jueves, 24 de octubre de 2013

La obra maestra de Sofía (por:Eileen Spinelli)

Sofía no era una araña cualquiera.
Sofía era una artísta.
Tejía las telas de araña más hermosas que nadie jamás  hubiera visto. Sus compañeras decían que era fantástica. Y su mamá estaba francamente orgullosa.
Todos estaban seguros de que algún día Sofía tejería una obra maestra.
Cuando Sofía se hizo mayor, decidió irse a vivir su vida, y se mudó a la pensión Beekman.
Lo primero que hizo fue explorar el lugar. Peredes sucias, alfombras descoloridas, ventanas polvorientas...
El lugar necesitaba urgentemente de las artes de Sofía.
Y la arañita puso manos a la obra. Para empezar, decidió tejer unas cortinas para el salón.
Día trás día, Sofía cosía con gran rapidez mezclando el hilo dorado de los rayos del sol con seda que ella misma fabricaba.
Hasta que un día...
-¡No quiero arañas en mi salón!- gritó la dueña de la pensión al descubrir a la pequeña araña. E intentó aplastarla con el trapo de sacudir.
Sofía, viendo que no era bien recibida, se escabulló escaleras arriba, y se escondió en el armario de un viejo marino, capitán de barco, que vivía en la pensión.
Una vez que se instaló, echó una ojeada a su alrededor, y se dio cuenta de que dentro del armario todo era gris: las camisas, los pantalones y hasta los jerséis eran de color gris.
-El capitán necesitaba un traje nuevo-decidió Sofía.-Algo llamativo. Algo azul. Tan azul como el cielo.- Y empezó a tejer.
Hasta que un buen día el capitán la vio. Y chilló:
-¡Una araña!. Se  encaramó de un salto en la ventana y salió al tejado.
Sofía no quería que nadie se cayera por culpa suya. Así que silenciosamente se deslizó por el pasillo y se colocó en una zapatilla de la cocinera.
Las zapatillas de la cocinera estaban sucias y remendadas.
-Le tejeré unas nuevas- se dijo Sofía, a pesar de que empezaba a estar cansada de tanto grito y ajetreo. Y justo cuando iba a acurrucarse para descansar notó una sacudida que la tiró al suelo.
-¡ Un teremoto!
No. Era la cocinera.
-Puaj- dijo la mujer frunciendo el ceño.
- Qué araña mas asquerosa.
Lo había conseguido. Esta vez Sofía se sintió francamente dolida. Con gran dignidad caminó y se escurrió por debajo de la puerta. Luego subió por las escaleras hasta el tercer piso, en el que vivía una joven muchacha. Sofía, agotada, se escondió en su cesta de tejidos y se quedó dormida.

A estas alturas de la historia, habían pasado el equivalente a muchos años en la vida de una araña, cuando Sofía se despertó era ya una respetable anciana. No tenía fuerzas mas que para tejer cosas pequeñas:
una funda de flores para su almohada, ocho calcetines de colores para cada una de sus patas...
Sofía tejía. Pero, sobre todo, ahora Sofía dormía.

Un día la muchacha la descubrió.
-¡ Oh, no!- suspiró la arañita tapándose los oídos y a apunto de llorar, pues no tenía la fuerza para emprender mas viajes.
Pero la joven no golpeó a Sofía con el trapo para sacudir.
Ni se escapó chillando por la ventana.
Tampoco la insultó.
Simplemente, le sonrió.
Y, con mucho cuidado para no molestarla, sacó de la cesta una madeja de lana y los palillos.
Sofía pasaba los días mirándola tejer y tejer.
- ¡ Son botitas!- exclamó la araña cuando por fin la labor estuvo terminada. O sea, que la joven iba a tener un bebé.
Cuando terminó las botitas, la muchacha tejió una chaquetita.
Pero cuando terminó, no pudo seguir tejiendo, porque  se había terminado la lana y no tenía dinero para comprar más.
¡ Y ella que quería una manta para su bebé!.
- No te preocupes- le dijo la dueña de la pensión.
-Hay  una vieja manta marrón en el armario del pasillo.
Puedes usarla.
 Sofía había visto la manta. Era muy fea y muy áspera.
No servía para un bebé.
Entonces Sofía decidió que tendría que tejer  la mantita ella misma.
En sus buenos tiempos, aquello no hubiera supuesto ningún problema. Pero ahora estaba muy débil y viejecita, y el bebé podía llegar en cualquier momento. ¿ Terminaría la manta a tiempo?.
Sofía salió de la cesta de costura y se encaramó en la ventana.
Los rayos de la luna invadían  la habitación.
-¡ Perfecto!- pensó.
- Los utilizaré como hilos  plateados  para hacer la manta. Y pondré también  un poco de luz de las estrellas.
Sofía empezó. Y a medida que tejía, se le iban ocurriendo nuevas cosas que añadir a la hermosa tela... Ramitas de pino, reflejos de la noche, copos de nieve, retazos de nanas...
Sofía tejía y tejía. Sin pestañar.
Sin comer.
Sin dormir.
Jamás había estado tan cansada, pero a la vez, nunca se había sentido tan ilusionada.
Y seguía y seguía.
Estaba dando las últimas puntadas cuando oyó el llanto del bebé recién nacido.
Y entonces, fue allí, en esa ùltima esquinita de la manta, donde Sofía entretejió su propio corazón.
Aquella noche, cuando la joven madre fue a tapar a su hijito con la manta vieja, algo en la ventana llamó su atención.
Era una manta, una manta tan suave y hermosa que parecía tejida para un príncipe. Y la muchacha supo enseguida que aquella no era una manta cualquiera.
Maravillada, la colocó suavemente sobre el bebé, que dormía.
Y se acostó, apoyando la mano sobre la obra de Sofía.

Su última obra. Que era, en verdad, una obra maestra.

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