jueves, 24 de octubre de 2013

El Oso que amaba los libros ( por: Denisse Haseley y Jim LaMarche)

Un día, un joven oso que estaba husmeando entre los setos, descubrió un trozo de papel.
Lo observó con mucha atención. Olfateó sus diminutos signos y después lo agarró entre los dientes y se lo llevó a su cueva.
Los años iban pasando y el oso seguía mirando fascinado aquel papel. Le parecía tan lejano y misterioso como la luna.
Una tarde de verano, el oso se alejó más que de costumbre de su cueva. Siguió un olor que le llevó hasta un claro en el bosque. Y allí descubrió unas cuantas cosas muy extrañas. Había una cabaña, ropa de vivos colores tendida en una cuerda , y una mujer.

Escondido detrás de un grueso árbol, el oso observó como la mujer se sentaba y abría un extraño objeto rectangular que tenía entre las manos. A pesar de los maravillosos olores a tocino, café y pan que salían  de la cabaña y le cosquilleaban la nariz, el oso no podía dejar de contemplar a la mujer, intentando comprender qué estaba haciendo con el libro en sus manos.
Se sentía tranquilo al mirarla.
Cuando la mujer cerró el libro, el oso se fue corriendo.

El oso regresó al día siguiente y todos los días.
Consiguió acercarse a ella, y, oculto detrás de un árbol, el oso miraba a hurtadillas, sacando sólo su gruesa cabeza. Nunca había visto nada igual.
A veces, mientras miraba el libro, la mujer reía a carcajadas.
Otras veces, lo soltaba y miraba a lo lejos, pero al oso le parecía que no miraba nada.
Incluso había veces que parecía asustada y agarraba el libro con fuerza. Y un día, cuando un rayo de sol se filtró entre los árboles, el oso vio cómo dejaba el libro suavemente sobre su regazo y luego cerraba los ojos.
Al atardecer, cuando la mujer entró en la cabaña, el oso volvió con su andar pesado al bosque, hasta su cueva. En el camino, oyó gritar a una urraca y levantó rápidamente la cabeza,creyendo por un instante que era la risa de la mujer.

Una tarde ella no estaba sentada afuera. Entonces, cautelosamente, moviendo la cabeza de un lado para otro, el oso se aceró a sus cosas.
Con su gran para dio un golpe a la pila de libros. Uno de ellos cayó al suelo boca abajo. lo empujó con el hocico y rascó las tapas marrones con sus zarpas intentando darle la vuelta.
Finalmente logró meter una de sus garras por debajo de la cubierta y el libro se abrió; pero al rozar el libro con el hocico, lo volvió a cerrar, y el oso se echó bruscamente hacia atrás. Lo intentó de nuevo y esta vez
el libro se mantuvo abierto. Dio dos pasos torpes hacia delante y puso su enorme cabeza junto al libro.
Aquellas páginas estaban llenas de hileras de diminutos signos, como los que había en el trozo de papel de su cueva. Se los quedó mirando mientras inhalaba el olor del papel, del pegamento y de la tinta, y el olor de la mujer.
 No la vio llegar detrás de él. Cuando finalmente la oyó, giró bruscamente la cabeza.
Durante unos momentos, sus miradas se cruzaron. El oso volvió a tocar el  libro con la pata y después huyó.
Al día siguiente, el oso vio la mujer sentada en silla; tenía el libro de tapas marrones en su regazo. Estaba mirando entre los árboles como si estuviera buscando algo. Cuando al fin lo vio, sonrió.
-Ven.Ven aquí oso.
Al cabo de un ratito, el oso saló de detrás de árbol y, muy despacio, avanzó unos pasos, balanceando su gran cabeza de un lado a otro.
Cuando llegó cerca de ella- pero no tanto como para no poder salir corriendo-, se echó al suelo  y levantó la cabeza para mirarla.
Ella esperó un rato mas, y luego abrió el libro con cuidado y empezó a hablar dulcemente:
"Erase una vez un marinero- leyó- que estuvo recorriendo los mares durante muchos años antes de poder volver a casa".
El oso la contemplaba mientras ella leía y pasaba las páginas. No entendía nada de lo que ella decía, pero escuchando el sonido de su voz, le inundaba una ola de felicidad.

Volvió día tras día, durante todo el verano.
Cuando ella leía con voz temerosa que el marinero se había perdido, el oso se sentía asustado. Cuando se reía de las bromas que gastaba el marinero, el oso se sentía alegre. Cuando le hablaba del amor del marinero, el oso levantaba la mirada hacia la mujer con ojos húmedos y miraba cómo salían las palabras de sus labios.
Todas aquellas palabras hacían una historia.
Una historia para su oso.

Siempre que ella leía, el oso sentía misteriosas sensaciones que le llegaban con su voz.
A veces la voz era un murmullo y el oso se sentía invadido por la paz; a veces se  animaba o parecía angustiada, entonces el pelo del oso se erizaba y se le oía gruñir; y cuando el tono era cariñoso, levantaba la cabeza hacia ella y contemplaba sus dedos que pasaban suavemente las páginas, una tras otra. Al atardecer, cuando volvía a su cueva con su andar pesado, a menudo le acompañaban estos sentimientos. A veces, en el murmullo de un arrollo creía oírla de nuevo y se sentía muy  feliz.

Una tarde, empezó a refrescar.
Ella dejó el libro, miró al oso y dijo:
-Me gustaría...¡Oh, me gustaría que pudieras leer estos libros cuando ya no esté aquí en invierno!
Luego sonrió y el oso, viéndola sonreír, sintió su corazón mas ligero.
Y ella empezó a leer de nuevo en voz alta.

Cuando volvió al día siguiente, el oso le llevó el  trozo de papel de su cueva, con aquellos signos tan misteriosos. lo dejó caer cerca de sus libros.
-Oso- dijo. Entonces ya sabía que ella usaba esta palabra para él, y levantó la cabeza-. Oso, ¿has traído esto para mi?
Empezó a leer con su suave voz, como si fuese un cuento que él le hubiese regalado.

Querida Elisa,
Tu carta nos ha alegrado mucho a tu padre y a mi. A menudo te imaginamos en el bosque donde pasamos juntos el verano. Recuerdo aquellos días en que recogíamos bayas y los dorados rayos del sol se filtraban entre los árboles.

Cuando volvió la vez siguiente, las hojas habían cambiado de color. Al dirigirse hacia la cabaña descubrió que algo había cambiado  también allí.
Ella no estaba en lugar habitual, esperándole.
El oso se acercó, muy resuelto, balanceando la cabeza de un lado para otro. Siguió caminando hasta donde había estado la silla.
Allí, debajo del árbol donde  ella solía sentarse, estaban  sus libros. Habían muchos, mas de los que nunca había visto, echados sobre una tela entre las piñas y las hojas caídas.
Ella se los había dejado junto con una hoja de papel, como deseara que él pudiese leerla.
                              
                                       Para mi Oso

El oso miró el regalo que le habían hecho.
Por el silencio que le rodeaba, comprendió que ella se había ido.
luego, tan delicadamente como pudo, agarró el libro de tapas marrones entre sus dientes, y se lo llevó.
Durante toda la tarde, estuvo haciendo y deshaciendo el largo camino de la cueva a la cabaña a través del bosque- llevando los libros con sus tapas verdes y rojas y negras, sus historias de marinos y diosas y países lejanos-, mientras el riachuelo murmuraba y las urracas gritaban.

Aquella noche, bajo la luna, que parecía una página blanca en el cielo, el oso se acostó entre los libros de su amiga.
Finalmente se durmió.
Durante su sueño, oyó su voz, suave y cercana. Le estaba contando una historia de aventuras, de magia, de amor.

Durante todo aquel invierno, antes de que ella volviera en primavera, cada vez que ponía el hocico sobre las páginas o que tocaba las cubiertas con sus patas, ella estaba allí...

Leyendo para él.

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