nunca seré cazadora- se dijo para sí muy bajito cuando llegaron al poblado.
gracias por tu blog. excelente labor
ResponderEliminareres puñetas eres un puto hay que Yamina tu madre pendejo
Eliminaro nerd pendejo
Excelente cuento, gracias por tu aportación!
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